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Delancey fue el primero en reaccionar. Durante el arrebato de cólera de la señorita Stirling había permanecido callado con una expresión decepcionada en el rostro, pero al oír a la banshee se puso del color de la leche. Su mano tembló al hacer la señal de la cruz.

—Que Dios nos acoja en su seno. Esto es el final —le oyeron decir en un hilo de voz.

Como cualquier irlandés, a pesar de haberse criado al otro lado del mundo, estaba más que familiarizado con la leyenda de las banshees. Sabía perfectamente qué implicaba aquel grito. Y también que nada podría cambiar el curso de los acontecimientos.

—La banshee ha hablado —murmuró de nuevo, dándose la vuelta poco a poco para mirar a los demás—. Precisamente esta noche, cuando nos encontramos todos juntos…

La señorita Stirling tragó saliva; toda su ira parecía haberse evaporado. Rivers se había quedado paralizado, pero su jefe se limitó a preguntar a Rhiannon alzando una ceja:

—¿Qué significa esto, señora O’Laoire? Si se trata de una demostración por su parte del entretenimiento que supondría una banshee para los clientes de mi hotel, lo encuentro de muy mal gusto. Sobre todo si ha contratado a una chica del pueblo para que grite así.

—¿Cree que tengo aspecto de estar entreteniéndome ahora mismo, señor Archer?

No había terminado de hablar cuando oyeron de nuevo a la criatura, y era como si unas uñas rasgaran una pizarra. Su llanto no tenía nada que ver con ninguno que hubieran escuchado antes; no había mujer capaz de unir el dolor y la pena como lo estaba haciendo ella. Rhiannon se tambaleó, conmocionada.

—Cielo santo, no me lo puedo creer. ¡Otra vez no! ¡Esta noche no!

Alexander abrió la boca, aunque tardó unos segundos en encontrar las palabras.

—Es… ¿es el mismo grito que oyeron la noche en la que murió MacConnal?

—Exactamente el mismo —susurró Rhiannon, alzando los ojos hacia él—. Y también el que anunció la muerte de mi esposo. Nunca lo olvidaré, profesor; no podría aunque quisiera.

—Ante todo, ¡que no cunda el pánico! —exclamó Lionel ante el revuelo que estalló de repente en la habitación—. ¡No servirá de nada que nos pongamos a gritar todos a la vez! Si es cierto que se trata de la banshee de los O’Laoire, y si sus sollozos significan lo que creemos que significan…, lo primero que tenemos que hacer es permanecer unidos.

La señorita Stirling se había apartado tan precipitadamente de las ventanas de la salita que se tropezó con su propio vestido. Lionel la agarró antes de que pudiera caerse al suelo y después se acercó con decisión a los cristales. Apartó de un tirón las largas cortinas para escrutar lo que había al otro lado, pero no fue capaz de distinguir nada a más de un metro de distancia; la tormenta se había vuelto tan intensa durante las últimas horas que la lluvia parecía rodear Maor Cladaich como una campana de cristal.

—Nada —anunció en voz alta; los demás le observaban conteniendo el aliento—. No hay ni rastro de la banshee. Si realmente se trata de ella sabe camuflarse de maravilla…

—Cuando estaba en Australia —dijo de repente Delancey con un hilo de voz— oí contar a mi abuelo que según las leyendas irlandesas las únicas personas que no podían oír los sollozos de la banshee eran precisamente aquellas que acababan muriendo.

—Pero eso no tiene ningún sentido —murmuró el secretario del señor Archer, cada vez más horrorizado. Paseó la vista a su alrededor—. ¡Todos nosotros la hemos oído!

—¿Significa eso que estamos completamente a salvo? —quiso saber Archer.

—Por lo que tengo entendido, en esas leyendas de las que habla el señor Delancey se decía claramente que las banshees solamente anuncian la muerte de un miembro del clan al que pertenecen —apuntó la señorita Stirling, un poco más serena a pesar de que su acelerada respiración la traicionase—. Teóricamente ni ustedes ni yo tendríamos nada que temer. No pertenecemos a la dinastía de los O’Laoire. —Entonces se volvió hacia la dueña del castillo sin poder ocultar del todo el rencor que aún latía en su mirada—. Es una suerte que nuestra anfitriona se encuentre a cubierto en esta noche tan desapacible.

—¿Dónde se ha metido Ailish? —la interrumpió Rhiannon de repente.

—¿Qué quiere decir? ¿No está su hija en el castillo como todos los demás?

—No lo sé —contestó Rhiannon con voz temblorosa—. No la he visto desde que nos marchamos del comedor después de almorzar. No he vuelto a saber nada de ella…

Alexander cruzó con Lionel una mirada de alarma antes de agarrarla del brazo.

—Tranquilícese, Rhiannon. No hay por qué ponerse histéricos antes de tiempo. Lo más probable es que Ailish decidiera dedicar el resto del día a sus acuarelas o su música…

—La oí decir que quería dar un paseo por los jardines —les susurró Rhiannon.

—Sí, bueno, es muy propio de su hija, ¡pero no es tan tonta como para quedarse a la intemperie en una tarde como esta! —Lionel señaló con la mano los cristales azotados por la lluvia—. ¡Si se le hubiera ocurrido salir tendría que haber regresado hace horas!

—¿Quiere que vaya a su habitación para comprobar si está allí? —le dijo Alexander.

—No —murmuró Rhiannon—. Lo haré yo misma; sé dónde puede haberse metido.

Abandonó la salita con unos pasos tan inseguros que Alexander estuvo a punto de marcharse tras ella, pero Lionel le agarró por un brazo negando con la cabeza. Durante el siguiente cuarto de hora nadie despegó los labios. El momentáneo silencio en que la banshee parecía haber caído no tardó en dar paso a una nueva retahíla de sollozos, tan espeluznantes que el señor Rivers acabó tapándose los oídos con las manos y diciéndole a su jefe que podía despedirle cuando quisiera, pero que si lograba salir con vida de aquel trance no se volvería a dejar caer nunca más por el Viejo Mundo. Finalmente les llegó el eco de los pasos de Rhiannon.

—No está —dijo en un hilo de voz mientras el profesor la conducía despacio al diván en el que se había sentado antes la señorita Stirling—. Ni en su dormitorio, ni en la biblioteca, ni tampoco en la cocina. Se me había ocurrido que podría haber bajado para echarle una mano a Maud, pero por lo que me ha dicho tampoco sabe nada de ella.

—Me imagino que los criados también han oído a la banshee —adivinó Lionel.

—No es para menos —oyeron decir a la señorita Stirling al otro lado de la salita—. Mi patrón también debe de haberlo hecho y por lo que tengo entendido sigue en Budapest.

Rhiannon le tendió una mano a Alexander, y el profesor se la estrechó con fuerza.

—Estoy absolutamente aterrorizada. ¿Adónde creen que puede haberse marchado?

—Bien, es evidente que tiene que encontrarse en la propiedad —contestó Alexander tras reflexionar unos instantes—. No tendría ningún sentido que hubiera aprovechado que usted estaba entretenida con sus invitados para abandonar Maor Cladaich. Que sepamos su hija no tenía ningún motivo para escapar sin contarle a nadie lo que planeaba hacer…

Su voz se apagó poco a poco mientras lo decía. Volvió a mirar a Lionel, y algo en la expresión de su amigo le hizo darse cuenta de que estaban pensando lo mismo.

Tampoco Oliver se encontraba en el castillo. Había desaparecido exactamente a la vez que la joven, una coincidencia decididamente sospechosa. «Lo siento, pero es importante —le había dicho a Alexander antes de marcharse detrás de ella, después de verla cruzar los jardines aquella tarde—. Tiene que ver con Ailish.»

¿Habría sido realmente capaz de planear una fuga a espaldas de sus compañeros?

—Lo mejor será que bajemos de nuevo a la cocina —rompió el silencio Lionel, no demasiado convencido— para pedirles a los criados que nos echen una mano. Con su ayuda tardaremos menos en llevar a cabo un registro, por muy asustados que estén ahora mismo.

Dejaron a los demás en la salita a pesar de sus protestas y se encaminaron hacia la escalera que conducía a las habitaciones del servicio. Encontraron a los miembros más jóvenes reunidos alrededor de la mesa de la cocina, acurrucados unos contra otros como si así pudieran evitar que la banshee los señalara como sus próximas víctimas. Por suerte no pusieron tantos reparos como Alexander y Lionel temían cuando Rhiannon les explicó con una voz que pretendía sonar autoritaria lo que esperaba de ellos. Puede que creyeran que resultaría más sencillo mantenerse a salvo si a partir de ese momento permanecían unidos en grupos de dos o de tres. Agarraron palmatorias y candelabros y se pusieron manos a la obra, sumidos en un silencio que hacía que los truenos resultaran aún más pavorosos. Pero no pudieron sacar nada en claro; nadie fue capaz de dar con la hija de su patrona pese a estar más de una hora buscándola por todas partes. Finalmente, a eso de las nueve, Archer comentó algo sobre lo tarde que era y Rhiannon consiguió reunir el aplomo necesario para ordenar que dispusieran la mesa del comedor.

Maud hizo lo que pudo para que los platos que había preparado con tanto esmero no parecieran demasiado recalentados, pero el concierto con el que les siguió deleitando la banshee durante toda la velada no ayudó demasiado a que disfrutaran de la cena. Por muchos esfuerzos que hicieron para tratar de distinguir su silueta desde las ventanas del comedor no tuvieron más éxito que con Ailish. Las dos parecían ser igual de escurridizas.

—Creo —propuso Alexander después de que el último de los criados apareciera diciendo que tampoco había tenido éxito— que deberíamos proseguir la búsqueda fuera de la fortaleza. Es evidente que no está en Maor Cladaich; lo hemos registrado por completo.

—Pero usted mismo aseguraba que Ailish no tenía ningún motivo para escaparse…

—No estoy diciendo que se haya marchado de la propiedad. Estoy diciendo que a lo mejor se encuentra atrapada en los jardines por culpa de esta espantosa tormenta. Y no creo que esté precisamente tranquila con la banshee dando vueltas a su alrededor.

Rhiannon hundió el rostro entre las manos. La señorita Stirling les lanzó desde la mesa una expresiva mirada de impaciencia. Había cenado en silencio sin perder su rictus de damisela despechada y en aquel instante se disponía a servirse un poco más de vino, pero cuando Archer le alargó su copa no le quedó más remedio que escanciarlo para él con una expresión de rencor reconcentrado que el norteamericano tuvo la suerte de no captar.

Cuando se disponían a salir del comedor oyeron el inconfundible sonido del portón de la entrada y casi enseguida unos pasos que subían la escalera a toda velocidad. Una de las chicas de Ballybrack dobló la esquina del corredor, acercándose a Rhiannon sin aliento.

—Señora, acaba de llegar a Maor Cladaich un inspector de policía que ha dicho…

—¿El inspector Fitzwalter? —dejó escapar Rhiannon—. Por todos los cielos, ¿qué querrá?

—No lo sé, señora. Ha dicho que necesita hablar con usted lo antes posible. Pero no ha venido solo; le acompañan otros dos policías. Y me parece que traen a alguien más.

Rhiannon soltó un grito de alegría. Apartó a un lado a la chica para echar a correr hacia el vestíbulo, seguida de inmediato por Alexander y Lionel. Por desgracia, su alborozo no duró demasiado; el inspector Fitzwalter estaba efectivamente en el vestíbulo, pero la persona que lo acompañaba no era Ailish. Cuando Rhiannon se detuvo en seco al pie de la escalera comprendió que no conocía de nada a aquel hombre.

Fitzwalter dejó de hablar con sus subalternos para volverse hacia la señora de la casa.

—Ah, aquí está la señora O’Laoire. Perdone que nos presentemos tan de improviso…

—No se preocupe, inspector —le dijo Rhiannon—. Precisamente estaba empezando a pensar en enviar a uno de mis criados a la comisaría de Kilcurling con un aviso urgente.

—Pues ya ve que no ha sido necesario; me imaginaba que estarían teniendo algún que otro problema en Maor Cladaich. Lamento que seamos unos aguafiestas, sobre todo en una noche tan desapacible como esta, pero de algún modo tuve el presentimiento de que no tardaría en pedirnos ayuda. De hecho parece que no hemos sido los únicos que decidimos subir al castillo; la Providencia también ha querido enviarles a este caballero.

Cuando Fitzwalter se apartó a un lado, la luz de las velas que ardían en el vestíbulo recayó sobre el desconocido que le acompañaba. Su aspecto era de lo más inocente, y no había nada en él que resultara estremecedor, pero Alexander y Lionel se quedaron mirándole totalmente estupefactos cuando lo reconocieron. Era August Westwood.