4

Cuando despierto son las once de la mañana. El sol le da duro al fibrocemento del techo. El cuarto es un horno. Me levanto y abro puertas y ventanas. Estamos en febrero pero ya hay calor como si fuera agosto. La mar está serena como un plato y no corre ni una gota de aire. Calma chicha. Si la sueca tuviera un billete largo, ahora yo estaría navegando en un buen yate de velas por el Caribe y no fajao con los negros en el Okinawa. Ahh, carajo, bueno, al menos traje doscientas aspirinas de Alemania. Me trago dos con un vaso de agua. Algo es algo. No tengo yate sueco pero soy propietario de doscientas aspirinas alemanas. De ciento noventa y ocho, para ser exactos. Tengo una resaca violenta. Ese ron es ácido puro. Me corroe hasta las tripas. ¿Cuándo cojones harán un buen aguardiente para los pobres de la tierra, aquellos con los que quiero yo mi suerte echar? Tengo dolor de cabeza, sed y hambre. Hago café y salgo a la azotea. Me gusta el mar en calma chicha. Una de las etapas más hermosas de mi vida fueron los años que dediqué a los kayaks y a los snipes en Matanzas. Era un deportista ignorante y burro. Eso es una garantía para la tranquilidad espiritual. Estoy bebiendo el café en la azotea y mirando el mar en calma chicha y de repente comienzan a aparecer mariposas. Miles de mariposas. Vienen desde el mar y vuelan del noreste. Quizás son cientos de miles. ¿Cruzarían las noventa millas desde Florida? Eso parece. Vuelan rápidamente sobre el edificio y se dirigen al sur. Buscan los campos al sur de la ciudad. Sus colores brillan con el sol. Nunca pensé que esto existiría. ¡Qué bien! El café amargo me reanima. Entonces oigo las pulseras de Gloria. Suenan como cascabeles. Me asomo por el hueco del patio y la veo a través de las ventanas. Pero más abajo, en el sexto, un perro me ve y comienza a ladrar mirando hacia arriba. En el quinto hay una vecina nueva tendiendo topa. Es una mulata de veinte años y su marido es un italiano de sesenta y cinco. Forman buena pareja. El tipo le ha reparado todo el apartamento y vive como una reina. El salao perro sigue ladrando como si lo estuvieran matando. Gloria limpia el piso tranquilamente. Se hace la mosquita muerta. Hace unos días un muchacho le dijo en la calle: «Niña, tienes la pornografía impresa en la cara. No lo puedes esconder.» Lo primero que hizo cuando regresó fue contarme el piropo, haciéndose la inocente, y me preguntó: «¿Por qué me diría eso, papi?» Ahora la llamo: «¡Gloria!» Me mira sonriendo y me tira un beso en el aire. Tiene esa facultad perversa de destrozar con una mano y sanar con la otra. Le hago un gesto llamándola. A los dos minutos está conmigo. Es más cínica que yo. Llega sonriendo, con un cigarrillo y pidiendo café.

—Café ni cojones, Gloria. No hay café.

—Ay, por favor, no te hagas el bravo que a ti no te importa lo mío.

—¿No? ¿Y a quién le importa entonces?

—A mí.

—¿Se puede saber quién repinga era ese tipo? Era no. Es. Porque todavía está vivo.

—¿Lo vas a matar?

—Si sigue atravesao puede ser que le meta un tajazo. Por donde lo coja.

—¿Estás hablando en serio?

—Y me gusta tirar al pescuezo. Que se vaya en sangre en un minuto. Yo no pierdo tiempo.

—¡Ay, no digas eso! Jesús, María y José. Se besa los nudillos y toca madera.

—Gloria, yo he estado preso dos veces. Por boberías. Me da igual lo que sea.

—Tú no puedes hablar en serio. Yo no puedo creer...

—Jajajá. Estoy jodiendo. Si me agarra empingao sí lo saco del aire, y con tajazo a la carótida, pa no dejar huellas. Un sablazo en la carótida no le da tiempo ni a decir: «Fue Pedro Juan.» Jajajá. Pero así en frío no. ¿Tú crees que yo soy un asesino? ¿Un loco?

—Te volverás loco con esas novelitas que escribes, pero conmigo no, papi, tú tienes alma de chulo.

—No, no.

—¡Sí, sí! ¿Quién me buscó a todos esos yumas? Los dos italianos, el alemán, el mexicano, los dos españoles, el austriaco imbeciloide...

—Ah, ya, ya.

—Ahora te quieres olvidar, y no quieres que nadie lo sepa, pero tú me los traías, papi, y me decías: «Agarra a este tipo y sácale los faos.» ¿Verdad o mentira?

—Eso fue para ayudarte. Hace tiempo que no te busco a nadie.

—Yo sé que fue para ayudarme, pero me los tuve que echar a todos. Ahí, en mi camita de soltera. Y montar el teatro, y pon preservativo y quita preservativo y pon preservativo y quita preservativo, jajajá.

—Sí, los que yo te buscaba, más los que tú jineteabas por ahí. Y los que te busca tu prima del Palermo.

—Eso es problema mío. Y deja a mi prima tranquila. Te estoy hablando de los que me echaste tú pa arriba. Para demostrarte que sí eres chulo y que yo no te intereso con seriedad. Te da igual si me acuesto contigo na más o con doscientos.

—¿Alguna vez te quité dinero?

—No.

—¿Te pedí algo?

—No.

—Entonces no fui chulo contigo.

—Porque no te hacía falta.

—Ah, no lo dudes. Si me veo estrallao vas pal Malecón de cabeza todas las noches. Bastante tiempo que viví de Luisita. Así que no cantes victoria todavía.

—Ahh..., ya ves que tú eres mi chulito. No te hagas el decente y el recatado.

—¿Lo haces o no lo haces?

—Pa' ti sí, papi. Por ti hago cualquier cosa. Lo que tú me pidas. Con los hombres hay que ser así.

—Con los hombres no, Gloria. Conmigo.

—Todos son iguales. ¿Tú sabes lo que me dijo el niño ayer?

—No.

—Le dije que voy a empezar a bailar otra vez. En cualquier bar por ahí. Y me preguntó: «¿Encuera delante de los hombres?» Y yo le digo: «Encuera no. En bikini.» Y pone tremendo hocico y me dice: «Ni lo intentes porque voy y te saco por los pelos y te traigo para la casa. Y no te hablo más.»

—¡Ése es un macho!

—¡Demasiado macho! Tiene siete años nada más y ya me dice eso. No sé qué va a ser de mi vida. Mi padre me sacó del baile. Tú no me dejas y hasta mi hijo me amenaza.

—Lee a Simone de Beauvoir y forma una revolución.

—¿Qué es eso?

—Nada, nada.

Nos quedamos en silencio un instante.

—Me dijiste que ibas a trabajar en el hospital.

—¡Ah, no me digas nada! ¡Qué asco, y qué repugnancia y qué sorbo!

—¿Por qué?

—¡Muchacho, por tu madre! Son pedazos de gente muerta, en unos frascos en conserva. ¡Askkk!

—¿En la morgue del hospital?

—Es como un almacén del horror, como una película de Frankenstein. ¡Ay, mi madre! Frascos con ojos, con lenguas, pedazos de corazón, manos enteras, cerebros, huesos, orejas. Traen todo eso en un carrito. Yo tengo que cogerlos, darles entrada en el libro de registro y ordenarlos en los armarios. Pero hace tiempo que no tienen empleados allí porque pagan una mierda de doscientos pesos al mes. ¿Quién coño va a trabajar allí como Drácula por diez faítos al mes?

—Bueno, es que tú eres muy impresionable...

—No, no, si eres tú ni entras. Si eres tú te quedas en la puerta y de ahí te vas. Había quinientos frascos podridos. Entonces yo tenía que sacar todos esos pedazos podridos de gente, incinerarlos, lavar los frascos y esterilizarlos para usarlos de nuevo. ¡No, no, no!

—Es que pagan muy poco.

—Ni por mil pesos al mes. No lo hago. Estuve dos horas allí y me fui. ¡Y cogí un sorbo que ahora tengo que despojarme nueve días!

—Tú no sirves para eso.

—Los muertos caminando por ahí. Entraban y salían. Los mismos. Eran cuatro.

—¿Qué tú dices, Gloria?

—Ay, papi, te lo he dicho otras veces. Yo veo muertos. A veces. No me gusta, pero es así. Espíritus oscuros que no se elevan. En las dos horas que estuve allí, cuatro espíritus caminando. Daban vueltas y vueltas, como si estuvieran perdidos, vagando.

—Eso es teatro tuyo. Tú tienes mucha imaginación.

—Me da igual si me crees o no, pero tengo que decírtelo. Yo sé que por lo menos no te burlas.

Le doy café. Lo bebe y enciende un cigarrillo. Se queda mirando al piso, pensando, y me dice:

—Déjame bailar en el Palermo.

—No.

—Bueno. Yo tengo que hacer mi vida porque contigo mucho amor y mucho cariño y la pinga más rica del mundo, pero mi hijo y yo...

—Sí, ya sé. Dinero.

—Y Tony el Pelú está de pinga. Me da un asco que no lo resisto. ¡Cada vez que lo veo arriba de mí metiéndome el rabo a lo salvaje! Me dan ganas de darle una pata y quitármelo de encima. Y todavía me pregunta: «¿Por qué tienes el bollito tan seco?» Pero tengo que seguir porque él, muy decentemente, se me acercó y me dijo que me podía dar ochenta o cien pesos semanales. Es una persona muy correcta.

—¡Oye, está bueno ya! No menciones más a ese imbécil.

—Ah, no te hagas el macho ahora que anoche te fuiste llorando.

—¿Llorando yo? ¡¿YOOO?!

—¡Sí, túuu mismo, tú mismo! Llorando como una niña. ¿Tú crees que no me di cuenta? Diste media vuelta y te fuiste pa' que no te viera.

—Te gusta eso. Te gusta que los hombres lloren por ti.

—No me hables así, papi.

—¿Y cómo quieres que te hable?

—Decentemente.

—Cuando te lo merezcas. Mientras seas un venao y una callejera...

Suena el timbre del teléfono. Es Agneta. Me llama una o dos veces por semana. Quiere que yo vuelva a Estocolmo en el verano. O ella viene a Cuba. Yo no tengo mucho interés ni en lo uno ni en lo otro. Ahora, muy alegre, me dice:

—Tengo una sorpresa para ti.

—¿Qué es?

—Hice una reserva de avión, para ir a Cuba dentro de veinte días.

—¡Coño, apretaste, mamita!

—¿Cómo dices? Despacio, por favor.

—Que me alegro mucho.

—Sólo para quince días. Es poco pero...

—Es suficiente así, okey.

—Aún no es seguro. No he pagado.

—¿Por qué?

—Tengo miedo.

—¿A qué?

—Ir a Cuba. Contigo. No sé bien qué hacer.

Hablamos un poco más y nos despedimos.

—Que acaramelado te pones con la sueca. Y según tú la estás jineteando na' más. Si fuera un romance te botabas una paja por el teléfono.

—Deja la bobería, Gloria.

—¿Qué dice la señorita sueca, decente y educada?

—¡Ah, cojones...!

—¿Qué te preocupa? ¿Se va a suicidar por amor?

—Peor.

—¿Qué?

—Dice que tal vez viene dentro de veinte días.

—¿Ahh, síii? ¿No me digas que el romance va a seguir?

—No te hagas la esposa que tú estás con Tony el Pelú y hasta lo metes en tu casa. Y la cabrona de tu madre tapando la bola y haciéndose la tonta.

—Deja a mi madre en paz. Esa es un alma de Dios.

—Sí, tu hermana y tu madre son medio bobas. ¿La única oveja negra que hay en la familia me tocó a mí?

—Si yo no fuera como soy, estuviéramos en medio de la calle pidiendo limosna. Tú no te imaginas en qué familia de gente boba nací yo.

—Cojones, pero metes a todos los machos en tu casa, para exhibirte bien.

—Yo no soy mujer de calle. Todos mis hombres los meto en mi casa, pero mi marido eres tú. Tony es pal dinero. Eso él lo tiene claro. Él paga y yo lo dejo meter el rabo de vez en cuando. Tampoco es por la libre ni cuando él quiera, sino racionado y llevándole la cuenta.

—Ahh, no te hagas la simpática.

—Y tú no te hagas el bobo. Todas las mujeres hacen eso.

—Todas no.

—Todas sí. Algunas tienen suerte y con un solo marido resuelven amor y dinero. Pero la mayoría tienen dos: un marido que les gusta y otro pal dinero.

—Coño, que inteligente estás hoy. ¿De cuándo pa'cá es así?

—De toda la vida. De amor sólo no vive nadie. ¿Tú has oído, amor, salud, dinero?

—¡Gloria, Gloria, cuando te haces la inteligente eres un fracaso!

—Coño, ¿tan culto que eres y no sabes eso? Está en la Biblia.

—¿Qué cosa está en la Biblia?

—Eso: amor, salud y dinero.

—Gloria, no seas mentirosa ¿En qué parte de la Biblia?

—Ahora no recuerdo. Búscalo. Pero no me desvíes el tema: no quiero a la sueca aquí.

—¿Tú celosa conmigo?

—Sí, yo, claro. ¡Mi marido eres tú! ¡Mi macho eres tú! Deja que esa sueca venga que le voy a echar cuatro negros pinga-larga atrás, que la van a volver loca, le van a quitar hasta los zapatos y hasta el último dólar, y va a regresar desnuda y temblando de frío, jajajá. Déjala que venga. ¿Tú no le has dicho que tienes mujer y que vas a tener familia conmigo?

—Gloria, por tu madre, cálmate los nervios.

—Ya sé cuáles son los negros que le voy a tirar arriba. No le van a quedar ganas de volver jamás a Cuba.

—¡Gloria, Gloria, Gloria! Tengo una resaca que no veo. Tengo dolor de cabeza, sed y hambre.

—¿Tienes sed, papi? Vamos, que te guardé dos cervecitas de anoche.

—¿De anoche?

—De las que trajo Tony el Pelú.

—¿Y eso?

—Ay, papi, él es empleado en una shopping. ¿Qué tú crees, que es un muertodehambre? ¡De eso nada! Tiene el baro largo y vive como un magnate. Además de los billetes siempre viene con jabones, champú, cervecita, refrescos y galleticas pal niño...

—Todo lo que se roba.

—Ah, sí. Ojalá yo tuviera una pinchita así. No te iba a faltar nada. ¡Me llevaba la shopping entera pa ti!

—Ya, Gloria, pareces una cotorra.

—Ay, chino, no me trates así. Dale, vamos pa' mi casa. Te tomas las cervecitas frías y se te quita ese malestar.

—No. Me da pena con tu madre.

—¿Por qué?

—Dirá que soy un tarrú.

—Ay, titi, vamos a mi cuarto pa que veas. El tarrú es Tony. Y él lo sabe. Tú-e-res-mi-ma-cho-mi-ma-ri-do-mi-pa-pi-ri-qui-mi-ni-ño-chi-qui-ti-co. Jajajá. Te voy a enseñar una cosa que te va a gustar.

Bajamos. Su casa está tranquila. Un primo cría palomas mensajeras en el balcón. Nos saludamos y hablamos. Todos en el barrio crían palomas y se las roban con trampas. Mucha gente vive de eso. Roban palomas de otros criadores y las venden. Sobre todo para la santería. En muchas azoteas hay palomares. Aprovecho para jugar a cada número del sueño de anoche. El primo recoge bolita. Le pongo dos pesos al 44, cerveza. Y cinco pesos al 65, comida. Gloria me dice:

—Juega cinco pesos al 49.

—¿Qué es el 49?

—Borracho.

—¿Quién era el borracho?

—Humphrey Bogart. Te dieron los tres números, papi, tú verás que los coges esta noche.

La cama es amplia. Del cuartico de cuatro por cuatro metros que tenían en el solar vinieron directo para acá. La madre de Gloria cuidó durante años a una viejita que vivía sola en este apartamento. Una noche, en un apagón de electricidad que duró muchas horas, la vieja —ya tenía ochenta y dos años— se aterró mucho en la oscuridad, y con su marido, que había muerto veintidós años atrás. Decía que el muerto venía a buscarla varias veces al día y que tocaba a la puerta y la llamaba por su nombre. Murió temblando de miedo, de un aneurisma cerebral. Dejó el apartamento a la madre de Gloria, en un testamento legal que apareció sorpresivamente tres días después de la muerte. Ahora Gloria tiene un cuarto sólo para ella y su hijo. Hasta con balcones y ventanas amplias con vistas al Malecón.

El edificio es de 1927. Hace cuarenta años o más que no lo reparan, ni siquiera lo pintan. Está demasiado arruinado. Hay cartones y tablas en el lugar donde irían los vidrios de las ventanas. Las paredes y el techo cubiertos de hollín y telarañas, los muebles, de los años treinta, destrozados. Hay bultos de ropa gastada, los alambres de los colchones pinchan en la espalda. La perra duerme sobre unos trapos en el fondo del armario. En una esquina del cuarto Gloria tiene sus orishas. Sobre todo, reinando en imágenes pegadas a las paredes, la Virgen de la Caridad del Cobre, San Lázaro y Santa Bárbara. En un cajoncito de madera. Elegguá, Ochún, Changó, los guerreros, las ofrendas a Orula. La gitana la tiene aparte, en un lugar privilegiado, frente a la puerta, cuidando la entrada a la casa.

Fui al balcón para ver las palomas y hablar con su primo. Durante algún tiempo yo también viví vendiendo palomas y caracoles a los santeros. Gloria me trajo una cerveza fría y me hizo entrar al cuarto:

—Mira, papi, pa' que veas que tú eres mi macho único, mi supermacho.

El rincón de los orishas y los santos está en una esquina del cuarto. Entre las imágenes hay varias fotos mías, en colores, recortadas de periódicos y revistas. Ella me ha pedido esas entrevistas. Supuse que las guardaba a modo de recuerdo. Pero no. Recortó las fotos y las pegó en cartones. Es muy extraño. No me lo podía imaginar. Yo entre las imágenes de Jesucristo, Santa Bárbara, San Lázaro, San Judas Tadeo.

—¿Y eso, Gloria? ¿Tú estás loca?

—No. ¿Por qué?

—¿Qué hago yo entre los santos?

—Chini riqui, tú eres un santo y un demonio al mismo tiempo. Te puse a la Caridad del Cobre arriba, reinando pa que te cuide siempre y no te abandone.

—Uhm, bueno...

Cuando uno no sabe qué decir es mejor callar. Cerramos la puerta. Nos desnudamos y jugamos un poquito sobre la cama. Nos disfrutamos con muchísima ternura. Ella se abandona. El niño nos interrumpe tres o cuatro veces. Con cualquier pretexto toca a la puerta. Pide una toalla, un short. Al fin le dice a Gloria, a través de la puerta cerrada:

—Mami, ¿ya se lo dijiste?

—No, Armandito. ¡No jodas más y déjanos tranquilos, cojones!

El niño parece que se aleja. Yo le pregunto a Gloria:

—¿Armandito no va a la escuela?

—Hoy es sábado.

—¿Qué quiere?

—Un hermanito.

—¿Sí? ¿Y tú?

—Yo quiero tres o cuatro.

—No jodas, Gloria.

—Te lo he dicho siempre. Quiero un hijo tuyo.

—Uno tal vez, pero tres o cuatro no.

—Vamos a tener el primero y después ya veremos.

En eso regresa Armandito a interrumpir de nuevo. Hizo merengues. Nos trae un plato con los dulces tostados. Gloria primero pone dos a los orishas y los dedica. Después nos comemos los otros. La miro chupando los restos de merengue de los dedos. Me gustan sus manos, descuidadas, arruinadas por los detergentes:

—Me gustan tus manos.

—Están muy feas.

—No me gusta lo bonito, ni lo perfecto, ni lo limpio. Tú lo sabes.

—Siempre me lo dices, pero no te entiendo.

—Tus manos tienen más vida.

—He trabajado mucho.

—¿Además de puta?

—Ay, Pedro, no seas bobo. Trabajar de verdad. En cafeterías y en casas de gente con dinero. En el Vedado y en Miramar. Fregando, lavando, limpiando.

—Sí, menos de cocinera.

—¿Y cómo lo sabes?

—Porque eres malísima cocinando.

—Nadie me ha enseñado.

—No has podido aprender a cocinar. Cuando empezó esta crisis tú tenías veinte años, así que lo tuyo ha sido arroz con frijoles y más na.

—Y voy bien cuando hay arroz con frijoles.

—Así no puedes aprender.

—Tú sí cocinas rico.

—Yo soy más viejo. He tenido más tiempo. Cuando en este país la gente pueda comer otra vez, ya aprenderás. La cuestión es tener la comida a mano.

—¿Tú me vas a enseñar?

—Claro. Busca una pinchita en una cafetería. Así mandas pal carajo a Tony el Pelú.

—Ah, lo mismo de siempre.

—¿Qué es lo mismo de siempre?

—Pedro, yo he trabajado por lo menos en... diez o doce cafeterías. Todos los administradores son iguales. Lo único que quieren es meter el rabo. Te dan el trabajo y quieren meterte el rabo todos los días. Hasta que se aburren. Entonces inventan cualquier pretexto, te botan y dejan la plaza libre pa' buscarse otra que les guste y hacer lo mismo. Y es igual si vas a bailar en un club o en un cabaret, y lo mismo si trabajas con la gente de billetaje que vive en el Nuevo Vedado y en Miramar. Todos lo que quieren es meter el rabo.

—No todos son así. Supongo que...

—¿Tú has trabajado en cafeterías? ¿Tú has sido sirvienta de los pinchos en Miramar? ¿Tú has sido bailarina?

—No.

—Entonces no hables de lo que no sabes.

—Uhhh.

—Los hombres son unos síngaos y unos aprovechaos. Por eso me gusta acaballados y quitarles el dinero.

—¿A mí también?

—A ti no. Yo te quiero mucho, peto no sé qué pensar.

—¿Todavía no sabes?

—No sé. A veces te creo y a veces no.

—Te quiero muchísimo.

—Yo también, pero no sé qué pensar.

—Bueno...

—Ya estoy escama, Pedro Juan. Todos prometen y prometen y al final lo que quieren es echar un palo, soltar la leche y seguir caminando. Si te vi no me acuerdo. Y si sales embarazada dicen que no es de ellos. ¿Tú sabes cuántos abortos me he hecho?

—No.

—Dos antes de la barriga del niño. Y tres después. Porque ustedes sueltan la leche sin pensar y una es la que..., ahhh, ¿pa qué hablar?

—Tienes el corazón de piedra.

—Quizás.

—Te han machacado y tú has machacado mucho.

—Tú eres muy cariñoso, papi, pero tienes alma de chulo y de hijo de puta. Te gustan las putas y las chusmas. Me tienes confundida.

—Yo también estoy confundido.

—Tú ni sabes lo que quieres, Pedro Juan.

—Nadie sabe lo que quiere en este mundo. Vivimos en el caos y la confusión.

—Es verdad. A veces me siento perdida y ni sé qué hago ni por qué lo hago.

—Nunca habías tenido un hombre como yo: asesino, descuartizador de mujeres, sádico, pervertido. Por eso escribo novelas. Escribo lo que deseo hacer en la vida real: Gloria estofada para el almuerzo.

—¡Horror, Dios mío! Tengo que dejarte, salao, pero cada día te quiero más.