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En el desayuno sólo bebo una taza de café negro. Agneta toma cereales con leche cuajada, té y una lasca de pan con queso. Mientras, lee el diario. Así cada mañana. Creo que llevamos años haciendo lo mismo. Y es aburridísimo. En realidad aún no llegamos a dos meses juntos.

Terminamos. Me besa. Sale corriendo. Conecto la radio. Cepillo mis dientes. Me afeito. Me quito la bata y me miro en el espejo. Estoy adelgazando. Me peso. Setenta y cinco kilos. Está bien, me convino dejar por un tiempo el arroz con frijoles y comer aquí algo más nutritivo. Demasiados carbohidratos son un desastre. Me miro de nuevo en el espejo y me masajeo un poco la pinga. Se pone gorda y crece. Si no estuviera tan viejo podría ganar algo haciendo fotos porno. Aunque todavía tengo una pinga hermosa. «Pinga de Oro», me decían en La Habana hace unos años. Bueno, en fin, me visto. En la radio suena una canción en español:

No hay regreso,

olvidar, olvidar.

No hay regreso

nada queda atrás,

olvidar, olvidar...

Debe de ser algún salsero puertorriqueño del Bronx. Un poco neurótica. Apago la radio y leo algo que tengo a mano: «... el amor nace de los gestos del amor.» Creo que es un proverbio francés. Es lo que sucede con Gloria. Todo comenzó con un deseo erótico. Un poquito de lujuria simplemente. Al principio lo manejé con cuidado para evitar la entrada del amor. Pero comenzaron aquellos pequeños gestos: unas flores, unos libros para el niño, una comida juntos, unas varillas de incienso para los santos, una conversación sobre religión. Y, sobre todo, la libertad. Eso es lo más importante. Ella me deja en libertad y yo la dejo en libertad. Dejar en libertad al ser amado es un gesto de grandeza espiritual. Y todo fue cambiando poco a poco. Ahora tengo soledad, distancia, silencio y mucho tiempo para reflexionar. No hay problemas alrededor. ¿Qué sucederá cuando regrese? En el fondo quiero tener a Gloria sólo para mí. No quiero compartirla. Creo que ella siente lo mismo. Supongo. No sé.

¿Sucederá lo mismo con Agneta? Tenemos demasiados gestos de amor. Sucesivos, continuos, pero no creo que pase de ahí. El corazón no se puede dividir en pedazos. Lo único seguro en mi vida es la confusión. Es constante a lo largo de mi vida: la confusión, el caos, los enredos. Siempre pensé que algún día llegaría a ser adulto y todo eso terminaría y podría tener una vida más tranquila. Ahora leo algo que Colette dijo en París a Truman Capote: «... eso es lo único que ninguno de nosotros podremos ser nunca, personas adultas... Voltaire, incluso Voltaire, llevó un niño dentro de sí toda la vida, un niño envidioso y con mal genio, un muchachito obsceno, que siempre se olía los dedos; y Voltaire llevó ese niño hasta su sepultura, como haremos todos nosotros hasta la nuestra.»

El timbre del teléfono me interrumpe. Es un periodista brasileño. Me llama de la revista Bravo, de Sao Paulo. Uno de mis libros saldrá allá en otoño. Me entrevista por teléfono. Más de media hora, y yo contestando. En algún momento me pregunta:

—Yo veo su novela como un libro sincero pero sin ninguna amabilidad o concesión política. ¿Cómo fue recibido?

Y mi respuesta:

—No tengo motivos para ser amable ni para hacer concesiones. El escritor en el fondo es un tipo amargado, confundido, sin explicaciones para nada, que le da igual si lo comprenden o no. Si cae bien o mal. Si es simpático o antipático. Si tiene dinero o es un muertodehambre. Si eres escritor tienes que saber que ésas son las reglas del juego. De lo contrario eres un payaso. Y siempre vas a tener a alguien cerca que intentará convertirte en un payaso.

El día sigue nublado. Ni un poquito de sol. Y hoy es primero de junio. Pleno verano pero no a pleno sol. El día transcurre lento, placentero, aburrido, sin sobresaltos. Lo perfecto para alguien con vocación de cadáver. Es terrible. Me pongo ansioso. Agneta regresa a las cinco y treinta. Salimos a caminar por el bosquecillo junto a los canales. Media hora.

Regresamos a casa. Tengo heladas la cara y las manos. Voy al termómetro cincuenta veces al día. Ahora estamos en 15 grados. ¡Vaya con el veranito! Pongo el televisor y una vez más intento buscar porno en los canales del cable. Media hora indagando. De canal en canal. Vuelvo a revisar los folletos que enviaron con el equipo.

—Ohh, nada de porno.

—Oh, Pedro Juan, pero ¿te gusta realmente?

—Sí, claro.

—Podemos ver la CNN.

Estoy defraudado. Yo pensé que cada día vería una película porno. Bueno, eso es la vida..., ilusiones y desengaños, como en los boleros. De pronto se me ocurre algo:

—Agneta, mi amor, hoy es viernes. ¿Salimos?

—Si tú quieres.

—Vamos a bailar.

—Yo no sé bailar.

—Tienes que bailar.

—Conozco un sitio de música cubana, La Habana.

—No. Es muy caro.

—¿Lo conoces?

—Claro. Está lleno de negros habaneros. Socios míos.

—Ohhh.

—Uhhh..., vamos a La Salamandra Loca. Es más barato.

—No sé dónde está.

—Yo sí.

Fuimos a La Salamandra Loca.