CAPÍTULO CXXVI[*]
Estando el Almirante para se despachar de la corte, y los Reyes que lo deseaban ver partido, acaeció que murió el rey D. Juan de Portogal, y sucedió en aquel reino el rey don Manuel, que era Duque de Verganza. Tractaron los Reyes de casar la princesa Doña Isabel, que fue reina de Portogal y princesa de Castilla, con el dicho rey D. Manuel, y, concluido, la Reina Católica, su madre, la llevó en fin de Setiembre deste año de 97 a Valencia de Alcántara, donde vino el rey de Portogal, y la recibió sin fiestas ningunas. La razón fue, porque yendo el Rey y la Reina juntos a llevar la dicha señora Reina Princesa a Ávila, por ver el monasterio de Sancto Tomás de Avila, de la orden de Sancto Domingo, y que habia hecho el Prior de Sancta Cruz, fraile de la mesma orden, Inquisidor mayor, y el primero que hobo en España, como obra insigne y señalada y hecha de los bienes que se habian confiscado a los herejes que se habian quemado, supieron los Reyes que el príncipe D. Juan, que de Medina del Campo, de donde salió la corte, se habia ido con la Princesa, madama Margarita, su mujer, a Salamanca, se, habia sentido enfermo; volvióse luego el Rey, e sola la Reina prosigió el camino con la Princesa, como dije, para Valencia de Alcántara. Desde a pocos dias antes que la Reina volviese, plugo a nuestro Señor de atribular y poner en luto y en lloro a toda España, con la muerte del príncipe D. Juan, y desde a algunos dias, por el mes de Deciembre, permitió la divina clemencia otro azote, que poco menos amargó a los Reyes y a los reinos que el primero, que quedando la princesa Margarita preñada, movió una hija muerta de siete meses. Los Reyes mostraron grandes ánimos de paciencia, y, como prudentísimos y animosos Príncipes, consolaban todos los pueblos por escrito y por palabra. Nombraron y declararon luego al rey de Portogal y a la Reina, su mujer, por Príncipes de aquellos reinos de Castilla, y asi, aquella señora, Doña Isabel, hija de los católicos Reyes, fue llamada la Reina Princesa. El luto que se mandó poner por la muerte del Príncipe fue jerga blanca muy basta, que ver los grandes y pequeños que la traían era cosa extraña y penosísima de ver; después desto, nunca se acostumbró más en España, por muerte de Rey o Príncipe, traer por luto jerga.
Todos estos trabajosos acaecimientos que venian a los Reyes y a aquellos reinos, eran penosísimos para el Almirante, por ser de su despacho retardativos, no viendo la hora de su partida, como que sospechara la confusión y perdición que, por la rebelión de Francisco Roldan, en esta isla, entre los cristianos y en destrucción de los humildes y desamparados indios, habia.
E fuele también impedimento, que acordaron los Reyes que no tuviese ya el cargo de las cosas destas Indias, en Sevilla, el susodicho Arcediano de aquella iglesia, D. Juan Rodríguez de Fonseca, que ya era Obispo de Badajoz, sino que lo tuviese el hermano del ama del Príncipe, Antonio de Torres, y porque pidió tantas condiciones y preeminencias si habia de tener aquel cargo, se enojaron los Reyes y lo aborrescieron; tornaron a confirmar en el encargo al dicho Obispo D. Juan de Fonseca, y como estaban hechos los despachos, suponiendo que habia de tener el encargo dicho Antonio de Torres, y rezaban con él muchas de las Cédulas y Cartas de los Reyes, hubiéronse de tornar a hacer, por manera que hobo de tener más tardanza el despacho. Finalmente, hóbose de despachar de la corte a 21 de Julio del dicho año de 1497, con sus provisiones e instrucciones de los Reyes.
El primer capítulo de la Instrucción principal decía desta manera:
«Capítulo primero de la Instrucción que dieron los Reyes al Almirante el año de 1497.
Primeramente, que como seáis en las dichas islas, Dios queriendo, proveeréis con toda diligencia de animar e atraer a los naturales de las dichas Indias a toda paz e quietud, e que nos hayan de servir y estar so nuestro señorío e sujeccion benignamente, e principalmente que se conviertan a nuestra sancta fe católica, y que a ellos, y a los que han de ir a estas tierras en las dichas Indias, sean administrados los Sanctos Sacramentos por los religiosos y clérigos que allá están y fueren, por manera, que Dios nuestro Señor sea servido y sus conciencias se aseguren».
Por este capítulo y por el de la Instrucción primera del segundo viaje, que se puso arriba en el cap. 82.º desta historia, parece claro que nunca la intincion de los Reyes fue que se hiciese guerra a estas gentes, ni tal jamás mandaron, por que fuera injustísima su entrada en estas tierras, ni tal intincion y mando fuera digno de tales y tan católicos Reyes, y no sólo ellos, pero ni sus sucesores, hasta estos tiempos del año de 1530, que su nieto, el rey D. Carlos reina, como parecerá por el discurso desta historia; sino sola la cudicia y ambición de los que a estas tierras vinieron, mayormente de los Gobernadores, fue la causa de inventar y mover las guerras contra estas desarmadas y pacíficas naciones, con las cuales han destruido este nuevo mundo.
Otra cláusula llevó en esta Instrucción, que dice asi:
«ítem, se debe procurar que vengan a las dichas Indias algunos religiosos y clérigos, buenas personas, para que allá administren los Sanctos Sacramentos a los que allá están, e procuren de convertir a nuestra sancta fe católica a los dichos indios naturales de las dichas Indias, e llevar para ello los aparejos e cosas que se requieren para el servicio del culto divino, e para la administración de los Sanctos Sacramentos».
Otros capítulos, cuanto a la sustancia dellos, aunque no por orden, pusimos arriba en el cap. 113.º.
Llegado el Almirante a la ciudad de Sevilla, juntóse con el Obispo de Badajoz, D. Juan Rodríguez de Fonseca, y, cuan presto pudieron, despacharon las dos carabelas, de que arriba, en el cap. 120.º, dijimos haber llegado a buen tiempo para favor del Adelantado contra Francisco Roldan, y partiéronse de Sanlúcar, mediado Enero, año de 1498.
Despachadas las dos carabelas, daba priesa en proveer los seis navios qué quedaban, que él habia de llevar consigo, y porque los negocios destas Indias iban cayendo, de golpe, en fama y disfavores de muchos, como arriba se tía tocado, en especial de los que más cercanos estaban de los Reyes, porque no iban los navios cargados de oro (como si se hobiera de coger, como fruta, de los árboles, según el Almirante se quejaba, y arriba se dijo); el acabar de cargar los seis navios de los bastimentos, y lo demás que los Reyes habian mandado, fuéle laboriosísimo y dificilísimo, pasó grandes enojos, grandes zozobras, grandes angustias y fatigas; y porque de los oficiales de los Reyes algunos suelen ser más exentos y duros de atraer a la expedición de los negocios, sino es cuando ellos quieren, por presumir de mayor áuctoridad de la que quizá requieren sus oficios, algunos de los que en el despacho del Almirante, con él y con el Obispo entendían, diéronle más pena y más trabajo y dilación que debieran, y quizá ponían de industria impedimentos en su partida, no considerando ni temiendo el daño y riesgo que a los que acá estaban se recrecía, y los gastos que con la gente que en Sevilla para pasar acá tenia, y los desconsuelos y aflicciones que causaban al mismo Almirante. Parece que uno debiera de, en estos reveses, y, por ventura, en palabras contra él y contra la negociación destas Indias, más que otro señalarse, y según entendí, no debiera ser cristiano viejo, y creo que se llamaba Ximeno, contra el cual debió el Almirante gravemente sentirse y enojarse, y aguardó el dia que se hizo a la vela, y, o en la nao que entró, por ventura, el dicho oficial, o en tierra cuando quería desembarcarse, arrebatólo el Almirante, y dale muchas coces o remesones, por manera que lo trató mal; y a mi parecer, por esta causa principalmente, sobre otras quejas que fueron de acá, y cosas que murmuraron del y contra él los que bien con él no estaban y le acumularon; los Reyes indignados proveyeron de quitarle la gobernación, enviando al comendador Francisco de Bobadilla, que esta isla y todas estas tierras gobernase; y bien lo temió él, como parece por un capítulo de la carta primera que escribió a los Reyes desque llegó a esta isla, donde dice:
«También suplico a Vuestras Altezas, que manden a las personas que entienden en Sevilla en esta negociación, que no le sean contrarios, y no la impidan; yo no sé lo que allá pasaria Ximeno, salvo que es de generación que se ayudan a muerte y vida, e yo ausente y invidiado extranjero: no me desechen Vuestras Altezas, pues que siempre me sostuvieron».
Estas son sus palabras, donde parece temer lo que luego le vino, lo cual cansó al Almirante su total calamidad y caida, que es harta lástima de oir, como se verá, con el favor de nuestro Señor, en el principio del libro II.
En este año de 1497, envió el rey D. Manuel de Portogal a descubrir la India, por la mar, cuatro navios; salieron de Lisboa, sábado, a 8 de Julio, habiendo primero el rey don Juan, su antecesor, enviado ciertos hombres por tierra, el año 1487, a que hobiesen y le trajesen alguna noticia del Preste Juan de las Indias, de quien tantas cosas y riquezas, por fama, oia decir. Pasadas las islas de Cabo Verde, anduvieron en Agosto y Setiembre y Octubre por la mar engolfados, por doblar el cabo de Buena Esperanza, con grandes tormentas; cuando vído que era tiempo, dieron la vuelta los cuatro navios sobre la tierra, y a 4 de Noviembre, vieron tierra y gente, pequeños de cuerpo, de color bazos, los vestidos que traian eran de pieles de animales, como capas francesas, traían sus naturas y vergüenzas metidas en unas vainas de palo, muy bien labradas; las armas que tenían eran varas tostadas, con unos cuernos tostados por hierros; su mantenimiento era de unas raíces de hierbas y de lobos marinos, etc.