13
Confesiones

—Uughetsean es un mundo poblado por reinos muy diferentes y belicosos —comienza Wahêd, paseando sus ojos por las delicadas y hermosamente cinceladas facciones de la humana—. Es un interminable desierto llamado Khol, repleto de dunas, de vientos raspados, de soles implacables y lunas majestuosas, donde las tormentas de arena elevan partículas doradas que, arrastradas por el viento, se convierten en lomas brillantes que se asemejan a cúmulos de oro molido.

Hace una pausa en la que se deleita mirando los carnosos labios de la mujer, tan exquisitamente perfilados que ni un pintor de su amado Renacimiento sería capaz de plasmarlos.

—Mi reino es la Ciudad Etérea, vivo en el Palacio Nebuloso, un entramado de nubes que conforman edificaciones cónicas y esbeltas. Como djinn de aire, vivo entre vientos huracanados y brisas perezosas, entre nubes espesas y recintos esponjosos y cálidos aunque consistentes.

»Luego está el reino de los daos, los genios de tierra, en la Ciudad de Bronce, donde conviven con sus aliados de fuego, los efret. En él hay ostentosos e imponentes palacios de metal finamente labrados, como mezquitas con cúpulas puntiagudas y ventanas ojivales. Un lugar hermoso, aunque repleto de peligros.

»Por último, está para mí el reino más singular de todos, el Gran Oasis, el de los marid, los genios de agua, luminosos y dotados de un poder tan magnífico como bondadoso. Su reino es un vergel repleto de cascadas, lagunas y pozas, donde la vegetación se aboca a las profundidades, dotando a las aguas de un verdor tan profundo como las montañas de tu mundo. Allí el agua es iridiscente, irradia un halo mágico de paz y bienestar. Y esa luz ilumina todo el entorno, creando un fulgor hechizante que alimenta el alma y cautiva el espíritu.

Contempla embelesado el hermoso y beatífico perfil de la mujer y suspira. Cada vez le resulta más arduo comedir sus ansias de poseerla.

—Tu turno —susurra.

—Esto no es fácil para mí —anticipa ella, contrayendo levemente sus labios.

Abre los ojos y lo mira y él, una vez más, se sumerge indefectiblemente en la subyugante mirada de la mujer.

Podría permanecer contemplándola toda la eternidad, venerándola y postrándose a sus pies como el esclavo que es, una esclavitud que se aleja progresivamente de su consabida obediencia obligada. Y esa certeza lo inquieta tanto como la misión que tiene ante sí.

—Mi vida hasta este momento —comienza ella con un deje de amargura en la voz— ha sido una lucha infructuosa y agotadora, una huida constante, un anhelo desesperado por cambiar mis circunstancias, y ahora veo que también mi destino.

»Ignoro la razón por la que mi madre realizaba invocaciones, el porqué de ese empeño continuo de buscar algo que me es desconocido. Solo sé que fue precisamente esa insana obsesión por la magia lo que la mató. Y a causa de ello, en mí creció tal rabia, tal impotencia, que decidí borrar mi curiosidad y emprender una vida en la que la normalidad teñida de olvido fuera mi máxima. Y casi lo consigo, hasta que Malik trastocó mis planes con su aparición.

La mujer hace un mohín amargo y traga saliva con dificultad.

—Ahora veo que mi madre murió dejando un círculo abierto, un círculo peligroso que además me atrapa en él, y hasta que no logre cerrarlo, esa normalidad a la que aspiro está aún muy lejana. —Resopla y se frota el rostro con las manos—. También sé que mi vida corre un grave peligro, y que de mi lado tengo a alguien al que siento defensor y contrincante al mismo tiempo y eso me desgasta, convirtiéndome en una persona recelosa y titubeante.

Sus enigmáticos ojos cobalto se tornan en un violeta profundo y Wahêd se queda extasiado ante el brillo que emana de ellos. A duras penas contiene las ganas de estrecharla entre sus brazos.

—Mi único cometido es ayudarte. Nada has de temer de mí, conmigo estás a salvo.

—Contigo —murmura absorta—. Ese es el problema, Yinn, no quiero depender de ti, para encontrarme luego sola y asustada. Quiero que me ayudes a protegerme por mí misma.

Su semblante parece desesperado, desolado y suplicante.

Wahêd duda si contarle la manera de atarlo a ella durante tiempo indefinido, pidiendo el último día solo dos de los tres deseos obligados. Pero tiene que sopesar primero las consecuencias, pues los días extra entre los humanos socavaban su fortaleza, su vitalidad y su poder, y si excede su estancia, puede languidecer hasta morir de extenuación.

No obstante, ese es un caso especial, tiene importantes intereses puestos en esa misión: derrocar la tiranía en su mundo y evitarla en el de los humanos. Además, su mente no deja de dar vueltas a la profecía que le fue desvelada por su maestro el gran Zahin. Si está en lo cierto, la humana sería la pieza clave en los maléficos planes del sultán. Por nada del mundo debía caer en las manos de Malik.

—Cuando llegue el momento —dice—, descubrirás la fuerza que hay en ti, una fuerza que yo te mostraré. Ahora debes alejar tus reservas y tu desconfianza, de lo contrario, serán tu talón de Aquiles. Confía en mí, Cata, soy tu único bastión.

La mujer cierra de nuevo los ojos, tal vez para contener las lágrimas que asoman a ellos. Es un gesto fútil, la humedad brota empapando sus largas pestañas oscuras.

Se las seca con un ademán furioso y, como tantas otras veces en que su flamígero ánimo se descontrola, Wahêd puede percibir cómo su piel emite un sutil destello, como un aura latente y translúcida de color cobre.

Jamás en toda su vida ha vislumbrado tal fuente de energía producida por una humana.

Sabe que es distinta desde que puso los ojos en ella, como sabe que algo se oculta en su pasado, algo difícil de discernir cuando la única que tiene las respuestas no se encuentra entre los vivos.

—No me queda otro remedio —masculla, con apenas un hilo de voz.

Su desconfianza le duele, aunque la entiende, él representa todo cuanto ella odia, todo lo que le ha causado dolor.

—Intenta dormir, mañana nos alejaremos de aquí.

De pronto, abre los ojos y los clava interrogantes en él.

—¿Y Allan? ¿Y mi vida?

—Es lo que intento preservar alejándote. Inventa algo, pero nos vamos de viaje.

Cierra de nuevo los ojos tras un largo suspiro. La observa durante un buen rato, hasta que sus facciones se relajan y su respiración se normaliza.

Entonces, cierra él los suyos y su mente viaja hasta su reino, hasta los alrededores del Palacio Nebuloso, donde su gran amigo y confidente, Asum, suele apostarse en las torretas de vigía para alertar de visitas inesperadas o avistar ataques enemigos.

Tiene que concentrarse lo suficiente para dejarse ver por él.

—¿Wahêd?

—Chis… nadie debe verme. Necesito tu ayuda.

—Ya me lo imagino, buen amigo, se oyen rumores malintencionados sobre ti.

Observa la larga barba puntiaguda de Asum, su oscura y sagaz mirada, su rostro afilado de nariz aguileña y el descomunal turbante verde que adorna su cabeza, y se siente tan distinto a cuanto fue que desea hacer crecer su barba de nuevo y lucir sus ropajes característicos. Esa mujer lo ha despojado de su rango, de su clase, incluso puede que de más cosas en las que se niega a pensar.

—¿Qué rumores?

—No pareces tú —aduce Asum, entrecerrando los ojos.

—Pero lo soy. Es una época extraña, la gente va así, tienes suerte de haberte alejado de la búsqueda. Los humanos son criaturas débiles e incomprensibles.

—Pero te despiertan ternura —adivina Asum con preocupación.

Él asiente con sinceridad.

—Ese es el rumor, que proteges a los humanos por encima de nuestros intereses —desvela—. Y si demuestran que es cierto, estás acabado.

—Me temo que he emprendido un camino de no retorno.

Asum masculla y lo mira con reprobación.

—Siempre supe que este momento llegaría —admite pensativo— e imagino que vienes a pedirme que tome partido.

—Así es. Ahora más que nunca necesito apoyos, necesito que me avises del peligro antes de encontrarlo, que me tengas al tanto de cada movimiento de Malik. No osaría pedirte que lucharas conmigo.

—¿Qué es lo que te ha impulsado a rebelarte finalmente? ¿Cuentas con armas para enfrentar lo que se te avecina?

—Tengo la llave en mi poder.

Asum agranda sus ojos y entreabre ligeramente su boca con genuino asombro.

—¡Tienes la llave de nuestra libertad! Si abres el portal que separa los diferentes planos, será a ti a quien sigamos. ¿A qué esperas para convertirte en nuestro líder?

—No deseo el rango de sultán —responde con aplomo.

—Acabas de borrar el sentido que le daba a tu revuelta.

Wahêd contempla pensativo cómo los haces de luz atraviesan los nimbos acentuando los diferentes claroscuros que iluminan las nubes, desde un blanco radiante hasta un gris plomizo, definiendo volúmenes y perfilando los contornos de las masas esponjosas que se arrebujan en el cielo.

—Mi único objetivo es restablecer el orden en nuestro mundo y respetar la vida humana. Ambos sabemos que podría reinar un tiempo, hasta que Malik cosechara adeptos para desbancarme del trono y ocuparlo de nuevo. Dime, ¿qué goce puedes encontrar en atemorizar a seres inferiores? Nada de lo que ellos poseen nos es necesario y no pienso destruir y torturar vidas en pos de una venganza extinguida y absurda. Sabes tan bien como yo que Sulaymán no cumplió su palabra porque lo sorprendió la muerte, Malik solo utiliza esa excusa para colmar su ambición y crueldad.

Asum medita un instante, se atusa absorto la barba y asiente quedo.

—Convengo en ello, no hay más verdad que la que acabas de manifestar tan sabiamente. No obstante, no comulgo del todo con tu plan.

—Estoy abierto a sugerencias —concede.

—No deseo ser un mero apoyo pasivo, tienes mi ayuda, mi poder y mi completa lealtad.

Wahêd sonríe agradecido.

—Es cuanto necesito saber.

—Es cuanto puedo hacer —replica Asum sonriente.

—Necesito encontrar a Vanut —añade Wahêd—, creo que está en alguna parte del Gran Cañón del Nahanni, en Canadá, seguramente aún custodiado por la tribu de nativos dene. Estuve mirando los mapas de la humana para ubicar el lugar, pero es muy extenso y ahora es un parque protegido.

—No se sabe nada de él tras su destierro, tan solo rumores de siglos pasados, y aunque lo encuentres, dudo que logres romper su hermetismo.

—Le necesito, su sabiduría es tan añeja como los tiempos, aunque su poder ya no sea el que era, si acaso conserva alguno.

Vanut era un gran marid, el más grande de todos, idolatrado y venerado por todas las razas de genio. Pero fue acusado de traición por el gran Malik y, asombrosamente, Vanut asumió esa condena sin réplicas ni defensa. Aceptó su destierro, le fueron arrebatados sus grandes poderes, aunque no su inmortalidad, y fue lanzado al Plano Material. Con gran deshonra y dolor, todos cuantos lo admiraban contemplaron su caída impávidos e impotentes.

Y, a pesar de ello, a Malik no le agradó ese fin para su eterno y poderoso adversario. Esperaba otra actitud por parte de Vanut, esperaba que se enfrentara abiertamente a él, esperaba una excusa de peso para arrancarle el alma, y no la encontró.

Wahêd jamás entendió la sumisa aceptación de Vanut, que ni siquiera profirió una palabra en su defensa, tan solo asentía, mostrándose puerilmente cabizbajo.

—No busques explicación al asunto de Vanut —musita Asum—, no la encontrarás, se la llevó consigo.

De repente, Wahêd se siente desazonado y nervioso.

—He de volver, algo no va bien.

Asum asiente con preocupación y lo mira pensativo.

—Estaré alerta —manifiesta quedo.

Wahêd le regala una mirada agradecida y se disuelve en la nada con premura.