V — «Ring no será nunca un ser humano»
27 de marzo. Tengo la impresión de encontrarme en el gabinete de trabajo de Fausto. El laboratorio del profesor Wagner es extraordinario. ¿Qué es lo que no hay en él? La física, la química, la biología, la electrotecnia, la microbiología, la anatomía, la fisiología... Parece que no existe ningún campo que no interese a Wagner, o Wag, como él pide que le llamen. Microscopios, espectroscopios, electroscopios... Toda clase de «scopios» que permiten ver lo que es inaccesible al ojo humano. Y los mismos «equipos» para el oído: unos «microscopios» para el oído con ayuda de los cuales Wagner oye millares de ruidos nuevos: «El desplazamiento debajo del agua de los monstruos submarinos, el crecimiento de una viña lejana». Vidrio, cobre, aluminio, caucho, porcelana, ebonita, platino, acero; todo bajo unas formas y unas combinaciones de lo más diverso. Redomas, serpentines, probetas, lámparas, bobinas, espirales, cordones, interruptores, conmutadores, botones... Todo ello es un reflejo de la complejidad del cerebro del propio Wagner. Y en la estancia contigua Wagner cultiva tejidos del cuerpo humano, alimenta a un dedo vivo cortado a un hombre, el ojo de un conejo, el corazón de un perro, la cabeza de un carnero y... el cerebro de un hombre. ¡Un cerebro vivo, pensante! Yo estoy encargado de atenderlo. El profesor charla con ese cerebro, apoyando un dedo sobre su superficie. Ese órgano humano está alimentado por una solución fisiológica especial, y yo debo rezar porque esté siempre fresca. Desde hace algún tiempo Wagner ha cambiado su composición, con objeto de sobrealimentar al cerebro, y, ¡cosa rara!, el cerebro ha empezado a aumentar de volumen. Yo no diría que ese cerebro resulta un espectáculo agradable a la vista.
29 de marzo. Wag discute animadamente algún asunto con el cerebro.
30 de marzo. Esta tarde, Wag me ha dicho:
—Es el cerebro de un joven científico alemán, Ring. Murió en Abisinia, pero su cerebro, como puede usted ver, continúa viviendo y pensando. En estos últimos tiempos ha entristecido. El ojo que le adapté ya no le satisface. Además de ver, quiere oír; no se resigna a permanecer inmóvil y desea desplazarse. Por desgracia, ha expresado su deseo demasiado tarde. Si lo hubiese formulado antes, tal vez hubiera podido satisfacer su petición. Hubiera podido encontrar un cadáver conveniente en lo que respecta a las dimensiones y transplantarle el cerebro de Ring. A condición de que el muerto hubiese fallecido a consecuencia de una enfermedad cerebral. Colocándole un nuevo cerebro, sano, habría conseguido reanimarle. Y el cerebro de Ring habría recibido un nuevo cuerpo. Habría podido gozar de la vida en toda su plenitud. Pero me entregué a un experimento sobre el desarrollo de los tejidos y ahora, como puede usted ver, el cerebro de Ring ha aumentado tanto de tamaño que no entrará en ningún cráneo humano. Por lo tanto, Ring no será nunca un ser humano.
—¿Qué quiere usted decir con eso? ¿Que Ring puede ser cualquier otra cosa excepto un hombre?
—Exactamente. Puede ser, por ejemplo, un elefante. Es cierto que su cerebro no ha alcanzado aun el volumen del de ese animal. Pero la cosa es factible. Sólo hay que esperar a que el cerebro de Ring adquiera la forma deseada. Pronto me enviarán el cráneo de un elefante; pondré el cerebro en é y continuaré haciendo crecer sus tejidos hasta que llenen toda la cavidad.
—No querrá usted convertir a Ring en un elefante...
—¿Por qué no? Ya le he hablado de ello. Su deseo de ver, de oír y de moverse es tan grande que no le importaría convertirse en un cerdo o en un perro. El elefante es un animal noble, fuerte, que vive mucho tiempo. Y el cerebro de Ring puede vivir aun cien o doscientos años. ¿Es una mala perspectiva? Ring ha dado ya su consentimiento...
Denissov interrumpió su lectura y se dirigió a Wagner.
—Dígame, profesor: ¿es posible que el elefante que nos transporta...?
—Sí, sí, posee un cerebro humano —respondió Wagner, sin dejar de escribir—. Siga leyendo y no me interrumpa.
Denissov se calló, pero no reanudó inmediatamente la lectura. La idea de que el elefante sobre el cual cabalgaban estaba dotado de un cerebro humano le parecía monstruosa. Miró al animal con una curiosidad atemorizada y un supersticioso horror.
31 de marzo. Hoy hemos recibido el cráneo de un elefante. El profesor lo ha aserrado en sentido longitudinal a través de la frente.
—Así podremos introducir y retirar el cerebro con más facilidad, cuando haya que pasarlo de un cráneo al otro —explicó Wagner.
Examiné el interior del cráneo y quedé sorprendido al ver que el espacio a llenar era bastante restringido. Desde fuera, el elefante parecía más «inteligente».
—De todos los animales terrestres —continuó Wag—, el elefante es el que tiene los senos frontales más desarrollados. ¿Ve usted? Toda la parte superior del cráneo está compuesta de cámaras de aire que un profano suele tomar por la caja craneana. Sin embargo, en el elefante, el cerebro relativamente pequeño queda oculto más allá, casi en la región del oído. Así, los disparos dirigidos contra la parte anterior de la cabeza no alcanzan su objetivo: las balas taladran algunos tabiques óseos, pero no destruyen el cerebro.
Wag y yo habíamos practicado varios orificios en el cráneo para los tubos que alimentarían al cerebro con soluciones nutritivas, y luego colocamos cuidadosamente el cerebro de Ring en una de las mitades del cráneo. No la llenaba, ni mucho menos.
—No importa, crecerá por el camino —dijo Wag, encajando en su lugar la segunda mitad del cráneo.
Confieso que no creo demasiado en el éxito del experimento de Wag, a pesar de que conozco sus numerosos inventos extraordinarios. Pero este caso es sumamente complicado. habrá que superar obstáculos considerables. Ante todo, hay que procurarse un elefante vivo. Encargar uno a África o a la India resultaría demasiado caro. Además, podría ser poco idóneo para el experimento, por uno u otro motivo. De modo que Wag ha decidido llevarse el cerebro de Ring al Congo, donde ya estuvo en otra ocasión, capturar a un elefante y practicar la operación sobre el terreno. ¡Efectuar un transplante! Decirlo no costaba nada. Pero no era tan sencillo como pasarse los guantes de un bolsillo a otro. Habría que localizar y empalmar todas las extremidades de los nervios, todas las venas y arterias. La anatomía del hombre y la del animal tienen muchos puntos en común, pero las diferencias entre ellos son también muy notables. ¿Cómo conseguirá Wagner unir esos dos sistemas? Además, esa complicada operación debe ser practicada en un elefante vivo...