V

La tradición exigía que todos los participantes en el proceso estuvieran presentes en la sala. En virtud de aquellas mismas leyes, que no figuraban escritas en ningún código, acusadores y defensores acudían siempre vestidos de negro. Los historiadores afirmaban que la costumbre se remontaba a aquellos tiempos lejanos en que se juzgaba a los hombres; al parecer, los jueces iban vestidos de negro.

Llegó el día del proceso.

Como de costumbre, se informó a los asistentes acerca de los antecedentes del caso. Inmediatamente después se encendieron seis enormes círculos sobre las cabezas de los asistentes y en cada uno de ellos apareció una imagen ampliada del tántalo-I, como se llamaba ahora al antepasado de todos los tántalos. Los seis se agitaban al mismo ritmo, realizando los mismos movimientos, como si se tratara de ejercicios rítmicos en el curso de un desfile deportivo. Efectivamente, era un desfile. Los tántalos se sucedieron unos a otros, hasta el último, el décimo, descubierto recientemente en las islas Salomón.

A continuación se enumeraron los delitos de los acusados.

En una pantalla aparecieron las cañas de azúcar marchitas de las plantaciones de Jamaica, y los elefantes de África tumbados en el suelo, sin fuerzas.

—Sin embargo, no se trata únicamente de los elefantes —subrayó el locutor—, sino también de los experimentos de Ngarroba.

Naturalmente, Bartch estaba al corriente de aquellos experimentos, que habían dado mucho que hablar. Habiendo descubierto el cadáver de un mamut conservado en la capa de congelación perpetua de Siberia, Ngarroba había conseguido reanimar algunas de sus células, en particular las células reproductoras, las cuales había inoculado a veinte elefantes de la reserva de África. Si el experimento tenía éxito, Ngarroba esperaba obtener un híbrido de elefante y de mamut. Por el mismo medio y utilizando otra porción de células de mamut reservadas a propósito, sería posible obtener una segunda generación de animales que serían mamut en sus tres cuartas partes. Y admitiendo que el experimento pudiera prolongarse hasta el final, la cuarta generación estaría constituida por mamuts casi «pura sangre», ya que la aportación «elefante» sería de 1/16, casi insignificante.

Con aquellos mamuts, Ngarroba proponía poblar la Antártida, la única parte del mundo donde la fauna era aún muy pobre.

El tántalo había hecho fracasar el primer experimento. Por culpa suya se había perdido una generación de mamuts.

—Eso es suficiente para que el tántalo sea condenado severamente —dijo el vecino de Bartch.

Pero aquél no era su único delito. La Oficina de Planificación citó las cifras: millares de toneladas de caña de azúcar perdidas, además de las complicaciones derivadas de la cuarentena que fue necesario aplicar a varias regiones. Las maldades de aquel virus de múltiples rostros habían costado muy caras a la Humanidad.

—Sin embargo —declaró el locutor—, para ser objetivos hay que señalar que el tántalo también es útil, muy útil. Se ha demostrado que favorece el crecimiento de las plantas. Incluso el de la caña de azúcar, durante la primera fase de la enfermedad. Uno de los tántalos, el número 4, ejerce una influencia sobre el crecimiento del bambú. Como es sabido, el bambú crece muy aprisa, pero bajo la influencia del tántalo su crecimiento puede apreciarse a simple vista. Además, la estructura de sus fibras mejora, su madera se hace más sólida y más flexible. El «bambú de tántalo», como ahora se le llama, está considerado como el mejor de todos para los trabajos de artesanía.

Bartch esperaba con impaciencia que el locutor se refiriese al problema cuya solución le había costado tantos esfuerzos.

Finalmente, el locutor dijo:

—El tántalo vivió tranquilo e inofensivo en el curso superior del Amazonas mientras el hombre, extendiendo su actividad a todo el planeta, no pisó aquellos parajes remotos. Las talas de árboles efectuadas en la selva virgen permitieron al sol penetrar en ella. La construcción de carreteras, de pueblos y de fábricas hizo llegar a aquellas regiones diversos productos químicos con los cuales el tántalo no había estado nunca en contacto. Y se mostró muy sensible a la acción de algunos de ellos. No sólo a la del manganeso, que provocó la aparición del tántalo-3, sino también a la de la cal común. Todo eso ha provocado el nacimiento a un ritmo acelerado de nuevas formas del virus y la modificación de sus propiedades.

»Se trata ahora de decidir lo que vamos a hacer con él.

—Hay que encarcelarle —dijo el vecino de Bartch que había sido el primero en hablar—. Inmediatamente. Hay que aislarle, del mismo modo que se aísla a los locos. Nunca puede decirse lo que un loco hará dentro de un segundo. Y lo mismo puede afirmarse del tántalo.

—¿Cómo? ¿Encarcelar a un virus que posee tantas cualidades? —se asombró Svensen—. ¡Eso no ha ocurrido nunca desde que existe la prisión de microbios!

—¿Renunciar a la posibilidad de acelerar el crecimiento de las plantas? ¿Renunciar al bambú supersólido? —añadió otro defensor del tántalo.

—Habría que renunciar también a la pérdida de la caña de azúcar y a las enfermedades de los elefantes —intervino una voz irónica desde el otro extremo de la sala.

—¡Existen remedios eficaces contra los tántalos 2 y 3!

—Sí, pero, ¿quién sabe lo que nos reserva el tántalo-11? Como siempre, cada uno trataba de hacer prevalecer su opinión.

Svensen era el más encarnizado:

—Si interrumpimos el experimento desarrollado de un modo espontáneo por la naturaleza —decía—, hay muchas cosas que no sabremos, o que no descubriremos en nuestros laboratorios hasta dentro de veinte o de treinta años, quizás.

—¿Qué es más importante: el hombre o el microbio? —replicó el representante de la Oficina de Planificación—. Y, ¿por qué hablar del papel de la naturaleza? A fin de cuentas, no ha sido la naturaleza, en la cual vivía tranquilo desde hacía millares de años, lo que ha provocado la actividad del tántalo, sino el hombre. En realidad, toda la actividad desplegada en estos últimos tiempos por el tántalo es una verdadera revuelta contra el hombre y su obra...

—¡No olvide el bambú! —gritó alguien.

Varias personas pulsaron sus botones al mismo tiempo solicitando el uso de la palabra. El locutor no podía atender todas las peticiones. En el momento en que las pasiones habían alcanzado su paroxismo, resonó la voz de Karbychev:

—¡Deseo formular una propuesta!

La sala quedó en silencio. El fundador de la reserva era muy conocido y siempre se tenían en cuenta sus opiniones.

—Propongo lo siguiente —dijo Karbychev—. Encarcelar a los tántalos de todos los tipos, sin excepción; fuera de la prisión, destruirlos. En la prisión, hay que reservarles un edificio especial, con un laboratorio para cada tipo y una treintena de laboratorios de reserva para los que puedan surgir. Reemplazaremos el experimento espontáneo de la naturaleza por unos experimentos organizados y planificados, utilizando todos los medios que disponemos para actuar sobre los microorganismos. Y cuando hayamos obtenido unas formas estables y útiles, las dejaremos en libertad.

La propuesta fue puesta a votación. El resultado fue de 500 votos a favor y ninguno en contra.

Adversarios y defensores del tántalo que hacía unos instantes discutían ásperamente, se dirigieron hacia la salida.

El locutor anunció al mundo entero la decisión que acababa de adoptarse.

Karbychev charlaba con Ngarroba y Sun-Lin. Los tres interrumpieron su conversación para mirar atentamente a Bartch, que se acercaba a ellos.

—¿Sabe una cosa? —dijo Karbychev—. Me parece que no le queda ya nada que hacer en la Tierra. Lo que hoy hemos presenciado es sin duda el epílogo de la última revuelta de la naturaleza contra el hombre en nuestro planeta. En cambio, Venus está infestado de microorganismos que nadie conoce. Es, por así decirlo, una inmensa reserva. La naturaleza en estado salvaje. Y el peligro que acecha a cada paso. Preparamos actualmente un primer grupo para la estación científica permanente que será instalada en Venus. ¡Piénselo! Tal vez le tiente la aventura...