Las mujeres de hoy están a punto de destronar el mito de la feminidad; empiezan a afirmar concretamente su independencia; pero no sin grandes esfuerzos consiguen vivir íntegramente su condición de seres humanos. Educadas por mujeres en el seno de un mundo femenino, su destino normal es el matrimonio, que las subordina todavía prácticamente al hombre; el prestigio viril está muy lejos de haberse borrado: todavía descansa sobre sólidas bases económicas y sociales. Por consiguiente, es necesario estudiar cuidadosamente el destino tradicional de la mujer. Cómo hace la mujer el aprendizaje de su condición, cómo la experimenta, en qué universo se encuentra encerrada, qué evasiones le están permitidas: he ahí lo que intentaré describir. Solamente entonces podremos comprender cuáles son los problemas que se les plantean a las mujeres, que, herederas de un duro pasado, se esfuerzan por forjar un nuevo porvenir. Cuando empleo las palabras «mujer» o «femenino» no me refiero, evidentemente, a ningún arquetipo, a ninguna esencia inmutable; detrás de la mayoría de mis afirmaciones es preciso sobreentender «en el estado actual de la educación y las costumbres». No se trata aquí de enunciar verdades eternas, sino de describir el fondo común sobre el cual se alza toda existencia femenina singular.