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Otras advierten: «No leer antes de mi muerte», o bien: «Quémese después de mi muerte». El sentido de lo secreto que se desarrolla en la muchachita en el momento de la prepubertad no hace más que ganar importancia. Se encierra en una hosca soledad; rehúsa entregar a su entorno el yo escondido que ella considera como su verdadero yo y que, en realidad, es un personaje imaginario: juega a ser una bailarina como la Natacha de Tolstoi, o una santa, como hacía Marie Lenéru, o simplemente esa singular maravilla que es ella misma. Siempre hay una enorme diferencia entre esta heroína y la faz objetiva que sus padres y amigos le reconocen. Así se persuade de que es una incomprendida; sus relaciones consigo misma no se hacen por ello sino más apasionadas: se embriaga con su aislamiento, se siente diferente, superior, excepcional: se promete que el porvenir será un desquite sobre la mediocridad de su vida presente. De esa existencia angosta y mezquina se evade a través de sus ensueños. Siempre le ha gustado soñar y se abandonará más que nunca a esa inclinación; enmascara tras poéticos clisés un universo que la intimida; nimba al sexo masculino con un claro de luna, nubes sonrosadas, una noche aterciopelada; hace de su cuerpo un templo de mármol, de jaspe, de nácar; se cuenta a sí misma necias historias de hadas. Por no haber aprehendido al mundo, zozobra frecuentemente en la bobería; si tuviese que actuar, tendría que ver claro, en tanto que esperar puede hacerlo en medio de la bruma. También el joven sueña: sobre todo, sueña con aventuras en las cuales desempeña un papel activo. La joven prefiere lo maravilloso e la aventura; propaga sobre las cosas y las gentes una incierta luz mágica. La idea de magia es la de una fuerza pasiva; porque está consagrada a la pasividad y, no obstante, desea el poder: es preciso que la adolescente crea en la magia: en la de su cuerpo, que reducirá a los hombres a su yugo, y la del destino en general, que la colmará sin que ella tenga nada que hacer. En cuanto al mundo real, procura olvidarlo.
«Algunas veces, en la escuela, me evado, no sé cómo, del tema explicado y me remonto al país de los sueños...», escribe una muchacha»