CINCUENTA Y TRES
El niño y también el padre y la madre son refugiados de la Costa de Acero. Ambos progenitores están sentados frente a frente a la mesa. El padre juega sus cartas utilizando una ínfima fracción de su mente. El resto, como un instrumento cortante, está muy lejos, en el dominio de las ecuaciones puras.
La esposa, una mujer con mandíbula poderosa, lo mira con gesto reprobador por pura costumbre. Como siempre, ha ganado el suficiente dinero simbólico para tener varias fortunas. Pero, que ella sepa, para ellos no hay dinero en el Subrío, ni en ningún otro sitio. Todo ha salido mal. Hace mucho tiempo, su tío era general; y su hermano fue presentado a un duque. Pero ¿de qué les servía aquello ahora? Ellos eran hombres de verdad. Pero su marido sólo era un cerebro. Jamás tendrían que haber tratado de escapar de la Costa de Acero. No tendrían que haberse casado, y en cuanto a su hijo… hubiera sido mejor que no naciera. La mujer vuelve la cabeza con su poderosa mandíbula hacia su esposo. Qué distante parece… ¡qué asexuado!
Se pone de pie.
—¿Eres un hombre? —le grita.
—¡Deliciosa pregunta! —exclama una voz como una campana agrietada—. «¿Eres un hombre?», pregunta la señora. ¡Qué gracia! ¡Qué traviesa! Bueno, señor Zeta, ¿lo es?
El brillante y articulado señor Zeta, con pestañas blancas, vuelve los ojos a su mujer y no ve más que un Tx1V4 p¾ = ½ - prx¼ (invertido). Luego los vuelve hacia el hombre delgado de la voz agrietada y de pronto se da cuenta de que ha malgastado sus últimos tres años de pensamiento constructivo. Sus premisas le han fallado. Él había dado por sentado que el Espacio estaba moldeado intrínsecamente.
Viendo que el caballero está en otro mundo, Grieta-Campana se aparta el pelo de la frente, ríe como un carillón y gesticula ampliamente ante sus compañeros de mesa, como diciendo: «Oh, ¿no es maravilloso?».
Pero su compañero, el sobrio Carter, no ve nada maravilloso en aquello y se retrepa contra el respaldo de la silla entornando los ojos. Es un hombre imponente y reflexivo, poco dado a extravagancias, ni en pensamiento ni en palabra. Mantiene a su compañero bajo observación, porque Grieta-Campana es propenso a los excesos.
Sí, Grieta-Campana está contento. Para él la vida sólo es el momento presente, nada más. Se olvida del pasado en cuanto pasa, y desconoce por completo la noción de futuro. Pero vive plenamente cada instante. Tiene la costumbre de sacudir la cabeza, no porque esté en desacuerdo con algo, sino porque es la sal de la vida. La mueve hacia aquí, hacia allá, meneando los cabellos.
—Este marido suyo es la monda, ¿eh? —exclama Grieta-Campana inclinándose sobre la mesa y dando unas palmaditas en la muñeca cubierta de manchas de la señora Zeta—. No se puede negar que es la monda, ¿eh? ¿Eh? Pero es tan sombrío… ¿Por qué no se ríe y juega?
—Odio a los hombres —dice la señora Zeta—. Incluido usted.