Destronada por el advenimiento de la propiedad privada, es a la propiedad privada a la que está ligada la suerte de la mujer en el curso de los siglos: su historia se confunde en gran parte con la historia de la herencia. Se comprende la importancia fundamental de esta institución si se tiene presente que el propietario aliena su existencia en la propiedad, a la que aprecia más que su vida misma; esa propiedad desborda los estrechos límites de esta vida temporal, subsiste más allá de la destrucción del cuerpo, encarnación terrestre y sensible del alma inmortal; pero esta supervivencia solo se realiza si la propiedad permanece en manos del poseedor: más allá de la muerte no podría ser suya sino perteneciendo a individuos en quienes se prolongue y se reconozca, que sean suyos. Cultivar el dominio paterno, rendir culto a los manes del padre, he ahí para el heredero una sola y misma obligación: asegura así la supervivencia de los antepasados en la tierra y en el mundo subterráneo. De modo que el hombre no aceptará compartir con la mujer ni sus bienes ni sus hijos. No logrará imponer sus pretensiones totalmente ni para siempre. Pero, tan pronto como el patriarcado se ha hecho potente, arrebata a la mujer todos sus derechos sobre la tenencia y transmisión de bienes.

* * *

Es el conflicto entre la familia y el Estado lo que define la historia de la mujer romana. Los etruscos constituían una sociedad de filiación uterina, y es probable que, en tiempos de la realeza, Roma conociese todavía la exogamia vinculada al régimen de derecho materno: los reyes latinos no se transmitían hereditariamente el poder. Lo cierto es que, después de la muerte de Tarquino, se afirma el derecho patriarcal: la propiedad agrícola, el dominio privado y, por tanto, la familia, constituyen la célula de la sociedad. La mujer va a quedar estrechamente sometida al patrimonio y, por consiguiente, al grupo familiar: las leyes la privan incluso de todas las garantías que les eran reconocidas a las mujeres griegas; su existencia transcurre en la incapacidad y la servidumbre. Bien entendido, está excluida de los asuntos públicos, todo «oficio viril» le está rigurosamente prohibido; y en su vida civil es una eterna menor. No se le niega directamente su parte en la herencia paterna, pero le impiden disponer de ella por un medio indirecto: se la somete a la autoridad de un tutor. «La tutela ha sido establecida en interés de los mismos tutores —dice Gayo—, con objeto de que la mujer de la cual son presuntos herederos no pueda arrebatarles su herencia por medio de testamento, ni empobrecerla mediante enajenaciones o deudas.» El primer tutor de la mujer es su padre; en su defecto, los agnados paternos cumplen esa función. Cuando la mujer se casa, pasa «a manos» de su esposo; hay tres formas de matrimonio: la conferratio, en la cual los esposos ofrecen a Júpiter Capitolino un pastel de espelta en presencia del flamen dial; la coemptio, venta ficticia por medio de la cual el padre plebeyo «mancipaba» su hija al marido, y el usus, que resultaba de la cohabitación durante un año; las tres formas son con «manu», es decir, que el esposo sustituye al padre o a los tutores agnados; su mujer es asimilada a una de sus hijas, y es él quien desde entonces tiene todo poder sobre su persona y sus bienes. Sin embargo, desde la época de la ley de las XII Tablas, el hecho de que la romana perteneciese a la vez a la gens paterna y a la gens conyugal dio nacimiento a conflictos que están en el origen de su emancipación legal. En efecto, el matrimonio con «manu» despoja a los tutores agnados. Para defender los intereses de los parientes paternos aparece entonces el matrimonio sine manu; en este caso, los bienes de la mujer permanecen bajo la dependencia de los tutores, el marido sólo tiene derechos sobre su persona; e incluso ese poder lo comparte con el pater familias, que conserva sobre su hija una autoridad absoluta. El tribunal doméstico está encargado de solventar los desacuerdos que puedan surgir entre padre y marido: semejante institución permite a la mujer recurrir al marido frente al padre y al padre frente al marido; no es ya cosa de un solo individuo. Por otro lado, aunque la gens sea extremadamente fuerte, como lo prueba la existencia misma de ese tribunal independiente de los tribunales públicos, el padre de familia, que es su jefe, es ante todo un ciudadano: su autoridad es ilimitada, gobierna absolutamente a su esposa y a sus hijos; pero estos no son propiedad suya; más bien lo que hace es administrar su existencia con vistas al bien público; la mujer que trae al mundo los hijos, y cuyo trabajo doméstico abarca con frecuencia faenas agrícolas, es utilísima para el país y profundamente respetada. Se observa aquí un hecho muy importante, que volvemos a encontrar en todo el curso de la Historia: el derecho abstracto no basta para definir la situación concreta de la mujer; esta depende en gran parte del papel económico que represente; y frecuentemente, incluso, la libertad abstracta y los poderes concretos varían en sentido inverso. Legalmente más sojuzgada que la griega, la mujer romana está más profundamente integrada en la sociedad; en la casa, se sienta en el atrio, que es el centro de la morada, en lugar de estar relegada al secreto del gineceo, ella es quien preside el trabajo de los esclavos; dirige la educación de los hijos y a menudo ejerce su influencia sobre ellos hasta edad avanzada; comparte los trabajos y preocupaciones de su esposo, y es considerada copropietaria de sus bienes; la fórmula del matrimonio «Ubi tu Gaïus, ego Gaïa», no es una fórmula huera; se llama «dómina» a la matrona; es dueña del hogar y está asociada al culto; no es esclava, sino compañera del hombre; el lazo que a él, la une es tan sagrado, que en cinco siglos no se conoce un solo divorcio. No está confinada en sus habitaciones: asiste a las comidas, a las fiestas, va al teatro; en la calle los hombres le ceden el paso, cónsules y lictores la saludan al pasar. Las leyendas le otorgan en la Historia un papel eminente: conocidas son las de las sabinas, Lucrecia y Virginia; Coriolano cede ante las súplicas de su madre y de su esposa; la ley de Lucinio, que consagra el triunfo de la democracia romana, le habría sido inspirada por su mujer; fue Cornelia quien forjó el alma de los Gracos. «Los hombres gobiernan a las mujeres por doquier —decía Catón—, y nosotros, que gobernamos a todos los hombres, somos gobernados por nuestras mujeres.»

Poco a poco, la situación legal de la romana se adapta a su condición práctica. En tiempos de la oligarquía patricia, cada pater familias es, en el seno de la República, un soberano independiente; pero cuando el poder del Estado se afirma, lucha contra la concentración de las fortunas, contra la arrogancia de las familias poderosas. El tribunal doméstico se borra ante la justicia pública. Y la mujer adquiere derechos cada vez más importantes. Cuatro poderes limitaban primitivamente su libertad: el padre y el marido disponían de su persona, y el tutor y la manus, de sus bienes. El Estado se apoya en la oposición entre el padre y el marido para restringir sus derechos: es el tribunal del Estado el que juzgará los casos de adulterio, de divorcio, etc. De igual modo se destruyen mutuamente la tutela y la manus. En interés del tutor, ya se había separado la manus del matrimonio; enseguida esta se convierte en un expediente que las mujeres utilizan para librarse de los tutores, ora contrayendo matrimonios ficticios, ora obteniendo de su padre o del Estado tutores complacientes. Bajo la legislación imperial, la tutela será enteramente abolida. Al mismo tiempo, la mujer obtiene una garantía positiva de su independencia: se obliga al padre a reconocerle una dote; esta no revierte a los agnados después de la disolución del matrimonio, y jamás pertenece al marido; en cualquier instante, la mujer puede exigir su restitución por medio de un súbito divorcio, lo cual sitúa al hombre a su merced. «Al aceptar la dote, el hombre vendía su poder», dice Plauto. Desde el fin de la República, la madre ha visto cómo se le reconocía, en igualdad con el padre, el derecho al respeto de sus hijos; se le concede la custodia de su progenitura en caso de tutela o de mala conducta del marido. Bajo Adriano, un senadoconsulto le confiere, cuando ella tiene tres hijos y el difunto carece de posteridad, un derecho a la sucesión ab intestato de cada uno de ellos. Y bajo Marco Aurelio se termina la evolución de la familia romana: a partir de 178 la madre tiene por herederos a sus hijos, que se imponen a los agnados; la familia se funda desde entonces en la conjunctio sanguinis, y la madre aparece como igual del padre; la hija hereda como sus hermanos.

Sin embargo, en la historia del derecho romano se observa un movimiento que contradice lo que acabamos de exponer: al independizar a la mujer de la familia, el poder central la toma bajo su tutela y la somete a diversas incapacidades legales.

En efecto, la mujer adquiriría una importancia inquietante si lograse ser, a la vez, rica e independiente; de modo que van a esforzarse para quitarle con una mano lo que le conceden con la otra. La ley Oppia, que prohibía el lujo a las romanas, fue votada en el momento en que Aníbal amenazaba a Roma; una vez pasado el peligro, las mujeres exigieron su derogación; Catón, en un célebre discurso, exigió que fuese mantenida; pero la manifestación de matronas reunidas en la plaza pública les dio la victoria sobre él. A renglón seguido, se propusieron diferentes leyes, tanto más severas cuanto más se relajaban las costumbres, pero sin gran éxito: apenas hicieron otra cosa que suscitar fraudes. Solamente triunfó el senadoconsulto veleyano, que prohibía a la mujer «interceder» por otro36, privándola de casi toda capacidad civil. En el momento en que la mujer ha logrado prácticamente la máxima emancipación, es cuando se proclama la inferioridad de su sexo, lo cual constituye un notable ejemplo del proceso de justificación masculina de que he hablado: como ya no se limitan sus derechos en tanto que hija, esposa o hermana, se le rehúsa la igualdad con el hombre en tanto que sexo; y para vejarla se pretexta «la imbecilidad, la fragilidad del sexo».

Es cierto que las matronas no hicieron muy buen uso de su nueva libertad; pero también es cierto que les fue prohibido sacar un partido positivo de ella. De estas dos corrientes contrarias —una corriente individualista que arrebata la mujer a la familia, otra estatista que la molesta como individuo—, resulta que su situación carece de equilibrio. Es heredera, tiene los mismos derechos legales que el padre con respecto a los hijos, hace testamento, escapa a la opresión conyugal gracias a la institución de la dote, puede divorciarse y volverse a casar como se le antoje; pero solo se emancipa de una manera negativa, ya que nadie le propone ningún empleo concreto de sus fuerzas. La independencia económica tiene un carácter abstracto, puesto que no engendra ninguna capacidad política; así, no pudiendo actuar, las romanas se manifiestan: se extienden tumultuosamente por la ciudad, asedian a los tribunales, fomentan conjuraciones, dictan proscripciones, atizan las guerras civiles; van en procesión a buscar la estatua de la Madre de los Dioses y la escoltan a lo largo del Tíber, introduciendo así en Roma las divinidades orientales; en 114 estalla el escándalo de las vestales, cuyo colegio es suprimido. Siéndoles inasequibles la vida y las virtudes públicas, cuando la disolución de la familia hace inútiles y caducas las virtudes privadas de antaño, ya no queda ninguna moral que proponer a las mujeres. Estas tienen que elegir entre dos soluciones: u obstinarse en respetar los mismos valores que sus abuelos o no reconocer ya ningún otro. A finales del siglo primero y comienzos del segundo, se ve a muchas mujeres que siguen siendo compañeras y asociadas de sus esposos como en tiempos de la República: Plotina comparte la gloria y las responsabilidades de Trajano; Sabina se hace tan célebre por sus buenas acciones, que se erigen estatuas que la divinizan en vida; bajo Tiberio, Sextia se niega a sobrevivir a Emilio Escaurro, y Pascea a Pomponio Labeo; Paulina se abre las venas al mismo tiempo que Séneca; Plinio el Joven ha hecho célebre el «Poete, non dolet» de Arria; Marcial admira en Claudia Rufina, en Virginia, en Sulpicia, a esposas irreprochables y madres abnegadas. Pero hay multitud de mujeres que rehúsan la maternidad y multiplican los divorcios; las leyes siguen prohibiendo el adulterio: ciertas matronas llegan incluso a inscribirse como prostitutas, con objeto de no ser molestadas en sus orgías37. Hasta entonces, la literatura latina siempre se había mostrado respetuosa con las mujeres: a partir de ese momento, los escritores satíricos se desencadenan contra ellas. Por lo demás, atacan, no a la mujer en general, sino esencialmente a sus contemporáneas. Juvenal les reprocha su lujuria, su glotonería; las censura por pretender dedicarse a las ocupaciones de los hombres: se interesan por la política, se hunden en legajos de procesos, discuten con los gramáticos y los retóricos, se apasionan por la caza, las carreras de carros, la esgrima, la lucha. El hecho es que rivalizan con los hombres, sobre todo por su afición a las diversiones y por sus vicios; para aspirar a fines más elevados carecen de una educación suficiente; y, por otra parte, nadie les propone ningún fin; la acción les sigue estando prohibida. La romana de la antigua República tiene un lugar en la Tierra, pero está encadenada a ella, privada de derechos abstractos y de independencia económica; la romana de la decadencia es el tipo de la falsa emancipada que, en un mundo del que los únicos dueños siguen siendo los hombres, no posee más que una libertad vacía: es libre «para nada».

El segundo sexo
titlepage.xhtml
sec_0001.xhtml
sec_0002.xhtml
sec_0003.xhtml
sec_0004.xhtml
sec_0005.xhtml
sec_0006.xhtml
sec_0007.xhtml
sec_0008.xhtml
sec_0009.xhtml
sec_0010.xhtml
sec_0011.xhtml
sec_0012.xhtml
sec_0013.xhtml
sec_0014.xhtml
sec_0015.xhtml
sec_0016_split_000.xhtml
sec_0016_split_001.xhtml
sec_0017.xhtml
sec_0018.xhtml
sec_0019_split_000.xhtml
sec_0019_split_001.xhtml
sec_0019_split_002.xhtml
sec_0019_split_003.xhtml
sec_0019_split_004.xhtml
sec_0019_split_005.xhtml
sec_0019_split_006.xhtml
sec_0020_split_000.xhtml
sec_0020_split_001.xhtml
sec_0020_split_002.xhtml
sec_0020_split_003.xhtml
sec_0020_split_004.xhtml
sec_0020_split_005.xhtml
sec_0020_split_006.xhtml
sec_0020_split_007.xhtml
sec_0020_split_008.xhtml
sec_0020_split_009.xhtml
sec_0020_split_010.xhtml
sec_0021_split_000.xhtml
sec_0021_split_001.xhtml
sec_0021_split_002.xhtml
sec_0021_split_003.xhtml
sec_0021_split_004.xhtml
sec_0022_split_000.xhtml
sec_0022_split_001.xhtml
sec_0022_split_002.xhtml
sec_0023.xhtml
sec_0024.xhtml
sec_0025.xhtml
sec_0026_split_000.xhtml
sec_0026_split_001.xhtml
sec_0026_split_002.xhtml
sec_0026_split_003.xhtml
sec_0026_split_004.xhtml
sec_0026_split_005.xhtml
sec_0027_split_000.xhtml
sec_0027_split_001.xhtml
sec_0027_split_002.xhtml
sec_0027_split_003.xhtml
sec_0027_split_004.xhtml
sec_0027_split_005.xhtml
sec_0028_split_000.xhtml
sec_0028_split_001.xhtml
sec_0029_split_000.xhtml
sec_0029_split_001.xhtml
sec_0030.xhtml
sec_0031.xhtml
sec_0032.xhtml
sec_0033.xhtml
sec_0034_split_000.xhtml
sec_0034_split_001.xhtml
sec_0034_split_002.xhtml
sec_0034_split_003.xhtml
sec_0034_split_004.xhtml
sec_0035.xhtml
sec_0036.xhtml
sec_0037.xhtml
sec_0038.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_000.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_001.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_002.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_003.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_004.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_005.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_006.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_007.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_008.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_009.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_010.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_011.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_012.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_013.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_014.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_015.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_016.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_017.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_018.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_019.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_020.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_021.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_022.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_023.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_024.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_025.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_026.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_027.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_028.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_029.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_030.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_031.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_032.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_033.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_034.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_035.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_036.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_037.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_038.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_039.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_040.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_041.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_042.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_043.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_044.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_045.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_046.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_047.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_048.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_049.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_050.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_051.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_052.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_053.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_054.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_055.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_056.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_057.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_058.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_059.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_060.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_061.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_062.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_063.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_064.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_065.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_066.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_067.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_068.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_069.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_070.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_071.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_072.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_073.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_074.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_075.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_076.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_077.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_078.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_079.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_080.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_081.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_082.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_083.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_084.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_085.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_086.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_087.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_088.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_089.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_090.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_091.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_092.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_093.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_094.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_095.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_096.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_097.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_098.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_099.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_100.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_101.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_102.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_103.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_104.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_105.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_106.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_107.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_108.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_109.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_110.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_111.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_112.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_113.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_114.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_115.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_116.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_117.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_118.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_119.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_120.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_121.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_122.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_123.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_124.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_125.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_126.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_127.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_128.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_129.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_130.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_131.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_132.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_133.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_134.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_135.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_136.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_137.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_138.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_139.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_140.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_141.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_142.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_143.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_144.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_145.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_146.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_147.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_148.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_149.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_150.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_151.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_152.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_153.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_154.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_155.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_156.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_157.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_158.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_159.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_160.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_161.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_162.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_163.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_164.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_165.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_166.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_167.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_168.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_169.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_170.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_171.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_172.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_173.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_174.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_175.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_176.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_177.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_178.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_179.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_180.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_181.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_182.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_183.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_184.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_185.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_186.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_187.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_188.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_189.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_190.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_191.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_192.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_193.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_194.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_195.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_196.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_197.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_198.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_199.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_200.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_201.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_202.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_203.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_204.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_205.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_206.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_207.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_208.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_209.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_210.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_211.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_212.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_213.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_214.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_215.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_216.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_217.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_218.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_219.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_220.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_221.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_222.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_223.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_224.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_225.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_226.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_227.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_228.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_229.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_230.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_231.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_232.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_233.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_234.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_235.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_236.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_237.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_238.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_239.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_240.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_241.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_242.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_243.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_244.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_245.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_246.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_247.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_248.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_249.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_250.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_251.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_252.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_253.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_254.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_255.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_256.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_257.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_258.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_259.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_260.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_261.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_262.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_263.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_264.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_265.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_266.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_267.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_268.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_269.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_270.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_271.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_272.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_273.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_274.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_275.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_276.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_277.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_278.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_279.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_280.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_281.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_282.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_283.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_284.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_285.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_286.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_287.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_288.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_289.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_290.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_291.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_292.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_293.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_294.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_295.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_296.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_297.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_298.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_299.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_300.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_301.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_302.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_303.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_304.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_305.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_306.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_307.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_308.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_309.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_310.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_311.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_312.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_313.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_314.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_315.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_316.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_317.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_318.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_319.xhtml