29

El día antes de que se celebrara el juicio, a eso de las cinco y media de la tarde, dos religiosos se detuvieron delante de la verja de la prisión de Kilmainham. Uno era todavía muy joven, claramente un seminarista, y el otro rondaba los treinta y cinco años. Ambos guardaron silencio durante un buen rato mientras contemplaban a través de los barrotes el sombrío patio por el que se accedía al complejo penitenciario.

—No me puedo creer que estemos haciendo esto —murmuró August. No se atrevía a apartar los ojos de la puerta—. Alexander tenía razón: el dolor te ha hecho perder el juicio.

—Si fuera así no me conformaría con hacerme pasar por un seminarista para poder hablar unos minutos con Ailish —repuso Oliver—. Entraría con un par de pistolas en la cárcel, le pegaría dos tiros al primer guarda que tratara de detenerme y la sacaría de aquí en menos que canta un gallo. Sería la manera más directa de acabar con esta pesadilla.

«Y la que más problemas nos acarrearía —pensó August para sí, mirándole con creciente preocupación—. Aunque lo que vamos a hacer ahora también puede salir muy mal. Tanto como para que no nos dejen marcharnos después de entrar.»

—Haz el favor de meterte ese pelo por dentro del cuello —le advirtió en voz baja al ver que se les acercaba un guarda. Trató de aferrar con mayor convicción la manoseada Biblia que habían adquirido en la misma tienda en la que les vendieron las sotanas, no sin antes asegurar al desconfiado dependiente que eran un encargo de la iglesia de Saint Michan—. ¿Dónde se ha visto a un seminarista con semejante aspecto de poeta torturado?

Oliver no se molestó en responderle. Permaneció completamente quieto mientras el guarda se detenía al otro lado de la verja para preguntarles quiénes eran y qué querían.

—Buenas tardes, hijo mío —le saludó August con su tono más beatífico—. Me envían las Hermanas de la Caridad de Stanhope Street. La madre Agnes me ha informado de que cuentan con una prisionera que necesita asistencia espiritual con extremada urgencia.

—Creo que me hago una idea de a quién se refiere —asintió el guarda.

—Yo soy el padre Octavius —inclinó un poco la cabeza—, y este joven es uno de nuestros acólitos. En los próximos meses será ordenado sacerdote y he pensado que sería conveniente que me acompañara esta tarde. ¿Qué mejor manera de conocer la clase de peligros que acechan a un alma cristiana en sus horas de mayor desesperación?

La mirada del guarda se desvió un instante hacia Oliver, que trató de mantener el semblante más impasible del mundo. Finalmente asintió, sacó un par de gruesas llaves con las que abrió la chirriante puerta de la verja y se hizo a un lado para dejarles entrar.

—Muy bien, pero procuren no tardar demasiado. Al señor director no le gusta tener gente de fuera merodeando por los corredores, aunque se trate de unos siervos de Dios.

August no se lo hizo repetir dos veces. Atravesaron el patio delantero en dirección a la entrada principal, adornada con un relieve de piedra colocado debajo de un balcón en el que aparecían representadas cinco serpientes cargadas de cadenas, y después de pasar por unas cuantas salas desembocaron en el corazón del ala este de Kilmainham. August y Oliver se detuvieron unos instantes, sin poder ocultar la sorpresa que les había producido su curiosa estructura. Tenía forma de herradura y se organizaba en tres niveles, con una escalera central que actuaba como la espina dorsal desde la cual se podía acceder por unos estrechos andenes a cualquier punto de la construcción. Todo lo que veían había sido realizado en hierro, una proyección de filamentos metálicos que se abrían en abanico y le otorgaban un extraño aspecto anatómico, como las entrañas de un Moby Dick con el que un victorioso capitán Ahab hubiera construido un complicado autómata de esqueleto inquebrantable.

Desde la parte inferior distinguieron a media docena de guardas paseando por los niveles superiores de la herradura, golpeando de vez en cuando las puertas de las celdas para recordar a los presos que tenían que dedicarse a la lectura de sus biblias y provocando tanto estruendo que los dos ingleses estuvieron a punto de dar un salto. El que les guiaba debía de estar tan acostumbrado a aquel ruido que ni siquiera se inmutó; les precedió mientras subían la escalera metálica, torció hacia la derecha en el primer nivel y se encaminó después por un corredor de paredes encaladas rezumantes de humedad. Finalmente se detuvo delante de una de las puertas, desplazó a un lado la pequeña plancha que tapaba la mirilla para echar un vistazo y cuando se aseguró de que todo se encontraba en orden echó mano al ruidoso manojo de llaves de su cinturón.

—Tengan cuidado, padre —se creyó en la obligación de advertir a August—. No dejen que les confunda su aspecto inocente. Por lo que nos han contado se trata de una de las criminales más despiadadas que hemos albergado nunca en Kilmainham.

—Estoy seguro de que la palabra del Señor servirá de consuelo incluso a una criatura tan corrompida como ella —le tranquilizó August rezando para que su voz no le delatara.

Casi pudo escuchar cómo Oliver apretaba los dientes, y el temblor de sus puños le hizo desear con toda su alma que el guarda los dejara solos lo antes posible.

—Tiene visita —se limitó a decir el hombre en voz alta, precediéndoles dentro de la celda, antes de volverse de nuevo hacia August para añadir en un susurro—: Cerraré la puerta, pero no duden en llamarme ante cualquier problema. Dentro de media hora estaré de vuelta para acompañarles a la calle.

Él asintió con la cabeza, incapaz de decir nada más. El guarda metió de nuevo la llave dentro de la cerradura y cuando se hubo cerciorado de que la puerta quedaba bien asegurada regresó por donde habían venido. Solo cuando el ruido de sus pasos se apagó definitivamente August se atrevió a volverse hacia la silenciosa persona que permanecía sentada en el borde de un camastro que ocupaba una pared entera de la minúscula celda.

Ailish no había alzado la vista. Estaba tan quieta como una figura de cera, con los ojos clavados en las manos que apretaba en el regazo de manera casi compulsiva. Llevaba puesto un sencillo vestido gris abotonado hasta el cuello que debían de haberle dado en la prisión, y sus cabellos rubios caían en un amasijo desordenado sobre sus hombros.

Oyó a Oliver respirar hondo a su lado. Dio un paso hacia el camastro, y después otro más, pero la joven continuó sin alzar la vista. Daba la impresión de estar más allá del bien y del mal.

—Ailish… —Al escuchar su nombre los ojos de la muchacha se movieron de un lado a otro, y logró enderezar la cabeza—. Ailish…, amor mío…

—¿Oliver? —le dijo en un hilo de voz—. ¿Es… es posible que seas tú de verdad?

Se quedó mirándole con la boca medio abierta, y después miró a August, y algo en sus expresiones le hizo darse cuenta de que no debía de ser un sueño. Seguramente Oliver nunca se habría puesto una sotana para materializarse en ninguno de sus sueños.

Consiguió ponerse muy despacio en pie, tragando saliva.

—No me lo puedo creer… No puedes ser tú… ¡Pensaba que nunca querrías saber…!

Antes de que lograra decir nada más Oliver la abrazó tan fuerte que casi le hizo daño. Cuando ella por fin asimiló lo que estaba pasando, dejó escapar un pequeño grito.

—Bajad la voz, por favor —les pidió August en un susurro—. Entiendo que estéis muy emocionados ahora mismo, pero no podemos dejar que nadie descubra lo que estamos haciendo.

En lugar de contestarle Oliver cogió la cara de Ailish entre sus manos para besarla con ansia desesperada. Ella se abandonó contra su cuerpo, rompiendo a llorar. «Tócame, por favor —la oyó murmurar—. No me han dejado quedarme con mis guantes… y me estoy volviendo loca con todas las cosas que veo cada vez que pongo las manos sobre algo…» Oliver no se hizo de rogar; rodeó con un brazo la nuca de Ailish para que apoyara su mejilla contra la de él hasta que poco a poco su respiración se fue acompasando, al igual que los latidos de su corazón. Entonces la muchacha le susurró:

—No fui yo. Te juro por mi vida que no fui yo. Se lo he dicho a todas las personas que me han interrogado, pero nadie parece dispuesto a creerme. ¡Yo no le asesiné!

—Lo sé —le susurró Oliver sin dejar de acunarla suavemente entre sus brazos—. Lo he sabido todo este tiempo. Es completamente absurdo que te acusen de haber matado a un hombre con el que apenas intercambiaste un par de frases. —Acarició con una mano los cabellos de Ailish mientras seguía susurrándole—: Todo saldrá bien en el juicio. Los miembros del jurado acabarán rindiéndose a la evidencia de que en ningún momento tuviste un motivo para acabar con Archer. Y entonces te dejarán marchar y todo será como antes. Volveremos a estar juntos tanto si tu madre lo consiente como si no…

Pero incluso a él le parecía que aquellas palabras no contenían más que aire, que eran promesas vacías con las que estaba tratando de convencerse a sí mismo tanto como a Ailish de que realmente seguía habiendo alguna esperanza para ambos. Ella trató de sonreír en señal de asentimiento, aunque ni siquiera el efecto sedante que ejercía la piel de Oliver en contacto con la suya consiguió arrancar el horror de su rostro.

Al darse cuenta de que seguía temblando, el joven la condujo de vuelta al camastro y se sentó a su lado mientras un August tan silencioso como discreto se colocaba delante de la puerta. Así se aseguraba de que si un guarda acercaba un ojo a la mirilla no vería nada más que la parte posterior de su cabeza.

—Te estás quedando en los huesos —murmuró Oliver observando con creciente congoja cómo a su vestido parecía sobrarle tela por todas partes—. ¿No te dan de comer?

—Un poco de pan dos veces al día, y gachas de avena de vez en cuando. No quieras saber lo que saqué el otro día del plato con la cuchara. —Ailish le rodeó la cintura con los brazos mientras Oliver la atraía más hacia sí, besando sus cabellos apelmazados—. Qué distinta soy ahora de la chica a la que confundiste con una banshee en los jardines de Maor Cladaich, ¿verdad? —siguió diciendo en voz baja contra su pecho—. Qué luminoso era el mundo entonces, y qué caprichosa era yo, quejándome de que estaba harta de que mi vida no cambiara en absoluto. No sabes lo que daría ahora mismo por retroceder en el tiempo hasta aquella noche maldita en que se me ocurrió escaparme de mi cuarto…

—Llevo todos estos días pensando en eso —coincidió Oliver—. ¿Saliste por la ventana que Lionel forzó hace unas semanas, la de la habitación del ama de llaves?

—No. —Ailish negó con la cabeza—. Fue por la de mi dormitorio.

—Si Rhiannon la había encerrado con llave, no podría haberlo hecho de otra forma, Oliver —intervino August sin apartarse de la puerta—. Imagino que fue Archer quien salió por la planta baja durante un momento de descuido de los hombres de Fitzwalter.

—¿Y para qué? ¿Qué se le había perdido a Archer en los terrenos del castillo? ¡La tormenta era de las que hacen época, y por si eso fuera poco la banshee rondaba por allí!

—También tuvo que hacerlo su asesino. Si salió a los jardines antes que él…

—Cada vez lo entiendo menos. —Oliver sacudió la cabeza, y con un dedo levantó la barbilla de la muchacha para que le mirara—. Ailish, ¿no tienes idea de lo que pudo pasar aquella noche? Has estado en contacto con objetos que pertenecieron a todas las personas que se alojaban en vuestro castillo. Si alguna fuera un criminal, o si pudiera comportarse como tal, probablemente habrías percibido una especie de aura negativa…

—No lo hice —reconoció ella—. No tuve mucho tiempo para manipular las cosas que conseguí que me dieran, pero no me pareció que los pensamientos que albergaba aquella gente fueran especialmente oscuros. En el caso de la tarjeta de visita del señor Archer, no me vinieron a la cabeza más que cifras, cifras y más cifras. En el caso del señor Delancey, algo mucho más humano, un sentimiento cálido que me hizo pensar en un enamoramiento. La señorita Stirling fue mucho más complicada de descifrar.

—Lo único que tenías suyo era una pluma. Debía de ser demasiado pequeña para…

—No, eso no tiene nada que ver. Es simplemente que la señorita Stirling tiene la mente más compleja con la que me he encontrado nunca. Es como si hubiera levantado una muralla alrededor de su cerebro para proteger sus pensamientos. Pude seguir el recorrido de esa pluma desde la tienda situada a menos de cincuenta metros de la orilla del Danubio en la que adquirió su sombrero el mes pasado, pero de ella no he logrado averiguar nada. De todas formas —añadió al ver que Oliver abría la boca—, tampoco creo que sea la asesina del señor Archer. La única chispa de su alma que he vislumbrado era luminosa.

También August se había quedado perplejo. Una cosa era oír la explicación de Oliver sobre lo que Ailish sabía hacer y otra muy distinta presenciarlo. Pero la chica no parecía reparar en su sorpresa. Cuando volvió a hablar su voz estaba llena de tristeza.

—La verdad es que aquella noche no me preocupaba nada que tuviera que ver con los invitados de mi madre. Lo único que quería era escapar. —Y ante la aturdida mirada de Oliver siguió explicando en voz baja—: Jemima… subió a mi dormitorio con un vaso de leche unas horas antes. Le pregunté si había estado contigo y con tus amigos, y me dijo que sí… y que tú le habías contado que tener una relación conmigo te parecía mucho más complicado de lo que habías imaginado. Que a la mañana siguiente te marcharías de Kilcurling y que regresarías a Oxford con los demás para olvidarme de una vez…

—¡Eso no es verdad! Le pedí que te dijera que esperaría en el pueblo el tiempo que fuera necesario para casarme contigo…

—Yo no lo sabía —susurró Ailish—. Creí que… Me pareció que tenía sentido que te hubieras cansado de mí. Mi madre se portó como una auténtica déspota cuando me llevaste al castillo. Te trató de una manera completamente injusta…

—Eso no tiene ninguna importancia ahora —le aseguró él—. Lo que no comprendo es cómo pudiste creer a esa mentirosa antes que a mí. En la cueva te prometí que haría lo que fuera para que algún día, no importa dentro de cuánto tiempo, pudiéramos estar juntos.

—Supongo que tienes razón. Pero me sentía más desesperada que nunca. Tenía un miedo tan atroz que ni siquiera era capaz de dejar de llorar. Entonces se me ocurrió que podía demostrarte que había un futuro para nosotros dos lejos de Maor Cladaich, que podía marcharme del castillo antes de que mi madre te obligara a hacerlo a la mañana siguiente y esperarte escondida en Kilcurling. Así que abrí la ventana de mi dormitorio, me subí a la repisa y me agarré a la enredadera más cercana para ir bajando poco a poco. Pero no había transcurrido ni un minuto cuando me encontré con el cuerpo ensangrentado del señor Archer…

Oliver la apretó más en su abrazo mientras les llegaban las voces lejanas de unos guardas que se habían parado a hablar antes de empezar a repartir la cena. Fuera, el sol ya había empezado a descender hacia el interior de la isla, y el haz de luz que proyectaba sobre las paredes encaladas de la diminuta habitación cada vez se volvía más impreciso.

—Me van a ahorcar por esto, ¿verdad? —susurró Ailish pasados unos instantes.

—No —contestó Oliver de inmediato, aunque pudo sentir cómo se tensaban sus brazos a su alrededor—. No mientras me quede un soplo de aliento, eso tenlo por seguro.

Una de las manos de Ailish ascendió muy despacio para rodear su garganta.

—Algunas noches…, cuando estoy acostada en este camastro…, casi me parece que la siento aquí. La soga que sé que me tienen reservada aunque aún no se haya celebrado el juicio. Me aprieta tanto que me hace despertarme casi sin respiración. —Y volvió a cerrar los ojos sobre la sotana de Oliver—. Tendría que ocurrir un milagro para que pudiera salir con vida de esta. Pero me temo que ya no me quedan fuerzas para creer en los milagros.

Algo húmedo se deslizó de repente por su frente. Oliver no estaba sollozando tan abiertamente como había hecho Ailish, pero por mucho que se esforzara por controlarse no podía retener las lágrimas traicioneras que acudían a sus ojos. La muchacha alzó la cabeza. Su expresión era de pesar.

—Lo siento, Oliver —susurró ella—. Daría cualquier cosa por que esto nunca hubiera sucedido. ¿Ahora entiendes por qué te decía que merecías una mujer normal… y libre?

—No hay otras mujeres en el mundo para mí —logró articular Oliver—. Nunca las ha habido, y nunca las habrá, pase lo que pase. Eres la única persona con la que me he atrevido a compartir mis sueños, con la que he construido otros nuevos para hacerlos realidad entre los dos. No pienso renunciar a ellos por estar separados por unos barrotes.

—Me gustaría poder decir lo mismo, pero me temo —ella esbozó una triste sonrisa— que casarnos esta primavera en la capilla del Balliol College parece bastante imposible.

—No tendría por qué ser allí. Podríamos hacerlo ahora, en esta celda, si quisieras.

La sonrisa de Ailish desapareció poco a poco como una huella borrada por el mar.

—¿Qué estás diciendo? —preguntó pasados unos instantes—. ¿Casarnos aquí…?

—Sé que no es el lugar más romántico del mundo, y que no se parece en nada a lo que habíamos planeado. Pero puede que sea la última oportunidad con la que contamos.

—Tienes que haberte vuelto completamente loco. Nadie accedería a casarnos como estás sugiriendo, Oliver. Para empezar tendríamos que avisar a alguno de los guardas para que hiciera venir al sacerdote de la prisión, y cuando comprendieran que August y tú les habéis engañado y que en realidad no eres un seminarista a punto de ordenarse…

—No tenemos por qué recurrir a ese sacerdote —le aseguró Oliver, y alzó los ojos en dirección a su amigo—. No lo había pensado hasta este momento, pero August no les ha mentido del todo. Él sí que pertenece a la Iglesia…, aunque en su caso sea la anglicana.

—¿Cómo que yo…? —August no podía creer que estuviera hablando en serio—. No intentes engatusarme para que haga algo así, Oliver. No tengo ningún derecho.

—¡Claro que lo tienes! ¡Eres un clérigo con el poder de celebrar un matrimonio siempre que las dos personas en cuestión estén de acuerdo!

—Pero sabes tan bien como yo que Rhiannon me estrangulará si se entera de que os ayudo a hacer algo así a sus espaldas. Tanto si está equivocada como si no, ha sido muy clara al prohibiros seguir adelante con vuestra relación. Pensará que no soy más que un traidor si además de echaros una mano con esto os guardo el secreto…

—August, no tengo la menor intención de que sea un secreto —le aseguró Oliver en voz baja—, no cuando pongamos un pie fuera de Kilmainham. Ya has oído lo que nos ha dicho el abogado de los O’Laoire: la alternativa más probable a la pena capital es el internamiento de Ailish en un asilo para alienados. ¿Vas a impedirme obtener el único salvoconducto con el que puedo acceder a una institución mental?

—Oliver tiene razón —murmuró Ailish, elevando hacia el confundido August una mirada de súplica—. No se me habría ocurrido nunca, pero si pasa lo que has dicho, y me internan siendo tu esposa…, al menos podrías visitarme siempre que lo desearas.

El clérigo navegaba entre la perplejidad y la angustia.

—August —insistió Oliver en voz baja mientras ayudaba a Ailish a levantarse—. Haz esto por mí, te lo pido por favor. Esto, y prometo que nunca te pediré nada más.

—Claro que no lo harás. Para eso tendrías que ser un médium como yo y buscar a mi fantasma por toda Irlanda después de que Rhiannon me corte la cabeza.

No obstante, acabó accediendo con una expresión de derrota cuando comprendió que estaban decididos a salirse con la suya.

—¿Estáis seguros? —insistió de nuevo después de abrir la Biblia que había llevado consigo y pasar las páginas para alcanzar la parte del texto sagrado que estaba buscando—. Esto no puede ser un capricho, ni un acto de rebeldía del que algún día podáis arrepentiros. Los dos seguís siendo muy jóvenes…

—Siento insistir, pero el guarda que nos ha acompañado prometió regresar en media hora —le recordó Oliver—. ¡Me parece que no tenemos tiempo para catequesis!

—Por favor… —pidió Ailish en un tono que acabó de desarmarle.

Comprendiendo que era probable que el único que se arrepintiera de aquella locura fuera él mismo, August se tragó sus reparos mientras arrancaba en voz baja con un «estamos aquí reunidos en presencia de Dios» que resultaba algo irónico; era una suerte que al menos Dios hubiera acudido a una ceremonia en la que no participaban más que tres personas.

Estaba acostumbrado a celebrar matrimonios en su vicaría londinense de Saint Michael, por lo que sus vacilaciones durante los siguientes minutos se debieron más a la sensación de culpa que a las dudas que pudiera suscitarle la ceremonia. Avanzó mucho más rápidamente de lo normal para que les diera tiempo a intercambiar sus promesas, sin anillos ni firmas en ningún libro de familia. Para cuando el sol acababa de ponerse al otro lado del ventanuco de la celda, tiñendo las paredes de un rojo sanguinolento, Oliver y Ailish se habían convertido en marido y mujer. El joven le agarró la barbilla con los dedos para culminar con un silencioso beso la ceremonia, y August se volvió de nuevo hacia la puerta para permitirles un poco de intimidad.

—Gracias —le oyó susurrar después a la muchacha—. No pensaba que este momento pudiera hacerse realidad, pero ahora me queda el consuelo de que si todo sale mal… mi vida no habrá sido completamente en vano. Ha cobrado un sentido en este instante, contigo.

Oliver, conmovido, se disponía a besarla otra vez cuando oyeron un ruido de pasos acercándose por el corredor. El tiempo había tocado a su fin y el guarda regresaba para acompañarlos a la salida. August le hizo un gesto apremiante a Oliver para que se apartara de Ailish. Ella regresó a su camastro, sentándose con la misma expresión aturdida de antes.

—¿Todo bien, padre? —preguntó el guarda al entrar. Echó un vistazo a la prisionera antes de volverse hacia los dos religiosos—. Espero que no les haya causado problemas…

—En absoluto —contestó August recuperando su tono beatífico—. Hemos dedicado estos minutos a la oración y a la lectura de unos pasajes de las Sagradas Escrituras que estoy convencido de que serán de gran ayuda espiritual a esta joven. Todo está en orden.

Dar la espalda a la mujer con la que acababa de casarse le causó tanto dolor a Oliver que le pareció un milagro que nadie se diera cuenta de nada. Mientras abandonaban la celda, le asaltó el impulso de retroceder, tomarla en sus brazos y abrirse camino con ella por los pasillos, pero cuando August apoyó con firmeza una mano en su espalda supo que lo único que conseguiría con eso sería estropearlo todo. Y si aún había una esperanza, por pequeña que fuera, nunca se perdonaría a sí mismo haberlo echado todo a perder por no ser capaz de controlar sus impulsos.

El olor de la piel de Ailish seguía prendido en la suya cuando el guarda cerró la puerta con un estruendo. A Oliver no le quedó más remedio que seguir a August hacia la salida de la prisión mientras se esforzaba por hacer caso omiso a la voz interior que le decía que no se equivocaba. Que aquel beso, en efecto, sería el último.