V

—¿Crees que Sergei Andreyevich oyó la conversación que sostuvimos a propósito de él? Eso podría significar una suspensión para mí en la asignatura de prácticas. ¿Cómo diablos se me ocurriría expresar en voz alta la opinión que tengo de él?

—¡Te estás mostrando muy desagradable, Nikolai!

—Y a ti, ¿qué mosca te ha picado? Cumplo con mi trabajo, ¿no es cierto? Pero hay cosas que me atacan los nervios.

—El hecho que cumplas con tu trabajo no te autoriza a mostrarte tan descortés.

Nikolai no dijo nada. Por unos instantes, los dos jóvenes permanecieron absortos en sus respectivas tareas.

De pronto, Olga exclamó:

—¡Mira, Nikolai! ¿Qué es eso?

—Mariposas —respondió Nikolai en tono indiferente, tras haber echado una ojeada a la caja.

—Pero, fíjate en cómo mueven sus alas...

—Como siempre. Al unísono. Ya habías admirado el hecho en compañía de tu querido Sergei Andreyevich.

—Míralas —insistió Olga, sin tomar en cuenta las últimas palabras del joven—. Antes, siempre movían sus alas a intervalos regulares. Ahora, los intervalos son irregulares: más largos y más cortos.

—Utilizan la clave Morse, ¿eh?

—No, imposible..., un momento, dame tu lápiz.

Olga empezó a trazar puntos y rayas sobre una hoja de papel, correspondientes a los movimientos de las alas de las mariposas. No tardó en llenar unas líneas. —Ahora hay que descifrarlo —dijo la joven.

—¿Sabes hacerlo?

—Sí.

—¿Dónde aprendiste a hacerlo?

—Asistí a unos cursillos de radio en la escuela.

—¿Para qué? Ganas de perder el tiempo.

—Una pérdida de tiempo que ahora resultará muy útil. Escucha esto.

Y leyó en voz alta:

«Estoy en la cueva. Necesito ayuda. Zavyalov»