CINCO
Titus había visto una ciudad dormida en el aire gris y encendido, de modo que dejó a un lado el recuerdo de su hogar abandonado, de su madre y el llanto de desertor de su corazón; y a pesar de la fatiga y el hambre sonrió, porque era tan joven como lo permitían sus veinte años, y tan viejo como podía serlo a esa edad.
Sonrió una vez más, pero al hacerlo se tambaleó y, sin darse cuenta, cayó de costado en un mortal vahído, su sonrisa se desenfocó emborronando sus labios y el remo se soltó de su mano.