Ya hemos visto263 que el matrimonio tiene como correlativo inmediato la prostitución. «El hetairismo —dice Morgan— sigue a la Humanidad hasta en su civilización como una oscura sombra que se cierne sobre la familia.» Por prudencia, el hombre consagra a su esposa a la castidad, pero él no se satisface con el régimen que le impone.

Los reyes de Persia —relata Montaigne, quien aprueba su sabiduría— llamaban a sus mujeres para que los acompañasen en sus festines; pero, cuando el vino los caldeaba y necesitaban soltar la brida a la voluptuosidad, las enviaban a sus habitaciones privadas, para no hacerlas partícipes de sus apetitos inmoderados, y ordenaban que acudiesen en su lugar mujeres con las cuales no tenían la obligación de mostrarse respetuosos.

Hacen falta cloacas para garantizar la salubridad de los palacios, decían los Padres de la Iglesia. Y Mandeville, en una obra que hizo mucho ruido, decía: «Es evidente que existe la necesidad de sacrificar a una parte de las mujeres para conservar a la otra y para prevenir una suciedad de carácter más repelente.» Uno de los argumentos esgrimidos por los esclavistas norteamericanos en favor de la esclavitud consistía en que, al estar los blancos del Sur descargados de las faenas serviles, podían mantener entre ellos las relaciones más democráticas, más refinadas; de igual modo, la existencia de una casta de «mujeres perdidas» permite tratar a la «mujer honesta» con el respeto más caballeresco. La prostituta es una cabeza de turco; el hombre descarga su torpeza sobre ella y luego la vilipendia. Que un estatuto legal la someta a vigilancia policíaca o que trabaje en la clandestinidad, en cualquier caso es tratada como paria.

Desde el punto de vista económico, su situación es simétrica a la de la mujer casada. «Entre las que se venden por medio de la prostitución y las que lo hacen a través del matrimonio, la única diferencia consiste en el precio y la duración del contrato», dice Marro264. Para ambas, el acto sexual es un servicio; la segunda está comprometida para toda la vida a un solo hombre; la primera tiene varios clientes que le pagan por unidades. Aquella está protegida por un varón contra todos los demás; esta se halla defendida por todos contra la exclusiva tiranía de cada uno. En todo caso los beneficios que extraen del don de su cuerpo están limitados por la competencia; el marido sabe que podría haber elegido otra esposa:. el cumplimiento de los «deberes conyugales» no es una gracia, es la ejecución de un contrato. En la prostitución, el deseo masculino, al no ser singular sino especifico, puede satisfacerse con no importa qué cuerpo. Esposa o hetaira, ninguna logra explotar al hombre más que en el caso de que adquieran sobre él un singular ascendiente. La gran diferencia entre ellas consiste en que la mujer legítima, oprimida en tanto que mujer casada, es respetada como persona humana; y este respeto empieza a dar jaque seriamente a la opresión. Mientras que la prostituta no tiene los derechos de una persona y en ella se resumen, a la vez, todas las figuras de la esclavitud femenina.

Resulta ingenuo preguntarse qué motivos empujan a la mujer a la prostitución; hoy ya no se cree en la teoría de Lombroso, que asimilaba a las prostitutas con los criminales y que solo veía degenerados en unos y otras; según afirman las estadísticas, es posible que, de una manera general, el nivel mental de las prostitutas esté un poco por debajo del nivel medio y que el de algunas sea francamente débil: las mujeres cuyas facultades mentales están disminuidas eligen de buen grado un oficio que no exige de ellas ninguna especialización; pero la mayor parte de ellas son normales, y algunas, muy inteligentes. Ninguna fatalidad hereditaria, ninguna tara fisiológica, pesa sobre ellas. En verdad, en un mundo en que la miseria y la falta de trabajo causan estragos, tan pronto como una profesión se abre, se encuentran gentes dispuestas a ejercerla; mientras existan la Policía, la prostitución, habrá policías y prostitutas. Tanto más cuanto que estas profesiones, por término medio, reportan más beneficios que otras muchas. Es hipócrita en grado sumo asombrarse de la oferta que suscita la demanda masculina; se trata de un proceso económico rudimentario y universal. «De todas las causas de la prostitución —escribía en 1857 Parent-Duchâtelet, en el curso de su encuesta—, ninguna más activa que la falta de trabajo y la miseria, que es consecuencia inevitable de los salarios insuficientes.» Los moralistas bien pensados replican sarcásticamente que los lacrimosos relatos de las prostitutas son novelas para uso de clientes ingenuos. En efecto, en muchos casos la prostituta podría haberse ganado la vida de otra manera: pero, si la que ha elegido no le parece la peor, eso no prueba que tenga el vicio en la sangre; más bien eso condena a una sociedad donde ese oficio es todavía uno de los que a muchas mujeres les parece el menos repelente. La pregunta suele ser: ¿por qué lo han elegido? Pero la cuestión es más bien la siguiente: ¿por qué no hablan de elegirlo? Entre otras cosas, se ha advertido que gran parte de las prostitutas se reclutaban entre las sirvientas; eso fue lo que estableció Parent-Duchâtelet para todos los países, lo que observaba Lily Braun en Alemania y lo que hacía notar Ryckère respecto a Bélgica. Alrededor del 50 por 100 de las prostitutas han sido antes criadas. Una ojeada a la «habitación de la criada» basta para explicar el hecho. Explotada, esclavizada, tratada como objeto más que como persona, la criada para todo no espera del porvenir ninguna mejoría de su suerte; a veces tiene que sufrir los caprichos del amo de la casa: de la esclavitud doméstica y los amores ancilares, se va deslizando hacia una esclavitud que no podría ser más degradante, pero que ella sueña más dichosa. Además, las mujeres que prestan sus servicios como criadas son muy a menudo desarraigadas; se calcula que el 80 por 100 de las prostitutas parisienses proceden de las provincias o del campo. La proximidad de su familia, la preocupación por su reputación impedirían a la mujer abrazar una profesión generalmente despreciada; pero, perdida en una gran ciudad y no encontrándose ya integrada en la sociedad, la idea abstracta de la «moral» no representa para ella un obstáculo. Cuanto más rodea la burguesía de temibles tabúes el acto sexual —y, sobre todo, la virginidad—, tanto más se presenta en muchos medios obreros y campesinos como una cosa indiferente. Multitud de encuestas coinciden en este punto: hay un gran número de jóvenes que se dejan desflorar por el primero que llega y que inmediatamente después consideran natural entregarse al primero que pase. En una encuesta realizada con cien prostitutas, el doctor Bizard ha comprobado los hechos siguientes: una había sido desflorada a los once años, dos a los doce, dos a los trece, seis a los catorce, siete a los quince, veintiuna a los dieciséis, diecinueve a los diecisiete, diecisiete a los dieciocho, seis a los diecinueve años; las demás lo habían sido después de los veintiún años. Así, pues, había un 5 por 100 que habían sido violadas antes de su formación. Más de la mitad decían haberse entregado por amor; las otras habían consentido por ignorancia. El primer seductor es frecuentemente joven. Lo más corriente es que se trate de un camarada de taller, un colega de oficina, un amigo de la infancia; después vienen los militares, los contramaestres, los ayudas de cámara, los estudiantes; la lista del doctor Bizard incluía, además, dos abogados, un arquitecto, un médico, un farmacéutico. Es bastante raro, en contra de lo que quiere la leyenda, que sea el propio patrón quien desempeñe el papel de iniciador: pero con frecuencia lo es su hijo, o su sobrino, o uno de sus amigos. Commenge, en su estudio, señala también el caso de cuarenta y cinco muchachas de doce a diecisiete años que habían sido desfloradas por desconocidos a quienes no habían vuelto a ver jamás; habían consentido con indiferencia, sin experimentar placer. Entre otros, el doctor Bizard ha detallado los siguientes casos:

La señorita G., de Burdeos, al salir de) colegio de monjas a los dieciocho años de edad, se deja arrastrar por curiosidad, sin pensar mal, a una roulotte, donde es desflorada por un forastero desconocido.

Una niña de trece años se entrega, sin reflexionar, a un señor a quien encuentra en la calle, al que no conoce y a quien no volverá a ver nunca más.

M. nos cuenta textualmente que ha sido desflorada a la edad de diecisiete años por un joven a quien no conocía... Se dejó hacer por ignorancia.

R., desflorada a los diecisiete años y medio por un joven a quien no habla visto nunca y con quien se encontró por azar en casa de un médico de la vecindad, al cual había ido a buscar para que atendiese a su hermana enferma; el joven la llevó en su automóvil para que regresara más rápidamente; pero, en realidad, después de haber obtenido de ella lo que deseaba, la dejó plantada en plena calle.

B., desflorada a los quince años y medio, «sin pensar en lo que hacía», dice textualmente nuestra cliente, por un joven a quien no ha vuelto a ver; nueve meses después, dio a luz una hermosa criatura.

S., desflorada a los catorce años por un joven que la atrajo a su casa so pretexto de presentarle a una hermana suya. En realidad el joven no tenía hermana; pero sí la sífilis, y contagió a la niña.

R., desflorada a los dieciocho años, en una antigua trinchera del frente, por un primo casado, con quien visitaba el campo de batalla y que la dejó encinta, lo cual la obligó a abandonar a su familia.

C., de diecisiete años de edad, desflorada en la playa una noche de verano por un joven a quien acababa de conocer en el hotel y a cien metros de sus respectivas madres, que charlaban de trivialidades. Contagiada de blenorragia.

L., desflorada a los trece años por su tío, mientras escuchaban la radio, en tanto que su tía, a quien le gustaba acostarse temprano, descansaba tranquilamente en la habitación contigua.

Esas jóvenes que han cedido pasivamente, no por ello han sufrido menos el traumatismo de la desfloración, podemos estar seguros de ello. Uno querría saber qué influencia psicológica ha ejercido en su porvenir tan brutal experiencia; pero no se psicoanaliza a las rameras, que son torpes para describirse a sí mismas y se ocultan detrás de clisés establecidos. En algunas de ellas, la facilidad para entregarse al primero que llegó se explica por la existencia de los fantasmas de la prostitución de que hemos hablado: hay muchachas muy jóvenes que imitan a las prostitutas por rencor familiar, por horror hacia su naciente sexualidad o por el deseo de jugar a ser personas mayores; se maquillan escandalosamente, frecuentan el trato con muchachos, se muestran coquetas y provocativas; ellas, que todavía son infantiles, asexuadas y frías, creen poder jugar impunemente con fuego; un día un hombre les toma la palabra y ellas se deslizan de los sueños a los hechos.

«Una vez hundida una puerta es difícil tenerla cerrada», decía una joven prostituta de catorce años265. Sin embargo, raramente se decide la muchacha a ponerse en una esquina inmediatamente después de su desfloración. En algunos casos, sigue apegada a su primer amante y continúa viviendo con él; toma un oficio «honrado»; cuando el amante la abandona, otro la consuela; puesto que ya no pertenece a un solo hombre, estima que puede darse a todos; a veces es el amante —el primero, el segundo— quien sugiere ese medio de ganar dinero. Hay también muchas jóvenes a quienes prostituyen sus padres: en algunas familias —como la célebre familia de los Juke—, todas las mujeres están destinadas a ese oficio. Entre las jóvenes vagabundas se cuenta también un elevado número de niñas abandonadas por sus deudos, que empiezan por ejercer la mendicidad y de ahí se deslizan a las esquinas. En 1857, Parent-Duchâtelet comprobó que, de 5.000 prostitutas, 1.441 habían sido influidas por la pobreza, seducidas y abandonadas, y 1.255 habían sido abandonadas y dejadas sin recursos por sus padres. Las encuestas modernas sugieren, poco más o menos, las mismas conclusiones. La enfermedad empuja frecuentemente a la prostitución a la mujer que ha quedado incapacitada para realizar un verdadero trabajo, o que ha perdido su empleo; destruye el precario equilibrio del presupuesto, obliga a la mujer a inventarse apresuradamente nuevos recursos. Lo mismo ocurre con el nacimiento de un hijo. Más de la mitad de las mujeres de Saint-Lazare han tenido, por lo menos, un hijo; muchas han criado de tres a seis; el doctor Bizard se refiere a una que había traído al mundo catorce hijos, ocho de los cuales vivían todavía cuando él la conoció. Hay pocas, asegura, que abandonen a su pequeño; y sucede que sea precisamente para alimentar a su hijo por lo que la madre soltera se convierte en prostituta.

Entre otros, cita el siguiente caso:

Desflorada en provincias, a la edad de diecinueve años, por un patrón de sesenta años, cuando la muchacha vivía con su familia, se vio obligada, una vez encinta, a abandonar a los suyos para dar a luz una hermosa hija, a quien ha educado muy correctamente. Después del parto, se trasladó a París, se colocó como nodriza y empezó a ponerse en las esquinas a la edad de veintinueve años. Así, pues, hace treinta y tres años que se ha estado prostituyendo. En el límite de sus fuerzas y de su valor, solicita que la hospitalicen en Saint-Lazare.

Sabido es que la prostitución se recrudece también durante las guerras y en el curso de las crisis que las siguen.

La autora de Vie d'une prostituée, publicada en parte en Temps modernes266, relata así sus comienzos:

Me casé a los dieciséis años con un hombre que me llevaba trece. Me casé para salir de casa de mis padres. Mi marido solo pensaba en hacerme hijos. «Así te quedarás en casa y no saldrás por ahí», decía. No quería que me maquillase, no quería llevarme al cine. Tenía que soportar a mi suegra, que venía a casa todos los días y siempre daba la razón al cerdo de su hijo. Mi primer hijo fue varón, Jacques; catorce meses más tarde, di a luz otro, Pierre. Como me aburría empecé a seguir un curso de enfermera, lo cual me gustaba mucho... Entré en un hospital de los alrededores de París, con las mujeres. Una enfermera que era una pilluela me enseñó cosas que no conocía. Me dijo que acostarse con su marido era un suplicio. Estuve luego seis meses entre hombres sin tener un solo capricho. Pero un día, un verdadero patán, un hueso de taba, pero hermoso muchacho, entró en mi habitación privada... Me hizo comprender que podría cambiar de vida, que podía irme con él a París, que dejaría de trabajar... Sabía bien cómo engatusarme... Me decidí a marcharme con él... Durante un mes, fui verdaderamente feliz... Un día llegó acompañado por una mujer bien vestida, elegante, y me dijo: «Mira: esta se defiende muy bien.» Al principio, no accedí. Incluso busqué un empleo de enfermera en una clínica del barrio, para hacerle ver que no quería ponerme en las esquinas; pero no podía resistir mucho tiempo. El me decía: «No me quieres. Cuando una mujer quiere a un hombre, trabaja para él.» Yo lloraba. En la clínica, estaba muy triste. Finalmente, me dejé llevar al peluquero... Y me inicié en el oficio. Julot me seguía inmediatamente detrás, para ver si me defendía bien y para avisarme cuando aparecía la Policía...

En ciertos aspectos, esa historia está de acuerdo con la clásica historia de la joven enviada a las esquinas por un chulo. Sucede a veces que sea el marido quien desempeñe este último papel. Y algunas veces también una mujer.

En 1931, L. Faivre realizó una encuesta entre 510 jóvenes prostitutas267; halló que 284 vivían solas, 132 con un amigo, 94 con una amiga generalmente unida a ella por lazos homosexuales. Cita (con sus respectivas ortografías) los siguientes extractos de sus cartas:

Suzanne, diecisiete años. Me he entregado a la prostitución, sobre todo, con prostitutas. Una que me retuvo mucho tiempo era muy celosa, y por eso me fui de la calle de...

Andrée, quince años y medio. Dejé a mis padres para irme a vivir con una amiga a quien encontré en un baile; me di cuenta enseguida de que quería amarme como un hombre; estuve con ella cuatro meses, y luego...

Jeanne, catorce años. Mi pobre papaíto se llamaba X. Murió a consecuencia de la guerra en el hospital, en 1922. Mi madre volvió a casarse. Yo iba a la escuela para obtener mi diploma de estudios; una vez que lo obtuve, hube de aprender costura... Después, como ganaba muy poco, empezaron las disputas con mi padrastro. Tuve que colocarme como sirvienta en casa de madame X., en la calle de... Estaba sola desde hacía diez días con su joven hija, que podía tener unos veinticinco años, y advertí un gran cambio en ella. Luego, un día, igual que un hombre, me confesó su gran amor. Vacilé, luego tuve miedo de que me despidieran y terminé por ceder; entonces comprendí ciertas cosas. Trabajé, después me encontré sin trabajo y tuve que ir al Bois, donde me prostituí con mujeres. Trabé conocimiento con una dama muy generosa, etc.

Con bastante frecuencia, la mujer no se plantea la prostitución como un medio provisional para aumentar sus recursos. Pero se ha descrito multitud de veces la manera en que se encuentra después encadenada. Si los casos de «trata de blancas» en cuyo engranaje se ve cogida por la violencia, falsas promesas, engaños, etc., son relativamente raros, lo que sí es frecuente es que se vea retenida en la carrera contra su voluntad. El capital necesario para sus comienzos le ha sido proporcionado por un chulo o una «patrona» que ha adquirido derechos sobre ella, que recoge la mayor parte de sus beneficios y del cual o la cual no logra liberarse. Durante varios años, «Marie Thérèse» ha librado una verdadera lucha antes de conseguirlo.

Por fin comprendí que Julot sólo quería mi parné, y pensé que lejos de él podría ahorrar un poco de dinero... En la casa, al principio, era tímida, no me atrevía a acercarme a los clientes para decirles: «¿Subimos?» La mujer de un compañero de Julot me vigilaba de cerca y hasta contaba mis pasos... Luego, Julot me escribió para decirme que debía entregar mi dinero todas las noches a la patrona: «De ese modo, nadie te lo robará.» Cuando quise comprarme un vestido, la patrona me dijo que Julot habla prohibido que me diese mi parné... Decidí marcharme cuanto antes de aquella cárcel. Cuando la patrona se enteró de que pensaba marcharme, no me puso el tampón

El segundo sexo
titlepage.xhtml
sec_0001.xhtml
sec_0002.xhtml
sec_0003.xhtml
sec_0004.xhtml
sec_0005.xhtml
sec_0006.xhtml
sec_0007.xhtml
sec_0008.xhtml
sec_0009.xhtml
sec_0010.xhtml
sec_0011.xhtml
sec_0012.xhtml
sec_0013.xhtml
sec_0014.xhtml
sec_0015.xhtml
sec_0016_split_000.xhtml
sec_0016_split_001.xhtml
sec_0017.xhtml
sec_0018.xhtml
sec_0019_split_000.xhtml
sec_0019_split_001.xhtml
sec_0019_split_002.xhtml
sec_0019_split_003.xhtml
sec_0019_split_004.xhtml
sec_0019_split_005.xhtml
sec_0019_split_006.xhtml
sec_0020_split_000.xhtml
sec_0020_split_001.xhtml
sec_0020_split_002.xhtml
sec_0020_split_003.xhtml
sec_0020_split_004.xhtml
sec_0020_split_005.xhtml
sec_0020_split_006.xhtml
sec_0020_split_007.xhtml
sec_0020_split_008.xhtml
sec_0020_split_009.xhtml
sec_0020_split_010.xhtml
sec_0021_split_000.xhtml
sec_0021_split_001.xhtml
sec_0021_split_002.xhtml
sec_0021_split_003.xhtml
sec_0021_split_004.xhtml
sec_0022_split_000.xhtml
sec_0022_split_001.xhtml
sec_0022_split_002.xhtml
sec_0023.xhtml
sec_0024.xhtml
sec_0025.xhtml
sec_0026_split_000.xhtml
sec_0026_split_001.xhtml
sec_0026_split_002.xhtml
sec_0026_split_003.xhtml
sec_0026_split_004.xhtml
sec_0026_split_005.xhtml
sec_0027_split_000.xhtml
sec_0027_split_001.xhtml
sec_0027_split_002.xhtml
sec_0027_split_003.xhtml
sec_0027_split_004.xhtml
sec_0027_split_005.xhtml
sec_0028_split_000.xhtml
sec_0028_split_001.xhtml
sec_0029_split_000.xhtml
sec_0029_split_001.xhtml
sec_0030.xhtml
sec_0031.xhtml
sec_0032.xhtml
sec_0033.xhtml
sec_0034_split_000.xhtml
sec_0034_split_001.xhtml
sec_0034_split_002.xhtml
sec_0034_split_003.xhtml
sec_0034_split_004.xhtml
sec_0035.xhtml
sec_0036.xhtml
sec_0037.xhtml
sec_0038.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_000.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_001.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_002.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_003.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_004.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_005.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_006.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_007.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_008.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_009.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_010.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_011.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_012.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_013.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_014.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_015.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_016.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_017.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_018.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_019.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_020.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_021.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_022.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_023.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_024.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_025.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_026.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_027.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_028.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_029.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_030.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_031.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_032.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_033.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_034.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_035.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_036.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_037.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_038.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_039.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_040.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_041.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_042.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_043.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_044.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_045.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_046.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_047.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_048.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_049.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_050.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_051.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_052.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_053.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_054.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_055.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_056.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_057.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_058.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_059.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_060.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_061.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_062.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_063.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_064.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_065.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_066.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_067.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_068.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_069.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_070.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_071.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_072.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_073.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_074.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_075.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_076.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_077.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_078.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_079.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_080.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_081.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_082.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_083.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_084.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_085.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_086.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_087.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_088.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_089.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_090.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_091.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_092.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_093.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_094.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_095.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_096.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_097.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_098.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_099.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_100.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_101.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_102.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_103.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_104.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_105.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_106.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_107.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_108.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_109.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_110.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_111.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_112.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_113.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_114.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_115.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_116.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_117.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_118.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_119.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_120.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_121.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_122.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_123.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_124.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_125.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_126.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_127.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_128.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_129.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_130.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_131.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_132.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_133.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_134.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_135.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_136.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_137.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_138.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_139.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_140.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_141.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_142.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_143.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_144.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_145.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_146.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_147.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_148.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_149.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_150.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_151.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_152.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_153.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_154.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_155.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_156.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_157.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_158.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_159.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_160.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_161.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_162.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_163.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_164.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_165.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_166.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_167.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_168.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_169.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_170.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_171.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_172.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_173.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_174.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_175.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_176.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_177.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_178.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_179.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_180.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_181.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_182.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_183.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_184.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_185.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_186.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_187.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_188.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_189.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_190.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_191.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_192.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_193.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_194.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_195.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_196.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_197.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_198.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_199.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_200.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_201.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_202.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_203.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_204.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_205.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_206.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_207.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_208.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_209.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_210.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_211.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_212.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_213.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_214.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_215.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_216.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_217.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_218.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_219.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_220.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_221.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_222.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_223.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_224.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_225.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_226.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_227.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_228.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_229.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_230.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_231.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_232.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_233.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_234.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_235.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_236.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_237.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_238.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_239.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_240.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_241.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_242.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_243.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_244.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_245.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_246.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_247.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_248.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_249.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_250.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_251.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_252.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_253.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_254.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_255.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_256.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_257.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_258.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_259.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_260.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_261.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_262.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_263.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_264.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_265.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_266.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_267.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_268.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_269.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_270.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_271.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_272.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_273.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_274.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_275.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_276.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_277.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_278.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_279.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_280.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_281.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_282.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_283.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_284.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_285.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_286.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_287.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_288.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_289.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_290.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_291.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_292.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_293.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_294.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_295.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_296.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_297.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_298.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_299.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_300.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_301.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_302.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_303.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_304.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_305.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_306.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_307.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_308.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_309.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_310.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_311.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_312.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_313.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_314.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_315.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_316.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_317.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_318.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_319.xhtml