V
—¿Qué es lo que ha pasado con Urm? —preguntó Kostenko—. ¿Y qué es un reflejo espontáneo?
Muerto de fatiga, después de aquella noche tan agitada, Nikolai Petrovich respondió:
—Verás, Urm ha sido construido por encargo del Departamento de comunicaciones interplanetarias. Lo que le distingue de los otros robots es que ha sido concebido para trabajar en unas condiciones que ni siquiera el programador más genial puede prever. Por ejemplo, en Venus. ¿Quién puede saber cuáles serán las condiciones? Tal vez está enteramente cubierto por el mar, o por los desiertos, o por la selva, o por lavas ardientes. No es posible enviar hombres allí. Sería demasiado arriesgado. De manera que se enviarán Urms, docenas de Urms. Pero, ¿qué programa se les debe imponer? Lo malo del asunto es que el nivel actual de la cibernética no permite enseñarles a «pensar» de un modo abstracto...
—¿O sea?
—Imagina que enviamos un robot a explorar un lugar desconocido: a averiguar cuál es la actividad del terreno, a descubrir yacimientos minerales, a estudiar la flora, la fauna, etcétera. Queremos que de la vuelta al lugar en cuestión y luego que atraviese el círculo así trazado por el centro, de norte a sur. Si sabemos que el terreno es llano como esta mesa el robot puede ser sumamente simple: un par de receptores, una brújula giroscópica, algunos relés. Decenas de millares de máquinas de ese tipo conducen actualmente los tractores y las segadoras-trilladoras en los campos soviéticos. Para ello, repito, es necesario que el terreno sea relativamente llano. Pero, si el terreno es accidentado, cortado por barrancos, ríos profundos, pantanos, etcétera, nuestro robot corre el peligro de despeñarse, de ahogarse o de hundirse en el fango. En previsión de tales eventualidades, debemos dotarle de un «cerebro» más complejo, proporcionarle un programa mucho más detallado. Por ejemplo, podemos «enseñar» al robot a buscar los vados, prohibirle que se aventure en los parajes profundos, que se acerque al borde de los barrancos. Se le puede enseñar a evitar los obstáculos, o, si es posible, a superarlos, utilizando diversos dispositivos, tales como el potente sistema de equilibrio de Urm, o sus brazos y sus piernas... Por eso le hemos dotado de brazos y de piernas, ya que las ruedas o las cremalleras no resultan convenientes en muchos casos.
—Todo eso está claro —dijo Kostenko, impaciente—. Lo que me interesa...
—Otra cosa —continuó Nikolai Petrovich, impasible—. Digamos que nuestro programa prevé el caso en que el robot se encuentre con una pared: hay que enseñarle a buscar una abertura, o una puerta.
—Comprendo —dijo Kostenko.
—Por eso, Piskunov propuso crear un robot que estableciera su programa por sí mismo. El «cerebro» de Urm está dotado de un programa que le incita fundamentalmente a llenar las células vacías de su memoria. En otras palabras, hemos inculcado a Urm la «pasión» de experimentar, de tratar de aprender cosas nuevas. Ese programa (que nosotros llamamos programa interno) ha sido aplicado sobre el programa principal y se encuentra en interacción con él. Piskunov contaba con que Urm, al encontrarse ante un factor imprevisto, no retrocedería ni pasaría de largo, sino que trataría —dentro del marco de las posibilidades ofrecidas por el programa principal— de averiguar de qué se trataba, y, a continuación, superaría el obstáculo si era superable, o utilizaría esos nuevos conocimientos en beneficio del programa principal. Es decir, que sin la ayuda del hombre Urm debía escoger la línea de conducta más ventajosa en cada caso determinado. Es el modelo de «cerebro» más perfeccionado del mundo. El resultado ha sido inesperado. A decir verdad, teóricamente creíamos que era posible, pero en la práctica...
»En resumen, la combinación del programa interno y del programa principal ha engendrado millares de nuevas posibilidades, que no habíamos previsto, de reacción a las influencias exteriores. Piskunov las ha calificado de reflejos espontáneos. Esos pequeños programas surgidos espontáneamente han ahogado, por así decirlo, al programa principal. El programa interno se ha convertido en decisorio, y Urm ha empezado a conducirse a sí mismo.
—¿Qué haremos ahora?
—Vamos a seguir otro camino. Vamos a perfeccionar las capacidades analíticas del «cerebro», el sistema de recepción...
—¿Y el reflejo espontáneo? ¿Nadie se interesa por él?
—Desde luego que sí. Piskunov tiene ya una idea... Resumiendo, los Urms serán los primeros en visitar los planetas desconocidos y las profundidades oceánicas. No será necesario arriesgar vidas humanas. En fin, ¿qué te parece si vamos a acostarnos? Vas a trabajar con nosotros y lo sabrás todo, te doy mi palabra.