6
La jodienda del incendio y los palomeros duró tres o cuatro días. Se formaron unas cuantas broncas en la calle, con Gloria, el primo y otros parientes de un lado y otro. Chusmería de solar. Me aparté del asunto. Y todo se fue disolviendo en la nada, como siempre. Una tarde Gloria subió a tomar café. Le gusta sentarse en el piso mientras yo preparo la cafetera. Tiene un short ajustado y muy corto y una blusa ligera. Sirvo un poco de ron. Me gusta verla así, sentada en el piso, escuchando un cassette de José José. Levanta las rodillas, abre las piernas y me provoca con su pelambre negra, rizada, excesiva. Me calienta. Le paso un buche de ron boca a boca. Me saco la pinga. Sólo un pedacito. Hala el short y me muestra el bollo completo. Yo saco el material y me pajeo. Suave.
—Ay, papi, eso me vuelve loca. Cómo me gusta.
—¡Qué bollo más lindo y más pelú, cojones! ¡Eso sí es un bollo, chiquitico, apretaíto! Cómo le has sacado dinero a ese bollito..., quinientos pesos mensuales como promedio.
—Más, mucho más. Mira cómo se te dobla, ¡qué linda!
—Chúpala pa' que se pare más.
La lengüetea un poco.
—Más, papi, mucho más de quinientos. Es un bollo rentable, jajajá. Y los que he dejado pasar, que no he cobrado.
—La tengo en la punta. ¿Dónde te la echo?
—No, aguántala, aguántala.
Seguimos jugando un poco más. Soy experto en darle largo. Ella se pajea también. Al fin:
—¡Ya no puedo más! ¡Dime!
Abre la boca. Le suelto el chorro. Se la traga, la chupa hasta la última gota.
—Ahh, la tienes acida..., ahhh..., es como el marañón. Yo nunca había probado una leche así.
—Ese es el negro cimarrón que me la pone acida. Jajajá.
—No juegues con tu muerto que te va a castigar..., bueno..., allá tú.
La cafetera casi explota. El café se gastó. Ella se ríe. —Dame más ron. Olvídate del café, ahhh..., ahora me dejaste volá...
—¿Por qué?
—Eso me arrebata. Toda la vida ha sido mi locura.
—¿Qué?
—Que se hagan una paja delante de mí y yo enseñando, con las patas abiertas.
—Porque te acostumbraste.
—Desde niña. Le abría un hueco a los bloomers y mi madre no sabía que era yo misma. Pa' abrir las piernas y que me vieran el totico.
—Tú no tienes arreglo. El tueste tuyo es completo.
—Eso no es malo. Un entretenimiento igual que otro cualquiera. No me gusta la pelota, ni el dominó. Lo mío es irme para la playa y enseñar un pedazo de bollo, una teta, una nalga. Enseguida aparecen los pajeros pa arriba de mí. Como locos. Y si estoy perversa ese día los llamo y les digo: «Arriba, a veinte pesos cada uno. O se acabó el show y el elenco se va de vacaciones.»
—¿Y pagan?
—Muchachooooo. Algunos me dan el doble y el triple y me dicen: «Pero me la voy a hacer larga. Quédate una hora ahí sin moverte.»
—Y tú modelando.
—Ése es mi arte, titi: bailar, modelar, exhibirme. Me da igual si me dibujan o si se hacen una paja. El asunto es que paguen..., dinerito, dinerito. ¡Ayude al artista cubano!, como decía mi padre cuando tocaba guitarra en los bares.
Se estremeció con un escalofrío:
—Ahhh, sí, habla..., vamos..., dame un poquito de ron y búscame un tabaco.
Se sienta en el borde la cama. Se toma su tiempo, con los ojos cerrados. Bebe un par de tragos de ron. Enciende el tabaco. Fuma tranquilamente. Abre los ojos y me dice:
—En tu casa hay una mujer que siempre está escribiendo, sentada en tu buró. No es vieja. Debe tener cuarenta años o poco más. Usa un perfume bueno y se ve que fue una mujer elegante, pero con doble vida. Tenía una vida nocturna secreta y era muy romántica. Fuma cigarrillos y se divierte. Le gusta mucho reírse. Siempre está de buen humor, alegre, optimista. A veces juega contigo y tú recibes el olor de su perfume o el humo de sus cigarros. Eso siempre sucede cuando tú estás sentado en el buró, escribiendo. Y te asustas mucho y vas al altar a rezar y a pedir a los muertos que te dejen en paz.
—Cojones, Gloria, ¿cómo tú sabes eso?
—Lo estoy viendo. Y cállate, no interrumpas. Esa mujer está sentada en tu buró escribiendo. Es muy elegante y no quiere mirar a la gitana. La ignora.
—¿Cómo se llama?
—No sé. Lo que no se atrevió a escribir en vida, lo escribe ahora contigo..., ella tiene..., un vestido negro, largo hasta los tobillos y con el cuello alto. De mangas largas. El pelo recogido en un moño. A lo mejor se murió hace cien años, ¿quién sabe? Por el vestido se ve que murió hace muchísimo tiempo..., dice que empieces la novela y que no tengas miedo..., dice que ella escribe por ti. Te pide flores.
—A veces yo...
—Shhh, cállate. Tú pones flores en el altar, pero no son para ella. Esta señora quiere flores blancas y amarillas en un vaso de agua, y que lo pongas sobre tu mesa de trabajo, delante de ti... y no te asustes con el perfume ni con el humo. Ella te ayuda... y... escucha esto: ¿a veces sientes como una fuerza que te arrastra y escribes y escribes sin poder parar? ¿Y pensaste una cosa y escribes otra, al final sale algo distinto?
—Sí. Muchísimas veces. Es como un trance y no puedo detenerme.
—Porque no eres tú. Es ella la que escribe. Dice que ella en vida no tuvo tiempo. Lo último: me repite que comiences a escribir la novela que ella está siempre ahí. Ponle flores blancas y amarillas..., ya..., se fue.
Gloria se levantó, se vistió con una camisa mía y salió a la azotea a tomar fresco. Respiró un poco y regresó más tranquila:
—Mira cómo se me ponen las manos.
Le toco las palmas de las manos. Están ardiendo. Debe de tener cuarenta grados o más de temperatura.
—Menos mal. Cuando se me calienta así la cabeza termino con dolor en las sienes. Pero un dolor que no se me quita en todo el día. Cuando entra por la cabeza se demora mucho más. A veces estoy media hora hablando.
—Es fuerte la gitana.
—Es fuerte pero no la atiendo como debe ser. Me olvido de ella. Encendí un tabaco, serví más ron, puse un disco muy viejo de Ñico Membiela, nos quedamos tranquilos sobre la cama. Huelo sus axilas. Ese olor a hembra africana salvaje, sudando en la selva, es una droga que me hace vibrar hasta la emoción. ¿Si no existiera África, y las negras y las mulatas, qué sería de la humanidad? Nos extinguiríamos seguramente, disolviéndonos como fantasmas en un desierto.
Aspiro fuerte, me lleno los pulmones con su olor a sudor:
—Ah, Gloria, si fueras blanca y rubia ni te miraba.
—Porque te gustan las negras, salao, pero yo soy mulatica canela. ¡No me confundas!
—Eres más racista que los nazis.
—Sí soy racista, ¿y qué? No me gustan los negros. En toda mi vida tuve uno solo y duró cuatro días. Y eso porque eran los carnavales en Santiago y estuve borracha todo el tiempo. Una semana de curda y carnavales y templeta.
—Y eres mulata, si fueras negra...
—Si fuera negra no hubiera tenido ni uno.
—¿Por qué?
—Porque son mentirosos, vagos, inútiles, cochinos, tienen la pinga muy larga y dan inflamación pélvica. Y además discuten el precio y no quieren pagar. No, no, mucha pinga y poca ganancia. Pa' negra, conmigo basta y sobra.
—Gloria, eso es racismo del peor.
—Pero es verdad.
—No es verdad. Hay blancos...
—Ahh, deja la teoría de tus libritos. No sé un negro con dinero y de la universidad y tararí tarará, pero los negros de este barrio es mejor ni mirarlos. Relambíos y descaraos y pajeros.
—¡Cojones, eres una nazi!
—¿Y te enteras ahora? Jajajá. ¿Tú sabes lo que le hacía al negro de Santiago?
—No.
—Le daba galletazos en la cara y le decía: «Sácala, sácala, sal de arriba de mí y vete a lavarte los sobacos, negro apestoso.» Y después, venía como un perrito. Se ponía hasta desodorante. Y yo arriba de él: «Nada, ya no hay más bollo pa' ti. Vete a buscar dinero. Tráeme dinero y ron y cigarros y hierba. Trae de todo o te castigo. Me visto, me voy y no me ves jamás en tu vida», jajajá. Se le salían las lágrimas. Eso es lo que me gusta: humillarlos. Tratarlos como a los esclavos.
—¿Por qué tú eres tan hija de puta?
—Todos somos hijos de puta y a todos nos gusta tener a alguien abajo, pa' aplastarlo y pisotearlo. Y no te hagas el inocente. Tú eres peor que yo. Si algún día llegas a ser presidente del país amarras a todo el mundo con cadenas y les pones bozales pa que no protesten.
—Eres fascista, Gloria. Tienes un cerebrito anormal. Eso no lo puedo escribir en Mucho corazón.
—¿Y tú vas a escribir en tu novelita todo lo que yo te digo?
—Todo.
—Vas a caer pesao. A la gente no le gusta saber la verdad.
—Yo sé. La gente prefiere el béisbol.
—Sé inteligente. No caigas mal porque te hacen la vida imposible y tienes que irte de Cuba. Jajajá, ¡y tú que eres tan comemierda!
—¿Yo comemierda?
—Sí, tú. Te has podido quedar en veinte países y vivir como las personas. Ah, pues no, tú de atravesao y de bruto, siempre regresas a la cochambre.
—No quiero vivir en otro lugar.
—¡Ay, qué sentimental el niño!
—No es sentimentalismo, es decisión.
—Es una estupidez. Por ahí puedes vivir mejor que aquí. ¿Por qué no te quedaste en Suecia?
—Yo vivo bien aquí.
—¿Bien? ¿Vendiendo un cuadrito cada seis meses y yo jineteando a los yumas?
—Así y todo. Aquí estoy bien.
—¿Sí? Pues mira a ver lo que haces porque cuando salga preña no jineteo más. Ya me dan asco los yumas. Quiero estar contigo nada más. Con-ti-go-na-da-más. Métetelo en la cabeza.
—Ah, deja ese drama.
—Ningún drama. Es la verdad. No vas a ser mi chulo toda la vida ni yo voy a ser puta pa' siempre.
—¿Ahora vas a ser una mujer decente?
—Yo siempre he sido decente. Pobre y de solar, pero muy honrada. Mi dinero me lo he buscado desde niña con mi trabajo. Y no me desvíes el tema: vas a ser mi marido y yo tu esposa. Así que inventa para que mantengas a todo el familión: tú, yo y tres o cuatro niños.
—¡Cojones, Gloria!
—Pon los pies en la tierra y deja los cuadritos y la bobería. —Tendré que poner el puesto de vegetales en el mercado. —Yo te ayudo. Para vender tengo tremendo aché. El negocio es lo mío.
—Lo único que tú sabes vender es pan con jamón y licras en Galiano.
—Es igual. Lo mismo vendo agua fría que un edificio que hago una paja por veinte pesos. A mí me gusta el negocio. Por cierto, hablando de negocios, déjame llamar a Margot.
Fue hacia el teléfono y marcó un número.
—¿Quién es Margot?
—Una amiga.
—¿La de Guanabo?
—Esa misma.
—Tremenda jineta.
—Tremenda jineta soy yo. Ésa es una comemierda..., espérate..., me hace el favor, ¿Margot se encuentra?..., sí, gracias. Espera un rato. Al fin le ponen a Margot.
—¿Qué hiciste anoche al final?
—¿Y te fuiste con ese puerco?
—¿Cuánto?
—Me alegro. Eso te pasa por hacerte la buena. Al descarado se le ve por encima de la ropa. Margot, tú tienes mucho que aprender todavía, mi amor. Primeramente, ese yuma no se baña nunca. Segundamente tiene tremenda peste en las patas, en los sobacos y en la boca. Y terceramente, compró un helado pa tres, se comió la mitad y nos dio el resto a nosotras. ¿Quieres más pruebas?
—¿Eso es lo que él quería? ¿Una tortilla entre nosotras y gratis?
—¿Y qué le dijiste?
—Ya tú ves que eres mongólica completa. Mándalo pa'l carajo y que se vaya a buscar esclavas a África. Si las encuentra. Porque a lo mejor cae en una tribu de caníbales y se lo comen vivo.
—Margot, conmigo no cuentes. Como puta eres un fracaso. Búscate otro oficio.
—No. De eso nada. La calle está mala y te recogen y te remiten pa tu pueblo...
—Jajajá, Palma Clara. ¿Dónde es eso, niña?
—¿En Baracoa? Eso no aparece ni en el mapa. Cuídate. Chao, nos vemos.
Cuelga. Me mira sonriendo y me dice:
—Es demasiado noble, demasiado guajirita todavía. Si no coge espuela pronto, se muere de hambre. Ella no sabe que en La Habana hay que pisar el fuego y no quemarse.