26
La logia

Una construcción de una sola planta, de sencillas y parcas líneas modernas de aspecto recio y vanguardista, conforma el edificio que alberga la logia. Más parece un fortín que un templo de meditación.

Wahêd mira a Cata antes de golpear la puerta con la pesada aldaba. Puede notar su incomodidad y su preocupación.

—Ellos nos ayudarán —musita—. Pueden devolverte tu vida.

Abre mucho sus hermosos ojos turquesa y la ilusión esperanzada que brilla en ellos pellizca el corazón de Wahêd, que ve que ese es su mayor deseo, regresar a su vida, olvidarse de él y de todo.

Traga saliva y fuerza una sonrisa tranquilizadora.

En ese momento se abre la puerta y un acólito de la orden, que lleva un hábito negro con capucha y un cordón blanco alrededor de las caderas, los recibe con una respetuosa inclinación de cabeza y una sonrisa de bienvenida.

—Si desean información, el hermano Archie los atenderá.

—Nos urge hablar con el Ipsissimus Sam Line.

El hombre arruga el cejo y frunce los labios, evaluándolos con evidente desconfianza.

—En este momento no está aquí, le diré que lo buscan. Si son tan amables de dejarme un número de teléfono, con gusto los llamará.

—Sé que está ahí dentro, imagino que en las plantas subterráneas, en su despacho. Y ahora mismo vas a transmitirle un mensaje de mi parte: Iblis.

Puede ver la alarma en los ojos del hermano áureo, que masculla una disculpa, los invita a entrar y pide que esperen en el recibidor, en un sofá junto a un mostrador.

El interior guarda una correcta sinergia con el exterior, elegante, sobrio y futurista.

Paneles de madera acabados en acero, pavimento negro vitrificado, poca decoración y mobiliario de diseño estratégicamente dispuesto.

Toman asiento en silencio.

—¿Has estado aquí antes?

Wahêd la mira y niega con la cabeza.

Todo ha cambiado entre ellos, el deseo sigue latente, pero un nuevo sentimiento le confiere un peso abrumador. Ambos tienen miedo, ambos están confusos, ninguno sabe enfrentar las emociones que los zarandean. Él ni siquiera es capaz de preguntarse cómo demonios logrará alejarse de ella, y esa cuestión incendia su ánimo.

Lo mejor que puede hacer es desviar sus inquietudes hacia un terreno más seguro.

—No, pero he podido ver el entramado de túneles y al Ipsissimus tranquilo en su despacho en la mente del acólito que nos ha abierto la puerta. He visto la imagen que él mismo ha formado en su cabeza.

—Creo que no me gustaría poseer ese… don —comenta ella.

—Sí, mejor que no mires dentro de mi cabeza.

Otra pausa incómoda. Cata apoya la mano en la suave piel del sofá. Inconscientemente, él la cubre con la suya. Percibe su envaramiento y decide distraerla, por alguna razón necesita tocarla.

—En cambio sí estuve en la sucursal que tienen en Londres.

—¿Qué hacías allí?

—Acompañar a Bram Stoker. Tuvo problemas con la logia por desvelar pasajes de las enseñanzas de la orden, así como rituales sagrados, en su obra Drácula, todo un manual de esoterismo.

Se vuelve hacia él con la curiosidad pintada en sus facciones.

—¡Tengo que leerme ese libro de nuevo!

—Jajajajaja… No creo que una profana capte el mensaje. «Los labios de la sabiduría permanecen cerrados, excepto para el oído capaz de comprender», como dice el hermetismo.

Ella frunce el cejo ofendida, pero con una sonrisa contenida titilando en sus mullidos labios.

—Seré profana, guapo, pero sé leer entre líneas, y ese libro es uno de mis favoritos.

—Inténtalo entonces, pelirroja, me encantará escuchar tus conclusiones.

La mirada de ella se nubla de repente.

—¿Lo estarás?

El brillo anhelante que destila su mirada se le clava en el pecho.

—Ya sabes que no lo sé, preciosa. Solo tengo un objetivo en mente respecto a ti —se miente a sí mismo—, y es que recuperes tu vida.

La desilusión ensombrece el semblante de Catalina.

—¿Y respecto a ti? —inquiere ella en tono urgente.

—Luchar hasta el final.

Ahora es el miedo que brilla en sus ojos lo que termina de aumentar el desasosiego de Wahêd.

—No te preocupes por mí, sé cuidarme solo.

Ella asiente quedamente e inclina la cabeza, ocultándole sus emociones. Su hermoso cabello rojo cubre su perfil y él apenas divisa una naricilla respingona. Contiene el impulso de retirarle la melena y cubrirle el rostro de besos.

El sonido de unos pasos ahuyenta sus peligrosos pensamientos.

—Síganme, por favor —murmura un hermano nuevo, con expresión circunspecta y mirada glacial.

Ambos se ponen en pie al unísono. Wahêd se niega a soltarle la mano.

Siguen al hombre hasta un ascensor y se meten en él. Comienzan a descender en un pétreo silencio. Cuando las puertas se abren, dos pisos más abajo, salen a unos corredores penumbrosos, donde el eco de sus pasos reverbera con un sonido hueco y vacío que se prolonga hacia el fondo, rompiendo el inquietante silencio.

Llegan a unas puertas dobles, el hombre llama un par de veces, se vuelve y se aleja desandando sus pasos.

Cata mira a Wahêd con temor. Él le presiona ligeramente la mano, y le sonríe despreocupado, en un intento por reconfortarla. Está a punto de conocer su verdadero origen y eso lo desasosiega.

Un hombre alto y enjuto, de mediana edad, con un traje hecho a medida, cabello engominado, facciones marcadas y penetrante mirada azul los recibe con semblante grave y tenso.

Escruta en silencio a Wahêd y un tenue destello de reconocimiento asoma a su cerúlea mirada.

—Pasad, soy Sam Line.

Se adentran en una sala oval de paredes cubiertas por pesadas cortinas rojas, en cuyo centro hay una mesa circular con un ordenador. La iluminación de la pantalla del ordenador y la luz del flexo de pie que hay junto a la mesa apenas alumbran la oscuridad.

—Ponme al corriente —ordena el hombre con apremio, dirigiéndose a Wahêd, pero mirando a Cata con evidente desconcierto.

—Ella es la llave dimensional. Mi raza la busca para abrir la puerta a vuestro mundo. Creo que no hace falta mencionar cuál es la intención de mi gobernante.

—¿Eres siervo de Iblis? —inquiere con aguda inquietud.

—Soy un genio mágico, un djinn de aire, y moro en el reino de Uughetsean. Adoramos a Iblis, somos descendientes de los setenta y dos demonios que minaron el corazón de los atlantes; somos los que invocó el rey Salomón para dominar el mundo. Mi gobernante, Malik, desciende del rey Bael.

—Bael fue uno de los más poderosos reyes del infierno —murmura el Ipsissimus con preocupación—. Su nombre figura en el Lemegeton, encabezando el Ars Goetia.

—¿El Lemegeton? ¿De qué demonios estáis hablando? —interviene Cata con impaciente temor.

—Exactamente de eso, querida —responde el sumo sacerdote con gravedad—, de demonios. El Lemegeton, o más acertadamente llamado Clavicula Salomonis, es un grimorio anónimo encontrado en la Baja Edad Media. Nosotros, por supuesto, solo tenemos la versión que publicó Aleister Crowley en 1904. Fue miembro honorario de nuestra orden, apodado La Gran Bestia seis seis seis, y también un poderoso mago del ocultismo y un nigromante reconocido a principios del siglo veinte.

—Crowley, o como se hacía llamar… Baphomet —añade Wahêd—, escondió el verdadero grimorio poco después de ingresar en el templo de Isis-Urania, que es como se conocía a vuestra orden entonces. Poseéis su sabiduría, pero el verdadero poder lo encierra el grimorio auténtico.

Sam clava su penetrante mirada en él, asiente circunspecto y se dirige hacia su mesa.

—Si tuviéramos el grimorio, hace tiempo que os habríamos destruido —masculla con convencimiento.

Se sienta en su vanguardista silla de despacho y comienza a teclear en el ordenador.

—Pues hay que encontrarlo —dice Wahêd—, es la única manera de acabar con Malik.

El hombre suspira y lo observa con extrañeza.

—Si convocamos a las fuerzas del bien sobre el correcto almadel, y citamos a los setenta y dos ángeles de la Cábala para atrapar a los setenta y dos demonios de Iblis en una vasija sagrada, acabaremos con todos ellos, tú incluido.

Cata gira el rostro hacia él, alterada por un miedo angustioso.

—Si no me matáis vosotros, lo hará él —murmura el genio, impasible.

—¡No! —exclama Cata con voz tensa—. Seguro que hay otra solución.

Wahêd lanza rápidamente una mirada admonitoria al Ipsissimus, aunque tiene la certeza de que la ignorará.

—Hay otra posibilidad, una que le incumbe, señorita: destruir la llave.

Cata palidece y, con semblante demudado y una mueca temblorosa, fija su mirada en la de él.

—¿Eso es verdad?

Yinn siente el irrefrenable deseo de abrazarla, pero asiente, maldiciéndose interiormente.

—Sin embargo, es justo el motivo contrario el que nos trae hasta aquí, Cata.

Avanza hacia Sam, posa vehemente las manos en el tablero de la mesa y se inclina intimidatorio hacia el hombre.

—No es necesario destruir la llave —sisea en tono bajo y grave—. Nadie va a tocarla. —Hace una pausa durante la que una velada amenaza se refleja en su mirada—. Si he venido hasta vosotros es para pediros que anuléis su condición con el poder del anillo de Salomón. Conocéis los ritos necesarios para conseguirlo.

Sam le sostiene la mirada con fría hostilidad. Al final, cierra los ojos, respira hondo y asiente en silencio.

—El rito de Vinculación nunca se ha intentado —dice luego.

—Creo que sois vosotros quienes decís que siempre hay una primera vez, y te aseguro que hoy será el día.

Sam consulta algunos datos en la pantalla de su ordenador, frunce el cejo y se muerde el labio inferior.

—Si surte efecto, el anillo perderá su poder divino —objeta indeciso.

—Si no surte efecto —advierte Wahêd—, Malik dominará vuestro mundo. Si abre la puerta dimensional, el anillo no os protegerá. Creo que el dilema que debes plantearte es ¿conservar o arriesgar?

—Naturalmente, conservar y preservar —concede el Ipsissimus—. Pero si liberamos a la mujer de su condición de llave, no hay garantías de que ella lo soporte. El rito desencadenará fuerzas muy poderosas que sacudirán su alma y su cuerpo, rompiendo el yugo que la ata a la llave. Puede que no sobreviva.

—Sobrevivirá —rezonga Wahêd con seguridad—. Ella no es como vosotros.

Nota la mirada de Cata fija en su espalda, siente su pánico y su incertidumbre.

—¿Y cómo es ella? —inquiere Sam con receloso interés.

—Eso no os incumbe. Para vosotros, es únicamente vuestra salvación.

—También lo eres tú —afirma el hombre, levantándose de la mesa.

Es alto y aun así tiene que inclinar la cabeza hacia atrás para sostenerle la mirada.

—Yo no importo.

—A mí me importas.

La suave y trémula voz de Cata inflama su corazón. Cierra un momento los ojos, se niega a mirarla y aleja toda emoción desestabilizadora.

—¿Por qué? —pregunta el hombre, dirigiéndose a él.

—Tal vez quede algo de atlante en mí —responde.

La mirada confusa del Ipsissimus se torna admirativa.

—Lograr la divinidad suprema, elevar nuestra humanidad a la máxima expresión es lo que buscamos; convertirnos en atlantes es nuestra meta, creando así una sociedad como la de entonces.

—Encomiable —replica Wahêd—, pero Iblis os tienta cada día y sucumbís miserablemente, sin oponer la más mínima resistencia. Mira este sitio, observa tu alrededor: todo modernidad, todo tecnología. ¿Dónde está el mentalismo? Buscáis ver y al mismo tiempo os cegáis en vuestra búsqueda. La divinidad mora en vuestro interior, leéis el Kybalión y creéis entender, pero no seguís sus preceptos. El día que lo logréis, nada temeréis de otros mundos.

—Todo camino se empieza dando un paso —replica Sam—. Puede que en ocasiones los pasos sean hacia atrás, pero lo importante es el movimiento y el tesón. Evolucionamos, genio, nacen nuevas generaciones, niños cristal y niños índigo, y ellos son nuestro futuro.

Wahêd sonríe comprensivo y afable, se yergue y se dirige hacia Cata, que permanece quieta y asustada.

—Sin duda —admite—, ellos son los elegidos. Cuidadlos, se cierne sobre vosotros una gran oscuridad, ellos serán vuestra única luz.

—¿Es un presagio?

Posa su brazo sobre los hombros de Cata en actitud protectora y clava de nuevo su mirada en el Ipsissimus.

—Es un consejo. Y ahora no perdamos más tiempo, necesito el anillo y el grimorio.

El hombre se presiona el puente de la nariz entre el índice y el pulgar, cierra los ojos y frunce el rostro, presa de una inquietud que con toda probabilidad le haya producido jaqueca.

—Puesto que no hay alternativa, accederé a tus peticiones, pero con dos condiciones.

Wahêd asiente con semblante grave y acerca a Cata a su costado. Ella tiembla y le rodea la cintura, provocándole un escalofrío.

El hombre los contempla pensativo durante un instante. Una luz asoma a su mirada, su boca se estira en una débil pero cálida sonrisa.

—Yo —dice con firmeza—, junto a dos hermanos de mi orden, oficiaremos ambos ritos, el de Vinculación y el de Convocación. No llevaré a cabo el uno sin el otro.

Wahêd asiente de nuevo, plenamente consciente de permitir su muerte para salvar a la humanidad y acabar con el mal.

—Y os acompañaremos al enclave donde se cree que está escondido el grimorio. Cuando tengamos ambos elementos, iniciaremos in situ el rito.

—Me parece bien —acepta Wahêd, meditabundo.

—A mí no —interviene Cata con un deje de furia y rebeldía en la voz. Se aparta de él y se encara con el sumo sacerdote—. Combatís el mal y, sin embargo, consentís que el único ser capaz de sacrificarse por nosotros muera sin ofrecerle una vía de… escape… Algo… Maldita sea.

—No hay modo de salvarlo.

Entonces se vuelve hacia él como una iracunda gorgona, con su pelo rojo comenzando a refulgir.

Wahêd absorbe la belleza de su imagen como quien saborea su última comida antes de subir al cadalso.

—Si el rito de Vinculación funciona y la llave vuelve a desaparecer perdida en el espacio o donde diantres vaya, ya no hay peligro —dice Catalina—. Malik no tendrá entrada a nuestro mundo y seguirá encerrado en el suyo. ¿Por qué destruirlo?

—Porque está acabando con el mío —responde Wahêd—, y porque no cejará hasta dar con la llave de nuevo. Además, no soy el único que se ha sacrificado por la llave.

Cata pone los brazos en jarras, arruga el cejo y lo fulmina con la mirada.

—Me importa una mierda quién se haya sacrificado antes, tú no lo harás y punto. —Se vuelve de nuevo hacia Sam y lo apunta amenazante con el dedo índice—. O hay garantías respecto a la vida de mi genio o no pienso prestarme a ese jodido rito.

—Cata… —murmura él, paciente.

—¡Tú te callas, condenado gigante! ¡Soy tu ama te guste o no, lo aceptes o no, y yo mando! O nos salvamos los dos o ninguno.

—Hay mucho más en juego que vuestras vidas —señala Sam—. La vida de la tierra se extinguirá si no acabamos de una vez con esa amenaza.

Catalina resopla, tiene las mejillas encendidas, sus ojos son teas ardientes que titilan con lágrimas contenidas.

—Si no es Malik, puede que sea un asteroide, una pandemia, otra guerra… —insiste, ya sin mucho convencimiento.

—No obstante, tenemos al alcance eliminar una de esas posibilidades, la más difícil de alcanzar, por cierto.

Cata baja la cabeza y hunde los hombros.

Wahêd ya no aguanta más. La toma entre sus brazos y la consuela contra su pecho.

Ella se debate, aún rabiosa, y lo golpea con los puños mientras llora de frustración.

—¡No pienso dejarte morir! Encontraré la manera. No sé cómo, pero te juro que te salvaré. Será mi último deseo, uno que yo misma me concederé.

Algo serpentea por el pecho de Wahêd, algo que lo estrangula, que eriza sus emociones y que sacude su alma.

La toma de la barbilla y la obliga a mirarlo.

—Creía que tu último deseo sería otro —bromea, en un intento de aligerar la tensión.

Ella sonríe entre lágrimas y se abraza con fuerza a él.

La serpiente se enrosca y hace presa en su interior. Wahêd traga saliva y cierra los ojos contrito.

—Cumpliré ambos —afirma ella con decisión.