Una bendita maldición

Parafraseando lo que dijo un famoso político mexicano, el crédito no es bueno ni malo, sino todo lo contrario… es inevitable. Sería maravilloso poder hablar mal de todos los tipos de crédito y sugerirte que los desaparezcas de tu vida y te dediques a usar puro efectivo, pero eso es imposible e irreal.

Por una parte, el crédito tiene grandes ventajas. La primera es la más obvia, gracias a él podemos comprar y hacernos de bienes que de otra manera jamás podríamos tener o que nos tomaría una eternidad comprar. El crédito para una casa te permite comprarla sin tener que esperar 30 años para juntar todo el dinero (para entonces necesitarías más bien comprar ya una casa en un asilo), mientras que el crédito para un coche, un viaje o una computadora te permite disfrutar de estos productos en el momento en que los necesitas o que los deseas sin tener la cantidad total de dinero disponible.

La segunda ventaja de los instrumentos de crédito, particularmente de las tarjetas, es la comodidad y seguridad que nos dan. Tener una tarjeta en la bolsa te hace sentir protegida porque no necesitas cargar tanto efectivo (un plus en el mundo inseguro de hoy) y porque puedes hacer desembolsos que no tenías contemplados en el momento de salir de casa (se te revienta la llanta del auto y necesitas pagar en el taller, tienes que hacer una parada de emergencia en la farmacia o, ¡aleluya!, encuentras en el aparador de una tienda la falda que llevas años buscando, está en tu talla y es la última pieza). Además hay para muchos trámites para los que una tarjeta de crédito es indispensable, si bien no para hacer el pago, sí para respaldar la compra o para identificarte, sobre todo cuando sales de viaje y necesitas hacer reservaciones de hotel, rentar un auto o asegurar los boletos de avión.

Pero es justo este beneficio de comodidad lo que nos lleva a la primera desventaja. El crédito es tan fácil de conseguir, tan conveniente para utilizar, tan placentero y tan indoloro (en la emoción de la compra casi ni sentimos que es dinero), que perdemos la noción de cuánto -¡CUÁNTO!- es lo que estamos gastando.

El monto de nuestras deudas puede ir creciendo poco a poco hasta convertirse, en un abrir y cerrar de ojos, en una cantidad monumental. Un día me ofrecen mi primera tarjeta de crédito y seis meses después tengo tres tarjetas de crédito bancarias más, una de mi tienda departamental favorita, un crédito de nómina, un coche comprado a plazos y todavía tengo ganas de más.

Ahora, más allá del problema del empacho, la mayor desventaja que tienen las deudas es que son caras, carísimas o carérrimas (dependiendo del producto en particular), y si no las sabes usar lo son mucho más.

Un par de ejemplos: *

Quieres comprar una casa y pides un crédito hipotecario por $200000.

Tu pago mensual va a ser de $2750 pesos, lo que quiere decir que a fin de cuentas, después de los 15 años de plazo, habrás pagado $495 000. ¡Más del doble del costo inicial de tu hogar.

En este caso, haber obtenido el crédito es maravilloso porque te permite irte a vivir a la casa inmediatamente (o en el tiempo que te tome elegir las cortinas); de otra manera hubieras tenido que ahorrar durante más de seis años antes de poder mudarte.

Pero qué pasa si usas tu tarjeta de crédito para “apoyar” un ataque de compras de $10 000.

Firmas todo y pagas sólo el mínimo ($500 al mes); a fin de cuentas, te va a tomar cuatro años y medio pagar tu deuda y vas a pagar un total de $27 700 pesos. ¡Casi el triple! Y esto es sólo si no te retrasas ningún mes y si no sigues acumulando compritas en tu tarjeta, y no incluye comisiones u otros cargos…

Te hace pensar dos veces si los pantalones que compraste realmente son tan maravillosos.

Si sumamos lo caro que pagamos por nuestras deudas a lo fácil que es excederse, la combinación es letal: debo mucho y debo caro… Necesito pagar una enorme cantidad de intereses cada mes tan sólo para mantenerme al corriente… Empiezo a pedir créditos nuevos para poder pagar los viejos… Las deudas me ahogan… Mi fortaleza de Cabrona empieza a derrumbarse, mis sueños de Millonaria se esfuman y, por si esto fuera poco, la fecha de pago coincide con mi periodo menstrual… ¡Auxilio!

Ante esta amenaza, sería maravilloso pensar en una vida de cero crédito, cero intereses y cero problemas, pero para eso tendríamos que irnos a vivir al África subsahariano. Así que en vez de buscar maneras de evitar o exorcizar las deudas, hay que saberlo utilizar.

Cabrona y millonaria
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