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—Ahora que lo dice, a mí sí que me apetece un vasito de jerez. ¿Podría servirme?

—De lo que usted quiera, señorita Stirling. Le serviría de amante si me lo pidiera.

Ella no pudo contener una carcajada. Sus ojos relucían mientras Lionel le llenaba el vaso con un gesto pomposo, haciendo lo propio con el suyo. Lo levantó para brindar.

—Por los negocios. Sobre todo cuando resultan satisfactorios en todos los sentidos.

—¿Por qué no? Por los negocios y por el inicio de una provechosa relación —asintió la señorita Stirling entrechocando su vaso con el de Lionel—. Me alegro de que la señora O’Laoire entendiera enseguida lo adecuado que resultará dejar su propiedad en manos de mi patrón. Estoy convencida de que sabrá sacarle un gran partido a Maor Cladaich.

—Me imagino que para él será un gran consuelo contar con alguien tan fiel como usted en su corte particular. ¿Han pasado muchos años desde que murieron sus padres?

—Bastantes. Yo ya estaba por entonces a su lado —contestó ella, mirando cómo se movía el jerez dentro del vaso al que daba vueltas con la mano—. El príncipe László nos dejó en octubre de mil ochocientos ochenta y cinco; no le dio tiempo a presenciar el nacimiento de su hijo. Su esposa le siguió unos meses después. Fue una lástima que no pudieran pasar más tiempo con él.

Lionel no pudo evitar mirarla con extrañeza. ¿Cuántos años tenía realmente aquella mujer? ¿Y a qué edad había comenzado a servir a la dinastía más poderosa de Hungría?

—Es bastante curioso que un príncipe húngaro acabara casándose con una inglesa.

—A todo el mundo le llamaba mucho la atención —sonrió la joven—. Creo que la noticia de su boda causó auténtica sensación en los círculos aristocráticos de Budapest.

—¿Se conocieron en Hungría o en el condado de Sussex?

—Realmente no fue en ninguno de los dos sitios, sino en Dublín. —Los labios de la señorita Stirling se curvaron aún más ante su sorpresa—. Efectivamente, resulta un tanto profético, teniendo en cuenta lo que ha pasado años más tarde con este castillo. No lo he hablado en ningún momento con el príncipe Konstantin, pero me da la sensación de que ha sido una de las razones que le llevaron a interesarse tanto por Maor Cladaich.

Se llevó el vaso a los labios mientras observaba a través del cristal el interior de la biblioteca. Había algo en su mirada que le recordó a Lionel la expresión con que había contemplado el vestíbulo la tarde anterior. Era la mirada de una propietaria.

—Ella era absolutamente perfecta para él —siguió diciendo en voz baja—. Además de la mujer más… peculiar que he conocido nunca. ¿Sabe que poseía desde que era niña el don de la adivinación? —Miró de nuevo a Lionel como si quisiera asegurarse de que no se echaba a reír, y al comprobar que no pensaba hacerlo prosiguió—: No solía hablar de ello demasiado a menudo, sobre todo en presencia de extraños, pero yo me daba cuenta enseguida de cuándo acababa de tener una de sus visiones. Recuerdo que me pasaba las horas muertas mirándola. Sentía una gran admiración por ella. Fue la primera persona que me hizo darme cuenta de que el atractivo y la belleza no tienen por qué ir siempre de la mano. No era especialmente hermosa, pero tenía algo… Un charme, como suelen decir los franceses, que muy pocos hombres podían pasar por alto. Parecía recién salida de la ilustración de una revista de modas. No se hace una idea de cuánto aprendí de ella.

Entonces, como si acabara de darse cuenta de lo que estaba diciendo, dejó su vaso encima de la mesa y se puso en pie, alisando las arrugas que surcaban su vestido negro.

—Será mejor que volvamos con los demás. La señora O’Laoire nos estará esperando en la salita y no quiero perderme la cara que pondrá Archer al enterarse de su derrota.

Pero Rhiannon aún no había regresado. Los demás candidatos seguían matando el tiempo como podían; el señor Archer se había inclinado de nuevo sobre los papeles de su secretario y ambos hablaban en voz baja; el señor Delancey se había detenido al lado del arpa de Ailish para inspeccionarla con interés. Alguien les había llevado un servicio completo de té con pastas, pero parecían estar demasiado inquietos para probar bocado.

La aparición de la señorita Stirling fue acompañada por las habituales miradas de fascinación. Fue a sentarse con la mayor tranquilidad del mundo en uno de los divanes que había al lado de la chimenea, y Lionel hizo lo propio en el que se encontraba justo enfrente. Por suerte no tuvieron que esperar a la anfitriona durante mucho más tiempo.

—¡Ah, señora O’Laoire! —la saludó la señorita Stirling cuando entró acompañada por Alexander—. ¡Espero que se haya recuperado de su desvanecimiento!

—¿Desvanecimiento? —Archer miró con asombro a la señorita Stirling y después a Rhiannon—. ¿Le ha ocurrido algo desde que nos despedimos de usted, señora O’Laoire?

—Nada más que un mareo sin importancia —repuso ella, aunque seguía estando tan pálida como antes—. Estos días están siendo un tanto… tensos para nosotros, me imagino que tanto como para ustedes. Pero por suerte no habrá que prolongar más esta situación.

—¿Significa eso que por fin ha hecho su elección? —preguntó Delancey en voz baja.

Rhiannon asintió con la cabeza. Rivers miró de reojo a su jefe, que se apresuró a ponerse en pie con un resplandor de ambición en las pupilas. La señorita Stirling sonrió con disimulo, cruzando una pierna sobre la otra con un susurro de tela muy provocador.

—No ha sido fácil —les advirtió Rhiannon—. Les aseguro que me ha costado mucho tomar esta decisión, pero ciertos detalles que han salido a la luz al final de la tarde me han hecho darme cuenta de qué le conviene realmente a esta propiedad. —Guardó silencio un instante antes de añadir—: O mejor dicho…, qué patrón es el que menos le conviene.

—Por Dios, señora, no siga haciéndose de rogar —rezongó Archer de repente—. Sea cual sea esa decisión, ¡hable de una vez para que sepamos a qué atenernos!

Rhiannon le dirigió una mirada tan cálida como una corriente de viento siberiano.

—Espero que aprenda a ser más paciente en los próximos años, señor Archer, sobre todo cuando Maor Cladaich pase a formar parte de su cadena hotelera. Nunca somos demasiado mayores para aprender las cosas más básicas…, como por ejemplo que el dinero no puede comprarlo todo. Le aseguro que no ha sido lo que me ha hecho elegirle a usted.

Archer abrió la boca para soltar una exclamación de triunfo, aunque apenas se le pudo oír por encima del alarido de la señorita Stirling. Todos se volvieron hacia la chimenea cuando se puso en pie con sus ojos oscuros reluciendo como brasas.

—¿Cómo… cómo ha dicho? ¿A qué se refiere con que Archer ha sido elegido…?

—Siento que esto suponga un duro golpe para usted, señorita Stirling —le contestó Rhiannon a media voz. La noticia parecía haberla dejado paralizada—. Le aseguro que si las circunstancias hubieran sido completamente distintas nada me habría gustado más…

—¿Las circunstancias? ¿Qué circunstancias? Tiene que estar bromeando.

También ella había palidecido bajo sus siete lunares. Era la primera vez que la veían fuera de sí, y a todos les llamó la atención que su rostro, normalmente tan hermoso, pudiera convulsionarse de tal manera. Hasta su mezcolanza de acentos extranjeros parecía haberse acentuado debido a su creciente indignación. «Tendrá muchas virtudes, tantas como encantos —se dijo Lionel, algo alarmado—, pero es evidente que no sabe perder.»

—No se trata de una cuestión personal. Al menos ninguna relacionada con usted…

—¡Pero esto no tiene sentido, no tiene ningún sentido! ¡Le dejé muy claro que mi patrón está dispuesto a cuadruplicar cualquier cifra que puedan ofrecerle por el castillo!

—Y yo les acabo de dejar claro a todos ustedes, no solamente al señor Archer, que el dinero no puede comprarlo todo. —Rhiannon respiró hondo antes de añadir, mirando a la señorita Stirling a los ojos—: Y menos aún mi dignidad. O lo poco que me queda de ella.

Daba la impresión de que Margaret Elizabeth Stirling consideraba seriamente la posibilidad de que su anfitriona hubiera perdido la cabeza. Miró a Alexander como pidiéndole que la hiciera entrar en razón, y después a un Lionel que parecía tan estupefacto como ella, pero al comprobar que nadie se encontraba dispuesto a decir nada murmuró:

—Creo que no se da cuenta de lo que está haciendo. Nunca pensé que pudiera ser tan alocada, señora O’Laoire, ni que le preocupara tan poco el futuro de su hija…

—Ailish tiene una madre —fue la respuesta de Rhiannon, pronunciada en un tono de voz mucho más seguro que el que había empleado hasta aquel momento—. Una que haría lo que fuera para garantizar su bienestar. Le aseguro que no necesitamos la ayuda de su todopoderoso príncipe Dragomirásky más de lo que podamos haberlo hecho hasta ahora.

—Muy bien dicho —apostilló Archer, que había estado observando con una pizca de diversión a la señorita Stirling—. No sabe cómo celebro que siga manteniéndose tan fiel a sus principios, señora mía. Sobre todo delante de una rabieta de niña caprichosa.

Lionel tragó saliva, acercándose a Rhiannon para tratar de detener el desastre antes de que la sangre pudiera llegar al río, porque la señorita Stirling parecía a punto de echarle las manos al cuello a Archer para estrangularle.

—Tiene que estar de broma —le susurró—. ¿No se acuerda de todo lo que le ofreció?

—Nunca he hablado más en serio en toda mi vida, señor Lennox —le respondió ella.

—Rhiannon, piénselo una vez más, se lo pido por favor… ¿No comprende que ni en sus mejores sueños podría haber encontrado un mejor comprador que ese condenado príncipe húngaro? ¿Qué diablos se le ha pasado por la cabeza para tomar esta decisión?

—Lionel, déjala en paz —le dijo Alexander en tono de advertencia—. Estoy seguro de que Rhiannon tendrá sus razones para hacer esto. No tenemos que pedirle explicaciones.

—Bueno, ¡pues a mí me parece que sí! ¡Que yo sepa no nos hemos metido en este asunto para que Maor Cladaich caiga en manos de alguien que no merece la propiedad!

—Juraría que su motivación era puramente periodística —replicó Rhiannon con un peligroso fulgor en los ojos—. ¿Es que unas cuantas curvas cubiertas de encaje le han hecho olvidar las ganas que tenía de escribir un artículo sobre nuestra banshee?

—Sabe perfectamente que no se trata de eso. Esto no tiene nada que ver con ella…

Alexander se preguntó por un momento si al decir «ella» se referiría a la banshee o a la señorita Stirling, pero no tuvo tiempo para dar con la respuesta. Por un momento le pareció que el grito que acababa de resonar contra las paredes cubiertas de seda de la salita volvía a ser de la señorita Stirling, pero cuando se volvió hacia ella reparó en que estaba tan desconcertada como el propio Alexander. Archer, Rivers y Delancey también lo estaban, aunque en su caso se habían vuelto hacia los cristales que apenas podían distinguirse tras las cortinas. Cuando comprendió lo que estaba sucediendo creyó que se le pararía el corazón.

Al pie de Maor Cladaich, alguien que llevaba demasiado tiempo en silencio anunciaba de nuevo una muerte inminente.