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Sintió que se había quedado a medio camino entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Entre el suelo y el cielo. Entre la tierra y el agua. Entre el todo y la nada.

Alex. La voz apenas pasaba de un susurro, un simple cosquilleo en sus oídos. Alex, aún no es el momento. Los párpados de Alexander se estremecieron, y los labios de los que ya no se escapaba ni una burbuja temblaron como si estuviera a punto de hablar.

Alex, te esperaremos. Lo hemos hecho todo este tiempo. Lo seguiremos haciendo cuanto sea necesario. ¿Quién le estaba llamando por su nombre en las profundidades del mar de Irlanda?

Algo se acercaba poco a poco a él; Alexander pudo sentirlo en el movimiento del agua que lo envolvía como un sudario. Algo más cálido que la corriente que lo hacía subir y bajar en su abrazo. Casi tan cálido como su propio cuerpo. Abrió los ojos.

La caída lo había dejado demasiado aturdido para confiar en lo que veía, pero aun así creyó reconocer una imprecisa silueta que se abría camino despacio, muy despacio, entre el agua y las burbujas. Una figura pálida, poco definida, tan etérea que casi parecía transparente, como si Alexander la estuviera mirando a través de un velo.

Por un momento pensó que se trataría de Rhiannon. Pero poco a poco su vista se aclaró lo bastante como para permitirle reconocer el movimiento de unos rizos castaños y los ondulantes pliegues de una seda carmesí. Aún no es el momento, la oyó repetir en un susurro que las corrientes de agua arrastraron hasta sus oídos. No mientras sigas teniendo asuntos que resolver en tu propia dimensión. Cuando por fin tuvo ante sí a aquella sirena envuelta en gasas de luz, se dio cuenta de quién era en realidad… y el aliento escapó de sus labios sin que pudiera pararse a pensar en lo raro que resultaba seguir respirando dentro del agua.

Quiso hablar con ella, luchó con todas sus fuerzas por hacerlo, pero su voz parecía haberse perdido para siempre en lo más hondo de su pecho. Demasiado conmocionado para moverse, se quedó mirando cómo la silueta se le acercaba aún más. Los ojos que se detuvieron a apenas unos centímetros de los de Alexander eran del mismo color caliente, color de corazón de madera. Ella le devolvió la mirada con un semblante en el que no había más que paz. Por fin eres capaz de verme. Aunque he estado a tu lado todos estos años. Siempre que pronunciabas entre lágrimas mi nombre, siempre que el sentimiento de culpa te hacía odiarte a ti mismo…, yo estaba contigo en la oscuridad, y me moría por segunda vez por no ser capaz de tocarte como antes ni de decirte que todo está en orden, que no hay nada que perdonar…

«Beatrix, llévame contigo —pensó Alexander con desesperación—. No puedo seguir adelante sin ti. No quiero ir a ningún lugar en el que no podamos estar juntos de nuevo.» Pero entonces sintió cómo sus brazos incorpóreos le rodeaban para conducirle hacia lo alto, hacia la claridad y el ruido que inundaban el mundo por encima de su cabeza. Tú nunca has sido nuestra ancla, Alex, le oyó decir con aquella voz que parecía resonar dentro de él, y solamente dentro de él. Eres lo mejor que nos ha pasado. Lo que le dio auténtico sentido a mi vida y a la de Roxanne. Nuestro destino se convirtió en el tuyo en el momento en que morimos, y por eso siempre seguiremos estando a tu lado, pase lo que pase, vayas donde vayas, hagas lo que hagas.

Ahora la claridad se encontraba más cerca, tanto que a Alexander le pareció que podría tocarla con los dedos si alargaba una mano hacia lo alto. Siempre seguirás teniendo dos ángeles protectores dispuestos a cuidar de ti, le prometió la voz de Beatrix, hasta el momento en que dejes de respirar…, pero ahora tienes que volver a hacerlo para arreglar las cosas de una vez.

No tuvo que preguntarle a qué se refería. Ni siquiera se le ocurrió plantearse por qué sabría tanto sobre lo que les estaba sucediendo a las O’Laoire. Aquella claridad le resultaba cada vez más cegadora, y tuvo que apretar los párpados con fuerza mientras sus brazos dejaban de sostenerle para que acabara de ascender por sí mismo. Tú eres el único que puede salvarla, fue lo último que le pareció oír, aunque el rumor de las olas que golpeaban con violencia las rocas apenas le permitió entender las palabras de Beatrix. Aún hay tiempo de conseguir que se haga justicia. Está en Kilcurling.

Solo entonces las fauces del mar se abrieron a su alrededor para devolverle a la realidad.