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Atrapado
Encerrado en aquel pequeño cilindro de metal dorado, ese horrendo y claustrofóbico brazalete que aborrece con toda su alma inmortal, Abdel Wahêd observa y escucha lo que acontece en su mundo, en el mundo de los genios cautivos por el rey Sulaymán, el mundo de Uughetsean.
Uughetsean es uno de los muchos miles de Planos Ocultos o dimensiones que existen entre los Planos Elementales de agua, fuego, aire y tierra. Allí, los genios encerrados planean escapar al Plano Material, conquistar el mundo de los humanos usando sus poderes mágicos y liberar su sed de venganza contra la humanidad.
Él es un djinn, un genio servicial y mágico, un protector, aunque malicioso y travieso, una herramienta, un juguete, pero también un arma. Depende de quién lo despierte.
Recuerda con nitidez su invocación por aquella mujer. No tiene ni idea de cómo consiguió averiguar su nombre secreto, pero lo pronunció junto al sortilegio, buscando su alianza. Cuando él apareció frente a la mujer, ella se apresuró a encerrarlo en ese frío brazalete tallado, dispuesto para su vasallaje. Pero no lo utilizó.
Normalmente, cuando lo apresaban en cualquier recipiente metálico, ánforas, lámparas de aceite, cofres, joyeros, espadas, incluso anillos, solían requerir sus servicios con prontitud. Y debía conceder tres deseos diarios a su amo durante tres días seguidos para conseguir su libertad. Su única ventaja era que pocos sabían que si el último día solo pedían dos, su esclavitud se renovaba al día siguiente. Entonces, libre y en general agotado, volvía a su mundo oculto junto a sus hermanos de raza, donde escuchaba con apatía las estrategias que elaboraban para salir de su cautiverio eterno.
Existen diversas razas de genios, cada una de ellas vive en su reino particular y absolutamente todas están sometidas al implacable yugo del poderoso Malik, el genio más oscuro, despiadado, lúgubre y ambicioso de todos. El que prepara la conquista, el que busca la llave que abra el Plano Material, o destruir el anillo del rey Sulaymán para romper el hechizo que los encadena. Y por lo que Abdel escucha desde su tedioso encierro, ya la ha encontrado.
Bufa sonoramente, el sonido provoca un eco metálico que le taladra los oídos, maldice entre dientes.
Esa venganza le resulta tan repetitiva en boca de sus hermanos, que solo despierta ya su tedio. Ha pasado de la ilusión, la impaciencia y la esperanza a un estado semejante a la indiferencia y la desidia. Pasaban los siglos, y jamás habían encontrado la más mínima pista del anillo del rey Traidor, el humano que los condenó de por vida a la esclavitud, ni de esa llave que nombraba la profecía.
Al menos, él se regocija solazado en sus escasos momentos de libertad, gozando de sus poderes, manipulando a su antojo y descubriendo curioso la nueva época en la que debe desenvolverse. Se divierte jugando con los humanos, más precisamente, con las humanas.
Todas, absolutamente todas, terminan pidiendo de él lo mismo, entre otras muchas y dispares cosas. Y a todas complace, a unas con más pasión que a otras. Naturalmente, él también tiene sus predilecciones.
Por regla general, durante esos tres días en los que, liberado de sus tres deseos diarios, puede husmear entre los humanos, se dedica a camuflarse entre ellos, a observarlos, aprender y, cómo no, buscar, aunque ya sin mucho interés. Más por hábito adquirido que por otra cosa.
Se descubre impaciente por volver al Plano Material, por conocer a su nueva ama, y casi se relame imaginando cómo será ella. Hace tiempo que no yace con una mujer, ni humana ni mágica, pero en su fuero interno reconoce y asume su predilección por las féminas humanas. Sonríe con lascivia.
Sí, se dice, las mortales pueden regalarle algo que ninguna ghoula es capaz de ofrecer: una genuina curiosidad, un delicioso asombro, una lujuria contenida y una admiración sobrecogedora; en definitiva, todo un mundo nuevo que explorar.
Ha complacido a innumerables mujeres sí, ha gozado de sus cuerpos y en ocasiones de su ingenio, y quizá eso ha despertado su empatía por la raza humana. Mortales entregados a una lucha ardua por contener sus más bajos instintos, una lucha que él descompensa cuando se presenta en sus vidas.
Es toda una tentación, le dicen, y todas sucumben, da igual la clase social, la condición, las creencias o los principios. Todo desaparece ante la posibilidad de que él les abra todo un mundo de sensaciones nuevas.
En sus manos se han derretido virginales doncellas, experimentadas meretrices y hasta castas beatas. Todas ellas han subido a las estrellas guiadas por él, descubriendo los excelsos placeres que se ocultan en sus cuerpos.
La última vez que fue invocado consiguió emocionarse ante el ingenio humano. Los hermanos Lumière habían inventado el cine y pudo disfrutar con harto asombro de una producción bastante cómica de cine mudo. Nunca olvidará aquella sala cinematográfica en París, ni lo que aquella mujer, su ama, le pidió que le hiciera durante la proyección del film.
Después de todo, los humanos también poseen poderes: una inteligencia que despierta con los años, y una libido reprimida, con más energía que los conjuros de una ghoula.