23
Rendición

Me veo asaltada por pesadillas, por sueños húmedos, por un compendio de inquietudes físicas y psíquicas que me arrancan constantemente de una duermevela infernal.

La decisión sigue inamovible en mí y, una vez tomada, cada minuto de ese condenado reloj me parece la eternidad de un siglo.

A partir de la una de la madrugada ya es un nuevo día, con sus tres deseos pertinentes, dos en este caso, pues pensaba entregarle uno a Yinn. Aunque no me siento nada generosa, pues sería la receptora directa del primero.

Él permanece boca arriba, inmóvil, como ausente, como una estatua helénica de belleza y proporciones regias, tan solo con el pantalón vaquero puesto. Su torso desnudo es un imán para la rendición. Admirarlo supone un placer tan excelso que debería cobrar por su sola visión.

No puedo creer que haga apenas un momento me haya masturbado delante de él, y además gozándolo con absoluta alevosía. Ese acto exhibicionista, tan impropio de mí, me ha hecho sentir poderosa, decadente y deseada como nunca antes. Su ardorosa mirada ha exaltado hasta cotas inimaginables el placer que yo misma me he dado, y si sus ojos consiguen eso, ¿qué demonios será capaz de conseguir todo su cuerpo?

Tiemblo solo de imaginarlo sobre mí. La urgencia me acucia y mis ojos deambulan con obsesiva atención sobre la pantalla del reloj.

Un molesto zumbido evapora mis cavilaciones. Dirijo la mirada al bolso, es mi móvil. Miro a Yinn, pero parece en trance, tiene los ojos semicerrados y no da señales visibles de percibir nada a su alrededor.

Salgo de la cama con sigilo, cojo el bolso y me encierro en el baño.

El zumbido se agudiza cuando saco el teléfono y lo descuelgo rauda.

—¿Diga? —susurro.

—Te amo, eso te digo.

La voz de Allan me paraliza. Nerviosa, miro hacia la puerta cerrada. Un revoltijo de emociones agita mi estómago.

—Es casi la una de la madrugada —murmuro inquieta.

—No podía dormir, preciosa, no dejo de echarte de menos.

—Estaba intentando dormir.

—Lo que quiere decir que no dormías… ¿Pensabas en mí?

—No pensaba en nada en concreto —respondo. «Excepto en copular como una posesa con un soberbio adonis mágico», pienso, mordiéndome el labio.

—¡Oh! —exclama decepcionado—. Entonces, ¿no me echas de menos ni siquiera un poquito?

—No es eso, estaba intentando conciliar el sueño, es todo.

—Bueno, ¿qué tal tu éxodo?

—Tranquilo, me está viniendo bien.

Una pausa, puedo notar su incomodidad.

—Me alegro, cielo. ¿Dónde estás exactamente?

—En Fort Simpson, junto al Parque Nacional de Nahanni.

—Vaya, plena naturaleza, seguro que encuentras la paz. —Suspira profundamente—. Yo solo la encontraré cuando regreses a mi lado.

Suena abatido. De inmediato me siento sucia, vil y desleal. Trago saliva y cierro momentáneamente los ojos, empiezo a encontrarme mal.

—Allan, si todo va bien, pronto estaremos juntos.

—Recuerda que tienes una promesa que cumplir.

—No lo olvido —miento, con una desazonante opresión en el pecho.

—Bien, cariño, te dejo dormir. Solo quería escuchar tu voz y decirte que no puedo estar sin ti. Te añoro, mi vida.

—Yo también. Nos vemos pronto.

—Cuídate, te quiero.

La saliva que intento tragar se torna amarga y densa, siento náuseas.

—Lo haré, descuida. Besos.

Y cuelgo, sintiéndome la más perra de las mujeres.

Guardo el teléfono en el bolso y hundo el rostro entre las manos. Fuera del baño, oigo el pitido del despertador.

La una en punto, la hora de mi rendición, ahora velada por un malestar interno tan insidioso que apaga cualquier vestigio candente que pudiera quedar dentro de mí.

Y de nuevo regresa el rencor, ya no solo contra Yinn y contra el destino, sino también contra mí.

Salgo del aseo y me meto de nuevo en la cama. Esta vez no miro a Yinn y me arrebujo dándole la espalda, la culpabilidad me impide afrontarlo.

—Los remordimientos son el sentimiento más inútil de todas las emociones absurdas que manejáis —comienza Yinn, lacónico—. Y lo peor es que lo esgrimís para autocompadeceros.

—¡Déjame en paz, Freud!

Oigo su risa ronca vibrando sugerente en cada nota, con una cadencia tan baja y tosca, tan eróticamente salvaje, que despierta mi traidor cuerpo una vez más. Con él tan cerca, la impasibilidad no es una opción.

—Mira, Cata, no puedes retroceder en el tiempo. Me has regalado un exquisito placer visual y eso ya no puedes cambiarlo. Te sientes tan atraída por mí como yo por ti, ¿vale de algo lamentarse? No, no me contestes, sé la respuesta. Lo único coherente e inteligente es aprender la lección y… o bien luchar contra la tentación, sufriendo durante toda la contienda, o terminar lo que has empezado y liberarte.

¿El tono de su voz es más suave y grave de lo normal o son imaginaciones mías?

—Manipulador.

—Jajajajajajajaja… Tengo muchos siglos de experiencia.

Sigo de espaldas a él, no me atrevo a encararlo. Siento su aliento y su calor corporal muy cerca de mí.

—¿Es así como seduces a tus amas?

—Es la primera vez que seduzco, nunca lo he necesitado.

Siento un hormigueo recorrer mi espina dorsal y un cosquilleante aleteo en mi estómago. ¡Dios, ¿por qué me haces esto?!

—Necesito dormir —concluyo, cerrando los ojos.

—No te engañes, pelirroja, me necesitas a mí. Y por fin el reloj muestra la hora que tanto has esperado. Quiero mi deseo.

Esta vez sí me revuelvo furiosa contra él.

—Te odio, maldito —impreco.

—Es lo que intentas desde que entré en tu vida, pero no te dejo conseguirlo.

Observo su media sonrisa pendenciera, cargada de relamida sensualidad, ese rictus burlón y esa mirada pícara, y decido borrarlos de un plumazo.

Me abalanzo sobre él y tomo su boca con violencia, en un acto más rabioso que pasional.

Siento la tensión de Yinn, su envaramiento, su malestar, y redoblo mis esfuerzos por doblegarlo a mí.

Mi lengua incursiona en su boca y busca a su homónima para retarla a un duelo húmedo sin igual. La enredo, la cerco, la froto, su suavidad me desquicia, su sabor me enloquece y, de pronto, unos poderosos brazos me aprisionan contra un férreo pecho y esa lengua huidiza planta batalla.

Yinn toma el control absoluto del beso, cortándome el aliento. Ahora el enfebrecido es él. Me besa con una desesperación que raya en la locura. Siento que desfallezco, su lengua me avasalla, me saborea con una intensidad que me derrite.

Enredo los dedos en esa melena larga, suave y oscura que tanto me cautiva y atrapo mechones en los puños, tirando ligeramente de ellos. Yinn derrama en mi boca sus gemidos, todos y cada uno de ellos me saben a triunfo.

Él sujeta mi melena con la mano para manejar mi cabeza a su antojo y esa indefensión me excita. Mientras, profundiza el beso y su otro brazo me ciñe bruscamente la cintura.

Noto su fuerza, su poder, y todas mis terminaciones nerviosas estallan en una miríada de emociones que me abren en canal, como un terremoto desplazando dos placas tectónicas, dejando salir un torrente de magma volcánico, y eso es precisamente lo que recorre mis venas, derritiendo mis sentidos.

Me falta el aliento, mi cuerpo es un juguete en sus manos y solo sé que no quiero dejar de serlo.

Yinn me aparta para mirar mis ojos. Cuando compruebo que la lava también lo consume a él, que el fuego que destella en su mágica mirada es tan voraz como el mío, siento una punzada de vanidad y complacencia que me hace sonreír perversa.

—Eres la más infame de las mujeres —susurra, sin dejar de mirarme—. Se acabaron los juegos, Cata. Eres mía y voy a tomarte como tal. Vas a pagar cara tu osadía. Has jugado con fuego y nos quemaremos los dos.

Rasga los tirantes del camisón y lo desliza burdamente por mi cuerpo. Su rudeza, su mirada, su urgencia y su descontrol me hacen suya incluso antes de tomarme. En mi mente no cabe más que su mirada y su pasión.

—Yinn… —gimo trémula.

—¡Me vuelves loco, mujer!

Y se abalanza sobre mi boca como un depredador, reclamando su presa con vehemencia, con ansiedad. Le doy lo que busca, con el mismo afán que él me ofrece.

Mis manos por fin se sacian de su piel. Recorro las ondulaciones de sus músculos, que se mueven flexibles bajo mis dedos, me deleito con la acerada calidez de su cuerpo, firme y suave. Bajo las manos por su poderosa espalda, dejando sutilmente la marca de mis uñas en ella. Yinn se arquea y gruñe de placer, masculla una maldición cuando logro deslizarme dentro de su pantalón y apreso sus nalgas, clavando las uñas en ellas.

Tener frente a mí su cuello arqueado desata mi instinto más animal y me incorporo apenas para clavar suavemente los dientes en él. Nunca he tenido tantos deseos de devorar nada en toda mi vida.

Yinn se sobresalta, sorprendido ante mi reacción. De repente, en su mirada brilla un salvajismo que me atemoriza.

Apresa mis muñecas por encima de mi cabeza, se acomoda entre mis piernas con gesto tenso, cejo fruncido y mueca distorsionada por un anhelo atroz y musita:

—Moriré, lo sé, pero te llevaré conmigo aunque sea lo último que haga.

Lo miro retadora y le sonrío lasciva.

—No tienes ni idea de lo que has despertado —añade en un susurro tenso.

Y vuelve a besarme con más ahínco, con más hambre, con más virulencia.

Inmóvil bajo su cuerpo, solo dispongo de mi lengua para demostrarle que soy una digna rival. Le arranco un gruñido tras otro. Arde bajo mis manos.

Cuando separa su boca de la mía, es para seguir devorando cada centímetro de mi piel. Lame, succiona, muerde, paladea, juguetea sometiéndome a un suplicio desquiciante. Cuando toma entre sus dientes mi pezón, dejo escapar un grito agónico. Succiona tirando de él y lo suelta para pasar la lengua con suavidad, luego sopla, endureciéndolo más. Alza la mirada, nublada por el deseo, para encontrar la mía, y de nuevo lo atrapa con delicadeza entre sus dientes. Va de un pecho a otro, trazando círculos con la lengua, regalándome una dedicación tormentosamente gozosa.

Tiemblo de placer, me derrito ante sus experimentados juegos, ante sus candentes miradas, y siento un apremio desolador por tenerlo ya dentro de mí.

Cuando su lengua baja por mi vientre zigzagueando, me contraigo ante lo que está a punto de venir. Todo mi cuerpo se sacude cuando siento su aliento en mi sexo. Se detiene, gira su rostro y besa mi ingle, siento un aguijonazo de placer agudo y alzo desesperada las caderas. Él sisea, como lo haría un domador a un caballo inquieto, y siento que muero un poco ante la expectación.

Besa y lame el interior de mis muslos, me los muerde y yo gimo desesperada. Estoy tan húmeda, tan hambrienta de él, que me agito provocándolo.

—¿Sufres, Cata? —susurra—. Esto no es ni una décima parte de lo que me has hecho a mí.

Por fin se apiada y su boca se cierne sobre mi sexo con apasionada entrega.

Su lengua me lleva al delirio, jadeo, gimo, me convulsiono, me consumo bajo sus avezadas caricias. El placer es tan atroz que casi siento que me desgarro por dentro.

Tengo tantos orgasmos seguidos, tan violentos y tan brutales, que suplico desmadejada que pare.

—¿Quieres que me detenga, Cata?

—Quiero que me folles antes de que me desmaye.

Una sofocada risa sensual y jactanciosa escapa de su garganta.

—No vas a desmayarte, preciosa, no soy tan compasivo.

Sale de la cama, me regala una mirada de puma hambriento, se desabrocha el botón de los tejanos y se desprende grácilmente de ellos. Vuelvo a comprobar que no lleva ropa interior. Y que lo que se alza ante mí, altivo y dominante, es tan poderoso como el cuerpo del que nace. Su tamaño no me intimida, muy al contrario, acrecienta mi anhelo.

—Ahora voy a follarte como deseas y lo haré hasta que uno de los dos desfallezca. Porque esto, mi Cata, tendrá que vivir en nuestro recuerdo para el resto de nuestra existencia. Voy a marcarte, mujer, como tú lo has hecho conmigo.

Contengo el aliento cuando el colchón se hunde bajo su peso. Se acomoda de nuevo entre mis piernas, pero antes vuelve a apresar mis pezones en su boca, mientras la punta de su orgulloso mástil roza mi entrepierna, causando estragos en mi cordura.

Enredo mis piernas en sus caderas y las alzo, desesperada por su incursión. Me sonríe complacido, sus ojos centellean y de una sola embestida se hunde por completo en mí. Jadeo sobresaltada y siento cómo mi carne se amolda a su gruesa exigencia.

Una punzada acomete mi cuerpo, dejo escapar un grito que suena victorioso.

Profundamente encajado en mí, me vuelve a sostener la mirada.

—El único reino que quiero gobernar eternamente es este.

Sale de mí con pereza, prolongando mi placer hasta límites inusitados, para introducirse de nuevo con un movimiento seco que me quiebra el alma en un éxtasis glorioso.

Progresivamente, acelera el ritmo, llevándome a cotas inimaginables de placer. Una y otra vez se hunde en mí, entre miradas flamígeras y besos arrasadores que devastan mis sentidos. Me arqueo agónica, presa del más sublime clímax de mi vida. Grito anunciando un orgasmo tras otro, siento que mi vista se nubla, pero él no ha acabado aún.

Yinn maneja mi cuerpo a su antojo, cambiándome de postura con experimentada soltura, embistiéndome con una fogosidad arrolladora, torturándome con pausas intencionadas o cambios de ritmo férreamente controlados.

Cuando me coloca a horcajadas sobre él, siento que me fallan las fuerzas, pero cuando mi sexo se cierra ante su imperiosa y latente virilidad y oigo a Yinn gruñir largamente, mi fuerza regresa. Y cabalgo cimbreándome ardiente sobre él, hundiéndome en sus ojos, devolviéndole la tortura como una arpía vengativa, nublada por una lujuria desatada.

Cuando siento sus dientes devorando mi cuello, algo brutal y primario estalla dentro de mí, fragmentándome en mil pedazos.

A mi grito liberador se le une el suyo y ambos compartimos un orgasmo violento y a la vez cargado de una magia envolvente que ata nuestras miradas, nublándolas con una humedad extraña que me encoge el corazón.

Agotada, extenuada y con unas extrañas ganas de llorar, me abrazo a su cuello, ocultándole mi rostro. La emoción me inunda y me hace temblar. Noto asombrada que Yinn también se estremece entre mis brazos.

—Yinn…

—No digas nada, Cata, no hace falta. Soy egoísta, no quiero que tus palabras las comparta ni siquiera el aire.

Y en este momento, extremadamente dichosa, terriblemente acongojada, descubro que estoy enamorada como una estúpida de un genio mágico.