Prólogo
Catalina Rivero, de once años, viaja en coche con su madre, Ángela, una noche de tormenta.
Solo es aterradoramente consciente de que huyen de algo, del pavor y la ansiedad que desfiguran el rostro de su madre, mientras sortea varios vehículos entre abruptos acelerones y giros temerarios. Y de la extraña luna rojiza que tiñe las nubes que flotan pesadas en la noche.
La lluvia golpea con tanta violencia la luna del Ford Ranchera, que el limpiaparabrisas apenas tiene tiempo de aclararles la visión de la carretera.
El melódico tono de un móvil rompe el tenso silencio, percibe cómo su madre crispa las manos alrededor del volante y dirige su mirada angustiada hacia la pantalla del teléfono, que resplandece en la penumbra del amplio habitáculo del vehículo. Catalina observa asustada que una mueca de auténtico horror descompone el bello rostro de su madre, y es incapaz de contener las lágrimas.
De pronto, unas luces las ciegan, Ángela gira bruscamente el volante, entre agudos bocinazos y los ya incontenibles alaridos que brotan de ambas. El viejo Ford atraviesa el carril contrario estrellándose contra la barrera de seguridad del puente Pierre-LaPorte de Quebec, y sale despedido hacia las negras y brillantes aguas del río San Lorenzo.
El impacto las sacude con fuerza, contienen el aliento. Las luces de los faros parpadean, la iluminación del panel frontal permite a Catalina ver a su madre inclinándose para alcanzar algo situado bajo su asiento.
Un pequeño extintor rojo.
Jadeante, la mira conteniendo las lágrimas. El coche empieza a hundirse lentamente, las oscuras aguas comienzan a tragarlas, el pánico la envuelve.
—¡Catalina, escúchame atentamente! Has de meter la cabeza entre las piernas. Voy a romper el cristal de tu ventanilla y, cuando lo haga, tienes que salir y nadar hasta la orilla. Coge aire, pequeña, solo tienes que ser rápida. ¡Lo conseguiremos!
Y la abraza tan fuerte que le parece oír sus costillas quejarse.
—Otra cosa —agrega apresurada—. Si no… si yo no lo consigo, debes liberar al djinn. Lo atrapé en el brazalete de la abuela, ese que guardé en un baúl del desván. Cariño, tú presenciaste el ritual, ¿recuerdas? Él te ayudará…