III

—¡Pensar que pudiste quedarte dormido mientras Papi contaba una leyenda tan maravillosa! No eres humano, Nikolai. En tu corazón no hay ni una chispa de vida.

—Soy geólogo, Olga. Las leyendas me interesan cuando tienen algo que ver con mi trabajo. Pero lo que Papi contaba era el conflicto habitual: hija guapa, padre tirano y, desde luego, pretendiente pobre pero valiente...

—¿Y qué me dices de las llores voladoras? Incluso Sergei Andreyevich dice que nunca había oído esa imagen.

—Las flores voladoras pueden interesar a los botánicos, pero yo soy geólogo. —Deja de repetir que eres geólogo. Sergei Andreyevich también es geólogo, pero se interesa por muchas cosas: arqueología, etnografía, medicina china... ¿Y sabes en lo que es más experto?

—No.

—En prospecciones en otros planetas. Incluso ha escrito poesías sobre los vuelos espaciales.

—¿Cómo lo sabes?

—En el Instituto recuerdan sus versos, incluso los que escribió en su época de estudiante. ¿Quieres que te recite alguno?

—Si no hay más remedio...

Zavyalov hizo una mueca. Al parecer, los jóvenes no se habían dado cuenta que él había regresado y podía oírles desde la tienda. Pero, ¿cómo había conseguido obtener sus poesías aquella inquisitiva jovencita?

Ahora ya no escribía poesías. Hacía cinco años que Rita se había casado y aún se sentía aturdido por el golpe. Trabajando como un forzado, leyendo, investigando..., cualquier cosa que le ayudara a olvidar. Tal vez no debió portarse de aquel modo. A fin de cuentas, había sido él quien rompió con Rita, porque ella no quería adaptarse a sus puntos de vista. Tal vez debió adaptarse él a los puntos de vista de Rita... En tal caso, Rita no se hubiera convertido en la esposa de aquel tipo. Pero Rita era muy aficionada a los refranes. «Vale más pájaro en mano que ciento volando», por ejemplo. Y el otro tipo había sido el pájaro en mano para ella.

«No sabes desenvolverte en la vida», le había dicho Rita, aludiendo a su desinterés por alcanzar una posición cómoda y bien retribuida, prefiriendo una tarea activa y útil.

Sí, sabía como conseguir lo que deseaba; lo malo era que sus objetivos en la vida no coincidían con los de Rita, que sus respectivas ideas sobre la felicidad eran distintas. Pero, ¿qué es la felicidad?

La noche anterior Papi dijo que el hombre no puede vivir sólo de amor. Pero, ¿puede vivir el hombre sin amor? Él había vivido..., durante cinco años. Pero, ¿podía llamarse vida a aquello? Sí, desde luego, trabajar en lo que a uno le gusta es lo esencial en la vida, y él había elegido correctamente. Entonces, ¿por qué todos aquellos recuerdos? Y, ahora, esta jovencita, Olga...

Fuera, el aullido del viento en la quebrada se unía al fragor del torrente precipitándose en su lecho de roca. Un fondo muy adecuado a los versos sobre la conquista del espacio que una voz femenina y juvenil recitaba con gran sentimiento:

¡Un viaje emocionante! Aunque los cielos terrestres

parecen azules y claros, en nuestra ruta a través del espacio

surgirán innumerables obstáculos y peligros:

tormentas magnéticas, enormes meteoros, rayos cósmicos...

¡Pero, triunfaremos! ¡Sí, triunfaremos! Y allí,

más allá del alcance del sueño de ningún poeta,

allí, acechándonos, nuestro objetivo: otra estrella

brillará misteriosamente

a través de la interminable oscuridad...

Ante nuestras miradas, fantástico y austero,

un nuevo mundo surgirá...

La voz se interrumpió bruscamente. Siguió un breve silencio. Luego, el diálogo de nuevo.

—¡Vaya con tu Sergei Andreyevich! Un hombre que es capaz de escribir esos versos, y aquí le tienes, trepando por las rocas con nosotros... ¿Es esa tu idea de la vida: tienda, fogata y todo esto?

—¡Cállate, Nikolai! —casi gritó Olga. Zavyalov imaginó un bello rostro enfurecido, con unos ojos ardientes, ahora mucho más oscuros que de costumbre—. ¡No sabes lo que dices! Sergei Andreyevich ha recibido varias invitaciones de su Instituto y de la Academia de Ciencias... Sus artículos son citados en los libros de texto. Y tú..., tú eres un simple colegial comparado con él.

—¡Caramba, querida, nunca imaginé que podrías descargar sobre mis débiles hombros ese torrente de elocuencia! —Nikolai parecía estar despechado por la actitud de Olga—. De acuerdo. Le invitaron y rechazó la invitación. Él es un genio y yo soy un colegial. Pero lo único que intentaba decirte era que, en mi opinión, Sergei Andreyevich quiere tocar demasiadas teclas al mismo tiempo. Y lo mismo digo de ti. ¿A qué viene ahora tu interés por las mariposas? ¿Qué es lo que ves en ellas? ¿Comprendes lo que quiero decir?

Había llegado el momento de poner punto final a aquel involuntario fisgoneo. Zavyalov tosió. Las voces callaron bruscamente.

Zavyalov salió de la tienda y se acercó al cobertizo.

—Bueno, ¿qué están haciendo?

—Yo clasifico las muestras y Olga se divierte con sus mariposas.

La respuesta de Nikolai era un reto evidente, pero Zavyalov decidió ignorarlo. Hojeó el libro-registro de Nikolai, haciendo unas cuantas observaciones casuales. El joven conocía perfectamente su trabajo. Luego se volvió hacia la muchacha, que estaba inclinada sobre una caja cubierta con un cristal. Debajo del cristal habían unas cuantas mariposas como las que Zavyalov había visto junto a la cascada.

—¿Verdad que son encantadoras? —dijo Olga—. Si no me equivoco, esta es una especie que no ha sido descrita hasta ahora.

—Pues te equivocas. Se trata de una especie vulgar, aunque muy cambiada debido a ciertas condiciones ambientales.

—¿Qué condiciones?

—La radioactividad. Mira todas esas mutaciones, en forma, color y tamaño. A propósito, ¿dónde las has recogido?

—Junto a la cascada. Fui a echar un vistazo a la cueva de Gamayun. Y, ¿sabe usted que no está tan poco hollada por el hombre como parece? Ha sido visitada por más de una persona, y no hace demasiado tiempo.

—¿Qué te hace creerlo?

—Vea lo que he encontrado allí.

Olga le mostró los destrozados restos de unos prismáticos. Los ojos de la joven estaban llenos de ansiedad.

—No tienes por qué preocuparte, Olga: eso son los restos de mis prismáticos, que se me cayeron accidentalmente al agua. Pero, ¿qué es lo que te interesa de esas mariposas?

—Cuando era niña tenía mucha afición a coleccionar toda clase de insectos. En realidad, es muy interesante. Se trata de un mundo aparte, lleno de sus propios misterios. ¿Sabe usted, por ejemplo, que una mariposa puede localizar a otra a una distancia de casi un kilómetro sin verla?

—Sí. Dicen que las mariposas tienen muy desarrollado el sentido del olfato.

—No —denegó Olga, sacudiendo la cabeza—. Creo que la respuesta no es esa. Por desarrollado que tenga el sentido del olfato, le serviría de muy poco en unos parajes llenos de flores y, consiguientemente, de innumerables aromas de diversa intensidad. ¿Es posible separar un leve olor individual de una borrachera de olores? Estoy convencida que tiene que ser otra cosa. Hoy he realizado un pequeño experimento. He colocado una mariposa debajo de un cubilete, separándola de otra mariposa por medio de un pequeño biombo de cartón.

—¿Y qué has descubierto?

—He repetido el experimento varias veces y en todas las ocasiones la segunda mariposa se dirigía directamente al cubilete y empezaba a revolotear a su alrededor.

—¿Cómo te explicas eso? ¿Telepatía?

—No lo sé. Desde luego, las mariposas no piensan, pero pueden emitir algunas ondas de radio. Y localizarse unas a otras como por medio de una señal de radio.

«Ayer quedé impresionada al ver cómo abrían y cerraban las alas rítmicamente, todas al mismo tiempo, con una perfecta sincronización de movimientos. Desde luego, podían verse unas a otras. No creo que la telepatía tenga nada que ver con ello.

—Bueno, vamos a ver.

Olga levantó la tapa de cristal que cubría la caja. Una de las mariposas echó a volar. Las otras se quedaron donde estaban y empezaron a mover sus alas al unísono. Aunque estaban muy separadas, parecían operar como componentes idénticos de un solo mecanismo. Olga tomó un trozo de cartón y lo introdujo verticalmente en la caja, cortando en dos el grupo de mariposas. Los movimientos de las alas en los dos grupos continuaron siendo idénticos.

—¿Se da usted cuenta, Sergei Andreyevich? No es la vista, es otra cosa.

Zavyalov estaba visiblemente interesado. Y le gustaba la sencillez y la eficacia con que Olga había realizado aquel pequeño experimento. De modo que no era la vista. ¿Qué era, entonces? ¿Ondas de radio? ¿Algún tipo de leves oscilaciones, no detectables por cualquiera? Y en caso afirmativo, ¿se trataba de algo endémico, o común a todos los lepidópteros?

El problema merecía ser estudiado más a fondo. En este caso, la naturaleza podía haber utilizado algún nuevo principio del que podía beneficiarse el hombre. No sería mal asunto, por ejemplo, desarrollar un receptor-transmisor de un alcance de un kilómetro y cuyo peso fuese equivalente al de una mariposa. Resultaría cien veces más ligero que los tipos existentes.