136.

Las faenas domésticas o las servidumbres mundanas que la madre no vacila en imponer a la estudiante, a la aprendiza, terminan por agotarla. Durante la guerra, he visto alumnas a quienes yo preparaba en Sèvres, abrumadas por las tareas familiares que se acumulaban a su labor escolar: una contrajo el mal de Pott, y otra, la meningitis. La madre —ya se verá— es sordamente hostil a la manumisión de su hija y, más o menos deliberadamente, se dedica a vejarla; se respeta el esfuerzo que realiza el adolescente para convertirse en hombre, y ya se le reconoce una gran libertad. De la muchacha se exige que permanezca en casa, se vigilan sus salidas: no se la estimula en modo alguno para que tome en sus manos sus propias distracciones y placeres. Es raro ver a las mujeres organizar por sí solas una excursión, un paseo a pie o en bicicleta, o entregarse a un juego como el del billar, los bolos, etc. Además de la falta de iniciativa que proviene de su educación, las costumbres les hacen difícil la independencia. Si vagabundean por las calles, las miran, las abordan.

Conozco muchachas que, sin ser tímidas en absoluto, no experimentan ningún placer en pasear solas por París, ya que, continuamente importunadas, necesitan estar siempre en guardia; y, en tales condiciones, todo placer desaparece. Si las chicas estudiantes recorren las calles en alegres bandadas, como hacen los estudiantes, dan un espectáculo; caminar a grandes pasos, cantar, hablar a gritos, reír a carcajadas, comerse una manzana, son otras tantas provocaciones, y se harán insultar o seguir o abordar. La despreocupación se convierte inmediatamente en falta de compostura; ese control de sí misma al que está obligada la mujer y que en «la joven bien educada» se transforma en una segunda naturaleza, mata la espontaneidad; la exuberancia viva es cohibida. Ello produce tensión y tedio. Este tedio es comunicativo: las muchachas se cansan pronto unas de otras; no se arrancan mutuamente de su prisión; y esa es una de las razones que tan necesaria les hace la compañía de los muchachos. Esa incapacidad de bastarse a sí mismas engendra una timidez que se extiende a toda su existencia y se marca en su mismo trabajo. Piensan que los triunfos deslumbrantes están reservados para los hombres; ellas no se atreven a apuntar demasiado alto. Ya se ha visto que, al compararse con los chicos, algunas muchachitas de quince años declaraban: «Los chicos son mejores.» Esa convicción es debilitante. Invita a la pereza y la mediocridad. Una joven —que no tenía ninguna deferencia especial por el sexo fuerte— reprochaba a un hombre su cobardía; le hicieron observar entonces que también ella era cobarde en grado sumo. «¡Oh, una mujer es distinto!», exclamó con tono complacido.

La razón profunda de ese derrotismo está en que la adolescente no se piensa responsable de su porvenir; juzga inútil exigir mucho de sí misma, puesto que, en última instancia, no depende de ella su suerte. Muy lejos de consagrarse al hombre porque se sepa inferior a él, es por el hecho de estarle consagrada por lo que, al aceptar la idea de su inferioridad, la constituye.

En efecto, no es aumentando su valor humano como aumentará ella de precio a los ojos de los hombres, sino amoldándose a los sueños de estos. Cuando carece de experiencia, no siempre se percata de ello. Sucede que manifiesta la misma agresividad que los muchachos; trata de conquistarlos con una autoridad brutal, una franqueza orgullosa; y esa actitud la condena casi con toda seguridad al fracaso. Desde la más servil hasta la más altanera, todas aprenden que, para complacer, tienen que abdicar. Sus madres las conminan para que dejen de tratar como camaradas a los muchachos, para que no les aventajen, para que asuman un papel pasivo. Si desean esbozar una amistad, un devaneo, deben evitar cuidadosamente dar la impresión de que toman la iniciativa; a los hombres no les agradan los «chicos frustrados», ni las sabihondas, ni las mujeres con cabeza; la audacia, la cultura o la inteligencia excesivas, o el demasiado carácter, los espanta. En la mayor parte de las novelas, como observa G. Eliot, es la heroína rubia y necia la que vence a la morena de carácter viril; en El molino del Floss, Maggie se esfuerza en vano por trastrocar los papeles; al final, muere, y es Lucy, la rubia, quien se casa con Stephen; en El último mohicano, es la insípida Alice quien conquista el corazón del héroe y no la valiente Clara; en Mujercitas, la simpática Joe no es para Laurie más que una camarada de infancia, y este consagra su amor a la insípida Amy de cabellos rizados. Ser femenina es mostrarse impotente, fútil, pasiva, dócil. La joven no solo tendrá que adornarse, engalanarse, sino también reprimir su espontaneidad y sustituirla por la gracia y el encanto estudiados que le enseñan sus mayores. Toda afirmación de sí misma disminuye su feminidad y sus oportunidades de seducción. Lo que hace relativamente fácil la iniciación del joven en la existencia es que su vocación de ser humano y de varón no se contrarían: ya su infancia anunciaba esa feliz suerte. Al realizarse en tanto que independencia y libertad es como adquiere su valor social y conjuntamente su prestigio viril: el ambicioso, como Rastignac, apunta al dinero, la gloria y las mujeres, al mismo tiempo; uno de los modelos estereotipados que le estimulan es el del hombre poderoso y célebre a quien adulan las mujeres. Para la joven, por el contrario, existe divorcio entre su condición propiamente humana y su vocación femenina. Y esa es la razón de que la adolescencia sea para la mujer un momento tan difícil y decisivo. Hasta entonces era un individuo autónomo; ahora tiene que renunciar a su soberanía. No solo se siente desgarrada, como sus hermanos, entre el pasado y el porvenir, sino que, además, estalla un conflicto entre su reivindicación original, que es la de ser sujeto, actividad, libertad, por un lado, y, por otro, sus tendencias eróticas y las solicitaciones sociales que la invitan a asumirse como objeto pasivo. La mujer se toma espontáneamente como lo esencial: ¿cómo se resolverá a convertirse en lo inesencial? Pero, si no puedo realizarme más que en tanto que Otro, ¿cómo renunciar a mi Yo? He ahí el angustioso dilema ante el cual se debate la mujer en agraz. Oscilando entre el deseo y la repugnancia, entre la esperanza y el temor, está todavía en suspenso entre el momento de la independencia infantil y el de la sumisión femenina. Y es esa incertidumbre la que, al salir de la edad ingrata, le da un gusto ácido de fruta verde.

La joven reacciona ante su situación de manera muy diferente según sus predilecciones anteriores. La «mujercita», la matrona en ciernes, puede resignarse fácilmente a su metamorfosis; sin embargo, puede también haber adquirido, en su condición de «madrecita», un gusto por la autoridad que la lleve a rebelarse contra el yugo masculino: está pronta a fundar un matriarcado, no a convertirse en objeto erótico y servil. Tal será a menudo el caso de las hermanas mayores que han asumido muy jóvenes importantes responsabilidades. Al descubrirse mujer, el «muchacho frustrado» experimenta a veces una decepción tan abrasadora, que puede conducirla directamente a la homosexualidad; no obstante, lo que ella buscaba en la independencia y la violencia era la posesión del mundo: puede no querer renunciar al poder de su feminidad, a las experiencias de la maternidad, a toda una parte de su destino. Generalmente, a través de ciertas resistencias, la joven consiente en su feminidad: en el estadio de la coquetería infantil, frente a su padre, en sus ensueños eróticos, ya ha conocido el encanto de la pasividad; descubre su poder; con la vergüenza que le inspira su carne, se mezcla muy pronto la vanidad. Esa mano que la ha conmocionado, esa mirada que la ha turbado, eran una llamada, una plegaria; su cuerpo se le aparece como dotado de virtudes mágicas; es un tesoro, un arma; está orgullosa de él. Su coquetería, que a menudo había desaparecido durante los años de infancia autónoma, resucita. Hace pruebas con afeites y peinados; en lugar de disimular sus senos, se los frota para que se desarrollen, estudia su sonrisa en el espejo. La unión entre la turbación y la seducción es tan estrecha, que en todos los casos en que no se despierta la sensibilidad erótica, no se observa en el sujeto el menor deseo de agradar. Diversas experiencias han demostrado que enfermas que padecían alguna insuficiencia tiroidea, y, por consiguiente, eran apáticas y desabridas, podían transformarse mediante una inyección de extractos glandulares y volverse sonrientes, alegres y mimosas. Audazmente, algunos psicólogos imbuidos de metafísica materialista han declarado que la coquetería era un «instinto» segregado por la glándula tiroides; pero esta oscura explicación no es ya valedera aquí más que para la primera infancia. El hecho es que, en todos los casos de deficiencia orgánica: linfatismo, anemia, etc., el cuerpo es sufrido como un fardo; extraño, hostil, no espera ni promete nada; cuando encuentra su equilibrio y su vitalidad, el sujeto lo reconoce inmediatamente como suyo y, a través de él, se trasciende hacia otro.

Para la joven, la trascendencia erótica consiste en habituarse a hacerse presa. Se convierte en objeto, y se capta como objeto; con sorpresa descubre este nuevo aspecto de su ser: le parece que se desdobla; en lugar de coincidir exactamente consigo misma, he ahí que se pone a existir afuera. Así, en La invitación al vals, de Rosamond Lehmann, se ve a Olivia descubrir ante el espejo una figura desconocida: es el ella-objeto que se yergue súbitamente frente a ella; y la joven experimenta una emoción prontamente disipada, pero que la trastorna profundamente:

Desde hacía algún tiempo, una emoción particular acompañaba el momento en que se contemplaba así, de arriba abajo: de manera imprevista y extraña, sucedía que veía delante de ella a una extraña, a un ser nuevo.

Había ocurrido eso en dos o tres ocasiones. Se contemplaba en un espejo, se veía. Pero ¿qué sucedía?.. Lo que hoy veía era algo completamente distinto: un rostro misterioso, a la vez sombrío y radiante; una cabellera desbordante de movimientos y de fuerza, y como recorrida por descargas eléctricas. Su cuerpo —tal vez a causa del vestido— le parecía que se ordenaba armoniosamente: se centraba, se expandía, flexible y estable a la vez: vivo. Tenía ante sí, semejante a un retrato, a una joven vestida de rosa y a la que todos los objetos de la estancia, reflejados en el espejo, parecían enmarcar, presentar, murmurando: «Es usted...»

Lo que deslumbra a Olivia son las promesas que cree leer en esa imagen en la cual reconoce sus sueños infantiles y que es ella misma; pero la joven ama también en su presencia carnal ese cuerpo que la maravilla como si fuese de otra. Se acaricia a sí misma, besa la redondez del hombro, la sangradura del brazo, se contempla el pecho, las piernas; el placer solitario se hace pretexto para su ensueño y busca en él una tierna posesión de sí misma. En el adolescente hay oposición entre el amor a sí mismo y el movimiento erótico que le impulsa hacia el objeto destinado a la posesión: su narcisismo, por lo general, desaparece en el momento de la madurez sexual. Siendo la mujer un objeto pasivo tanto para el amante como para sí misma, hay en su erotismo una indiscriminación primitiva. En un movimiento complejo, la mujer ve la glorificación de su cuerpo a través del homenaje de los varones a quienes ese cuerpo está destinado; y sería simplificar las cosas decir que quiere ser bella con el fin de agradar, o que trata de agradar para asegurarse de que es bella: en la soledad de su cuarto, en los salones donde procura atraer las miradas, ella no separa el deseo del hombre del amor que siente por sí misma. Esa confusión es manifiesta en Marie Bashkirtseff. Ya hemos visto que un destete tardío la ha dispuesto más vivamente que a ninguna otra niña a querer ser mirada y valorada por los demás; desde la edad de cinco años hasta salir de la adolescencia, dedica todo su amor a su imagen; admira con delirio sus manos, su cara, su gracia, y escribe: «Yo soy mi propia heroína...» Quiere hacerse cantante para ser contemplada por un público deslumbrado y para, a su vez, mirarlo con desdén desde las alturas de su orgullo; pero ese «autismo» se traduce en sueños románticos; desde los doce años de edad está enamorada: es que desea ser amada, y en la adoración que desea inspirar no busca sino la confirmación de la que siente por sí misma. Sueña que el duque de H..., del cual está enamorada, sin haberle hablado jamás, se prosterna a sus pies: «Quedarás deslumbrado por mi esplendor y me amarás... Solo eres digno de una mujer como espero serlo yo.» Es la misma ambivalencia que hallamos en la Natacha de Guerra y paz:

Mamá tampoco me comprende. ¡Dios mío, con el espíritu que tengo! Esta Natacha es verdaderamente encantadora —prosiguió, hablando de sí misma en tercera persona y poniendo estas palabras en boca de un personaje masculino que le prestaba todas las perfecciones de su sexo—. Lo tiene todo, absolutamente todo. Es inteligente y gentil y linda y dispuesta. Sabe nadar, monta soberbiamente a caballo, canta que es una bendición. ¡Sí, una verdadera bendición!...

Aquella mañana había vuelto a ese amor por sí misma, a esa admiración por su persona que constituían su estado de ánimo habitual. «¡Cuán encantadora es esta Natacha! —decía, haciendo hablar a un tercero, personaje colectivo y masculino—. Es joven y bonita, tiene una voz espléndida, no molesta a nadie. ¡Dejadla, pues, tranquila!»

Katherine Mansfield ha descrito también, en el personaje de Beryl, un caso en el cual se mezclan estrechamente el narcisismo y el deseo romántico de un destino de mujer:

En el comedor, al resplandor parpadeante de un fuego de leños, Beryl, sentada en un cojín, tocaba la guitarra. Tocaba para sí misma, cantaba a media voz y se observaba. El resplandor del fuego se reflejaba en sus zapatos, en el vientre rubicundo de la guitarra y en sus dedos blancos...

«Si yo estuviese fuera y mirase al interior por la ventana, me impresionaría bastante verme así», pensaba. Tocó el acompañamiento con sordina; ya no cantaba, pero escuchaba.

«La primera vez que te vi, pequeña, ¡oh, te creías muy sola! Estabas sentada, apoyados los pies en un cojín, y tocabas la guitarra. ¡Dios mío! Jamás podría olvidarlo...» Alzó Beryl la cabeza y se puso a cantar:

Hasta la Luna está cansada...

Pero sonó un fuerte golpe en la puerta. Apareció el rostro carmesí de la doncella... ¡No!, no soportaría a aquella estúpida. Se refugió en el salón oscuro y empezó a pasear de arriba abajo. ¡Oh, cuán agitada estaba! Sobre la campana de la chimenea había un espejo. Con los brazos apoyados, contempló su pálida imagen. ¡Qué bella era! Pero allí no había nadie para percatarse de ello, nadie... Beryl sonrió, y su sonrisa era verdaderamente tan adorable, que sonrió de nuevo... (Preludio.)

Ese culto del yo no solo se traduce en la joven en la adoración de su persona física, sino que desea poseer e incensar su yo todo entero. Ese es el fin perseguido a través de esos diarios íntimos en los cuales vierte de buen grado su alma: el de Marie Bashkirtseff es célebre y constituye un modelo en su género. La joven habla con su cuaderno como hablara en otros tiempos con sus muñecas; es un amigo, un confidente, se le interpela como si fuese una persona. Entre sus páginas se inscribe una verdad celada a los padres, a los camaradas, a los profesores, y con la cual se embriaga solitariamente la autora. Una niña de doce años, que llevó su diario hasta los veinte, había escrito en exergo:

Soy el pequeño carnet,

gentil, bonito y discreto.

Confíame tus secretos;

soy el pequeño carnet

El segundo sexo
titlepage.xhtml
sec_0001.xhtml
sec_0002.xhtml
sec_0003.xhtml
sec_0004.xhtml
sec_0005.xhtml
sec_0006.xhtml
sec_0007.xhtml
sec_0008.xhtml
sec_0009.xhtml
sec_0010.xhtml
sec_0011.xhtml
sec_0012.xhtml
sec_0013.xhtml
sec_0014.xhtml
sec_0015.xhtml
sec_0016_split_000.xhtml
sec_0016_split_001.xhtml
sec_0017.xhtml
sec_0018.xhtml
sec_0019_split_000.xhtml
sec_0019_split_001.xhtml
sec_0019_split_002.xhtml
sec_0019_split_003.xhtml
sec_0019_split_004.xhtml
sec_0019_split_005.xhtml
sec_0019_split_006.xhtml
sec_0020_split_000.xhtml
sec_0020_split_001.xhtml
sec_0020_split_002.xhtml
sec_0020_split_003.xhtml
sec_0020_split_004.xhtml
sec_0020_split_005.xhtml
sec_0020_split_006.xhtml
sec_0020_split_007.xhtml
sec_0020_split_008.xhtml
sec_0020_split_009.xhtml
sec_0020_split_010.xhtml
sec_0021_split_000.xhtml
sec_0021_split_001.xhtml
sec_0021_split_002.xhtml
sec_0021_split_003.xhtml
sec_0021_split_004.xhtml
sec_0022_split_000.xhtml
sec_0022_split_001.xhtml
sec_0022_split_002.xhtml
sec_0023.xhtml
sec_0024.xhtml
sec_0025.xhtml
sec_0026_split_000.xhtml
sec_0026_split_001.xhtml
sec_0026_split_002.xhtml
sec_0026_split_003.xhtml
sec_0026_split_004.xhtml
sec_0026_split_005.xhtml
sec_0027_split_000.xhtml
sec_0027_split_001.xhtml
sec_0027_split_002.xhtml
sec_0027_split_003.xhtml
sec_0027_split_004.xhtml
sec_0027_split_005.xhtml
sec_0028_split_000.xhtml
sec_0028_split_001.xhtml
sec_0029_split_000.xhtml
sec_0029_split_001.xhtml
sec_0030.xhtml
sec_0031.xhtml
sec_0032.xhtml
sec_0033.xhtml
sec_0034_split_000.xhtml
sec_0034_split_001.xhtml
sec_0034_split_002.xhtml
sec_0034_split_003.xhtml
sec_0034_split_004.xhtml
sec_0035.xhtml
sec_0036.xhtml
sec_0037.xhtml
sec_0038.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_000.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_001.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_002.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_003.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_004.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_005.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_006.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_007.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_008.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_009.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_010.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_011.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_012.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_013.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_014.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_015.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_016.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_017.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_018.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_019.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_020.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_021.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_022.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_023.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_024.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_025.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_026.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_027.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_028.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_029.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_030.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_031.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_032.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_033.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_034.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_035.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_036.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_037.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_038.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_039.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_040.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_041.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_042.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_043.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_044.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_045.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_046.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_047.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_048.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_049.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_050.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_051.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_052.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_053.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_054.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_055.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_056.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_057.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_058.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_059.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_060.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_061.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_062.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_063.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_064.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_065.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_066.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_067.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_068.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_069.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_070.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_071.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_072.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_073.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_074.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_075.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_076.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_077.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_078.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_079.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_080.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_081.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_082.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_083.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_084.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_085.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_086.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_087.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_088.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_089.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_090.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_091.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_092.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_093.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_094.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_095.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_096.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_097.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_098.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_099.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_100.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_101.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_102.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_103.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_104.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_105.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_106.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_107.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_108.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_109.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_110.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_111.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_112.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_113.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_114.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_115.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_116.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_117.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_118.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_119.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_120.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_121.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_122.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_123.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_124.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_125.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_126.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_127.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_128.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_129.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_130.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_131.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_132.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_133.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_134.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_135.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_136.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_137.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_138.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_139.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_140.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_141.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_142.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_143.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_144.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_145.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_146.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_147.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_148.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_149.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_150.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_151.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_152.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_153.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_154.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_155.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_156.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_157.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_158.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_159.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_160.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_161.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_162.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_163.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_164.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_165.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_166.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_167.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_168.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_169.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_170.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_171.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_172.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_173.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_174.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_175.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_176.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_177.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_178.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_179.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_180.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_181.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_182.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_183.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_184.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_185.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_186.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_187.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_188.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_189.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_190.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_191.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_192.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_193.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_194.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_195.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_196.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_197.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_198.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_199.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_200.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_201.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_202.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_203.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_204.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_205.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_206.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_207.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_208.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_209.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_210.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_211.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_212.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_213.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_214.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_215.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_216.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_217.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_218.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_219.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_220.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_221.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_222.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_223.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_224.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_225.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_226.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_227.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_228.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_229.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_230.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_231.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_232.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_233.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_234.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_235.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_236.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_237.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_238.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_239.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_240.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_241.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_242.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_243.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_244.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_245.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_246.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_247.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_248.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_249.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_250.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_251.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_252.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_253.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_254.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_255.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_256.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_257.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_258.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_259.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_260.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_261.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_262.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_263.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_264.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_265.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_266.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_267.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_268.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_269.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_270.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_271.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_272.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_273.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_274.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_275.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_276.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_277.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_278.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_279.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_280.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_281.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_282.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_283.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_284.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_285.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_286.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_287.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_288.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_289.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_290.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_291.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_292.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_293.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_294.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_295.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_296.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_297.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_298.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_299.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_300.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_301.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_302.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_303.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_304.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_305.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_306.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_307.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_308.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_309.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_310.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_311.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_312.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_313.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_314.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_315.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_316.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_317.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_318.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_319.xhtml