IV — Wagner salva la situación
Strom recorría febrilmente su gabinete de trabajo repitiendo, en tono desesperado:
¡Estoy arruinado! ¡Estoy arruinado! ¡Se necesitará una fortuna para pagar los destrozos causados por el elefante, y Hoity-Toity morirá, de todos modos! ¡Qué pérdida! ¡Qué irreparable pérdida!
—¡Un telegrama! —dijo su criado, presentándole el papel sobre una bandeja.
«¡Esto ha terminado!» pensó el director. «Seguramente me anuncian la muerte del elefante... Vaya, el telegrama viene de Moscú... ¡Qué raro! ¿De quien puede ser?»
«Berlín, circo Busch director Strom,
Acabo de leer periódico noticia huida elefante stop exija inmediatamente policía anule orden matar animal stop uno de sus empleados debe decir elefante estos dos puntos Sapiens Wagner llega Berlín regrese circo Busch stop si no obedece pueden matarle stop Profesor Wagner»
«¡No entiendo nada! El profesor Wagner debía conocer al elefante, ya que en el telegrama menciona su antiguo nombre. Pero, ¿por qué cree que el animal, enterado de su llegada a Berlín, regresará? De todos modos, es una posibilidad...»
Tuvo que poner en juego toda su elocuencia para que el prefecto de policía accediera a «suspender las hostilidades». Inmediatamente, Young fue enviado en avión a reunirse con el elefante.
Como un verdadero parlamentario, Young agitó un pañuelo blanco y, habiéndose acercado, declaro:
—¡Querido Sapiens! El profesor Wagner le envía sus respetos, está a punto de llegar a Berlín y desea verle. Estoy autorizado para garantizarle que nadie le atacará si se decide a regresar.
El elefante le escuchó atentamente, reflexionó y luego, agarrándole con su trompa, montó a Young sobre su lomo y emprendió el camino de regreso, dirigiéndose hacia el norte. Young se encontró así representando el papel de rehén y de guardaespaldas: nadie se atrevería a disparar contra el elefante, ya que llevaba un hombre sentado sobre su cuello.
El elefante iba a pie, en tanto que el profesor Wagner y su ayudante Denissov viajaban en avión. En consecuencia, el profesor llegó a Berlín antes que él y se dirigió inmediatamente a casa de Strom.
El director había recibido ya un telegrama anunciándole que a la sola mención del nombre de Wagner Hoity había depuesto su actitud agresiva, y que se dirigía hacia Berlín.
—¿Quiere usted decirme en qué circunstancias adquirió usted ese elefante, y qué es lo que sabe de su historia? —le preguntó Wagner al director.
—Se lo compré a un tal mister Niks, comerciante en aceite y nuez de coco. Vive en el África Central, en el Congo, cerca de la ciudad de Matadi. Según él, el elefante se presentó un día en el jardín donde jugaban sus hijos y empezó a efectuar unas cabriolas extraordinarias: se erguía sobre las patas traseras, marcando unos pasos de baile, para apoyarse después en las patas delanteras y levantar las de atrás, agitando al mismo tiempo la cola de un modo tan cómico que los niños se retorcían de risa. Le bautizaron con el nombre de Hoity-Toity, que en inglés significa «afachendoso». El elefante se había acostumbrado a ese nombre, de modo que decidimos conservarlo después de haber comprado el animal. Aquí están todos los documentos relacionados con la compra. Todo está en regla, y es poco probable que la transacción pueda ser discutida.
—No tengo la intención de hacerlo —dijo Wagner—. ¿Tiene alguna seña particular el elefante?
—Sí, unas grandes cicatrices en la cabeza. Mister Niks creía que eran las huellas de las heridas que recibió al ser capturado. Para cazar elefantes, los salvajes utilizan unos procedimientos bastante bárbaros. Dado que esas cicatrices le afeaban un poco y podían provocar sensaciones desagradables en los espectadores, le cubríamos la cabeza con un gorro especial.
—No cabe ninguna duda. ¡Es él!
—¿Quién es «él»? —preguntó Strom.
—El elefante Sapiens. Mi elefante desaparecido. Lo capturé en ocasión de mi expedición al Congo belga y lo domestiqué. Pero una noche se marchó al bosque y no regresó. Todos mis esfuerzos para encontrarlo resultaron inútiles.
—Entonces, ¿quiere usted reclamar el elefante? —inquirió el director.
—No se trata de eso, aunque él puede presentar alguna reclamación. El hecho es que yo lo domestiqué aplicando unos métodos nuevos que dan unos resultados realmente asombrosos. Usted mismo habrá podido apreciar el extraordinario desarrollo de sus facultades mentales. Yo diría que el elefante Sapiens, o Hoity-Toity, como ahora se llama, posee en el más alto grado la conciencia de su personalidad. Cuando leí en los periódicos que en su circo se exhibía un elefante de facultades asombrosas, pensé que únicamente mi Sapiens era capaz de semejantes proezas: leer, calcular e incluso escribir, ya que yo le había enseñado a hacerlo. Mientras divertía apaciblemente a los berlineses y parecía contento con su suerte, no me consideré obligado a intervenir. Pero el elefante se ha sublevado. Por lo tanto, estaba descontento. Decidí acudir en su ayuda. Ahora, él debe decidir su destino. Tiene derecho a hacerlo. No olvide que si yo no hubiese llegado a tiempo, ya estaría muerto: los dos lo habríamos perdido. Pero no crea que deseo quitárselo, cueste lo que cueste. Hablaré con el elefante. Tal vez si modifica usted su régimen, si elimina lo que le ha irritado, se quedará aquí.
—«¡Hablaré con el elefante!» ¡Eso va contra el sentido común! —exclamó Strom.
—Hoity-Toity es un elefante poco común. A propósito, ¿Cuándo llegará a Berlín?
—Esta noche. Parece tener prisa en volver a verle; según el telegrama que he recibido, recorre más de veinte kilómetros por hora.
Aquella misma noche, terminada la función, tuvo lugar la entrevista de Hoity-Toity y el profesor Wagner. Strom, Wagner y su ayudante Denissov se encontraban en la pista cuando apareció Hoity-Toity, cargado con Young. Al ver a Wagner el elefante corrió hacia él y le tendió su trompa como una mano. Wagner estrecho «aquella mano». Luego, el elefante bajó a Young de su espalda e instaló en ella a Wagner. El profesor levantó la enorme oreja del animal y murmuró unas palabras. Hoity-Toity sacudió la cabeza y empezó a agitar rápidamente su trompa delante del rostro de Wagner, que seguía con atención aquellos movimientos.
A Strom no le gustaron aquellos manejos misteriosos.
—Bueno, ¿qué ha decidido? —inquirió, en tono impaciente.
—Ha expresado el deseo de tomarse unas vacaciones a fin de poder contarme algunas cosas que me interesan. Después de las vacaciones, consiente en volver al circo. A condición de que el señor Young se disculpe por haberse mostrado grosero con él, y prometa no volver a recurrir a los métodos violentos. El elefante es insensible a los golpes, pero no está dispuesto a tolerar ninguna ofensa. Es una cuestión de principios.
—¿Qué yo le he pegado al elefante? —preguntó Young, con aire de fingida sorpresa.
—Sí, con un mango de escoba —afirmó Wagner—. No trate de negarlo, Young, el elefante no miente. Debe usted mostrarse cortés con él, como si fuera...
—...el presidente en persona.
—Un hombre, y no un hombre cualquiera, sino un hombre lleno de respeto por su persona.
—¿Un lord, acaso? —inquirió Young, sarcástico.
—¡Basta! —intervino Strom—. Usted ha sido el culpable de todo esto, y será sancionado. En cuanto al... señor Hoity-Toity, ¿cuándo quiere empezar sus vacaciones, y dónde tiene intención de pasarlas?
Haremos una excursión a pie —respondió Wagner—. Será muy agradable. Mi ayudante Denissov y yo nos instalaremos a lomos del elefante, y él nos conducirá hacia el sur. Ha expresado el deseo de pastar un poco en las praderas suizas.
Denissov sólo tenía veintitrés años, pero a pesar de su juventud había realizado ya varios descubrimientos científicos en el campo de la biología. «Hará usted carrera», le había dicho Wagner, y le había invitado a trabajar en su laboratorio. El los aceptó de muy buena gana. El profesor también estaba satisfecho de su alumno y hacía que le acompañara a todas partes.
El primer día que trabajaron juntos, Wagner le había dicho:
«Tiene usted un nombre demasiado largo. Si le llamo todos los días "Akim Ivanovich", perderé cuarenta y ocho minutos al año. Y en cuarenta y ocho minutos puede hacerse muchas cosas. De modo que trataré de evitar el llamarle. Si me veo obligado a hacerlo, me limitaré a decir "Den". Es breve y claro. Y usted puede llamarme "Wag"»
Wagner sabía aprovechar el tiempo.
Por la mañana todo estaba preparado. Wagner y Denissov se instalaron sobre el lomo de Hoity-Toity. Sólo se llevaban los efectos personales imprescindibles.
A pesar de lo temprano de la hora, Strom les acompañó.
—¿Con qué se alimentará el elefante? —pregunto el director.
—Daremos representaciones en las aldeas y en los pueblos —respondió Wagner—. Los espectadores le proporcionarán la comida. Sapiens ganará su sustento y también el nuestro. ¡Hasta la vista!
El elefante andaba lentamente por las calles. Pero cuando llegaron a las afueras de la ciudad y la cinta de la carretera se extendió delante de los viajeros, el animal aceleró su marcha sin que le aguijonearan.
—Usted se ocupará ahora del elefante. Y, para comprenderlo mejor, debe usted trabar conocimiento con su pasado, un pasado que no tiene nada de vulgar. Tome este cuaderno. Es un diario de viaje. Lo escribió su predecesor Peskov, con el cual realicé el viaje al Congo. Le ocurrió una desgracia que algún día le contaré. De momento, lea esto.
Wagner se instaló más cerca de la cabeza del elefante, desplegó delante de él una mesita y empezó a escribir en dos cuadernos a la vez, con la mano derecha y con la mano izquierda. Nunca hacía menos de dos cosas simultáneamente.
—Bueno, empieza —dijo, dirigiéndose sin duda al elefante.
El animal alargó su trompa hasta el oído de Wagner y empezó a sisear rápidamente, con breves intervalos:
—F-f-fff-f-fff-fff...
«Parece el alfabeto Morse», pensó Denissov, mientras abría el cuaderno que el profesor acababa de entregarle.
Con la mano izquierda, Wagner escribía lo que le dictaba el elefante, y con la derecha redactaba una obra científica. El animal andaba con un paso regular y su rítmico balanceo no molestaba al profesor. Denissov, que había empezado a leer el diario, no tardó en quedar cautivado por el relato. He aquí el contenido de aquel diario.