33
La última batalla

No veo nada delante de él, pero sé que lo hay por la postura combativa que adopta. Piernas ligeramente separadas, cabeza inclinada, puños apretados y la magnética y creciente luminiscencia iridiscente de sus tatuajes rituales.

Retrocedo tambaleante unos pasos, atenazada por la angustia y el miedo. Me seco las lágrimas con ademán brusco y respiro hondo. Ahora no es tiempo de lamentarse, ahora es tiempo de luchar. A medida que Yinn se aleja, la penumbra nos sepulta.

—¡Necesitamos luz! —brama Sam, contrariado.

«Es mi turno», pienso.

Me acerco a una de las lucernas y la suelto de la pared, no sin esfuerzo.

Súbitamente, una luz cegadora emerge de las profundidades de la sala, iluminando casi totalmente el amplio recinto.

Entrecierro los ojos, me los cubro con la mano e intento otear entre los dedos.

El orbe de cegadora luz impacta en Yinn, impulsándolo unos metros sobre el suelo, hasta estrellar su cuerpo en la pared opuesta.

Contengo la respiración hasta que veo que se mueve y se levanta con rapidez, sacude la cabeza y una mirada asesina unos metros más allá, sobre un ser temible que le sonríe con suficiencia y malicia: Kamil.

Un hálito de furia crece en mí. Me concentro en él, lo alimento, sé cómo despertar mi poder, pero no sé manejarlo.

Una lengua extraña, sinuosa y oscura como el movimiento de una serpiente se alza sobre nosotros, erizándonos la piel.

El desdibujado espectro de Kamil, negro y brumoso, se eleva sobre Yinn. El miedo me sacude cuando proyecta un nuevo haz de luz crepitante sobre él. Un alarido desgarra el silencio.

Aprieto los dientes y me enciendo, literalmente. La lucerna prende entre mis manos.

—¡Daos prisa, no aguantará mucho más! En cuanto el almadel esté preparado, avisadme.

Sam y sus hombres me miran demudados y temblorosos. Se limitan a asentir y continúan con su tarea con movimientos atropellados y torpes. Sam ha dibujado en el suelo un círculo con tiza, ahora traza un triángulo más pequeño enfrente. Suda.

Solo Izan parece tranquilo, interesado en el combate entre los genios. Esa mirada yo ya la había visto antes, una mirada de devoción y placer, de sumisión y alabanza, la misma mirada que vi por última vez en Allan.

Maldigo entre dientes. Mi furia crece, todo mi cuerpo crepita, el susurro del fuego, como una decena de pisadas por encima de ramas rotas, me acompaña mientras avanzo hacia Kamil.

Esta vez es Yinn quien somete a la ghoula a la furia de su tornado ventoso. La arrincona contra uno de los muros e intenta desintegrarla en el vertiginoso torbellino que ha creado.

Oigo largos lamentos, espeluznantes y tétricos, y siento el impulso de taparme los oídos.

Yinn sangra. No ha podido abandonar su envoltura material, quizá le falten las fuerzas necesarias para hacerlo.

Detecta mi presencia con el rabillo del ojo y apenas se vuelve para fulminarme con la mirada.

—¡Apártate, maldita sea!

—Me necesitas, gigante.

Yinn frunce el cejo, dubitativo, sopesando mis palabras. Trémulo y sudoroso, todavía emanando la energía que mantiene a Kamil atrapada, asiente con tirantez. Puedo ver cómo sufre, cómo estira sus fuerzas hasta lo indecible.

—Centra tu rabia en ella —sisea entre dientes—, enfócala y libérala cuando ya no seas capaz de contenerla. Si escapa de mi garra, tendremos serios problemas.

Cierro los ojos y visualizo una esfera de fuego girando en mi interior, creciendo incontenible, abrasando mis sentidos y obnubilando mi juicio. Una oleada de furia intensa me sacude, dando más brío al fogoso orbe que gira dentro de mí.

Las guedejas nebulosas de la ghoula comienzan a escapar de la prisión huracanada creada por Yinn, como hebras de cabello negro ondulantes flotando en un lago. Una de ellas se alarga de repente y atraviesa el hombro derecho de él como una afiladísima daga.

Un acceso de cólera salvaje y desmedida brota de mí en forma de látigo flameante. Se arquea incontrolado, ondeando y rasgando el aire, volviendo naranja el espacio a mi alrededor. Aprieto los dientes y me concentro en la ghoula que acuchilla a Yinn con los puntiagudos tentáculos de su peligrosa emanación.

Grito con todas mis fuerzas, enfocando mi energía sobre ella.

Consigo que el látigo flameante que brota de mí impacte justo sobre Kamil, que se retuerce y chilla de una manera tan aguda que sus aullidos penetran en mi mente lacerándola. Jadeo, me tapo los oídos y caigo de rodillas mareada y confusa.

El chirriante sonido se evapora súbitamente. La oscuridad me envuelve.

Un eco sordo y palpitante sigue en mi cabeza.

Me pongo en pie, alerta y asustada, e intento localizar a Yinn.

Oigo un roce y un gemido. En una esquina puedo ver apenas un parpadeante halo azulado sobre un cuerpo que se retuerce en el suelo.

—¡Yinn!

Corro hacia él, caigo de rodillas a su lado e intento con esfuerzo volverlo hacia mí.

—Se ha ido. —Le retiro un mechón de la cara e intento permanecer tranquila, aunque mi interior sea un revoltijo de angustia y rabia al ver la agonía que contorsiona su rostro.

Trago saliva. Yinn sangra mucho, tiene tres orificios en el pecho y uno en el hombro. Además de una brecha en el pómulo y una mirada derrotada.

—Volverá. —Jadea con dificultad e intenta incorporarse. Le fallan las fuerzas, se escurre y suelta una imprecación.

—¡Necesitamos luz! Todo está preparado.

La voz de Sam suena urgente y angustiada.

—Ve con ellos —dice Yinn—. Invoca a Yaced. No hay tiempo que perder, Kamil regresará con sus legiones y entonces… todos moriremos.

Siento ganas de llorar. Me muerdo el labio inferior y asiento, luchando por no derrumbarme.

—No… no te muevas de aquí.

Yinn levanta los labios en una oblicua sonrisa irónica que aligera el dolor que irradian sus ojos.

—Tranquila, pelirroja, no creo que pueda ir a ningún sitio.

De nuevo asiento, suspiro fatigosamente y me dispongo a levantarme, cuando su mano me aferra la muñeca con sorprendente fuerza.

—Puedes hacerlo. Eres poderosa, yo lo sé mejor que nadie, porque fui tu primera víctima.

Sostengo su penetrante y orgullosa mirada enamorada, con el corazón en un puño y mi alma desgarrada por la necesidad de quedarme abrazada a su pecho. Pero sé que si lo hago seré incapaz de marcharme.

Yinn me suelta sin despegar su mirada de la mía. En sus ojos encuentro la fuerza para levantarme y alejarme de él.

Ahora, la única luz de la cámara es la que procede de mí. No necesito la lucerna, la tengo dentro.

Avanzo hacia los hombres, que me miran aliviados. Sam sostiene el grimorio entre las manos. El poderoso Clavicula Salomonis.

Han logrado encender las cuatro velas en cada una de las cuatro esquinas del almadel. El altar está preparado.

—Lo tengo abierto por el Ars Notoria —dice Sam—. Aquí están las oraciones necesarias para la invocación, son una mezcla de cabalística y palabras mágicas en hebreo y griego. Creo que sabré pronunciarlas correctamente. Primero realizaré el rito de Convocación, invocaré a los ángeles protectores, solicitando que destruyan hasta al último de los genios, pero me llevará un tiempo, tendréis que seguir conteniéndolos si aparecen.

Niego con la cabeza.

—No, necesito que invoques a una aliada.

Sam alza las cejas inquisidor y preocupado.

—¿Y Yinn?

—Está… muy débil.

Las palabras se me atragantan, dejando en mi boca un regusto amargo.

Dirijo una mirada sesgada a Izan, que desvía la suya de inmediato.

—Invoca a una ghoula llamada Yaced —ordeno con firmeza.

—¿Te has vuelto loca? ¿Quieres como aliada a una enemiga? —me increpa furioso.

—Tú tienes uno, ¿por qué yo no?

Abre la boca y los ojos con asombro.

—¿Me equivoco, Izan?

El aludido traga saliva y retrocede nervioso.

—¿De qué demonios estás hablando? —masculla Sam.

Louis me mira como si hubiera perdido el juicio.

—Precisamente de demonios, o más concretamente de sus esclavos —respondo—. Por eso nos atacaron en la carretera, por eso me llamaron al móvil, por eso nos han seguido para penetrar como serpientes rastreras en este templo.

Sam y Louis contemplan a Izan alarmados.

—Adelante, Izan, póstrate ante tu ama, creo que está a punto de regresar.

Avanzo hacia él, que retrocede asustado.

Dirijo mi mirada apremiante hacia Sam.

—¡Invócala ya, maldita sea!

De pronto, Izan saca una daga ceremonial del arcón de piedra, se abalanza sobre Sam y le rebana la garganta con un movimiento rápido y preciso.

La sangre brota a borbotones. Sam me dedica una mirada aterrorizada antes de entrecerrar los ojos. Cuando Izan lo suelta, cae al suelo como un muñeco de trapo.

Mi energía prende con la virulencia de una explosión nuclear.

Con solo alzar la mano, un rayo de fuego sale de ella hacia Izan, convirtiendo al hombre en una llama humana que corre despavorida, profiriendo escalofriantes alaridos hasta que cae inerte, y el silencio reina de nuevo.

Louis, trémulo y lloroso, niega con la cabeza y retrocede asustado.

—Te necesito, Louis, y la necesitamos a ella.

—Yo… no… —balbucea angustiado, con gesto contraído—. No puedo hacerlo…

—¡Pues tendrás que intentarlo!

Me acerco a él. Mi cabello todavía levita ondeante a mi alrededor. Sé que mis ojos son dos teas candentes y que mi halo rojizo refulge con fuerza, y que todo eso lo atemoriza casi más que el oscuro y brillante charco de sangre de su maestre, que se extiende ya hasta sus pies y que el joven mira con aprensión.

—No tenemos más salidas, Louis. Afrontémoslo.

Me acuclillo sobre el charco de sangre y rescato el grimorio de las manos de Sam. Sigue abierto por la página de la Invocación.

Se lo entrego a Louis, que alarga los brazos dubitativo.

—¡Rápido!

Fija en mí una mirada vacua y permanece inmóvil, hierático, hasta que un desvaído susurro nos alerta.

Entonces, un brillo decidido asoma a sus ojos y tengo la certeza de que puede hacerlo. Lo veo avanzar con determinación y colocarse dentro del círculo protector, con la mirada fija en el libro, frente al triángulo donde ha de aparecer el ser invocado. El altar queda entre ambos puntos.

Me vuelvo para afrontar de nuevo a Kamil, mientras a mi espalda oigo la voz clara y firme de Louis pronunciando las oraciones pertinentes en una lengua extraña y compleja, en tono ceremonial.

Ruego que la invocación sea automática, cuando ante mí aparecen varios seres que comienzan a materializarse rápidamente.

Son numerosos. Todos son soldados, aunque totalmente diferentes en cuanto a su apariencia y color de halo. Unos son duendecillos alargados de rostro maléfico y aura verdosa, otros gigantes corpulentos con halo azul, como el de Yinn, algunos llameantes y fieros como yo y los menos se asemejan a hechiceros con barba y aura de un blanco cegador.

Al frente, la negrura luminiscente de Kamil, con su cabello negro flotando a su alrededor. La palidez nacarada de su rostro, como una máscara fúnebre, resalta como la luna llena en una noche cerrada.

El insondable pozo de sus brunos ojos, recipientes de un mal añejo y ponzoñoso, destella de complacencia cuando se posan sobre mí.

—Eres el vástago de Hefesto el Traidor —susurra—, el efret que nos ocultó el anillo de Sulayman. El que murió por mi mano y hoy tú, mujer, seguirás su destino.

Su voz suena como el irritante silbido de un ofidio. Percibo su emanación como la gélida, húmeda y áspera lengua de un reptil.

Me estremezco, presa de una cólera primigenia, de una ira palpitante y poderosa que acentúa mi halo, iluminando las paredes repletas de mosaicos e inscripciones ancestrales.

Extiendo los brazos.

Tras de mí flota una peligrosa invocación, a través de la voz del único acólito con los conocimientos necesarios para llevarla a cabo. Si Louis muere, estaremos perdidos. Él es ahora mi máxima prioridad.

El cántico, melódico y perfectamente modulado del joven, reverbera en los muros de piedra, atrayendo la atención del fiero ejército de genios que lidera Kamil.

Deslizo la mirada hacia el rincón donde yace Yinn, ni un tenue reflejo de luz emana ya de él. Siento una opresión dolorosa en el pecho, aprieto los dientes y dejo que todas mis emociones se amalgamen en un núcleo de ira contenida.

Percibo un movimiento de soslayo, apenas un destello de luz azul. Y entonces se desata el infierno.

Mi primer impulso es lanzar todo mi poder acumulado contra las filas de criaturas mágicas que tengo enfrente. Siento como si mi interior se deshilara lentamente, como si mi alma se estirara y se constriñera, escapándose de mi cuerpo en forma de hebra que alguien se empeñara en recoger.

Jadeo trémula, mientras el abrupto torrente de fuego emerge como una entidad propia, devorando cuanto toca. Me sacudo incontrolable, zarandeada por mi propio poder. Grito de rabia y de dolor, mis entrañas crepitan, mi pecho retumba como si fuera golpeado por unas ingobernables y enérgicas baquetas. La energía que emano me desgasta, me sepulta en una maraña de sensaciones desconocidas que no sé manejar.

Siento que me deshago, que me derrito, que me consumo. Apenas soy consciente de la barahúnda de impactos luminosos que estalla a mi alrededor, ni de que alguien me ayuda a contener el ataque del primer frente de genios.

Un vibrante rayo blanquecino zigzaguea en mi dirección, abre en canal mi flujo flamígero y me alcanza justo en el pecho.

La descarga me fulmina, me atraviesa como una flecha cortando el viento. Me convulsiono atrozmente, trastabillo, retrocedo y caigo de rodillas. No puedo respirar, mis pulmones se contraen, mis fosas nasales se dilatan. Me llevo las manos a la garganta y me araño, desesperada por encontrar oxígeno.

Boqueo como un pez fuera del agua y gimo agónica. Pierdo la visión periférica y la central se me enturbia. Me retuerzo y caigo hacia atrás. La desesperación hace mella en mí. «Voy a morir», pienso, y entonces lo veo…

Yinn, sangrante y renqueando, rompe la cadena que me aprisiona, lanzando el torbellino circular de vientos huracanados contra el ser que me ataca.

Jadeo en busca de aire. Por fin mis pulmones se llenan y el alivio me arranca abruptos sollozos. Me incorporo, apoyo las palmas de las manos en el suelo y tomo profundas bocanadas antes de alzar la vista.

Lo que veo me paraliza.

Junto a Yinn hay una oscura figura femenina que combate a su lado. Su cabello es tan blanco y cegador como la nieve iluminada por el sol. No obstante, percibo la maleficencia de su ser con claridad.

Me vuelvo hacia el lugar de la invocación. Louis permanece dentro del círculo de tiza, pasando precipitadamente las páginas del grimorio, en busca del rito de Convocación que extinguirá por completo la raza de Yinn. Suda copiosamente y se muerde el labio inferior con exasperación.

Me pongo en pie y sigo luchando. El enfrentamiento es encarnizado, hasta que un ser nuevo aparece en el centro de la estancia, envuelto en una esfera de energía luminosa.

Resulta temible. Su cabello oscuro ondea como mecido por una brisa estival, en sus ojos rasgados burbujea una maldad tan antigua como los tiempos, su rictus es rígido. Fulmina a Yaced con una mirada furiosa y su voz truena colérica. No entiendo lo que dice, pero la batalla cesa momentáneamente.

Yinn echa un rápido vistazo en mi dirección y comprueba aliviado que estoy bien. Yo no puedo decir lo mismo de él. Su lamentable estado me rompe el alma. Desplaza su mirada hacia Louis y hace un sutil gesto que interpreto a la perfección. Tengo que proteger al joven.

Después, sus labios se mueven pronunciando una frase silenciosa, una despedida que se clava en mi pecho y que humedece mis ojos.

—Te amo, pelirroja.