XIII

Recibo una carta cortante y desdeñosa de Tácito: ¡si por lo menos tuviera tanto sentido común como estilo en lo que escribe!

Me reprende por la manera en que describo el carácter de Galba. Me dice que Galba era un hombre que pertenecía a una edad más virtuosa. En nuestra época degenerada, fueron sus virtudes, más que sus vicios, las que le destruyeron: su anticuada inflexibilidad y su excesiva dureza. Y así sucesivamente. La verdad es que Tácito tiene una opinión de Roma que era arcaica hace siglos. Desempeñaría el papel de Catón acusando al gran Escipión de traidor porque introdujo la cultura griega en Roma.

En cualquier caso, yo tengo mi propia opinión acerca de la virtud antigua, y es que le faltaba generosidad y humanidad, estaba enraizada en el temor a los dioses que, si se ha de decir la verdad, no se preocupan del destino de los hombres más que del de las hojas que los vendavales de otoño arrancan de los árboles: era una virtud estrecha y limitada, y dura de talante, hasta el punto de caer en la brutalidad.

Es más: hasta Galba comprendía que la gran estructura del Imperio había hecho que las instituciones republicanas resultaran inadecuadas para su gobierno.

Sin embargo, esta carta me alteró, durante más días de los que me atrevo a reconocer.

¿Será porque yo no soy ya un romano?

Le solté un gruñido a mi mujer, me fui a una taberna y anegué en licor mi inquisitivo espíritu. Había un camarero germánico que yo no había visto antes. ¿Fue porque parecía tímido y modesto por lo que pedí que me dieran un cuarto e hice que la mujer de la posalda lo mandara a mi presencia? ¿O fue que sus labios tan rojos y sus ojos oscuros y atribulados excitaron temporalmente mi deseo? Le quité la túnica, pasé mis manos sobre su cuerpo flaco, sentí su asco y le obligué a entregarse. Lloró un poco cuando le di unas monedas de oro.

—No lo comprenderías —dije yo—. Estoy buscando algo que perdí hace muchos años.

Se llamaba Balthus. Sus brazos eran tan delgados que se los podía haber roto. Había una delicadeza en su comportamiento que intensificaba mi deseo y me hizo después avergonzarme.

Tácito niega que Galba tomara a Icelo como su amante. Dice que no fue ese tipo de hombre. ¿Es que no se da cuenta de que todo el mundo es más complicado en su naturaleza de lo que muestra al mundo? ¿No se da cuenta tampoco de que si conociéramos los pensamientos y deseos de nuestros compañeros rechazaríamos a toda la sociedad?

Balthus no es en modo alguno como Tito. Pero, sin Tito, ¿habría yo organizado el volverlo a tener la semana siguiente? Había nacido esclavo. Yo soy un hombre libre y un noble romano. Pero, ¿qué son la libertad y la esclavitud cuando surgen las pasiones? No obstante, yo era casi indiferente cuando llegaba el momento. Después sentía una rara ternura porque había sido injusto con él.

Y de hecho fue como lo que llegué a sentir por Domitila cuando me di cuenta de que, sin querer, habíamos sido profundamente injustos el uno con el otro.

No le conté a Tácito todo lo que podía haberle dicho de Pisón. Podía, por ejemplo, haber mencionado que había quienes decían que el joven Pisón, exilado solamente por su complicidad en el complot de su tío contra Nerón, estuvo, en opinión de algunos, entre aquellos que revelaron información contra los conspiradores.

No tengo prueba de que él lo hiciera. Lo que sí sé es que Lucano desconfiaba de él y manifestó los celos que le inspiraba. Me dijo que esto era porque se habían peleado por una mujer. Tal vez sea verdad. Sin embargo, nunca se confirmó que a Pisón le interesan an las mujeres. Ni los muchachos tampoco. Estoy seguro de eso porque, la primera o segunda ocasión en que me encontré con él en los baños, inicié un pequeño flirteo con él —totalmente a causa de su hermosura y antes de que me diera cuenta de la boca tan fea que tenía— y me rechazó fríamente. Cuando le conté esto a Tito, porque en aquellos días yo se lo contaba todo, o casi todo, le hizo mucha gracia y me aseguró que todo el mundo sabía que Pisón a lo que se dedicaba era a masturbarse, porque no podía amar a nadie o confiar en nadie, a no ser en sí mismo. Así que no se creyó la historia de Lucano.

Me abstengo de contar los sucesos del 15 de enero. El vino es reconfortante. El vino y mi medio griega, medio escitia compañera, Araminta. Confío en ella, me satisface, no despierta ningún sentimiento en mí, y eso es una forma de obtener, al menos, satisfacción y contento.