18
Despedidas

Wahêd tiene muchas cosas que procesar mientras observa desde el interior del deteriorado Chevrolet azul cómo Cata habla con su novio en la cafetería de enfrente.

No solo puede vigilarlos a través de la amplia cristalera, sino que los puede escuchar, y son esas palabras que se intercambian las que se clavan en él.

Mimos, miradas enamoradas, tristeza y comprensión. Algo que él jamás recibirá ni dará. Algo que tiene vetado. Esa sensibilidad y entrega del ser humano enamorado, ese compromiso firmado por un sentimiento único, ese brillo que llena los ojos con el mayor manifiesto de generosidad que pueden intercambiar dos seres: el amor.

De entre todo el amplio abanico de emociones que envidia de los humanos, esa es la que más lo intriga y la que menos comprende.

Y entonces, ¿a qué se debe ese regusto agrio en su paladar? ¿Ese ceño malhumorado ante los besos que se prodiga la pareja? ¿Esa comezón en su estómago? ¿O ese deseo de usar su magia para dejar mudo a Allan?

Hay tantas cosas diferentes en él ahora. Ha experimentado sensaciones desconocidas que lo turban, pero que a la vez teme analizar. Como por ejemplo, lo que sintió cuando vio a Catalina en el fondo del lago, luchando por su vida, o cuando lo abrazó para viajar a su casa, o lo que lo desbordó cuando aquel miserable la besó sin ella desearlo, o lo que demolió sus sentidos cuando, por voluntad propia, Cata lo había besado rindiéndose por entero a él.

Y la peor de todas, desear tan fervientemente ser el receptor de esas miradas, de esas palabras y de ese compromiso.

Sin duda ha perdido el juicio, y sabe que lo mejor para ambos es completar la misión y regresar cuanto antes a Uughetsean.

Decide cerrar los ojos y los oídos a la empalagosa escena romántica que se desarrolla a unos pasos de allí, y viaja mentalmente a su reino.

Busca a Asum, pero no lo encuentra, a decir verdad, no encuentra a nadie, y eso sí es una muy mala señal, pues lo único factible que justifica esa ausencia es que se esté celebrando una Asamblea. Y estas solo se celebran si existe algo de vital importancia que comunicar.

Malik ha convocado a los moradores de todos los reinos, Wahêd está convencido. De la misma manera, adivina que el motivo de esa Asamblea son él y la humana.

Chasquea la lengua con preocupación, y regresa a su cuerpo.

Seguro que Kamil estará dando su propia versión de lo acontecido y, a decir verdad, asume que no tiene defensa alguna. Solo espera que sus aliados se posicionen o estará perdido. Teme por Zahin, su maestro, pero nada puede hacer por él sin apoyos. La única manera de liberarlo es liberarlos a todos de la opresión de Malik.

Se agita inquieto en el asiento, pues vaticina una inminente ofensiva. A buen seguro, cuando termine la Asamblea ya habrá un plan forjado en su contra e irán por él. La fuerza de su enemigo no tardará en perseguirlo.

De repente, una cabeza se inclina hacia la ventanilla y un puño golpea la puerta. Acto seguido, Tessa, la amiga de Cata, abre y se sienta a su lado.

—Hola, bombón. ¡Qué suerte la mía! Te encuentro solito en el asiento de un coche, con lo mucho que me pone este rollo, aunque deberíamos estar mejor en el asiento de atrás, ¿no te parece?

Sonríe gatuna y le guiña un ojo.

—No entiendo qué diferencia hay entre un asiento y otro, ni por qué quieres que te ponga un rollo.

—Jajajajajajajaja, ¿te he dicho que me encantas?

—Creo que no.

Se acerca a él con descaro y le planta un beso en la punta de la nariz que le hace cosquillas.

—Pues me encantas.

—Gracias, tú me diviertes —admite.

Ella arruga su naricita y se atusa el dorado cabello.

—Bueno, por algo se empieza —replica conforme—. ¿Sabes? Aunque la bruja de mi amiga me prohíba estar contigo, ya te digo que por un oído me entra y por otro me sale, espero que pienses como yo.

Wahêd no entiende muy bien lo de los oídos; no obstante, le sonríe, algo que a la mujer parece agradarle, porque alarga la mano y le coloca un mechón tras la oreja con total naturalidad.

—¿Cuántas veces te han dicho que eres un pecado?

—Creo que ninguna.

Ella abre los ojos con asombro, parpadea repetidas veces y resopla.

—Pero ¿qué les pasa a las españolas? Mira, encanto, para empezar, las mujeres de tu país tendrían que haber cerrado todos los aeropuertos para impedir que te largaras de allí. Peerooo, mala suerte. Ahora estás aquí y yo voy a cerrar los aeropuertos, la bocaza de tu prima y cualquier posibilidad de que te escapes de mi cama cuando te ate a ella.

—Eso se llama secuestro.

—Bueno, en realidad sería más parecido a un estado de sitio, de excepción y, sobre todo, de urgencia.

—No me creo que no haya ningún canadiense por el que no cerraras un aeropuerto, y menos que una mujer como tú tenga… «urgencias».

—No suelo tenerlas, no hasta que he visto cómo se amplía de golpe mi menú, ¡y con bogavante! Con lo que me gusta chupar una cabeza.

—Jajajajajajajaja… también creo que es la primera vez que me comparan con un crustáceo.

—Espero que no tengas más primeras veces.

Los azules ojos de Tessa resplandecen, cargados de promesas ardientes.

—En lo que creo que te refieres, no.

—Menos mal, porque si no, pensaría pero que muy mal de las españolas.

La mujer se deleita en su rostro, alarga de nuevo la mano y la pasea por su brazo.

—Eres un toro, encanto, y me muero por hacerte bramar.

—Ya le he bramado a la señora O’Bryan esta mañana.

Tessa lo contempla boquiabierta.

—¿A la vecina de Catalina? ¿Te has tirado a esa señora?

—No, no la he tirado, solo la he amonestado.

—Jajajajajajajajajaja… me matas.

—Es lo último que te haría —alega confuso. «Esta época es difícil de asimilar», piensa.

—Pues me encantaría que me matases a polvos.

Frunce el cejo, intrigado por esa expresión tan extraña.

—¿Los polvos matan? —inquiere confuso—. Antes, como mucho, hacían estornudar.

La mujer suelta una carcajada que la dobla en dos, palmea el volante y ríe hasta que le lagrimean los ojos.

—Dios, Yinn, creo que eres el hombre de mi vida.

—Y yo creo que te equivocas.

—¿Me vas a hacer suplicar?

—No es mi intención precisamente.

—Pues deja que te bese.

Y antes de que pueda negarse, se abalanza sobre él y apresa sus labios. Wahêd la coge suavemente por los hombros y la aparta.

—Voy a empezar a pensar que eres gay.

—No lo soy, soy Yinn.

Tessa ríe de nuevo, pero esta vez con un deje de frustración.

—Si te gustan los hombres no pasa nada, pero joder, dímelo antes de que siga haciendo el ridículo.

—No me gustan los hombres, te lo aseguro.

En la mirada celeste de la muchacha asoma cierta decepción.

—Entonces la que no te gusta soy yo —murmura abatida.

—Eres preciosa, Tessa, el problema es que me gusta otra mujer. Lo lamento.

—Créeme, más lo lamento yo.

Y es precisamente esa mujer la que golpea la ventanilla del conductor y mira reprobadora a Tessa.

Catalina abre la puerta del conductor y les sonríe, a su lado está Allan.

—¿Pretendías robarme el coche? —bromea.

—No, solo a tu primo. El coche puedes metértelo donde te quepa.

—Jajajajajajaja, ya lo suponía. Precisamente iba a llamarte ahora.

—¿Para que deje de acosar a Yinn? —pregunta Tessa alzando una ceja—. Llegas tarde.

—Sí, llegas tarde —confirma él—. Me quiere convertir en bogavante, chuparme la cabeza y obligarme a bramar como un toro.

—Jajajajajaja… Sí, lo que vendría a ser mi mascota multiusos particular.

—Estás loca —musita Catalina divertida—. Anda, sal del coche, tengo una noticia que darte.

Tessa abre los ojos exageradamente y se posa una mano en el pecho.

—¡Te vas a casar! ¿A que sí?

—Me muero de ganas —interviene Allan—. He logrado arrancarle esa promesa para cuando regrese.

—¡Os habéis prometido! —exclama Tessa dando palmas—. Espera. —Se detiene y los mira intrigada—. ¿Cuando regreses? ¿De dónde?

—Voy a perderme unos días en una cabaña en las montañas.

Catalina cruza la mirada con Wahêd, mostrando su pesarosa aceptación.

—¿Por qué? ¿Vas a escribir una novela? ¿O necesitas meditación para iniciarte en una secta? —inquiere Tessa, confusa.

—¿Esas son las dos únicas razones por las que irías a una cabaña en el bosque? —pregunta Catalina, jocosa.

—Por la única razón por la que me iría a una perdida cabaña en las montañas sería para devorar a tu primo si logro secuestrarlo. Es el único animal salvaje con el que me apetece estar.

—Vaya, gracias —replica él.

—Yinn, yo que tú me largaría del país antes de que salgas en las noticias —bromea Allan.

—Como no sea por haberse convertido en víctima de canibalismo —aduce Tessa con sorna.

—Jajajajajajajaja… no te preocupes, Allan, yo también tengo dientes.

—¿Me estás retando?

Tessa se inclina hacia él con los ojos entrecerrados.

—No soy tan audaz —responde.

—Tessa, sal del coche —los interrumpe Catalina—. Charlemos mientras tomamos una copa.

—En vista de que aquí no me dejan tomar nada…

Su amiga resopla frustrada y le dirige a Wahêd una mirada insatisfecha. Luego sale del vehículo, lanzándole un beso.

Catalina se asoma nuevamente por la ventanilla. Su mirada se torna grave e insondable.

—Espérame aquí, ¿de acuerdo?

—Me gustaría estirar las piernas, si no te importa, este coche es muy pequeño.

—O tú eres muy grande —añade ella.

—Ambas cosas, mejor te espero en la acera.

—Como prefieras.

Wahêd asiente y sale del vehículo, sostiene la mirada de Allan y de Tessa, se encoge de hombros y se apoya contra la pared de un edificio con gesto indolente y despreocupado, cruzándose de brazos.

Ambas mujeres lo contemplan con diferentes expresiones en sus rostros.

—No me digas que no es para ponerle un piso, unas cadenas y darle un bote gigante de ginseng —le murmura Tessa a Catalina, deleitándose en su cuerpo.

Wahêd le sonríe abiertamente; Catalina en cambio la fulmina con la mirada.

—Jajajajajajajaja… Yinn, corre mientras puedas —lo alienta Allan.

—Vamos, Tessa, que empiezas a salivar.

Catalina se acerca a Allan para despedirse. Este la coge por la cintura y la besa con pasión. Ella se deja hacer, aunque en su postura denota cierta incomodidad.

—Llámame en cuanto te instales, y como no hayas regresado en dos semanas, iré a buscarte, estás avisada.

—Lo haré, cariño.

Allan alza la mano y se aleja calle arriba.

—Ahora mismo vas a explicarme qué pasa —exige Tessa, mirando a Catalina con los brazos en jarras—. Ah, y por Yinn no te preocupes, que ya lo cuido yo.

—Me lo figuraba, pero Yinn también se marcha —informa Catalina.

—Las malas noticias nunca vienen solas —bufa Tessa, contrariada.

Catalina le lanza una última mirada al genio y, cogiendo a su amiga de la mano, la arrastra al bar de enfrente, del que acaba de salir con Allan.

—No tardes, prima —murmura Wahêd.

Ellas se vuelven hacia él, de nuevo con dos semblantes contrapuestos: Catalina con abatimiento y Tessa con anhelo.