12
Precauciones
Los nacarados rayos lunares atraviesan las livianas cortinas de la ventana de mi cuarto, una brisa húmeda las mece con pereza.
La azul penumbra de la noche envuelve la estancia y yo, desnuda sobre la cama, me esfuerzo por sucumbir a una pasión que no llega, y no es porque Allan no la busque, que lo hace, y con insistente afán.
Sobre mí, besa cada palmo de mi piel, acaricia cada recoveco de mi cuerpo, derramando todo su deseo. Me colma de miradas ardientes, de susurros excitantes y de expresiones enamoradas, y aun así, la llama de mi deseo permanece inmóvil, apenas una leve chispa que no prende la mecha de mi pasión.
Y no es que yo no ponga de mi parte, pues de todos nuestros encuentros sexuales, este sin duda está siendo el más entusiasta. Hasta que comprendo que por mucho empeño que ponga, el fuego no crece en mi interior, muy al contrario, parece apagarse ante la desoladora comprensión de que el hombre que se mueve entre mis piernas, el que me suele regalar tan gloriosos momentos, no es el que yo deseo tener sobre mí en este momento.
Y esa conclusión me devasta, porque yo amo a Allan, y saber que un ser mágico me ha arrebatado esa maravillosa parte de mi relación me enfurece sobremanera.
Demasiados pensamientos deprimentes, demasiados conocimientos perturbadores y demasiada carga para alguien que no tiene que pagar las consecuencias de sus actos. Así que opto por fingir, por proteger su ego, por sobrellevar esta crisis interna en silencio rezando por superarla cuando todo acabe, cuando mi vida vuelva a ser la que era.
En este instante odio la magia, odio a Yinn y odio esta terrible herencia familiar que parece perseguirme como un estigma que marca mi destino.
Si mi abatimiento no fuera suficiente freno para la lujuria, la sombra que parece acechar junto a la puerta sí lo es.
Me revuelvo inquieta, con intención de apartar a Allan, pero lo único que consigo es acentuar sus movimientos hasta que se libera en un largo y desgarrado gruñido culminante.
Se apoya en las manos y me mira con una sonrisa satisfecha. Cuando hunde de nuevo su rostro en mi hombro, la sombra ya no está.
—Dios, nena, ha sido increíble.
Eso lo comparto. Fuerzo una sonrisa cautivada y me disculpo para ir al baño.
Me siento una traidora desleal, estúpida y caprichosa, y rumio mi rabia mientras me pongo una bata y me dirijo al aseo.
En el pasillo, decido bajar a la cocina por un vaso de agua, pero a mitad de la escalera percibo un tacto frío en mi espalda. Doy un respingo y me vuelvo sobresaltada.
Nadie.
Un único nombre acude a mi mente. Lo pronuncio.
—Yinn, basta de juegos, estoy muy enfadada.
Algo me empuja, temo perder el equilibrio y me agarro en el último momento a la baranda de nogal. Jadeo y, sin soltarme, corro escaleras abajo.
Enciendo la luz del recibidor y miro agitada a mi alrededor.
Una sombra extraña flota frente a mí. Retrocedo asustada, pero me sigue, grito y me escapo hacia la cocina. Lo que siento a continuación es difícilmente explicable. Es como si algo muy frío y viscoso entrara por mi espalda invadiendo mi interior, paralizando cada molécula de mi cuerpo, cerrando mis pulmones y apresándome en una gélida garra que me oprime dolorosamente y de la que no puedo escapar.
Un lúgubre susurro llega hasta mí y me envuelve destilando una maldad que me desgarra las entrañas. El pánico se desata, pero ya no soy capaz de gritar.
Siento que mi vida se escapa, que me ahogo, y me convulsiono, cayendo al suelo. Abro la boca con desesperación en busca de aire, pero no llega a mis sufridos pulmones. La garra que aprisiona mi garganta aumenta su presión. Pataleo y me revuelvo contra esa presencia invisible que me aferra. Siento que mi visión se nubla, un silbido agónico emerge de mis labios y mis fuerzas languidecen.
De repente, veo una luz azul en forma de rayo que me enfoca y que emite un calor reconfortante. Oigo un restallido chispeante, como un cortocircuito eléctrico, y la presión que me apresa comienza a perder intensidad.
Libre de la garra, mi cuerpo cae al suelo desmadejado.
Aterrada, jadeo abruptamente en busca de oxígeno. Unos brazos me levantan y me llevan al sofá de la sala de estar.
—¿Estás bien?
Temblorosa y confusa, asiento.
—No he debido dejarte sola —se recrimina Yinn, acariciándome la cara.
Parece consternado y casi igual de asustado que yo, una expresión culpable asoma a su hermoso rostro.
—¿Qué… qué era eso?
—Eso era Kamil.
—¿Kamil?
—Una temible ghoula, la arpía más cruel e implacable de mi mundo, la encargada de vigilar mis movimientos y, al parecer, de atemorizarte.
El miedo da paso a la ira.
—¿Atemorizarme? ¡Ha estado a punto de matarme, joder!
—Quédate con el «a punto». Te aseguro que si hubiera querido matarte lo habría hecho —murmura—. Busca la llave, cree que si ejerce la presión adecuada, me la entregarás.
—Presión ha ejercido, de eso no cabe duda —rezongo, frotándome suavemente el cuello.
—No voy a cometer de nuevo el error de dejarte sola.
Lo contemplo un instante, en sus ojos brilla la preocupación.
—Creía que eras tú quien me espiaba en mi cuarto.
Esboza una sonrisa tirante y se aparta el cabello de la frente.
—No soy tan masoquista —confiesa—. Imaginarte en sus brazos ya resulta suficientemente duro.
Trago saliva. Su intensidad me perturba, miro su pecho desnudo y mis defensas comienzan a claudicar. Solo quiero cobijarme en este vasto pecho y liberar todo lo que me hace sentir. Cierro los ojos y respiro profundamente.
Unos pasos apresurados descienden por la escalera.
Allan irrumpe en la sala y corre hacia mí.
—¿Qué ha pasado? —Me contempla desconcertado, tendida en el sofá con Yinn a mi lado.
—Se ha caído por la escalera. He oído el grito y la he encontrado en el suelo del recibidor —improvisa Yinn.
—Cielo, ¿estás herida?
Niego con la cabeza. Yinn se levanta y le deja su lugar a Allan, pero no se va. Se sienta en el sillón de orejas y nos observa meditabundo.
—Estoy bien, ha sido un tropiezo de nada, más un susto que otra cosa.
—Volvamos a la cama, cariño —propone Allan, dándome un beso en la frente.
—Será mejor que llames a un médico —interviene Yinn—. Creo que ha estado semiinconsciente unos segundos, mejor quedarnos tranquilos, ¿no?
Allan asiente y sale de la sala en busca de su móvil.
Yinn me mira con gravedad.
—He hecho salir a tu novio solo para decirte que pienses algo, porque hagas lo que hagas —subraya esas palabras con cierta incomodidad—, no pienso moverme de tu lado. No puedo correr el riesgo de no llegar a tiempo de nuevo.
Fija los ojos en el colgante de mi cuello y su semblante cambia.
Se levanta con alarma y toma en su mano derecha el ojo de Horus que pende entre mis pechos.
—¿De dónde ha salido esto? —inquiere con gravedad.
—Es un colgante que me regaló mi madre cuando cumplí diez años. No suelo ponérmelo, pero cuando lo he visto en el joyero antes de salir esta noche, he sentido el impulso de llevarlo, por eso he elegido un vestido cerrado, para ocultarlo. Es… demasiado llamativo para mí.
Es un colgante hermoso, un ojo egipcio con filigrana de oro, con detalles en colores vistosos. Uno de los muchos recuerdos que quise sepultar cuando regresé a mi hogar.
—¿Sabes lo que significa?
Sostengo su penetrante mirada y asiento. Su tensión me inquieta, me remuevo incómoda en el sofá.
Cuando mi madre me lo entregó, me dejó muy claro que era un amuleto protector que debía llevar siempre puesto. Pero para alguien que ha decidido darle la espalda a la magia y que huye de todo lo esotérico, más que un amuleto es un recordatorio y una aceptación de un mundo que aborrezco.
—Es un udyat, simboliza el ojo que Horus perdió en su venganza contra Seth, que por ambición mató a Osiris, padre de Horus —musita Yinn pensativo—. Un talismán protector con características mágicas, curativas y protectoras. Y creo, sin temor a equivocarme, que hoy ha cumplido dos funciones.
Abro mucho los ojos y me incorporo entre los cojines con mirada inquisidora.
—Hoy, Cata, este amuleto te ha salvado la vida y acaba de desvelarme dónde está la llave.
—Creía que me había salvado tu intervención.
—Kamil luchaba contra el amuleto cuando he llegado. Si no hubiera sido por él, te habría roto el cuello en cuestión de segundos.
Trago saliva y respiro lentamente, siento una sensación opresiva en el estómago y un peso en mi alma. Miedo.
Le arrebato el ojo de Horus y lo contempló con cierta aprensión.
—¿Es esto una llave?
Yinn niega con la cabeza, su mirada se oscurece y sus facciones se tensan.
—Esto —comienza pausado— es lo que protege la llave.
—O sea, que está cerca —presupongo.
—La tengo enfrente.
Su mirada inspecciona mi rostro con minuciosa intensidad. El malestar crece en mi interior como una gran bola de nieve descendiendo una colina. Tiemblo y siento ganas de llorar.
—Eres tú, Cata, la llave eres tú.
—Pero no… no puede ser… Yo no…
Allan entra en la sala con el teléfono en la mano.
—Dice que nos acerquemos a urgencias para que te hagan una placa.
—Ya estoy mejor y estoy muy cansada, cariño. Pero prefiero dormir aquí en el sofá, si no te importa. Vuelve a la cama, te prometo que si me siento peor iré al médico.
Allan me mira con extrañeza, se frota la frente y a continuación tuerce el gesto y mira a Yinn, que se ha acomodado en el sillón de orejas con un ligero pantalón de pijama como único atuendo y las largas piernas extendidas.
—Yo vigilaré a mi primita, descuida —masculla con desinterés y emite un bostezo aburrido.
—Preferiría hacerlo yo —responde Allan con desagrado.
—Allan, mañana tienes que levantarte a las siete de la mañana. Son las tres de la madrugada, me sentiré culpable si te vas con la espalda molida, te aseguro que es del todo innecesario.
—¿Por qué no vienes a la cama conmigo?
Se sienta a mi lado y hace un mohín suplicante.
—Estoy algo mareada y prefiero no moverme. Si me das un analgésico y un beso es cuanto necesito para dormir.
Sonríe y asiente conforme.
—Como prefieras, cielo, pero si mañana sigues con molestias, yo mismo te llevaré al médico, ¿prometido?
—Prometido —contesto.
Me da un suave beso y me dice que me quiere, le dedica a Yinn un gesto impreciso y sale de la sala.
Permanecemos en silencio unos minutos, ambos sumidos en nuestros pensamientos.
Si soy la llave, ¿cómo piensan utilizarme las fuerzas oscuras para abrirles el Plano Material? ¿De qué manera pretenden que les dé acceso a mi mundo? Y todas las respuestas que surgen en mi cabeza son aterradoras.
De alguna manera sé que esta noche supone un punto de inflexión en mi vida. Toda mi existencia en solitario, todo el camino recorrido, todo el empeño mostrado en borrar la magia durante tantos años se convierte en humo, pero en un humo negro e irrespirable.
He huido de los recuerdos, de los objetos latentes de poder, de la curiosidad y de la frustración para descubrir que yo soy una parte importante de ese mundo. Que, de alguna manera, tal vez en uno de los muchos sortilegios elaborados por mi madre, fui atrapada en una maldición.
Y me siento una víctima inocente en un juego de locos, un daño colateral, fruto de la inexplicable afición de mi madre por las invocaciones. Ella pagó con su vida y tal vez yo con la mía, con mi alma o con mi cordura. Cualquiera de esas tres posibilidades estrujan mi ánimo y aposentan en mi interior un frío pesado y opresivo.
Se me ocurre que tal vez, si le pido al genio el deseo de borrar esta parte de mi vida, de retroceder en el tiempo, de resucitar a mi madre y hacerle olvidar su fijación por los hechizos, podría concedérmelo. Sonrío luego con escepticismo y desilusión, una sonrisa más cercana al llanto de lo que pretendía.
—No te lamentes, ahora de nada te sirve —murmura Yinn, con la vista fija en mi rostro.
—¿De veras soy tan expresiva?
—Un libro abierto —responde.
—¡Vaya! —gimo.
—Un libro lleno de contradicciones, de negación constante, de fortaleza, de voluntad y de lucha interna, y de un poder que me sorprende.
—¿Poder? —mascullo desdeñosa—. Ahora mismo me siento el ser más absolutamente indefenso del mundo.
—Me tienes —recuerda— y tienes algo mejor aún, a ti misma.
—Bueno, pero ante lo que me persigue, no es mucho. Y perdona que te desmerezca, pero solo me quedan dos días de tu protección, y si te soy sincera, me produces bastante desconfianza. A pesar de tu ayuda, no sé qué pensar de ti. Respecto a mí, solo puedo decirte ahora mismo que sé perfectamente cómo se siente un ratón ante un águila.
Yinn se levanta del sillón y camina indolentemente sensual hacia mí. Mi cuerpo se tensa, en especial una parte de él. Me muerdo el labio inferior contrariada y furiosa.
—¡No te acerques! —ordeno.
—¿Es un deseo?
—Un favor —respondo.
Asiente con una sonrisa torcida y regresa al sillón.
—Solo pretendía darte ánimos —explica.
—Ya me animas demasiado —confieso.
El genio ríe con un sonido vibrante y cadencioso que se expande por la sala, atrapando mi voluntad como el canto de una sirena.
—Me inclino ante tu voluntad —admite—, aunque preferiría mil veces inclinarme ante tu lujuria.
Tal es la profundidad de su mirada que me sonrojo. De mi mente surgen imágenes excitantes de nosotros dos, tan vívidas que tengo que sacudir la cabeza bruscamente para disiparlas.
Yinn vuelve a reír, esta vez mostrando jactancia en su tono.
—Voy a tener que comprarme una jodida máscara —me lamento airada.
—No, lo que vas a tener que hacer es dejar de resistirte —me aconseja.
—Ni muerta —replico altanera—. ¿Dejarme seducir por un ser mágico que se evaporará en dos días? Eres cruel, ¿lo sabías?
Yinn esboza esa media sonrisa inclinada que podría fundir hasta los empastes de una mujer. Se pasa las manos por el cabello alborotado, que le roza los hombros. Y en ese instante, en que las yemas de mis dedos hormiguean de deseo por enredarse en cada mechón, me arrepiento de no haberle afeitado la cabeza.
—Pelirroja, dos días son suficientes para apagar tu deseo una larga temporada, solo tienes que dejarme demostrártelo.
—Ofreces droga a alguien susceptible de convertirse en adicta, para luego privarla de por vida de más dosis. Si eso no es cruel…
—Curioso símil, aunque alentador.
—Sé bueno, anda —suplico— y limítate a tu papel de protector y concede-deseos personal.
—Soy bueno, nena, muy bueno.
Lo miro y no puedo estar más de acuerdo. Lo es y lo está, dos verbos que nunca han dado tanta veracidad a ese adjetivo.
—Háblame de tu reino —le pido, mientras me repantigo entre los cojines, buscando una postura cómoda para dormir.
—Quid pro quo? —inquiere divertido.
—Do ut des —respondo, devolviéndole la sonrisa.
Chasquea la lengua, se acomoda en el sillón y asiente.
—Nunca he tenido tantos deseos de dar —murmura seductor—. Me pides que te hable de mi reino y yo pido que me hables del tuyo, de tu reino interior, de tus miedos, desconfianzas, anhelos, de tu vida hasta este momento. Quiero que me muestres tu alma, ¿aceptas?
Trago saliva ante su gravedad y vehemencia. Asiento, cierro los ojos y aguardo.