Algún día, mi príncipe vendrá.

A su castillo nos iremos,

y seremos felices para siempre.

BLANCA NIEVES, 1937

Introducción

De princesa en espera del príncipe azul a cabrona millonaria

La culpa de todo la tiene Walt Disney. Sí, Walt Disney. El hombre que, desde chiquitas, nos vendió a todas la idea de un príncipe azul rescatador, y la fantasía de los finales felices para siempre… ¡Y vaya que se las compramos completitas!

Porque no importa si las mujeres del siglo XXI somos modernas, estudiadas, liberadas, trabajadoras e inteligentes, dentro de todas nosotras vive escondida, en algunas muy adentro y en otras más en la superficie, una damisela esperando ser rescatada. ¿Crees que esta aseveración es falsa, trillada y estereotípica? No lo es. Pregúntate y contesta honestamente: ¿cuántas veces, en medio de un problema grande o chico, no suspiras deseando que alguien más lo solucione por ti?

Sobra decir que el único que se volvió millonario creyendo en estas fantasías fue precisamente Walt. Para las mujeres, generaciones enteras en todo el mundo occidental, creer en ellas arruinó la relación que tenemos con el dinero.

Después de todo, si parto del ideal de que eventualmente seré rescatada, ¿para qué me preocupo por el mañana? ¿Para qué me rompo la cabeza con números y cuentas? ¿Qué importa si me sobreendeudo… si no sé hacer las cuentas de mi chequera… si no planeo para mi retiro? No importa cuál sea mi estado civil (casada, soltera, divorciada…), algún día, alguien más solucionará estos asuntos por mí… o lo que es una fantasía peor, se resolverán por arte de magia.

Evidentemente, ésta es la causa de muchos finales infelices (deberíamos demandar a Disney por falsedad de declaraciones y decepción con alevosía y ventaja).

Porque más allá del reino mágico, vivimos en el país del aquí y del ahora, en donde no hay música de fondo, la vida es más práctica y menos romántica y el dinero desempeña un papel tanto o más importante que el amor. Puede ser que Blanca Nieves, Cenicienta y la Bella Durmiente estuvieran demasiado ocupadas buscando al príncipe ideal como para preocuparse por las “pequeñeces” de sus deudas o inversiones, pero para el resto de nosotras la realidad es completamente diferente:

En el mundo real:

Muy pocas nos casamos con un príncipe azul o con su equivalente moderno, el millonario cosmopolita.

Un número de mujeres cada vez mayor, construimos una vida sin pareja, ya sea por elección o por las circunstancias de la vida.

Independientemente de nuestro estado civil, las mujeres buscamos y necesitamos mayor independencia financiera.

Los principales pleitos entre las parejas no se deben a problemas con la suegrastra (¡mucho peor que una madrastra!), sino a la mala manera en que manejamos el dinero y nos comunicamos en temas financieros.

Por más que nos digan brujas, ninguna de nosotras tiene una bolita de cristal para predecir los cambios y reveses de la vida, en los que el dinero puede ser de muchísima ayuda.

En esta realidad, saber manejar nuestro dinero, mucho o poco (o mejor dicho, poco que se convertirá en mucho), ya no es una opción, es una necesidad. La idea de la damisela que es rescatada financieramente (y en otros sentidos) debe ser sustituida por una nueva “princesa”, proactiva y asertiva en lo que al dinero se refiere: una Cabrona Millonaria.

Cabrona y millonaria
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