26

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Alexander—. ¡Creo que he oído gritar a Rhiannon!

—Sí, y parecía contenta —confirmó Lionel. Al darse cuenta de cómo le estaba mirando August dejó de frotarse la cara—. Más vale que nos reunamos cuanto antes con ella. Parece que el intento de fuga de los dos tortolitos se ha visto frustrado.

Decidió dejar a un lado su inquietud por el estado mental de Jemima y bajar con los demás al ruidoso vestíbulo. La señorita Stirling seguía allí, sentada con aire de suprema paciencia en una silla apoyada contra la pared, y también Archer, Rivers, Delancey y unos cuantos criados. Uno de los policías de Fitzwalter ayudaba en ese momento a los dos jóvenes a entrar en el castillo; Oliver traía a Ailish en brazos y ambos tenían un aspecto propio de unos náufragos, aunque al menos seguían enteros.

—¡Dios mío, Dios mío, no me lo puedo creer! ¡No sabes el miedo que he pasado…!

Rhiannon casi había arrancado a su hija del abrazo de Oliver y la besaba una y otra vez sin reparar en que su vestido se estaba manchando de barro al contacto con el suyo.

—Reynolds se ha encontrado con ellos hace un momento —informó el inspector a los ingleses cuando se detuvieron a su lado—. Ha sido un milagro que consiguieran subir la colina con esta tormenta. Si no hubiera sido por su amigo, dudo que la señorita O’Laoire hubiera podido hacerlo sola; según dicen el fango les llegaba por encima de los tobillos.

—Mamá…, casi no me dejas respirar —la oyeron susurrar contra el pecho de Rhiannon.

Como era de esperar, la euforia inicial de su madre no tardó en desembocar en un torrente de reproches, exigencias y advertencias que hicieron torcer el gesto a Ailish, demasiado exhausta para contestar a ninguna de sus preguntas. ¿Qué podía habérsele perdido en los jardines precisamente aquel día? ¿Por qué no se había dado inmediatamente la vuelta al ver que llovía tanto?

—¿Te das cuenta de que de no ser por el señor Saunders aún seguiríamos buscándote como locos? En nombre del cielo, ¿cómo has podido cometer semejante locura?

—Mamá, por favor, deja de gritarme. No me apetece discutir ahora mismo.

—¿Que no te apetece…? —Rhiannon se quedó mirándola con una expresión cada vez más confundida—. ¿Se puede saber qué tratas de ocultarme? ¿Qué te ha pasado?

—No sé a qué te refieres. Me gustaría subir a mi cuarto para quitarme este vestido…

—Tú no te vas a ir a ninguna parte hasta que me cuentes qué ha sucedido. ¿Crees que puedes desaparecer como lo has hecho durante horas y regresar como si no hubiera pasado nada en absoluto? —Rhiannon cada vez estaba más nerviosa. Ailish había apretado los labios con fuerza y su madre la acabó sacudiendo por los hombros para que le hiciera caso—. ¡Te estoy hablando, señorita! ¡Haz el favor de contestarme de una vez!

—No ha sido culpa suya, Rhiannon —intervino Oliver de repente—. Ha sido culpa mía. Solo mía.

Presentaba un aspecto tan digno de lástima como Ailish, totalmente empapado y cubierto de barro y briznas de hierba, pero sus ojos estaban llenos de determinación.

—Me he encontrado con su hija mientras recorría los jardines después de comer —siguió diciendo mientras Ailish conseguía soltarse, roja de vergüenza—. Estábamos dando un paseo y sin darnos cuenta… nos hemos alejado demasiado del castillo. Se ha puesto a diluviar tanto que no nos hemos atrevido a desandar el camino hasta estar seguros de que no nos ocurriría nada. Toda la colina está inundada; habría sido una locura tratar de alcanzar Maor Cladaich en plena tormenta. Eso es lo que ha sucedido.

Rhiannon permaneció callada mientras Ailish se quitaba en silencio el abrigo chorreante que Oliver le había puesto para dejarlo sobre el respaldo de una silla.

—Eso es lo que ha sucedido… —repitió la mujer, sin apartar los ojos de los del joven.

—Nada más que eso —le aseguró Oliver—. Comprendo que se haya puesto nerviosa por nuestra culpa, pero le ruego que no se lo reproche a Ailish. Ella no ha hecho nada…

—Ah, pues a mí me parece que tengo muchas cosas que reprocharle. Y también a usted, señor Saunders, por lo que parece. —Rhiannon respiró hondo; era evidente que se esforzaba por serenarse—. Si la tormenta era tan terrible, ¿dónde se han metido durante todo el tiempo? ¿O es que va a decirme que han pasado todas estas horas a la intemperie?

—Por supuesto que no. Hemos estado… —Oliver se quedó callado un momento. Miró de reojo a Ailish, que asintió con la cabeza en silencio—. En una pequeña cueva que se encuentra al pie del acantilado. Ha sido una suerte que diéramos con ella. De lo contrario…

Pero Rhiannon no podía atender a sus explicaciones. Había reparado en el gesto casi imperceptible de Ailish. Y aquello le había hecho temerse lo peor.

—Una cueva. Los dos completamente solos en una cueva. ¿Realmente me considera tan necia como para creer esa historia, señor Saunders? ¿A qué piensa que está jugando?

—Ah, por el amor de Dios —exclamó Ailish sin poder contenerse—. Hace un instante estabas a punto de besar el suelo que Oliver pisaba por haberme traído a casa sana y salva, ¿y de repente te atreves a echarle en cara que se haya quedado a solas conmigo?

—¡No me levantes la voz, jovencita! ¡Ahora no estoy hablando contigo sino con él!

—¡No pienso callarme! Los problemas que tengas con Oliver también los tendrás conmigo. Estamos comprometidos, mamá, tanto si te gusta como si no.

Rhiannon se quedó mirándola con horror.

—¿Qué estás…? —fue lo único que pudo articular—. ¿Qué demonios estás diciendo?

—Lo que has oído. Estamos enamorados y no dejaremos que nada nos separe.

—Tiene que ser una broma. Algo de muy mal gusto, Ailish, te lo aseguro…

—Una broma muy curiosa en una noche como esta —repuso la muchacha—. Pensé que conocías mejor mi sentido del humor. O mejor dicho mi carencia absoluta de él, ya que hasta que Oliver apareció en nuestra casa no había casi nada que me hiciera sonreír.

Se acercó más a él, arrastrando su empapado vestido, y se refugió entre sus brazos sin dejar de mirar a su madre a los ojos. Oliver la apretó contra sí sin pronunciar palabra.

Lionel abrió la boca, pero por una vez en su vida no supo qué decir. Alexander y August se habían quedado paralizados por la noticia. En cuanto a las demás personas que había en el vestíbulo, los únicos que se atrevían a hablar entre ellos en susurros eran los criados.

—Comprometidos… —susurró Rhiannon tras un silencio que pareció durar un siglo.

—Sí —susurró Ailish contra el chaleco de Oliver—. Lo hemos decidido esta tarde, así que no podrás decir que hemos tardado demasiado en contártelo. Y no teníamos por qué hacerlo tan pronto; al fin y al cabo es asunto nuestro. Somos dos personas adultas que…

Para su sorpresa Rhiannon se echó a reír, aunque su risa fue la menos alegre del mundo. Sus ojos grises parecían echar chispas.

—Perdona que te lleve la contraria, mocosa, pero aún eres menor de edad. Nunca podrás tomar una decisión como esa sin consultármelo primero. ¡Soy responsable de ti!

—¡Yo haré lo que se me antoje! —gritó Ailish; al señor Rivers le sorprendió tanto su reacción que dio un salto, y el señor Delancey enarcó las cejas, sin dejar de atender a lo que ocurría—. Durante dieciocho años me has tenido encerrada en este maldito castillo sin dejarme hacer nada de lo que quería. ¡Durante dieciocho años me has prohibido vivir de verdad solo porque tenías miedo de que algún día pudiera dejarte! ¡Pero no puedo seguir soportando esta situación ni un solo día más!

—¿Qué situación has tenido que soportar? —preguntó Rhiannon en el mismo tono de voz; ella también se había puesto roja de rabia—. ¡Te he dado todo el amor que una madre podría llegar a sentir por su hija! Sabes que nunca te ha faltado nada a mi lado.

—¡Me ha faltado mi vida! —profirió Ailish con lágrimas en los ojos—. Una en la que no tuviera que estar siempre encerrada, que pudiera compartir con quien quisiera. Por fin he encontrado a la persona con la que quiero hacerlo, mamá. Y nada de lo que tú…

Ailish no pudo continuar; Rhiannon la agarró de un brazo para apartarla de Oliver.

—¡Suéltame! ¡Suéltame ahora mismo! ¡No te atrevas a separarme de él!

—¡Déjela en paz! —gritó Oliver. Quiso acercarse a ellas pero no fue lo bastante rápido; Alexander y Lionel se apresuraron a sujetarle los brazos.

—Estate quieto —le aconsejó el profesor en voz baja—. No lo estropees más…

—Esto ha durado demasiado —dijo Rhiannon con voz temblorosa, mientras Ailish seguía forcejeando para tratar de soltarse—. Ha sido culpa mía, únicamente mía. Dios sabe lo irresponsable que he sido al permitiros pasar tanto tiempo juntos, pero no volveré a cometer el mismo error. Vosotros —les hizo un gesto a dos criados que atendían a la escena en silencio—, llevad a la señorita O’Laoire a su dormitorio. No permitáis que salga de allí hasta que yo lo ordene. Si dejáis que ponga un solo pie en el pasillo os arrepentiréis.

Los muchachos asintieron con la cabeza y cada uno agarró un brazo de Ailish para conducirla hacia la escalera. No fue una tarea fácil; la chica se revolvía como una fiera.

—¡No me toquéis! ¡No me pongáis las manos encima! ¡No tenéis derecho!

—Por favor, Rhiannon —le pidió Alexander sin dejar de sujetar a un Oliver cada vez más furioso—. Esto no tiene ningún sentido. Comprendo que le duela que tomaran una decisión tan importante sin consultarlo primero con usted, pero…

—¡Oliver! —volvió a chillar Ailish desde lo alto de la escalera antes de desaparecer con los criados—. ¡Oliver, no! ¡No!

—Está cometiendo el peor error de su vida —dijo Lionel en voz baja cuando la puerta se cerró a sus espaldas.

—No recuerdo haberle pedido en ningún momento su opinión, señor Lennox.

—Lionel tiene razón —intervino August lo más suavemente que pudo—. No conozco de nada a su hija, señora O’Laoire, pero me da la sensación de que lo que asegura sentir por nuestro amigo no es solamente un capricho. No le servirá de nada enfrentarse a ella.

—Nunca ha sido un capricho —articuló Oliver sin apartar los ojos de la escalera por donde se habían llevado a la muchacha—. Todo lo que Ailish ha dicho es cierto. Estamos enamorados…

—Basta —murmuró Rhiannon, tapándose los oídos—. Me niego a saber nada más.

—Con esto no conseguirá que la quiera menos. Ni aunque trate de poner un mar de distancia entre los dos renunciaré a Ailish. ¡La quiero, Rhiannon! ¡La quiero de verdad!

—¡Basta, he dicho! ¡Cállese antes de que le eche de mi casa mientras aún sea mía!

El último grito de Rhiannon logró reducir a Oliver al silencio, pero en la mirada que le dirigió había tanto rencor que algunas de las doncellas retrocedieron asustadas.

Rhiannon dejó escapar un suspiro, pasándose una mano ansiosamente por el pelo.

—Tal vez deba hacerlo —susurró transcurridos unos segundos. Volvió a mirar a los cuatro ingleses—. Sí, creo que lo mejor será que se marchen. Siento mucho que las cosas hayan terminado de esta manera, pero comprenderán que no puedo exponerme a que…

—¿Cómo dice? —se escandalizó Lionel—. ¿Después de lo que hemos hecho por usted?

—Les agradezco mucho su ayuda. Sé perfectamente que sin su colaboración nunca habría logrado atraer la atención de ningún candidato a propietario de Maor Cladaich. Pero no pienso quedarme de brazos cruzados mientras por culpa de uno de ustedes se resquebraja el precario equilibrio que aún pudiera haber en mi vida familiar. El bienestar de mi hija me importa mucho más que este castillo. No puedo seguir corriendo riesgos.

Tuvo que volver la cara cuando su mirada se encontró con la de Alexander, en la que se daban la mano la comprensión, la decepción y la tristeza. Al profesor no le dio tiempo a decirle lo que pensaba de su decisión; la señorita Stirling se aclaró la garganta.

—Toda esta epopeya familiar me ha resultado de lo más emocionante, pero parece que se les ha olvidado que ahí fuera hay una criatura que ha vaticinado la muerte de uno de nosotros. —Señaló con un dedo los cristales sacudidos por la lluvia—. ¿No sería más prudente dejar para mañana esta discusión? Llámenme extravagante, pero me preocupa más conservar la vida que enterarme de lo que acaba ocurriendo entre la señorita O’Laoire y el señor Saunders. Y me atrevería a decir que a la banshee también le trae sin cuidado.

Sus palabras consiguieron que el inspector Fitzwalter abandonara su mutismo. Se había limitado a asistir en silencio a la pelea que había tenido lugar delante suyo por no considerar que el tema entrara dentro de sus competencias. Sin embargo, cuando oyó a la bella extranjera asintió con gravedad. Se acercó un poco más a Rhiannon.

—Me parece que lo más prudente será prepararnos para pasar la noche. Si usted lo permite, señora O’Laoire, haré que mis hombres se encarguen de patrullar durante las próximas horas por el interior de Maor Cladaich. Teniendo en cuenta lo que ha ocurrido en las anteriores ocasiones en las que se ha oído a su banshee…, no creo que nos debamos tomar a la ligera su advertencia. No si está en juego la vida de uno de ustedes.

Rhiannon cabeceó en señal de asentimiento, aunque parecía encontrarse muy lejos del vestíbulo. Había clavado los ojos con creciente congoja en lo más alto de la escalera.

—¿Haría el favor de dejarme las llaves del castillo durante esta noche? —le pidió el inspector. Rhiannon volvió a asentir, entregándole un pesado manojo de llaves que sacó de entre los pliegues de su vestido—. Me aseguraré de que todas las puertas quedan bien cerradas; no quiero correr el riesgo de que alguien se cuele desde el exterior.

Poco a poco los criados se empezaron a poner en movimiento para regresar a las habitaciones del servicio. Era evidente que la improvisada reunión había tocado a su fin.

—Creo que lo mejor será que me retire a mi dormitorio —susurró Delancey.

—Yo también opino lo mismo —coincidió Archer—. Gracias de nuevo por la decisión que ha tomado, señora O’Laoire. Le aseguro que no se arrepentirá de dejar su castillo en mis manos. Ya verá como cuando se marche con su hija a su nuevo hogar, todo esto le parecerá un suceso sin importancia. ¡Es hora de que comiencen una nueva vida juntas!

Rivers siguió a su jefe escaleras arriba, y lo mismo se dispuso a hacer la señorita Stirling. La inquietud por la banshee no había apagado del todo el despecho de su mirada.

—Una cosa más… —le dijo a Rhiannon con una mano apoyada en la balaustrada—. El señor Lennox tenía razón al advertirle que está cometiendo el peor error de su vida. Rece para no tener que arrepentirse nunca de esto. Y no me refiero a haber escogido a Archer en vez de a mi patrón, sino a lo que le está haciendo a esa hija a la que dice querer tanto.

Rhiannon ni siquiera se molestó en contestarle. La señorita Stirling desapareció en el primer piso justo cuando un reloj empezaba a desgranar once campanadas.

—Oliver, estás temblando como una hoja —le susurró Alexander. Apoyó una mano en su frente para asegurarse de que no se había puesto enfermo—. Creo que necesitarías tomar algo caliente antes de acostarte. Vamos, acompáñanos un momento a la cocina…

—No quiero nada —murmuró Oliver—. Marcharme con Ailish de aquí y no tener que regresar nunca más a este lugar; eso es lo que realmente necesitaría ahora mismo.

—Mañana lo verás de otra manera —le dijo August en tono tranquilizador.

—Sí, aunque tendrás que verlo desde el pueblo —comentó Lionel sin poder ahogar su resentimiento—. ¡Esperemos que aún queden habitaciones libres en The Golden Pot…!

Tampoco Rhiannon dijo nada en esta ocasión. Siguió de pie en el mismo lugar, con los labios apretados, la barbilla temblorosa y los puños aferrados a los pliegues de su vestido manchado de barro. Lionel sacudió la cabeza mientras conducían a Oliver hacia la cocina. Alexander se detuvo un momento a su lado antes de seguir a sus amigos.

—Por mucho que le cueste creerme, adivino qué es lo que la ha hecho reaccionar de esta forma —le susurró—. Pero que usted no tuviera suerte no quiere decir… que a su hija le tenga que suceder lo mismo. Sé que Oliver nunca la abandonaría. ¿Y si su amor sí fuera de verdad?

Rhiannon se tapó la cara con las manos. Alexander prefirió dejarla a solas para que pudiera reflexionar sobre lo ocurrido, aunque cuando estaba a punto de descender la estrecha escalera le pareció oírla sollozar como si también ella fuera una banshee.

Encontró a sus amigos en la cocina. Oliver se había dejado caer en una maltrecha silla de mimbre mientras August rebuscaba en una de las alacenas para encontrar alguna bebida que ofrecerle. También estaba allí uno de los hombres de Fitzwalter, comprobando que la puerta trasera de Maor Cladaich estuviera bien cerrada. Cuando estuvo seguro de que así era, se despidió de los ingleses y se fue a reunir con los demás.

August había dado con una botella de vino de Málaga que Maud debía de usar en algunas de sus recetas. Le sirvió medio vaso a Oliver, poniéndose en cuclillas a su lado.

—Cambiará de opinión en cuanto pasen unas cuantas horas —le aseguró. El joven no dijo nada; se limitó a beber en silencio con la mirada sumergida en el licor dorado—. La señora O’Laoire no puede tener nada en tu contra. Estoy convencido de que hasta esta tarde tu comportamiento ha sido ejemplar. ¿Qué más podría desear para su única hija?

—Un rico heredero —contestó Oliver en voz baja—. Alguien capaz de ofrecerle algo más que una habitación en un college de Oxford. Dios santo, no entiendo cómo he sido tan imbécil… —Dejó el vaso sobre la mesa, hundiendo la cara en sus manos como lo había hecho Rhiannon poco antes—. Nunca he sido digno de ella. No podría aspirar a conseguir su mano por mucho que me esforzara —murmuró—. ¿Qué importa que Ailish sienta por mí lo mismo que yo siento por ella si lo que quiere Rhiannon es dársela al mejor postor?

—Estás muy equivocado, Oliver —le aseguró Alexander con tristeza—. Rhiannon no tiene más problemas contigo que los que podría tener con cualquier otro hombre que se atreviera a rondar a su hija. Para ella sigue siendo una niña a la que tiene que proteger…

—No estoy tan seguro de lo que dices —rezongó Lionel—. Apuesto a que si Archer le pidiera su mano con todo lo que contiene Maor Cladaich para ese heredero que tiene trabajando en Nueva Orleans, no dudaría en entregársela. Y lo mismo habría hecho con el príncipe Dragomirásky si no le resultara tan sumamente antipático por razones que desconocemos. Los nobles nunca cambiarán, Alexander. Ni siquiera tu querida Rhiannon.

El profesor prefirió guardarse sus opiniones, especialmente cuando Lionel mencionó a aquel personaje. «El hermano de Ailish —se dijo sombríamente—. Si Oliver supiera que en realidad es una princesa… ¡Si la propia Ailish descubriera esto…!»

No tenía sentido que le diera vueltas; Rhiannon nunca consentiría que le contaran a Ailish quién era su auténtico padre. Tal vez ese fuera el motivo de que quisiera quitarse de encima a Alexander y sus amigos cuanto antes. Lionel se apartó de la pared en la que se había apoyado para acercarse a Oliver. Puso una mano en su hombro.

—Lo siento, Oliver. Lo siento de verdad. Todos sabemos lo mucho que significa esa chica para ti. —Se quedó callado un momento antes de añadir, en un tono que trataba de imitar sin mucho éxito su desenvoltura usual—: Bueno, al menos te queda el consuelo de haber podido disfrutar de sus encantos aunque solo haya sido durante una tarde…

—¡Lionel! —exclamó August, escandalizado—. ¡No es momento de hacer bromas!

—Solo trato de quitarle hierro al asunto. Oliver está destrozado ahora mismo, sí, es comprensible. Pero dentro de unos días comenzará a verlo de otra manera. Cuando estemos de vuelta en Oxford, el recuerdo de Ailish dejará de torturarle como lo hace ahora. Se acabará convirtiendo en una experiencia más de su vida, una especialmente importante teniendo en cuenta que le ha permitido dar de una vez el paso a la madurez…

—No hemos hecho nada de lo que te estás imaginando, Lionel —murmuró Oliver.

—¿Cómo que no? ¿Qué rayos se puede hacer tantas horas atrapados en una cueva?

—Hablar. Hablar de cosas que Rhiannon no quería que descubriera nadie más. —Y ante las miradas de desconcierto de sus amigos, Oliver añadió con cansancio—: Ailish es una especie de médium. Más bien una vidente dado que no puede interactuar con los muertos sino con el aura que rodea a los objetos físicos. Tiene el don de la psicoscopía.

Aquella noticia cayó como una bomba en medio de la cocina. August se puso muy despacio en pie, y Alexander acortó de inmediato la distancia que le separaba de Oliver.

—¿Psicoscopía? ¿Lo dices en serio? ¿Por qué no nos lo has contado antes?

—Porque lo he descubierto esta tarde. Todo lo que se cuenta de ella en Kilcurling, las historias que han difundido los vecinos desde que era pequeña… son parcialmente ciertas, pero no es ninguna bruja. Rhiannon la encerró en Maor Cladaich para impedir que pudieran hacerle daño. Debía de pensar que si la mantenía apartada del mundo real nada conseguiría ponerla en peligro. Aunque ahora, por mi culpa… todo ha cambiado.

Tuvo que callarse cuando la puerta de la cocina se abrió y Jemima apareció en el umbral con cara de pocos amigos. Se abrió camino de mala manera entre Alexander y August para sacar un vaso de la misma alacena que el clérigo acababa de dejar abierta.

—La señora quiere que le lleve un poco de leche a su hija —dijo tratando de romper aquel incómodo silencio—. No sé para qué me molesto; seguro que me lo tirará a la cara…

—¿Cómo se encuentra ella, señorita Lawless? —preguntó Oliver en voz muy baja.

—Mal —fue su desabrida respuesta—. Peor que nunca, y eso que llevo muchos años soportando sus cambios de humor. Se ha tirado encima de la cama y no deja de llorar a gritos. Me va a estallar la cabeza como siga así. Se empeña en llamarle una y otra vez, y se niega a mirar a su madre por mucho que trate de hablar con ella. —Cogió una botella de leche que alguna de las criadas había colocado en una esquina de la mesa para llenar el vaso—. Creo que se ha desquiciado por completo —continuó—. Ya sé que siempre lo ha estado, pero esto ha acabado con ella. Supongo que estará orgulloso, señor Saunders…

—Haz el favor de morderte la lengua —le espetó Lionel.

Jemima no le contestó. Devolvió la botella a la mesa y salió de la cocina, pero Oliver corrió para alcanzarla antes de que pudiera subir la escalera. La agarró de un brazo.

—Jemima, por favor… Necesito que Ailish comprenda que… que nada de lo que haga su madre conseguirá que deje de pensar en ella. Dígaselo de mi parte, se lo ruego…

—Dudo que quiera escucharme —replicó la doncella—. Para hacerlo tendría que dejar de gritar unos segundos. Y me parece que eso no entra en sus planes.

Dio un tirón para soltarse de su mano, pero Oliver no podía dejar que se fuera aún.

—Dígale que esperaré en Kilcurling el tiempo que haga falta. Que no me marcharé de Irlanda sin llevarla conmigo. Que me casaré con ella, pase lo que pase… ¿Lo hará por mí?

Jemima le escuchó en completo silencio. Siguió sosteniéndole la mirada a Oliver con el semblante más inexpresivo del mundo, hasta que sus ojos se desviaron hacia los de Lionel. Algo parecido al odio reverberó un momento en sus pupilas, aunque cuando volvió a prestar atención al muchacho lo hizo con una sonrisa. Asintió con la cabeza.

—Por supuesto, señor Saunders. Confíe en mí. —Y se escabulló escaleras arriba.

Oliver se permitió respirar. Dejó que Alexander y August lo condujeran de vuelta a la cocina, pero Lionel aún se quedó un rato en el umbral. Observaba el recodo detrás del cual había desaparecido Jemima con un inquietante presentimiento atenazándole el estómago.