6
Revelaciones

—Sulaymán —le repito, rogando poder desviar su atención de ese parte de mi cuerpo.

—Me refiero al rey Salomón —comienza—, hijo de David, de la dinastía hebrea, el que construyó el Templo de Salomón. Existen muchos misterios y leyendas referentes a él, como por ejemplo que conquistó a la reina de Saba. Sin mi ayuda no lo habría conseguido jamás.

Abro la boca, muda de asombro, y pienso que es una broma, pero al ver la ofensa en el semblante del genio, descubro que habla completamente en serio. Interesante.

—Conque clases de seducción a reyes… Serías la envidia de Casanova, jajajajaja.

—No fueron clases de seducción, tomé la apariencia de Sulaymán y me acosté con ella. —Hace una pausa y sonríe orgulloso—. Varias veces. Y respecto a Casanova, he de decirte que Giacomo buscaba cobijo en los aposentos de las damas en pos de confabulaciones y ardides.

»Como adorador de la magia y la cábala, se pasó la vida huyendo de la Inquisición y de la envidia. La mayoría de las veces, a las mujeres ni las tocaba. Su gran pasión secreta no fueron ellas, sino los hechizos mágicos. Jugueteó demasiado con ellos.

Demudada, se me atoran un torbellino de preguntas en la garganta. Yinn se me adelanta.

—¿En qué reino estoy?

—En el de los hielos —bromeo—, pero has acertado con la época.

Yinn alza las cejas con cara de disgusto.

—Canadá, al norte de América.

—América, otra vez —murmura meditabundo.

Apunto y ordeno mentalmente un sinfín de preguntas. La curiosidad me acucia, pero deben primar las prioridades.

—¿Por qué le llamas el rey Traidor?

—Porque nos traicionó.

—Vengaaa —me quejo—. No es justo que me hagas preguntar de nuevo, sé más específico.

—Es una respuesta precisa a una pregunta concreta, creo que estoy siendo justo.

Resoplo enfadada y asiento ceñuda.

—Estás muy guapa cuando te enfadas —alaba zalamero—. Cuando he visto el color fuego de tu cabello, he sabido que ese es el elemento que te gobierna. Suerte que tus ojos no son verdes, porque al ser el complementario del rojo, te convertiría en una lengua de fuego incontrolable.

Se acerca a mi rostro y me mira fijamente a los ojos.

—Color azul cobalto, aunque según la luz parecen violeta oscuro. Como el fondo del océano cuando apenas lo acaricia el amanecer, o como un campo de lilas cuando cae el ocaso. Impresionantes. El color de la sabiduría y la serenidad, posees el equilibrio perfecto.

Me cuesta reaccionar, como si un hechizo me hubiera dejado inmóvil. Recibo la admiración del genio y oculto la que él me provoca.

—Solo te falta decirme que Becquer copió su prosa de ti.

—No, su prosa era genuinamente suya.

Sacudo la cabeza, en un fútil intento de despegarme del influjo de su mirada.

—Dispara, vaquero —le recuerdo.

—¿Estáis en guerra?

—Hay reinos… países, que siempre lo están, lamentablemente, pero no a nivel mundial. Ya hubo dos guerras mundiales que casi devastan el planeta. Ahora vivimos una época de paz que espero que dure permanentemente. ¿Ves? Yo amplío las respuestas, podrías tener la misma consideración.

—Me acabo de extender en tu halago —se defiende.

—Tus halagos no me interesan.

—Te interesarán —promete jactancioso.

Me centro de nuevo mirando su perilla, a decir verdad, parece la barba de un chivo.

—¿Cómo os traicionó Sulaymán?

Esta vez es él quien permanece absorto, su marcada mandíbula se tensa.

—Nos prometió la libertad si le ayudábamos a construir su pretencioso templo, y no solo lo hicimos, sino que se sirvió de nosotros para todas sus artimañas de poder. Nos hizo llevarlo a los más ignotos rincones del mundo, abrimos su mente a la sabiduría de los elegidos, conquistamos reinos en su nombre, forjamos alianzas, derrotamos a sus enemigos y le proporcionamos las más bellas mujeres.

»Y cuando culminamos su gran templo, mientras él se sentaba en su trono a observar su obra, apoyado en su cayado, un día descubrimos que solo era un cuerpo vacío. Había muerto sin cumplir su promesa. El muy miserable supo que moría y prefirió hacerlo en silencio para alargar eternamente nuestra servidumbre. Juramos entonces venganza y seguimos tras ella.

Cuando vuelve a mirarme, se esfuma su seriedad en favor de una cautivadora sonrisa.

—¿Suficientemente extenso?

—Más que suficiente, yyy… acabas de gastar tu turno.

Chasquea la lengua divertido y me guiña un ojo.

Touché, Cata, eres una chica lista, entre otras cosas.

—Empezamos a entendernos.

Yinn suelta una carcajada y asiente complacido.

—¿Qué me pasará si no le doy la llave al dao?

—Te matará se la des o no.

Trago saliva. Un velo cubre mi mirada, pienso en mi madre y la tristeza me golpea.

—¿Por qué tu madre sabía conjurar hechizos e invocaciones para atraer genios?

—No lo sé, se encerraba en el desván a llorar y nunca me dejaba entrar. Pero un día se dejó la puerta abierta y me colé antes de que ella llegara.

Hago una pausa, los recuerdos se agolpan en mi cabeza.

—La vi rebuscar en ese baúl, cogió una vela y cinceló un nombre en su lomo con una horquilla. Luego lo pronunció al revés, seguido de un canto en un idioma extraño y casi al instante un ser… distinto a ti, aunque de apariencia humana, se presentó ante ella.

»Mi madre negaba con la cabeza entre sollozos, entonaba otro cántico agitando un joyero y el ser desaparecía dentro, transformado en un pequeño torbellino de humo blanquecino. Luego, solo lloraba. Hasta que me sorprendió en uno de esos rituales.

Yinn me observa con una expresión indescifrable.

Tomo aire e intento ahuyentar los recuerdos, la pena de mi interior crece.

—¿Cómo puedo enfrentarme al dao?

—Sola no tendrías ninguna oportunidad, pero me tienes a mí.

Clavo los ojos en los suyos y en ellos hallo la seguridad y la esperanza que necesito. Podría seguir jugando conmigo, podría no dar pistas, en cambio se ofrece a ayudarme. ¿Me compadece o sigue jugando? ¿Qué sentido tiene que me ayude, cuando él mismo sería beneficiario de los planes de ese dao?

—¿Cuál es la situación actual en Jerusalén?

—Israel es precisamente uno de los países que siempre está en discordia, azotado por guerras de religión y de territorio. Actualmente está desgarrado por el conflicto árabe-israelí.

—Así que siguen en disputa —masculla reflexivo—. La maldición de Salomón no solo recae sobre nosotros.

Decido ir al grano, mi vida corre un serio peligro.

—¿Por qué me tengo que fiar de un genio que anhela su libertad como los demás, aunque me haya prometido su ayuda?

Sus afilados y brillantes ojos verdosos con destellos dorados se clavan en mí con una intensidad que me cierra la garganta.

—Por tres motivos, aunque solo puedo revelarte dos.

Aguardo a que continúe; no obstante, me observa con suma atención en silencio, consiguiendo que mi sangre se torne densa y que mi temperatura aumente peligrosamente.

—¡Oh, vamos! No puedes dejarme así —suplico, haciendo un puchero.

El genio desliza su mirada hacia mi boca. ¿Son llamas lo que danzan en sus peculiares iris?

—Primero —comienza en tono grave, meloso y demasiado sugerente, alzando un dedo—, porque aun anhelando mi libertad, no la quiero a costa de la destrucción de la humanidad. Malik, es cruel, sanguinario y déspota, me temo que viviríamos todos bajo un yugo peor. Y segundo —alza otro dedo—, porque mientras esté bajo tu vasallaje, me debo por entero a tus deseos.

Este recordatorio quema mis tripas y hace que me dé un vuelco el corazón. Semejante individuo bajo mi dominio, eso sí que es un regalo divino. Pienso en esa tercera razón que oculta y me prometo sonsacársela antes de que se vaya.

—¿Se cumplieron las profecías de Nostradamus sobre el genocida germano que arrasaría el mundo conocido?

—Si te refieres a Hitler, sí —respondo—. Y casi lo logra. La unión de los países aliados se lo impidió.

Me levanto de nuevo, seguida por la penetrante mirada del genio. Busco entre los estantes de mi librería una enciclopedia ilustrada, miro el índice y la abro por la página adecuada. Regreso a mi sitio y le entrego el volumen.

Yinn lo coge entre sus grandes manos, sus dedos apenas rozan los míos y ese leve contacto me turba.

Permanece absorto largo rato, leyendo y observando imágenes de momentos concretos de la guerra. Su rostro se ensombrece, tiñéndose de indignación; casi parece desolado, apático y sumido en algo parecido a la decepción.

Cuando cierra el tomo, respira hondo y me mira con detenimiento.

—Como bien proclamó en su centuria Nostradamus: «Un capitán germano vendrá escudándose tras falsas esperanzas. Y su revuelta verterá gran cantidad de sangre. Bestias enloquecidas de hambre los ríos atraviesan. La mayor parte del campo estará contra Hister».

»Hitler, impresionante la exactitud de su predicciones. Y claro ejemplo de que solo la unión puede desbancar al mal. Esto nos da esperanzas a nosotros.

Esta revelación me deja boquiabierta. ¿A qué me enfrento realmente? Tan solo pretendo recuperar la tranquilidad de mi vida anterior, escapar de la condenada magia que mi madre dejó escapar, olvidar recuerdos dolorosos y centrarme en mi programada rutina. En definitiva, aspiro a vivir en la normalidad que todos disfrutan.

—Solo deseo recuperar mi vida —confieso—, nada más.

—No habrá vida que recuperar si Malik encuentra la llave o el anillo.

Meneo la cabeza y me pongo de pie nuevamente, mi mente es un carrusel alocado de ideas, pensamientos contrapuestos y temores acallados.

—¿Qué anillo, maldita sea?

Esto se complica por momentos, cada revelación es como un losa en mi corazón, como un puñal en mis entrañas que abre un agujero en mi interior por el que escapan mis esperanzas, mis sueños.

—El anillo que el rey David le entregó a su hijo Salomón. El anillo que usó el rey Traidor para invocarnos, para atraparnos en su ambición. Si se destruye el anillo, se romperá el hechizo y quedaremos libres, peligrosamente libres.

—O sea —digo frotándome las palmas sudorosas en las perneras de los vaqueros— que ese Malik tiene dos caminos para conseguir su venganza: la llave que cree que poseo y ese anillo perdido.

Yinn asiente sin dejar de recorrerme con la mirada.

—¿De dónde salió ese baúl? —inquiere con gravedad.

—Era de mi abuela, creo, lo trajo mi madre de Toledo. En una ocasión me dijo que apareció en una de las excavaciones, cuando mi abuela construía su casa en las afueras de la ciudad, cerca de la ribera del Tajo, junto a las murallas árabes.

Yinn asiente abstraído, parece estar sacando sus propias conclusiones.

—Me temo que no tenemos tiempo que perder —concluye, irguiéndose en todo su esplendor—. Debo explicarte cómo pedir deseos correctamente y tú tienes que integrarme en tu mundo. Y lo más urgente de todo, encontrar la llave antes que Malik.

Frunzo el cejo, confusa.

—¿Y si no tengo la dichosa llave?

—La tienes, hasta yo puedo sentirla latir. Malik no se arriesga a ser visto si no está seguro de cada uno de sus pasos.

—Una última pregunta antes de irme a la cama para no pegar ojo en toda la noche.

Yinn esboza una divertida sonrisa compasiva.

—Dispara, vaquera.

No puedo evitar sonreír yo también. Este ser conecta conmigo de una manera especial, me siento tremendamente cómoda en su presencia, cobijada por una aguda sensación de protección, amparada en una familiaridad extraña que me vincula a él, irremisiblemente.

—¿Cuáles son tus poderes?

Se acerca lentamente hacia mí, derramando en cada paso una sensualidad felina. Cuando está a mi altura, tengo que inclinar la cabeza para sostener su entrecerrada mirada de puma hambriento.

La atracción es tan tangible como el mobiliario del salón y tan afilada como su mirada.

—Ya los irás descubriendo, ama.

Se inclina sobre mí y se detiene a escasos milímetros de mis labios. Percibo la calidez de su aliento y todos mis sentidos se despiertan con violencia.

—Descansa, Cata, mañana tendrás un día muy ajetreado. Yo velo tus sueños.

El deseo de besarlo se agudiza tanto que hasta siento un dolor físico en mi intento por refrenarlo.

A duras penas logro dar un paso atrás, alejándome de la tentación. Yinn me mira dibujando en aquellos pecaminosos labios una media sonrisa maliciosamente seductora.

—Un consejo —agrega casi en un murmullo ronco y lujurioso—. Controla tus pensamientos o no seré capaz de contenerme.

En un estirado y debilitado impulso consciente, logro darme la vuelta y corro hasta mi cuarto.

Mi corazón late desbocado en mi pecho, como el galope de un caballo excitado. El pulso se me dispara, siento una acentuada ingravidez en el estómago y un abrasador calor en la entrepierna. Jamás en toda mi vida he sentido algo parecido.

Mi primer impulso al entrar en la habitación es correr a darme una ducha fría, y, tal vez, regalarme un momentáneo y apremiado alivio. Pero de inmediato desisto de esta idea. ¿Y si el genio es capaz de ver a través de las paredes? Ya parece leer mis pensamientos y adivinar mis deseos. ¿Cómo protejo la intimidad de mi mente? ¿Cómo logro controlar lo que este ser provoca en mis más primarios instintos?

Me meto vestida en la cama y abrazo mi almohada. Cierro los ojos con fuerza. No espero a Morfeo. Esta noche no, esta noche seré raptada por otro dios, Vulcano.