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Cuando regresé a La Habana necesité unas cuantas semanas para readaptarme a la cochambre. Prefiero olvidar los últimos días en Suecia, el llanto continuo de Agneta, la inquietud mía. A veces me contagiaba y se me salía una lagrimita. De cocodrilo, pero lágrima al fin y al cabo. Después di unas vueltas por Alemania, con la misma jodienda de mis cuadros, pero nada. No vendí ni uno. En fin, estuve casi seis meses en Europa y aterricé con doscientos dólares mierderos en el bolsillo. El recibimiento en mi casita de Centro Habana fue auténticamente tropical: todo ese tiempo cerrada, acumulando humedad. El repello de las paredes se caía a pedazos y las cañerías del baño tupidas. Cuando se usaba, el agua sucia salía por el techo del apartamento de abajo y por el muro exterior, que se puso verde y mohoso y amenazaba desplomarse. Para evitarlo tuve que volver a las costumbres primitivas de cagar en una bolsa de papel y lanzarla a la azotea de los vecinos.

Llamé a Gloria tres días consecutivos. La madre me tapaba la bola y me decía: «Fue a un mandado. Viene luego.» Yo sabía que andaba perdida por ahí, con algún macho. Al cuarto día apareció un poquito asustada. Se me lanzó al cuello, a besos, pero yo la sentía temblando:

—¡Ay, papi, al fin regresaste!

—Papi ni pinga. Llegué hace cuatro días y tú perdida. ¿Dónde estabas?

—Ay, papi, hace seis meses que no nos vemos. ¿Ése es tu saludo? No seas tosco.

La agarré, la besé, olfateé sus axilas y automáticamente se me olvidó el berrinche. Nos fuimos a la cama y fue el palo más dulce y hermoso del mundo. La clavo bien a fondo y ella me dice:

—Me vas a reventar los ovarios, salao, métela más, métela. ¡Pero qué dura! Esto sí es una pinga. ¡Esto sí! ¡Hazme gozar, salao! Vas a ser mi macho toda la vida.

Hay que ser un toro y un artista para lograr que se venga. Se sabe todos los trucos de las putas para entusiasmar al cliente y lograr que el tipo pague primero, tenga su orgasmo rápido y deje la pista libre para el próximo aterrizaje. Y ella fresquita como una lechuga. Pero en tres años conozco sus mañas. Sé cómo hacerlo. Al fin terminamos dos horas después. Abrí una botella de ron añejo. Dos vasos. A la roca. Me gusta verla así: mulata canela, desnuda, delgada como un spaguetti, bebiendo ron, fumando. Sus manos y pies descuidados y un poco arruinados por callejear tanto y por fregar y limpiar. Es una pelandruja vulgar y chusma. La adoro. Pienso en todo esto bebiendo sorbitos de ron y filmándome un buen tabaco. Puso un cassette de boleros. Nos quedamos en silencio, extenuados, descansando. Alguien canta:

Sé que mientes al besar,

que mientes al decir: Te quiero.

Miénteme una eternidad

que me hace tu maldad feliz.

¿Y qué más da?

Si la vida es una mentira.

Miénteme más

que me hace tu maldad feliz.

—Eso es lo que me gustó siempre.

—¿Decir mentiras y engañar a todas?

—No. Cantar boleros.

—Y a mí bailar. Ahora mi prima quiere que empiece a bailar otra vez. En el Palermo. ¿Tú me dejas, papi?

—Te gusta hacerte la esposa: «¿Tú me dejas, papi?» Si al final tú haces lo que te sale del culo.

—Ay, no, chino, no digas eso. No seas grosero.

—Escucha ese bolero. Eso es lo que tú haces conmigo: «Sé que mientes al besar, que mientes al decir: Te quiero.»

—¡Qué voz más linda! Sigue, sigue. Esa voz de macho me saca de quicio.

—Oye, llegué hace cuatro días. ¿Dónde estabas metida?

—Ay, papi, tú quieres saberlo todo. Eso no puede ser.

—Sí puede ser porque yo soy tu marido, cacho puta, y tengo que saberlo todo.

—¿Tú mi marido? Te falta mucho.

—¿Dónde te metiste?

—¿Por qué no me avisaste que venías? Hubieras avisado, para esperarte en la casa.

—No pude.

—Tú desconfías de mí. Querías sorprenderme.

—Claro que desconfío, si tú eres una callejera. Te cogí fuera de base.

—No me trates así, mi cielo.

—¿Dónde estabas metida?

—Y vuelve con lo mismo.

—Habla.

—Ahh.

—Ahh nada. Habla.

El látigo salió a relucir. Lo tenía en el fondo de mi bolsa.

—¡¿Ay, qué es eso?!

—Esto es para ti.

—En una carta me lo dijiste que..., ¡ay, pinga, no me des duro!

—Ponte de espalda.

—Ay, no, no. No me des duro.

Se puso de espaldas. Le di suave por las nalgas. Se descontrola.

—Ay, qué rico, tú eres mi macho, cabrón, hijoputa, singao, tú eres mi macho, métemela por el culo, dame pinga, por donde sea.

Le fui dando lenguazos en el culo, chupándole el bollo, y latigazos suaves.

—¡Ay, métela, yo quiero pinga, eres un loco! Dame más latigazos. ¡Qué rico!

—Habla primero y después te doy más pinga. Habla.

—¿Qué hablo, qué tú quieres, papi, qué tú quieres?

Se vira boca arriba, abre las piernas, ella misma se la introduce:

—Estaba con un mexicano, papi, en Guanabo. Tacaño y miserable como el coño de su madre.

—¿Cuánto te dio?

—Cien dólares na' más. Y me metí cuatro días con él.

—Me extraña que siendo araña te caigas de la pared.

—Así, así, clávame hasta el fondo. No. Le cogí un montón de cosas de la maleta. Lo emborraché, haló polvo hierba, y cayó redondo como una piedra. Le llevé todo: ropa, toallas, perfumes, tremendo hijoputa, quería acabar conmigo y lo dejé pelao, jajajá. Lo dejé en calzoncillos.

Seguimos un poco más. Descansamos.

—Papi, le cogí un jean rojo al mexicano. Y un reloj buenísimo.

—¿Y me sirve?

—Claro. Se creía que me iba a joder. Tan hijoputa y tan muertodehambre. Quería singar gratis.

Bajó a su casa en el séptimo piso y los trajo. Un reloj de oro, automático, y un jean rojo fuego. Me lo pongo sin calzoncillos. Está sonando otro bolero:

Cuando se quiere de veras,

como te quiero yo a ti,

es imposible, mi cielo,

tan separados

vivir.

Empiezo a bailar muy suave y me bajo el pantalón poco a poco. Por la portañuela del jean rojo aparecen poco a poco mis vellos del pubis y el animal grueso, oscuro, excitado. Muy lentamente, centímetro a centímetro, hasta que se exhibe completo y el jean cae al suelo.

—¡Éstos son Los Cuban Boys! Sólo para ti. En secreto, en exclusiva, desde el trópico. Los Cuban Boys, ladies and ladies, only for you. ¡Desde La Habana, Cuba!

—Jajajá. ¿Dónde aprendiste a hacer eso, salao?

—En el D. F.

—¿Dónde es eso?

—En México.

—¿De verdad?

—Un cabaret sólo para señoritas y señoras. ¡Y señoronas llenas de dinero! Éramos cuatro.

—Nunca me lo habías dicho.

—Maromas de la vida, Gloria. Hicimos tres funciones a cien dólares cada una. Para México está bien. Con mis trescientos faos me fui para Tijuana. Pero eso es otra historia. Entonces yo tenía cuarenta años.

—Estabas más duro que ahora.

—Más musculoso. Pero la atracción de Los Cuban Boys era un negrito flaco con un pingón grandísimo. Se arrebataban las mexicanitas y chillaban y se venían solas. Na' más que de mirar ya había olor a semen en la sala.

—Cómo tú has hecho cosas, nene. Eres una cajita de sorpresas.

—Pa' buscarme los pesos. Igual que tú, jinetera de mierda.

—¿Yo jinetera?

—¿Nooo?

—No. Ese mexicano se me atravesó en el camino y me lo eché, pero yo no me dedico a eso, papi. Estoy tranquilita por ti. Jinetero tú.

—¿Yooo?

—Sí, tú. Tan tembón como estás, con cincuenta años. ¿No te da pena?

—¿Por qué?

—Te jineteaste a la sueca. —No hables así.

—Es verdad. Un jinetero temba. ¿Cuándo se ha visto eso? Y como te haces el decente y el serio y el educado y hablas fino. Quien te ve por la calle cree que eres un caballero.

—Gloria, ¿qué mierda estás hablando?

—Que la sueca te pagó todo, viviste a cuenta de ella y eres tremendo jinetero.

—Pero fue feliz con mi pinga de oro.

—Y los hombres que me pagan son felices con mi bollo y con mi arte.

—Uhmmm.

—¿Te duele oír la verdad?

—Uhmm..., yo no soy jinetero, la vida...

—Entonces yo no soy puta. La vida lo obliga a uno. Así que no te pongas trágico y vuelve a la realidad. ¿Qué tú quieres, que me muera de hambre?

—Yo te adoro, titi, me da igual si te echas al yuma o lo que sea.

—Yo también te adoro, papi, sigue jineteando a la sueca. Pero no te quedes allá.

—Si me quedo allá, me muero.

—¿De verdad? Aquello debe estar bueno.

—Depende de lo que tú entiendas por bueno. Te extrañé muchísimo.

—Yo también. Todos los días pensaba en ti veinte veces.

—Serás puta, pero te quiero.

—Artista, artista. ¿Qué es una puta? Una artista, una actriz. En el vallú de Milagros yo era perfecta. Ellos no se daban cuenta que lo mío era teatro. Montaba una obra diferente para cada cliente. Y se demoraban. Atendía a tres o cuatro cada día. Se demoraban y pagaban más, jajajá.

—Somos del mismo gremio.

—Los dos somos artistas, papi. Cuando bailaba era igual. Yo con mis bailes eróticos. Era la estrella del Palermo. Nadie sabía si era verdad o mentira. Ni yo misma sabía si lo que bailaba era erotismo real o fingía el erotismo.

—Igual que yo con mis novelas. Ni yo mismo sé lo que es cierto y lo que es mentira.

—Al final todo es verdad.

—Uhmm.

—Eres una puta, Pedro. Eres tan puta como yo. Vendes una mentira y finges que es verdad. Jajajá.

—Puta ni cojones, en todo caso, soy chulo de puta.

—La sueca no es puta, así que a ella te la jineteaste.

—Olvídate de la sueca. Soy el chulo tuyo.

—Jinetero de la sueca y chulo mío. Eres una estrella, cómo me gustas, mi macho rico. Dame más ron.

Bebemos un poco más. Era cierto. La sueca me pasaba su billetera disimuladamente bajo la mesa y yo pagaba con su dinero. Eso me gustaba y me excitaba. Me parecía que ella también se humedecía. Jamás me dejó gastar ni un dólar. Busqué unos robots que traje de regalo para su hijo:

—Ay, titi, qué bonitos. Deja que él los vea. Eso es lo que le gusta: los muñecos y los camioncitos.

—Como a todos los niños.

—A mí me gustan las muñecas.

—Tú eres una pelandruja de la calle.

—Yo soy tu niñita. ¿Tú vas a ser mi papá? Cuídame, titi, cómprame una muñequita.

—Te traje unos zapatos y una bata china.

Se los muestro. Es una bata de seda roja con un bordado enorme de flores en la espalda, y unos zapatos de tacón alto. Se vistió solo con la bata y los zapatos. Belle de jour. La puta ideal. Cogió el látigo y se lo enroscó en el cuello, con su pelo de negra, duro, regado tras el amor. Irresistible esta mulata. ¡Tiene talento y la adoro, cojones, la adoro!

—Voy a hacer un libro de fotos contigo.

—¿Desnuda?

—Sólo tú. Desnuda y vestida. Te voy a hacer fotos poco a poco. La mujer que yo amo, ése es el título.

—Ay, papi, me va a ver todo el mundo. Desnuda, ohh.

—Ya te han visto. Tú, haciendo de todo, con un texto muy poético, muy breve. Eres una musa.

—¿Qué es eso?

—Ehhh..., no sé..., una inspiración.

—Ahhh, yo soy artista, papi.

—Artista de la cama.

—No seas vulgar, chinito. Bailarina. Pero mi padre me sacó de eso. Decía que me iba a meter a tortillera. —En todo caso a puta.

—Bueno, no sé. Ideas de él. Lo mío es el baile. ¿Lo tuyo es cantar boleros?

—Desafino.

—Ojalá pudiera seguir bailando. ¿De verdad vas a hacer ese libro de fotos?

—Claro. Ahora tengo una cámara, y te tengo a ti.

—Mi prima quiere que baile en el Palermo con su grupito. ¿Me vas a dejar?

—Ya veré. Acabo de llegar. No me atormentes.