II

Nikolai y Olga se demoraron fuera del círculo de luz proyectado por la fogata del campamento. Zavyalov sospechó el motivo: Nikolai había cargado con los dos macutos, y ahora uno de ellos estaba cambiando de manos.

Su tarea durante la jornada había consistido en explorar las ramificaciones occidentales del valle.

Zavyalov quedó un poco sorprendido cuando Nikolai, un muchacho alto y delgado, le mostró su ruta en el mapa: no esperaba que hubiesen cubierto tanto terreno.

—Bueno, ¿y qué han traído?

Nikolai sacó las muestras: unas cuantas esquirlas de granito y de cuarzo, varios tipos de cristal de roca y una colección de guijarros recogidos en las orillas de los arroyos montañosos. Los guijarros eran muy útiles para determinar el tipo de roca que podía encontrarse a una altitud mayor.

Zavyalov sacó el contador Geiger y, colocándose los auriculares, revisó las muestras para determinar su contenido radioactivo (La finalidad de su expedición era la prospección de uranio).

Los granitos y los gneis provocaron los tres chasquidos habituales, en tanto que el resto no provocó ningún sonido.

—Tampoco yo he tenido suerte —dijo—. El mineral se encuentra a más profundidad. Y en abundancia, puedes creerlo. Mi olfato no me ha engañado nunca. Bueno, mañana hablaremos de negocios. Ahora, vamos a cenar.

Mientras cenaban, Zavyalov les habló de la cueva, omitiendo lo que se refería a su ascensión por considerarlo negativo desde el punto de vista pedagógico. No hay que estimular a los jóvenes para que corran riesgos descabellados. El trabajo de un prospector ya es suficientemente peligroso en sí.

Sin embargo, su relato no pareció despertar interés en los dos estudiantes, agotados después de la jornada de trabajo. Pero el cuarto miembro de su grupo, su guía, al que llamaban familiarmente Papi, dijo:

—Ese lugar es conocido como la Cruz de Gamayun, y la cueva es la Cueva de Gamayun. Pero no existe ningún camino para llegar hasta ella. Nadie la ha visitado nunca. Sólo los espíritus de la montaña pueden transportarle a uno allí. Y para ello tiene que conocer la palabra mágica.

—Dices que nadie ha estado allí... Entonces, ¿quién esculpió la cruz y las figuras?

—¡Oh! Esa es otra historia. Lo hizo Gamayun.

—Háblenos de Gamayun, Papi —dijo Olga.

—Dicen que Gamayun era un rico cazador. Avaricioso y cruel, nunca le había hecho un favor a nadie. Tenía una sola hija llamada Din, hermosa como un cuadro. No había un solo joven en la aldea que no bebiera los vientos por ella. Los hombres más ricos de la región pidieron su mano, dispuestos a pagar las dotes más fabulosas. Pero ella se enamoró de Gits, un joven que cuidaba de los rebaños de su padre. Decidieron escaparse y contraer matrimonio. «El mundo es muy ancho —le dijo Gits a su amada—. Tiene que haber otros lugares donde yo pueda derribar a una cabra montés con una flecha o alancear a un oso...» Gamayun se enteró de aquel plan —era un brujo y no se le ocultaba ningún secreto—, y la noche prevista para la fuga administró un somnífero a su hija. Luego conjuró a los espíritus de la montaña y con su ayuda la transportó a un escondite que ni siquiera Gits, que conocía las montañas palmo a palmo, descubriría nunca. Gamayun tenía sus propios planes para Din: quería casarla con un viejo muy rico de una aldea vecina y obtener por ella una dote digna de una reina. El viejo carcamal tenía ya tres esposas, pero deseaba ardientemente casarse con Din. Y en aquella época Din tenía quince años: la mejor edad para contraer matrimonio en estas latitudes.

»Durante toda aquella noche, Gits esperó a Din con un par de caballos en las afueras de la aldea. Cuando amaneció decidió que Din le había traicionado, montó a caballo y se dirigió a las montañas. Su cabalgadura estaba derrengada cuando Gits desmontó cerca de un torrente. El joven se sentó a meditar lo que debía hacer. Entretanto, Din despertó en la cueva a la cual le habían transportado los espíritus de la montaña. En la misma cueva que hoy has visto, Sergei Andreyevich. Estaba completamente empapada en agua, ya que los espíritus la habían sumergido en el torrente. Se levantó de su lecho de hierba, se asomó a la boca de la cueva y vio una pared de roca y una cascada que rugía a sus pies. ¡No había ninguna salida! ¿Qué podía hacer? Y súbitamente oyó a unas diminutas briznas de hierba que brotaban del acantilado y que le hablaban con voces humanas.

»—¿Quieres que le digamos a Gits dónde tiene que buscarte? —le preguntaron.

»—¡Oh, sí! —respondió Din.

»—¿Qué nos darás a cambio?

»—¿Qué es lo que quieren?

»—Tu belleza y tu fuerza.

»—¿Para qué las necesitan? —inquirió Din, sorprendida.

»—Necesitamos tu fuerza para aferramos mejor a la roca y luchar contra el viento. Necesitamos tu belleza para ser admiradas por todo el mundo. Mira lo débiles y feas que somos ahora...

»—¿Y qué me quedará a mí si les doy mi belleza y mi fuerza?

»—Tú tendrás tu amor. ¿No es eso lo que más anhelas?

»¿Para qué quería su belleza y su fuerza, si le faltaba su amor?, pensó Din. Y cerró el trato.

»Y en aquel mismo instante las más bellas flores brotaron ante los ojos de la muchacha. Las campanillas tomaron el azul de sus ojos, los claveles el rojo de sus labios y las violetas la blancura de sus brazos y de sus hombros. Din no sabía que todo había sido tomado de ella. Lo único que notó fue una repentina debilidad en todo el cuerpo, hasta el punto que tuvo que tenderse en el suelo, incapaz de efectuar el menor movimiento. Y cuando se miró los brazos vio que eran grises, ásperos y fláccidos como los de una vieja. Pero ni siquiera aquello la entristeció, porque ahora no había más que amor en su corazón.

»—Pero, ¿cuándo cumplirán vuestra parte del trato? —inquirió Din. Entonces, una de las flores se desprendió de su tallo, agitando sus pétalos, y echó a volar. Se remontó cada vez más alta, hasta que pudo divisar a Gits sentado junto a un torrente. Entonces se dejó caer sobre el hombro del joven y le dijo dónde podía encontrar a Din. Gits montó de un salto en su caballo y emprendió un rápido galope. Era fuerte y valiente. Pero nadie podía llegar a la cueva de Gamayun sin la ayuda de los espíritus de la montaña. Gits trepó hasta medio camino y no pudo avanzar más. De modo que quedó colgado del acantilado. Din estaba dentro de la cueva y la cascada rugía entre ellos.

»Entonces, Gits reunió todas sus fuerzas, encontró un apoyo para sus pies, se irguió en toda su estatura y gritó de un modo tal que Din pudo oírle a pesar del rugido de la cascada.

»—¡Salta sobre mí! —gritó Gits.

»La anterior Din hubiera saltado al vacío para caer en los brazos de Gits, pero le faltaron las fuerzas que había entregado y se quedó a medio camino. La cascada la apresó y tiró de ella hacia el fondo, pero Gits extendió su brazo y agarró a su amada, aunque el impacto estuvo a punto de precipitarles a los dos al vacío. Con su preciosa carga, Gits descendió por el acantilado, montó en su caballo y se alejó al galope.

»Gamayun se presentó en la cueva y no encontró a Din. Supuso que Gits se la había llevado, y se enfureció tanto que decidió que los dos jóvenes debían morir. Para que su hechizo surtiera efecto, tenía que dibujar a los que iban a atacar a Gits. Pero no tenía nada con que dibujar. De modo que tomó una roca y empezó a esculpir con ella unas figuras en el acantilado. En primer lugar envió un arquero contra Gits. El arquero disparó su flecha, pero Gits la atrapó en el aire y volvió a enviarla hacia atrás. La flecha atravesó el pecho del arquero. Aquella noche Gits era más fuerte que todos los enemigos que Gamayun había enviado contra él. En este mundo no hay nada tan fuerte como el verdadero amor.

»Cuando los amantes se habían alejado hasta donde no podía alcanzarles la magia de Gamayun, Gits desmontó y encendió una fogata. Tendió a Din en el suelo, junto al fuego, porque estaba tan débil que ni siquiera podía permanecer sentada. En su corazón sólo había amor, y no se puede vivir sólo de amor. De modo que Din murió, con la cabeza apoyada en el regazo de Gits y abrazada a su cuello.

»Dicen que Gits murió poco después. ¿Cómo podía vivir, si todas las flores le recordaban a Din: las rosas, el suave color de sus mejillas, las campanillas, el azul de sus ojos...?»

—¿Y Gamayun? —inquirió Olga en voz baja—. ¿Qué fue de él?

—¿Gamayun? Dicen que cuando se enteró de la muerte de su hija, los remordimientos empezaron a atormentarle. Tomó una roca y esculpió una cruz en el acantilado, encima de la cueva. Y los espíritus de la montaña le abandonaron, ya que la cruz les infunde un gran temor. Luego, Gamayun desapareció. Nadie sabe si murió en la cueva o si se arrojó al fondo de la cascada...

—¿Cuánto hace que ocurrió todo eso? —preguntó Zavyalov.

—Mi abuelo me contó esta historia, que le había contado su abuelo, el cual solía decir que su abuelo, cuando era joven, conoció a un anciano que en su niñez había conocido a Gamayun.

—La ha contado usted maravillosamente, Papi —dijo Olga—. ¿Cree que es una historia real?

—¿Quién puede saberlo? Supongo que las leyendas no son completamente ciertas ni completamente falsas. Y siempre contienen una lección. La moraleja, por así decirlo.

—En este caso, la lección de un amor espléndido y todopoderoso —murmuró Olga, con aire soñador—. En este mundo no hay nada tan fuerte como el verdadero amor, pero no se puede vivir sólo de amor. Muy bello..., y muy cierto. De modo que las llores alpinas tomaron su belleza de la moribunda Din... Pero, ¿qué puede simbolizar aquella flor voladora? Nunca me había tropezado con esa metáfora. ¿Y usted, Sergei Andreyevich?

Zavyalov se sobresaltó. También él se encontraba bajo el hechizo de la leyenda que acababa de contar el cazador, pero sus pensamientos habían seguido un curso distinto. Había recordado cosas de su pasado, cosas que estaban muertas pero no olvidadas. ¡Cómo anhelaba que Olga le llamara Sergei, y no Sergei Andreyevich! Era al mismo tiempo igual y distinta de la otra. Sí, desde luego, era mejor que la otra, aunque sólo fuera porque estaba allí con él, en el campamento. La otra nunca hubiese renunciado a las comodidades de la ciudad, excepto para trasladarse a alguna playa de moda.¡Cómo anhelaba...! Pero Olga no conocería nunca sus sentimientos. El tenía más de treinta años, y ella acababa de cumplir los veinte. Además, era evidente que Nikolai estaba enamorado de ella. Hacían una pareja perfecta. Y él, Zavyalov, como jefe del grupo, no tenía derecho a cortejar a una estudiante...

—¿Por qué no dice algo? ¿También usted se ha quedado dormido?

—No, estaba pensando.

—¿Había oído hablar nunca de flores voladoras en alguna leyenda popular o de otro tipo?

—No, nunca.

—Entonces, debe ser una imagen local. Por regla general, esas imágenes tienen un significado muy concreto.