11

El panorama del barrio a las siete de la mañana es muy tranquilo. El Chino, con su cara de resaca y hambruna permanente, golpea sus botas duras, tiesas, para desprender las costras de cemento. Tres o cuatro tipos manipulan unos palos y clavos: apuntalan aquel edificio que desalojaron semanas atrás. Dicen que quieren repararlo. Lo dudo, me parece demasiado arruinado. Yiye se mueve temprano: hay un taxi frente a su cuarto. Ella le alcanza un paquetico al chofer. Hierba o polvo. El tipo sale raudo y se pierde por el Malecón. Las dos jineteras de la esquina regresan de la noche. Una negra y una mulata clara. Muy jóvenes, ojerosas, fumando sin parar, con unos vestidos satinados, largos, de brillo, zapatos grises de tacón largo. Traen algo en bolsas plásticas: regalos de los yumas. Un negro saca agua del pozo que está en medio de la calle. De nuevo el agua se perdió de las tuberías. Hace seis días que no llega ni una gota al barrio. Los policías en las esquinas. Un tipo con un triciclo lleno de flores. Otro pedalea lentamente en su bicicleta. Un barrendero harapiento, viejo, sucio, muy destruido por la vida, barre agua podrida de un charco y la dispersa para que el sol la seque. Las alcantarillas están tupidas. Aquello apesta pero el barrendero disfruta metido dentro del agua y juega sin prisa, como un niño. Esa es la impresión que uno recibe: está jugando con aquella mierda, metido dentro del charco, barriendo lentamente, empapándose los pies de agua podrida y apestosa. El mar encabritado. El último frente frío de este invierno lanzando viento y salitre sobre la ciudad. Las olas revientan contra el muro del Malecón, forman un espumaje blanco y empapan la calle y los edificios. Amanece. La ciudad se ilumina poco a poco. Casi todos duermen aún. Hay poco movimiento. El barrio casi desierto. Nadie trabaja. O pocos trabajan. Muy pocos. Por tanto no hay prisa. La gente se despierta y se pone en acción pausadamente. A eso de las diez de la mañana habrá un poco más de movimiento. Por ahora todo tranquilo.

Camino unas cuadras y cuando llego a casa de Rosa, la santera, son las siete y diez. Ya hay una mujer solitaria esperando en la acera, frente a la puerta. Tengo el dos. Rosa abre su cuarto poco después. Nos saluda. Limpia con perfume y albahaca. Recoge todo lo malo que quedó en el aire del día anterior, y de la noche. Sobre todo de la noche. Refresca. Toma un buche de café, da fuego a un tabaco, y viene sonriendo hasta la puerta. Es una mujer gruesa, baja, negra, vestida de blanco, collares de colores al cuello y un pañuelo azul amarrado en la cabeza. Puede tener unos sesenta años. Tal vez más. Sobre la acera cinco personas esperamos por ella. El tabaco apesta. Debe de ser un cabo que quedó de ayer.

—¿Cuántos hay? ¿Cinco? Ya. Ni uno más. ¿Quién es el último?

Una mujer de cierta edad levanta la mano para indicar que es ella.

—Señora, hágame el favor, cuando venga alguien más, usted le dice que vuelva mañana. Yo termino con usted a eso de las dos de la tarde. Y a esa hora tengo que ir hasta Cojímar pa' limpiar una casa. Me están esperando ya con todo. Así que ni uno más. ¿Quién es el primero? ¿Usted? Adelante.

Entró la mujer joven. La habitación de Rosa es pequeña. Cerró la puerta hasta dejarla entrejunta. Hora y media después salió y entré yo. La habitación en tinieblas. Adapté mis ojos de la luz cegadora de la calle a la oscuridad y el olor a humedad, hierbas y suciedad. En una esquina un altar enorme con todos los santos y atributos. En el otro rincón dormía un tipo en un camastro. Roncaba. Cubierto por una sábana harapienta y sucia. Parecía blanco. Rosa es muy negra. El tipo es mucho más joven que ella. Antes de empezar conmigo le dijo:

—Cheo, ¿cuándo te vas a levantar? Acuérdate que me tienes que comprar las hierbas pa' lo de Cojímar. Dale, mi chino, anda.

—Sí, Rosa, sí. Mira que tú jodes, chica. No me dejas ni dormir.

—Dormir ni dormir. ¡La curda que tienes todavía de anoche! Se te fue la mano.

—Tráeme un poquito de café que me voy a levantar ya. Contigo hablando mierda no hay quien duerma.

Cheo tenía la voz aguardentosa. Como de esmeril. Rosa me miró sonriente y triunfadora y me dijo:

—Perdón un momentico. El que espera lo mucho, espera lo poco, ¿verdad?

Se levantó de su silla. En una mesa tenía una cocina de keroseno y unos cacharros. Había café en un jarro. Le sirvió a Cheo y se lo alcanzó. Cheo se estiró un poco, se sentó en la cama y bebió el café. Después se levantó bostezando. Estaba desnudo por completo. A un metro de mí. Ni me veía, o no le importaba, o le gustaba exhibir su pinga y sus huevos demasiado grandes. Un poco excesivos para aquel cuerpo huesudo y maltratado. Aparentaba unos veintiocho años. Tal vez tenía menos. Se lo veía desnutrido, con una barba de días y mucho pelo negro y enredado. Todo su cuerpo expedía olores mezclados de tabaco, aguardiente, suciedad, semen, mierda, sábanas sudadas, hambre, cansancio, sueño, borrachera vieja. Casi a tientas encontró un pantalón cochambroso y se lo puso. Abrió una puertecita muy estrecha que daba a un patio pequeñísimo, tal vez de dos por dos metros. Se iluminó un poco la habitación. Rosa le alcanzó un jarro de agua. El se lavó la cara, sin jabón, enjuagó la boca, meó en el piso. Se estiró un poco más, se rascó la barriga y, bostezando, se puso una camisa tan sucia y raída como el pantalón. Buscó bajo la cama unas chancletas de goma gastadísimas. Se calzó. Con la mano izquierda sobre la frente se apretó las sienes:

—Ahh, tengo un dolor de cabeza que estoy partió...

—No hay aspirinas.

—En esta casa no hay ni cojones.

—Ni en esta casa ni en ninguna. No hay aspirinas, Cheo.

—¡De pinga, ni una aspirina hay en este país!

—Shhh, Cheo, no hables así. Respeta que hay visita y tú no sabes quién es el señor.

Cheo abrió más los ojos y me miró. Yo dije:

—No, conmigo no hay problema. Además, él lo que dice es que no hay aspirinas. Y es verdad.

—Sí, pero uno no sabe quién es quién. Es mejor cerrar la boca y dejar el mundo correr.

—Rosa, si vas a seguir hablando dímelo y me acuesto otra vez.

—No, no. Dale, arriba, arriba.

—Bueno, me voy. Dame el dinero pa' las hierbas. A ver si no jodes más.

Rosa le dio unos billetes y un pedacito de papel de cartucho:

—Mira, abre los ojos y despierta. Después no digas que se te perdió el dinero. Ahí están anotadas las que necesito. Dile a Gregorio que todas tienen que ser frescas. Hierbas viejas y marchitas no me sirven y se las devuelvo. Él lo sabe pero se hace el bobo, así que díselo bien claro. ¡Y abre los ojos!

—¿Este dinero alcanza?

—Claro. Y sobran dos o tres pesos.

—No. Dos o tres pesos no. Dame aparte cinco pesos, aunque sea, pa' comer algo.

Rosa se registró entre los pechos. Era pechugúa. La miré mejor con la luz que entraba por la puertecita del patio. Para templarse a aquella vieja había que tener el corazón en el medio del pecho. Y le gustaban los nenes de veinte. Bueno, aquel nene era un vómito de perro. La vida había maltratado a Cheo. Rosa rebuscó entre la pellejera de tetas y al fin encontró un billete de cinco pesos:

—Toma. Apúrate que a eso de la una tenemos que salir pa' Cojímar.

—¿Tenemos? Irás tú. Yo no voy.

—Cheo, no vamos a discutir delante del señor. Tú me tienes que ayudar en eso. Es muy fuerte lo que metieron allí. Y además tienes que aprender. Si no practicas no vas a desarrollarte nunca.

—Ah, chica...

Y se fue arrastrando las chancletas. Rosa de nuevo se sentó:

—¡Es que él tiene una gracia! A él le viene por Changó y por Oggún. Pero tiene un muerto que pa' trabajar es lo más lindo del mundo. Se lo dice toíto toíto toíto al oído. Pero clarito, que él lo oye todo clarito, clarito. Ya quisiera yo que el muerto mío me hablara con esa claridad. El de Cheo le da nombre y edad de las personas y todo..., bueno, es una cosa bella, es una gracia de Dios. Y le sale siempre. Orula le dice que tiene que consultar. No es que él quiera o no. Es que tiene que dar consultas. Pero él..., ya usted ve. Está conmigo hace más de un año, estamos juntos hace... más..., como dos años y pico llevamos juntos, pero no levanta cabeza. Líos con la policía, broncas, borracheras. Junteras con mala gente. No tiene ni un amigo que sirva. Ni uno solo que sea una persona decente. No, todos son delincuentes malos, de esos de mala entraña, que la policía los tiene ahí, enfocados, y no los pierden de vista.

Rosa daba vueltas, recogía un poco el camastro, revisó unas botellas en un rincón, abría latas y miraba adentro. Al fin vino y se sentó a la mesa de consulta, pero seguía con su perorata:

—Le estoy enseñando pa' que consulte también, pero si no me hace caso lo boto y sanseacabó. Sigo sola y aquí no pasa na. Sí, porque todo no es la cama. Hombre como ése yo he tenido pocos en mi vida. Vaya pa'... lo que es la cama, ¿usted me entiende? Es un macho, un toro padre. Verdad que yo le gusto, porque las mujeres nos damos cuenta si le gustamos o no al hombre. Ya quisiera yo poder darle un hijo. A ver si se asienta. Pero a mi edad ya... figúrese. Pero es que eso no es todo en la vida. Una se desencanta. Pasa el tiempo y no hace na' por ir adelante y sigue en lo mismo, la borrachera y... ahhh..., bueno, vamo a velll, que usted viene a consultarse porque tiene algún problema y yo también estoy apura, así que...

Rosa cortó su descarga cansona sobre el Cheo y se santiguó mirando a los santos del altar. Me dio agua de colonia. Nos despojamos la cabeza y los brazos, y comenzó a invocar: avemaripurísima santa madre de dios tú eres entre todas las mujeres bendito el fruto de vientre jesús padre nuestro que estás en los cielos santificado ven aquí señor conmigo y con..., ¿cómo se llama usted?

—Pedro Juan.

—Ven conmigo y con Pedro Pablo señor y alumbra tú que puedes tomasa siete rayos...

Seguía rezando aquella letanía sin parar. Golpeaba la mesa suavemente con los nudillos, soplaba humo de tabaco hacia un crucifijo colocado dentro de una copa con agua y abría las palmas de las manos, al tiempo que seguía la invocación.

—Creo en dios padre todopoderoso creador del cielo y de la tierra y de todo lo que hay arriba y abajo y... jummm. Jumm... vamo a velll..., jummm... vamo a vel que voy a habla..., usted no viene aquí por problemas de salud ni de dinero..., usted no tiene problemas con la justicia... jummm, vamo a velll que voy a habla..., usted tiene un viaje. Un viaje largo, con agua por el medio, y tiene muchas mujeres del lado de allá y del lado de acá del agua..., jummm... Pedro Luis, usted no cuida lo suyo, mi'jo. Usted tiene que cuidar algo pal día de mañana. Dice el muerto que usted tiene a Changó y a Ochún de frente siempre y usted tiene que rezarles y ponerles flores y pedirles. Usted tiene que hablar con ellos. Por eso a usted le gustan tanto las mujeres. Y usted es potente y fuerte. Se le dan fácil y se enamoran de usted, Pedro José. Usted no tiene ni que abrir la boca. Na' más que de mirarlas ya ellas vienen sólitas y se entregan..., le voy a decir una cosa, Pedro Pablo... ¿Usted me dijo Pedro Pablo o Pedro José?

—Pedro Juan.

—Pedro Juan, sí. Bueno, mire pa'cá, Pedro Juan..., jummm... dice el muerto que usted necesita un resguardo y una limpieza. Usted no tiene na arriba que lo proteja, mi'jo. Y que le abra los caminos... Bueno, sí... el muerto dice que usted tiene los collares de Obbatalá v de Changó, pero no los usa. ¿Eso es cierto?

—Sí.

—Ahh, eso es malo. Uhhh. ¿Y por qué no los usa? ¿Usted es dirigente o algo, vaya, quiero decir... que le puede perjudicar?

—No, no.

—Tiene que usarlos, mi'jo. Pero, además de los collares, usted necesita muchas cosas pa que ese viaje se le dé. Y que se dé bien. Como tiene que ser. Con su dinero pa' usted y sus mujeres elegantes y finas y toíto lo que usted quiere. Usted quiere... papeles. Son muchos papeles, ahhh, no entiendo na'. ¿Usted es músico?

—No.

—¿Y cómo va a viajar si aquí na' más que viajan los músicos?

—Ah.

—Bueno, y los del bombo ese del sorteo de Yuma...

—Ah.

—No, pero lo suyo es distinto. Usted tiene que ver con papeles, no con la música. Pero usted va a viajar, aunque no sea músico. Y mucho tiempo. Un viaje largo. Y hay dinero y éxito y mujeres y va a comer y a beber bien y va a vivir como un rey en buenas casas. Hay de todo bueno para usted. Pero yo veo papeles y su cabeza preocupa. ¿Usted piensa mucho, hijo?

—No sé. Normal.

—No, no. Usted piensa pero con preocupaciones. A veces usted cree que se va a volver loco. Y toma mucho ron, que es lo que le gusta. Y fuma tabaco. Bueno, dice el muerto que el ron, los tabacos y las mujeres vienen por el africano. Usted tiene un africano cimarrón, usted sabe, un africano huío, y un indio a su lado. Nunca se le despegan y le ayudan mucho.

—Eso me han dicho.

—Es que están ahí. Al lado suyo. Y cómo se esconden los dos. Son astutos los muy cabrones. No se dejan ver fácil. Hay que saber. Jummm... vamo a vell... El indio es más tranquilo y le gusta más el silencio y las flores, pero el africano es revoltoso y contestón. ¿Usted es contestón, mi'jo? Sí. Ni me responda. Se ve que usted es jocicú y rebelde. Es que el africano era cimarrón y murió en el monte, en cueros, con un taparrabo na' más. Era un negro de monte, pero alegre y rebelde. Un negro jocicú y contestón. No servía pa' esclavo. Huyó de la hacienda. No quería trabaja. Prefería estar muerto antes que bajar la cabeza y quedarse callado. Ese negro era esclavo pero se quitó las cadenas y huyó pal monte. Con las cadenas se moría. Prefería vivir salvaje en el monte, aunque pasara hambre. Pero libre. Y las mujeres se le daban fácil. El tabaco y el aguardiente. Eso era lo de él en vida. Y ahora está al lado suyo y no se le despega.

Por ahí Rosa siguió un poco más. Yo callado, sin abrir la boca. Hasta que dijo algo nuevo:

—Mire, el muerto dice que las mujeres van a seguir viniendo siempre, Pedro Pablo. Unas se van y otras vienen. Usted conquista con la mirada, con la labia y en la cama. Usted sabe que hay hombres que no hablan, que van a lo bruto. Y eso a las mujeres no les gusta. A la mujer le gusta que la enamoren. Usted habla bonito y en la cama es la candela. Bueno, tiene que ser sato, hijo de Changó y de Ochún. Pero a lo que voy: el muerto dice que hay una mujer que usted no conoce. Muy fina, alta, blanca, elegante, muy educada. Le gusta vestirse de negro y es rubia, muy blanca. ¿Es así?

—No sé.

—No sabe, claro. Hay agua por el medio. A lo mejor es extranjera. Pero ustedes van a estar juntos y eso va a ser bueno pa' los dos porque ella es hija de Elegguá y de Oggún... jummm... qué fuerte... Eleguá y Oggún. Pero ella no lo sabe. Usted se lo tiene que decir y llevarle los collares trabajados para beneficiarla. Rojo y negro de Eleguá y negro y verde de Oggún. ¿Usted sabe? Sí, usted sabe de eso porque usted es muy creyente. Mire, Pedro Pablo, usted va a comprar los collares y me los trae pa' yo ponerlos en la prenda, prepararlos bien, y usted se los lleva y se los pone en el cuello en nombre de..., bueno, después yo le digo porque usted tiene que decir algo cuando se los ponga en el cuello. Esa mujer lo está esperando a usted. Y cuando ustedes dos se encuentren, se van a abrir los caminos uno al otro. Qué cosa más bonita. Ella le va a abrir los caminos a usted y usted a ella.

—¿Y cómo se llama?

—El nombre no está claro... ¿Anita puede ser?, ¿Kirina? Es algo así pero no da el nombre. Pero ella sí. Viene bonita, alta, vestida de negro, caminando por una playa o... hay mucha agua..., es como el mar. Y hay mucho viento y mucho frío. Ella lo está esperando a usted. Sola, caminando por la orilla del mar... jummm... Hay otra mujer más y usted tiene que cuidarse. Es muy distinta. Y está a su lado. ¿Es así?

—No sé.

—¡Usted tiene que saber, Pedro Pablo! Na' más dígame sí o no.

—Sí.

—Jummm... claro. El muerto dice que esa mujer es todo lo contrario, pero está cerca de usted. Y a usted le gusta mucho. Y lo quiere. No crea que no lo quiere. Ella lo quiere y usted a ella, pero es una cabeza loca. Nació así. Es baja, mulata, muy flaca, alegre, divertida, siempre está riendo, ligera de cascos, hija de Ochún legítima. Le gusta mucho el oro, las joyas, el dinero, la música, el baile, los hombres y la religión. Porque ella tiene lo suyo en la cabeza. Nació con esa gracia de la santísima Ochún y es fuerte en la religión. Pero no tenga temor. Ella no hace daño porque es noble y buena. Pero cabeza loca. Siempre lo va a tener a usted y a otro más y muchos. A veces tiene varios al mismo tiempo. Usted tiene que decidir y apartarse. Si no se aparta, esa mujer lo lleva al abismo. No hay arreglo. O se aparta o ella lo lleva a la tumba. El muerto dice que es difícil, pero se tiene que decidir.

La consulta con Rosa duró casi dos horas. Le pagué y salí. En el bolsillo llevaba una larga lista de remedios, baños, limpiezas. Caminé por Blanco hasta Virtudes y bajé una cuadra. En Águila y Virtudes está El Mundo. Un bar viejo y abandonado, un poco arruinado, pero me gusta. Al menos cobran en pesos y no en dólares. Pedí un ron doble. Me recuerda aquel bar donde nací y viví los primeros años, oyendo boleros en la victrola. Revisé la lista de remedios. Demasiado larga. El que le siga la pista a una santera se vuelve loco. Qué va. Lo que va a venir, que venga solo. Bueno y malo, que aquí hay fuerza pa' parar un ciclón.

Todas las santeras son iguales. Demasiadas hierbas, palos, resguardos, limpiezas. Después coge los collares, los guerreros, la manito de Orula, hazte el santo, fiestas de cumpleaños. Y pagando bien. Una renta. Por eso yo llego hasta cierto punto. Y no me paso. Me bebí de un golpe el ron y salí hasta la feria de Reina y Águila. Nada para mí. Me basta con atender a mis santos. Pero compré los collares para Agneta. Fue evidente que la mujer que me espera es ella. Gloria también salió clarita y sin errores. Nada más le faltó decirme que es como una serpiente que se te enrosca en el pescuezo hasta que te ahoga. Quizás la sueca también es divertida y sata y buena templadora. Ah, ¿para qué pensar? Lo que sea vendrá.

Me comí una pizza. Vacilé un poco los culos de las negras y las mulatas, apretados en licras azules, rojas, amarillas, negras. «Una acuarela antillana de carne, color y sandunga», diría cierto recitador ridículo y venerado. Hermosos culos. Tentadores culos. Es una zona de ligue. Buscan puntos que paguen, o que al menos las inviten a una cerveza, a comer algo y les compren una caja de cigarrillos. Son putas pero no son putas.