245—. Me atendía una comadrona muy bella. Me bañaba y me ponía inyecciones. Era lo bastante para sumirme en un estado de intensa excitación, con estremecimientos nerviosos.
Las hay que afirman haber experimentado durante el parto una impresión de poder creador; verdaderamente han realizado un trabajo voluntario y productor; muchas, por el contrario, se han sentido pasivas, un instrumento dolorido, torturado. Las primeras relaciones de la madre con el recién nacido son igualmente variables. Algunas mujeres sufren por ese vacío que ahora experimentan en su cuerpo: les parece que les han robado su tesoro. Cécile Sauvage escribe:
Soy la colmena sin palabras
cuyo enjambre ha partido por los aires;
ya no aporto el bocado
de mi sangre a tu cuerpo frágil;
mi ser es la casa cerrada
de donde acaban de llevarse un muerto.
Y agrega:
Ya no eres todo mío.
Tu cabeza refleja ya otros cielos.
Y también:
Ha nacido, he perdido a mi niño muy amado;
ahora ha nacido, estoy sola, siento
que en mí se espanta el vacío de mi sangre...
Al mismo tiempo, sin embargo, hay en toda madre joven una curiosidad maravillada. Es un extraño milagro ver y tener entre los brazos a un ser vivo que se ha formado en el seno de una, que ha salido de una. Pero ¿qué parte ha tenido exactamente la madre en el extraordinario acontecimiento que arroja al mundo una nueva existencia? Ella lo ignora. Sin ella, no existiría, y, no obstante, se le escapa. Hay una tristeza asombrada en verlo fuera, separado de ella. Y casi siempre es una decepción. La mujer querría sentirlo tan suyo como su propia mano: pero todo cuanto el niño experimenta está encerrado en él; es un ser opaco, impenetrable, separado; ni siquiera le reconoce, puesto que no le conoce; su embarazo lo ha vivido sin él: no tiene ningún pasado común con aquel pequeño extraño; ella esperaba que le sería inmediatamente familiar: pero no, es un recién llegado, y ella se queda estupefacta ante la indiferencia con que lo acoge.
Durante los sueños del embarazo, él era una imagen, era infinito, y la madre representaba con el pensamiento su futura maternidad; ahora, es un diminuto individuo terminado, y allí está, contingente, frágil, exigente. La dicha de que esté allí, por fin, tan real, se mezcla con el pesar de que no sea más que eso.
Mediante la lactancia, muchas madres jóvenes encuentran en su hijo, más allá de la separación, una íntima relación animal; se trata de una fatiga más agotadora que la del embarazo, pero que permite a la madre lactante perpetuar el estado de «vacaciones», de paz y de plenitud que saboreaba la mujer encinta.
Cuando el bebé mamaba —dice a propósito de una de sus heroínas Colette Audry