5° Controla tus deudas (y no al revés)
Podré salir de casa sin maquillaje, sin mi agenda electrónica o sin mi teléfono celular (incluso sin ropa interior), pero el simple hecho de pensar en estar en la calle sin una tarjeta de crédito me da escalofríos.
Las pocas veces que me ha pasado me siento nerviosa y angustiada. Aunque sepa que no la voy a usar, que ni siquiera voy a estar cerca de una tienda o de un cajero; aunque vaya acompañada de gente de toda mi confianza que me pueda prestar su tarjeta en caso de necesitarla. Estoy incompleta, como si me faltara un brazo. Tengo que regresar a casa por ella.
Somos una generación para la que vivir sin instrumentos de crédito es incomprensible. Cada vez son más fáciles de conseguir (ya sean tarjetas de crédito bancarias y de tiendas departamentales, o créditos de concesionarias de autos u otros productos, todos nos ofrecen prestarnos dinero en diferentes formas sin necesidad -a veces- de muchas garantías o trámites) y cada vez podemos utilizarlos para comprar más cosas (desde artículos de primera necesidad hasta caprichos momentáneos). Son una parte casi “natural” de la vida moderna.
El problema es que nuestra relación con el crédito se está volviendo simbiótica: la necesidad es tal que nos estamos volviendo dependientes, casi adictas, a ellos.
Cuando nos ofrecen una tarjeta de crédito, sin importar si tenemos tres en la bolsa, decimos que sí; cuando nos anuncian un crédito de nómina, automáticamente lo aceptamos y sólo después decidimos en qué lo vamos a utilizar; cuando vemos el anuncio de crédito en la ventana de una tienda de autos, empezamos a salivar pensando cuál es el modelo que vamos a comprar.
Aceptamos el crédito primero y pensamos después. Esta dependencia ha llegado a tal grado que no queda muy claro si somos nosotras las que controlamos nuestras deudas o si son ellas las que nos controlan a nosotras.