I
A C. Cornelius Tacitus, senador:
Confieso que no sé si me siento más honrado o más sorprendido de que tú, el distinguido autor del Diálogo sobre la oratoria, y de la siempre digna de admiración Vida de tu suegro, el emperador C. Julio Agrícola, te dirijas a mí y solicites mi ayuda para preparar la materia para la Historia de estos tiempos nuestros tan terribles, tarea en la que, según me dices, atrevidamente te has embarcado.
¿Qué puedo decir yo? No puedo decirte que no, mucho menos cuando estoy seguro de que tu Historia será inmortal, y esto estimula mi deseo de que mi nombre esté asociado con ella, aunque sea de manera muy marginal. Y, sin embargo, me acobardo al pensar en la tarea que me encomiendas, en parte porque no me encuentro suficientemente preparado y en parte porque el pensamiento de aventurarme a entrar en la lúgubre cueva de la memoria me llena de temor, aprensión y odio de mí mismo. Yo, y toda nuestra generación, nos hemos empapado de mucha sangre inocente. Los gritos de los que han sido arrastrados a la prisión y a la ejecución resuenan todavía en el curso de mis agitadas y aterradoras noches. Y no sé si puedo hacer acopio de la fortaleza necesaria para escribir para ti lo que yo rememoro —y mucho menos aún aquello de lo que fui culpable— de los días del terror.
Tú sabes también esto, siendo, como recuerdo, un hombre de vívida y comprensiva imaginación, que es el manantial que alimenta tu genio. Sin embargo, me pides a mí esto, y siento tanto respeto hacia ti que, como ya he dicho, no te lo puedo negar, aunque todas las fibras de mi sistema nervioso me dicen a gritos que lo haga.
Hasta la específica razón por la que solicitas mi ayuda me hace estremecer. Tú no mencionas esta razón, pero yo sé que estás pensando en ella.
Yo fui compañero de colegio y durante algunos años el amigo más dilecto, tal vez el único amigo, del tirano Domiciano. Conocía, si es que alguien los llegó a conocer, los pensamientos más profundos de aquel hombre oscuro y secreto. Nos criamos juntos. Mi padre (o el que decía ser mi padre) fue asesinado al lado de su padre Vespasiano en una escaramuza con los bárbaros en la campaña británica. El propio Vespasiano hablaba con frecuencia afectuosamente de mi padre e incluso me hizo saber que le debía su vida. Tal vez era verdad, ¿por qué iba a decir tal cosa sino? Así que yo estuve con Domiciano durante todo ese terrible año cuando Roma dio un traspiés tras otro y parecía estar a punto de sumirse en un desastre civil.
¡Sí, sí, lo sé bien, sé demasiado! Aprendí, cuando era demasiado joven para aprender una cosa así, que los dioses no piensan en nuestra felicidad, sino sólo en nuestro castigo.
Tú me dices que ya no es peligroso el que yo vuelva a Roma, pues el tirano ya no existe. Yo ya lo sabía. No es temor lo que me mantiene aquí, en esta alejada ciudad en la frontera de las tierras bárbaras, lejos de donde florecen los limoneros. Es más bien una especie de lasitud ¿Por qué moverme? Me he hecho aquí una forma de vida. El vino es flojo y a menudo amargo, pero lo hay en abundancia. He de confesar que a veces me acuesto borracho, porque la borrachera es una protección contra los malos sueños. Y tengo una mujer, parte griega y parte escita, que me ama, o dice que me ama y, de cualquier modo, se comporta a menudo como si me amara. Tenemos también hijos, cuatro diablillos de pelo rizado. ¿Qué harían en Roma niños como éstos? ¿Qué podría hacer Roma por ellos? Aquí crecerán y se harán granjeros o comerciantes, criaturas útiles.
Tácito, tú que has sobrevivido y continuado viviendo en el Gran Mundo, implicado en los asuntos públicos, me despreciarás, sin duda alguna, y despreciarás mi forma de vida. Pero tú has sobrevivido gracias a cualidades de las que yo carezco, tal vez también por la virtud (aunque en nuestros tiempos la virtud acarreaba el castigo) y también por cierta protección de la Fortuna. Se me ocurre pensar que eres un favorito de los dioses, si tal cosa es posible. Pero yo tengo demasiadas cosas que reprocharme. He consentido en el asesinato y, durante algún tiempo, he sacado provecho de mi debilidad. Fui ambicioso, y para acrecentar mi ambición, me he mantenido al margen cuando se estaban llevando a cabo malas acciones.
Me estás pidiendo que vuelva a visitar escenarios donde tuvieron lugar derramamientos de sangre, que vuelva a entrar en un mundo de traición y malicia, que me enfrente con una atmósfera de pesadilla. No te das cuenta de lo que me estás pidiendo; sería explorar los recovecos de mi memoria para destruir la paz de la que ahora disfruto.
Sin embargo, haré lo que me pides. Habrá al menos un viejo amigo a quien le he hecho un favor.