VI

Al atardecer se reunieron en torno a la fogata, como de costumbre.

—Verán, geológicamente este lugar tiene el aspecto típico de las zonas que contienen uranio. No hace falta profundizar más: todos ustedes conocen ese mineral. Pero localizar el uranio es harina de otro costal. En primer lugar, está la posibilidad que éste no existiera, después de todo, o que se encontrara disperso en cantidades insignificantes en el granito. Las mariposas fueron las que me sugirieron la posible existencia de un depósito abierto en un lugar próximo. Ya saben que la radioactividad provoca mutaciones en los insectos. Y nunca había visto tantas mutaciones como las que observé en la confluencia de los dos torrentes. Por eso Olga no pudo reconocer a una mariposa vulgar.

»No tardé en localizar los abruptos límites de su hábitat. Se encontraban en la zona de la cascada. Las mutaciones eran sumamente raras corriente arriba, y abundantes corriente abajo, posiblemente arrastradas por el viento, que aquí sopla siempre en la misma dirección. De modo que empecé a explorar la zona.

»El agua y los guijarros resultaron ser muy poco más radioactivos de lo normal; en consecuencia, si había uranio por los alrededores no estaba en contacto directo con el agua. Sin embargo, era evidente que las mariposas locales estaban expuestas a altos niveles de radioactividad en su fase de crisálidas. Esto me indujo a buscar una profunda grieta en la roca donde pudieran madurar las crisálidas.

»Entonces fue cuando descubrí la cueva de Gamayun.

»Sus notables cualidades debieron ser conocidas por los hombres de la Edad de Piedra. Posiblemente, la cueva y todo el acantilado fueron lugares sagrados en aquella época y utilizados para la celebración de ritos paganos. Ese debió de ser también el tema de las figuras esculpidas en la roca.

»Todo eso era muy circunstancial, desde luego, y yo nadaba en un mar de dudas. Traté de llegar a la cueva por mis medios y fracasé. La ascensión era demasiado peligrosa. Perdí los prismáticos en el intento, y decidí limitarme a tomar unas fotografías con teleobjetivo de la fachada del acantilado.

»Sin embargo, la leyenda que Papi nos contó dio un nuevo rumbo a mis especulaciones. Una cueva en la que una muchacha había perdido su fuerza y su belleza sólo podía ser una cueva radioactiva. La misma podía haber matado a Gamayun. Pero en una leyenda profundamente arraigada en el folklore los hechos son inseparables de la fantasía. En ésta, por ejemplo, se atribuye a Gamayun el esculpido de unas figuras que existían desde hacía milenios. De modo que todo el resto podía ser también pura fantasía. Y aunque personalmente estaba casi convencido, no dije nada a nadie y me aventuré por mi cuenta y riesgo. Lo cual casi me costó la vida.

»La prueba definitiva demostrando que la cueva era radioactiva fue proporcionada por la momia. El blanco de sus ojos, sus dientes y sus uñas eran fosforescentes debido a una prolongada exposición a la radioactividad. No había señales de descomposición, porque la radioactividad mató los microbios. Pero sólo obtuve esa prueba cuando me había convertido en un prisionero y estaba destinado a ocupar un lugar junto a Gamayun.

»Escribí mi mensaje, lancé unas cuantas copias por la abertura de la entrada con la esperanza que alguien las recogiera, y me preparé para lo inevitable... Pero entonces se me ocurrió una idea. Recordarán que en la leyenda se mencionaba una flor voladora. Podía tratarse de una mariposa... Incluso me pareció recordar haber leído una metáfora similar en un poema persa.

»Recordarán también lo intrigados que quedamos al contemplar cómo agitaban sus alas las mariposas. Partiendo de la hipótesis que los movimientos de las alas provocaban el impulso por medio del cual se comunican las mariposas, empecé a trabajar.

»Sabía que Olga estaría estudiando sus mariposas en aquel preciso instante. De modo que capturé la mariposa más llamativa cuando estaba a punto de volar hacia el exterior y la coloqué en la abertura. El resto lo hice con la ayuda de dos alfileres. Podrán imaginar fácilmente mi alegría cuando vi que una de las mariposas que revoloteaban por el exterior se posaba sobre una roca y empezaba a abrir y a cerrar las alas al compás con las del ejemplar que yo estaba manipulando. Al parecer, la mayoría de las mariposas locales decidieron realizar sus ejercicios físicos en clave Morse...

»No estoy seguro de lo que los doctos entomólogos opinarán sobre el caso. Es posible que afirmen que no puede haber sucedido nada semejante. Pero lo cierto es que ha sucedido, por inexplicable que resulte.

»Al cabo de dos horas, noté que alguien tiraba de la cuerda que había dejado caer a través de la abertura. Era Nikolai y llegaba muy a tiempo. Tiré a mi vez de la cuerda y encontré un cartucho de dinamita atado a ella. El resto fue fácil.

»Ahora, permítanme una observación: para un científico, el conocimiento y la oportunidad de aumentarlo deben ser las dos cosas más importantes. Y, créanme, el cargo que ocupa, las hileras de letras que pueda imprimir detrás de su nombre en las tarjetas de visita, el sueldo que gane..., todo eso es secundario.

Aquella noche, Zavyalov y Olga fueron los últimos en abandonar la fogata. El geólogo anotaba los últimos acontecimientos en el diario de la expedición y la joven, sentada en el suelo con los brazos alrededor de sus rodillas, contemplaba los rescoldos moribundos de la fogata.

—Sergei Andreyevich, ¿le importaría contestarme a una pregunta muy personal?

—¿Muy personal? No, desde luego que no.

—¿Por qué no se ha casado?

Zavyalov quedó completamente desconcertado. No se daba cuenta que una mujer puede detectar el amor que inspira a un hombre con mucha más facilidad que un geólogo puede localizar un depósito de uranio. Sin embargo, miró a Olga directamente a los ojos al contestar:

—Si lo deseas, te lo contaré todo. A ti y a nadie más... Pero no aquí: en Moscú, cuando regresemos de nuestro viaje de prácticas.