Cómo ejercitar el músculo del buen juicio antes de ejercitar el músculo de la cartera
Sería ridículo hacer una lista de las compras prohibidas y una de las permitidas (algo así como una lista de comidas con grasa y otra de verduras), porque lo que es un objeto necesario para mí puede ser una compra innecesaria para otra persona y viceversa, e incluso nuestras necesidades van cambiando día con día.
Comprar con inteligencia es cuestión de poner a trabajar el criterio (¡ouch!)
Distingue entre necesidades y necedades. Ayer no sabías que una cafetera de expreso existía y hoy (después de ser bombardeada por la publicidad y las opiniones de las vecinas) no concibes el funcionamiento de la vida misma sin tenerla. Vivimos en un mundo en el que confundimos completamente lo que necesitamos en realidad con lo que pensamos necesitar. La mayor parte de las compras innecesarias se dan por no poder hacer esta distinción. ¿Cómo distinguir entre ambas?
Antes de comprar un producto -un coche, ropa, zapatos, cosméticos o cualquier otra cosa sin la cual sientes que te mueres- sigue “la regla del 24”. Ve a donde venden ese objeto del deseo, obsérvalo, cárgalo, acarícialo y, antes de acercarte a la caja, salte de la tienda (deja el objeto en su estante primero, éste no es un manual de delincuencia). Espérate 24 horas y olvida el tema. Regresa después de este plazo a la tienda y evalúa dos cosas: la primera es que sigues viva (no te moriste por no haberlo comprado), y la segunda es si tu necesidad sigue siendo igual de inminente… Lo más probable es que no, que la calentura haya pasado y que tu opinión sea más objetiva.
Compara precios. No estamos muy acostumbradas a hacerlo (da un poquito de flojera y le quita espontaneidad a las compras), pero es fundamental. Desde comida y útiles escolares hasta ropa y tecnología, la diferencia de precio y condiciones (nivel de garantía, servicio posventa…) puede ser increíble, literalmente no creíble.
Ojo, no es cuestión de perder el tiempo y pasarse todo el día persiguiendo el precio más barato de jitomate. Simplemente se trata de usar la cabeza. Para tus compras normales (super, tintorería, manicure), acude al lugar que en promedio tenga mejores precios; aun cuando algunos productos sean menos baratos, vigila que el total de la cuenta sea el más bajo. Para tus compras específicas (las que salen de lo cotidiano), compara entre tres o cuatro lugares antes de decidir en dónde comprar. Una buena arma para comparar precios sin salir de casa es el internet, ya sea en las páginas de cada tienda o en sitios como la Profeco en México (www.profeco.gob.mx) o el Consumer Report en Estados Unidos (www.consumerreports.org), que se dedican a hacer estudios del precio de cientos de productos.
Cuenta hasta tres… preguntas. Antes de desenvainar la espada, perdón, la cartera, pregúntate lo siguiente:
¿Realmente lo necesito?
¿Éste es el mejor precio al que lo puedo comprar?
¿Algo más barato lo puede sustituir?
Puede parecer engorroso hacer el esfuerzo de responder esto en cada compra, pero si lo haces conscientemente por dos o tres semanas (apunta las preguntas en un papel y guárdalas dentro de tu cartera) tu cerebro se acostumbrará a hacer el cuestionamiento de manera automática.
La palabra más peligrosa: barata… Y sus corolarios “descuento”, “precio de mayoreo”, “compra dos y llévate tres” o “gratis en la compra de…”. Nuestro cerebro está programado (por generaciones de matriarcas compradoras) a asumir que cualquier producto con alguno de estos calificativos es automáticamente una buena compra. Error. Comprar sólo con base en un menor precio hace que compremos cosas que no necesitamos y que no vamos a usar, por lo que aun el precio “bajo” es dinero tirado a la basura. Antes de aprovechar una barata, pregúntate si es algo que realmente vas a usar (unos pantalones de lycra acampanados, aun cuando tengan el 85% de descuento, no los vas a usar jamás salvo que trabajes de corista).
Tampoco compres lo que venden tus amigas y que acabas adquiriendo por pena o por compromiso. Ni siquiera veas los catálogos que te ofrecen para no sentirte obligada.
La segunda palabra más peligrosa: regalos. Hay que comprar regalos de cumpleaños para familiares y amigos… Hay que comprar los regalos del día de las madres… de navidad… para la boda de la hija de la amiga de mi prima. ¡Y nos preguntamos en qué se nos va el dinero! La hipoteca de la casa de tus sueños está invertida en regalos de fiestas (y a la mitad de la gente a la que se los diste ya no la soportas). Recorta tu lista de compromisos al máximo, lo peor que puede pasar es que ellos no te correspondan (de todos modos sus regalos son terribles). En vez de hacer un obsequio, opta por “agasajar” al festejado con una tarjeta, un telefonazo o un correo electrónico. Cuando dar un regalo es inevitable, procura establecer un presupuesto no acorde a lo mucho que quieres a la persona, sino a lo mucho que quieres ser Millonaria.
Vive en efectivo. Las tarjetas de crédito y de débito nos hacen perder la noción de lo que es caro o barato y de si gastamos mucho o poco. Lleva en tu cartera sólo una para emergencias (y no, ¡esas sandalias de diseñador no son una emergencia!). Para el resto de tus compras usa sólo efectivo. La mecánica de sacarlo de la cartera te hace más consciente de lo que estás gastando y, además, cuando se acabó, se acabó (más sobre tarjetas de crédito en las siguientes páginas).
Anticipa. Los periodos típicos de consumo, como fin de año o regreso a clases, son en los que más se descontrola nuestro gasto porque los precios suben y las prisas nos hacen pagar de más. Anticipa estas compras inevitables por un par de meses: compra los regalos de fin de año en septiembre y los de regreso a clases en junio.
Fáciles pero letales. Las compras por televisión o por internet son la manera más sencilla de desperdiciar tu dinero. Nunca sabes bien a bien lo que estás comprando y la facilidad del trámite y las supuestas “promociones” que ofrecen provocan que pierdas momentáneamente la razón. Evítalas. Sabes muy bien que esa crema reductiva que parecía mágica a las 3 de la mañana será, al recibirla, poco más que vaselina.
Una rebajita por amor de Dios. ¿Te da pena pedir descuentos? ¡Pena correr desnuda y que nadie te voltee a ver! Pedir un descuento en las compras (fuera del supermercado, en todas las demás lo puedes intentar) no sólo te conviene a ti, es un arma que usan las empresas para promover la lealtad de sus clientes. Es increíble cuántas empresas te otorgan una reducción al precio con tan sólo pedirla. ¡Anímate! Lo peor que puede pasar es que te digan que no. Pide también tarjetas de lealtad en las tiendas que frecuentes.
No juegues. Lo que era considerado un pasatiempo masculino (no hay nada con más testosterona que un cuarto de apuestas lleno de humo de puro) se está convirtiendo, cada día más, en una actividad femenina. No gastes tu dinero en esto. Punto. El dinero se va como agua ya que en la emoción es difícil ponerse límites de lo que vas a gastar (“un poquito más, un poquito más”); además, las posibilidades de ganar son mínimas; es más probable ser electrocutada por un rayo que sacarse el premio de la lotería o pegarle al jackpot. Si quieres tirar tu dinero, regálaselo a alguien, por lo menos así ganarás un amigo.
Después de la compra. Las buenas compras no acaban en el momento en que llegas a tu casa con las bolsas. Para ser una buena gastadora tienes que preocuparte por mantener tus cosas en la mejor condición. Da mantenimiento regularmente a todos los objetos que lo necesiten. Revisar cada seis meses tu computadora, cambiarle las tapas a tus zapatos o enviar tu coche al taller es un costo mínimo si lo comparas con tener que remplazar las cosas por descuido o hacer reparaciones mayores. Guarda, también, todas las garantías de tus productos para poder hacerlas válidas en caso necesario.
Ayuda con el corazón y con la cabeza. Ser Cabrona y Millonaria no te exenta de donar dinero a la gente que lo necesita, pero te obliga a hacerlo de una manera crítica e inteligente. Evita dar limosnas en la calle y otorga una cantidad mensual o anual a una o dos instituciones de tu elección que canalicen bien y con provecho tu dinero a las causas cercanas a tu corazón. Pídeles un informe de actividades y revísalo para vigilar que tu dinero esté siendo utilizado de manera correcta y con buenos y tangibles resultados.