39
Despedida
Ni Tessa ni Louis se separan de mí durante la semana siguiente al regreso de Toledo.
De nada valen mis gruñidos, mis quejas, mis enfados, ni mis súplicas. Ambos se turnan para cuidar de mí, y no porque tenga que guardar cama, sino porque temen dejarme sola.
Sin embargo, ellos no saben que su cariño me pesa como una condena. No comprenden la tortura que supone cada nuevo día para mí. No son conscientes del vacío que me llena día tras día, ni de que a pesar de su compañía la soledad me abruma, dejándome desolada por completo.
Solo he estado esperando que fueran, no solo incapaces de comprender mi decisión, sino ni siquiera de aceptarla ni de perdonarme.
Me siento terriblemente egoísta. No obstante, el dolor no me deja más opciones. Hasta el hecho de respirar me resulta insoportable. A veces me pregunto cómo en tan poco tiempo ese condenado genio fue capaz de arrebatarme el alma, cómo consiguió arrancarme el corazón de una manera tan completa, y no hallo explicación alguna, pues el amor no las necesita.
Esta mañana ventosa me levanto de la cama con la decisión tomada.
En la habitación frente a la mía duermen Tessa y Louis, ya inmersos en una incipiente e intensa relación. Al menos, mi deseo en ese aspecto sí se ha cumplido.
Me visto y bajo la escalera subrepticiamente, de puntillas, rogando no despertarlos.
Llego al recibidor, alargo la mano hacia el perchero para coger el abrigo, pero me detengo a mitad de camino. No lo necesitaré, me digo.
Salgo de casa sin mirar atrás. El frío se clava en mi piel como astillas finas. Siento escalofríos, aprieto los dientes y acelero los pasos.
Camino sin pensar en nada, atravieso McDonald Boulevard en dirección al parque. El hielo cruje bajo mis pies, la avenida está poco transitada.
Llego al paseo frente al lago y me siento en uno de los bancos. Una neblina blanquecina flota sobre el agua, rezumando todavía la escarcha de la noche anterior. Por fortuna, aún no se ha formado una capa de hielo sobre la superficie.
Ahí, sentada y aterida, me permito rememorar cada uno de los instantes pasados junto a Yinn, desde el primero hasta el último, y me descubro asombrada sonriendo. No cambiaría ni un segundo pasado junto a él por una vida común.
Los escalofríos me sacuden, es inútil dilatarlo más. Respiro hondo y me pongo en pie, camino hasta el borde del lago y me detengo. Clavo los ojos en su plateada superficie rielante y recuerdo cómo Kamil me arrastró hasta sus profundidades, el terror que me asoló y cada una de las sensaciones que me embargaron entonces, hasta que Yinn me rescató. Esta vez solo me arrastra una decisión inamovible. Estoy sola en esta vida y solo espero no estarlo en la otra.
Cierro los ojos y suspiro.
Levanto un pie del suelo cuando de repente oigo un carraspeo forzado detrás de mí.
—Perdona, ¿tienes fuego?
Mi corazón se detiene… Esa voz… grave, como un ronroneo felino, vibrante y sensual, cargada de promesas oscuras, impregnada de un deje de diversión, traviesa y provocadora, caldea con su tono cada fibra de mi ser.
Me vuelvo sobresaltada, topándome con un pecho amplio y duro. Unas manos aferran mis hombros, una peculiar sonrisa pendenciera me acelera el pulso.
—No —musito con un jadeo entrecortado—. Ya no… lo perdí.
La sonrisa se agranda, sus almendrados ojos destellan con un cálido fulgor verdoso. Una de sus cejas en V se alza maliciosa.
—Tal vez —responde sugerente—, si me dejas buscarlo, acabe por encontrarlo.
Mis ojos se llenan de lágrimas, mi corazón de un júbilo inesperado que estalla con fuerza en mi pecho, como un grano de maíz en una sartén al fuego.
Incrédula y temblorosa, dejo escapar un sollozo estrangulado. Alzo la mano con vacilación, temiendo que lo que tengo delante sea tan solo un espejismo, pero cuando mis dedos se topan con su rasposa mandíbula, el alivio inunda mis sentidos, derrite mis miedos y solaza mi alma.
—Yinn… —Los sollozos escapan de mi garganta en intervalos irregulares—. ¿Estás… Oh, Dios mío, estás… vivo?
—¿Quieres que te demuestre lo vivo que estoy?
No espera mi respuesta. Me rodea vehemente con sus fuertes brazos, me alza, me pega a su pecho y toma mi boca con una pasión devoradora.
Me aferro a él con desbordante ansiedad. Es real, maravillosamente consistente, tremendamente fuerte y sensualmente perturbador. Su aroma me inunda, me cautiva, su tacto me enloquece, me subyuga. Y su lengua cálida y vibrante me devasta con una intensidad que hace flaquear mis rodillas y que prende hogueras por todo mi cuerpo.
Nos devoramos con igual afán. Nos acariciamos como si estuvieran a punto de cumplirse todas las profecías juntas, como si el fin de los tiempos se cerniera sobre nosotros. Como si respiráramos a través de la boca del otro.
Y en realidad así es… Él es mi vida, una que acabo de recuperar.
Cuando por fin logramos separarnos, Yinn me coge en brazos y camina conmigo sin apartar su mirada de la mía.
—¿Por qué has… tardado tanto?
—¿Ya vas a reñirme, pelirroja? Porque te advierto que si antes ya te debía unos azotes, ahora el castigo será peor. ¿Qué demonios te proponías hacer?
Bajo la mirada, incómoda.
—Si hubieras tardado unos minutos más…
—Me habrías obligado a lanzarme al lago de nuevo. ¿Acaso has olvidado la promesa que me hiciste?
Miro su cejo fruncido y su semblante colérico y trago saliva.
—Lo… he intentado, pero no he podido. No quiero vivir sin ti —confieso con un hilo de voz.
—Estoy enfadado, Cata, y mucho además. Llevo una semana intentando regresar y me encuentro con esto. ¡Joder! Si hubiera llegado tarde… el final de Romeo y Julieta habría sido un folletín en comparación.
—¿Una semana?
Yinn me mira disgustado.
—Siempre te quedas con los matices, ¿eh, preciosa? Te digo que daría mi vida por ti una y mil veces y me reprochas mi tardanza.
Escondo mi rostro en su cuello y le doy un travieso mordisco.
—No es un reproche, es curiosidad —matizo sonriente, rozando la punta de mi nariz en el lateral de su cuello, para seguidamente sembrar su piel de besos provocadores.
—Pelirroja, si sigues besándome así, te juro que van a detenernos por escándalo público —murmura con voz ronca y contenida.
—Sería de las pocas experiencias que me quedarían por vivir.
Yinn amplía su sonrisa y me mira con estremecedora intensidad.
—No, preciosa, te quedan muchas cosas por vivir a mi lado. Juntos, hasta que la muerte nos lleve.
—¿Eres… mortal?
—Un deseo que uní al tuyo. Cuando el espíritu de Salomón me hizo escuchar tu deseo, aún tuve la osadía de ampliarlo. Solo quería regresar convertido en el hombre que te mereces, en tu igual, envejecer a tu lado, colmarte de dicha y… de niños. —Hace una pausa, me estudia con la mirada, amplía la sonrisa y agrega—: Aunque he de admitir que no le resultó difícil concedérmelo, lo último que querría es plagar la tierra de criaturas mágicas.
—Jajajajajaja. ¡Oh, Señor, cuánto te amo!
—No más que yo, pelirroja —admite con semblante conmovido—. Te amo tanto que no sabría discernir dónde acaba mi vida y empieza la tuya.
Me abrazo con fuerza a su cuello y paladeo cada sensación con el regocijo de un futuro pleno de dicha.
—¿Y la semana? —insisto provocando su risa.
—¿Antes o después de los azotes? Porque no vas a librarte de ellos.
Esta vez soy yo la que ríe.
Acelera el paso, las escasas personas con las que nos cruzamos nos miran con extrañeza. Me lleva en brazos y sonreímos como dos estúpidos, sin dejar de engarzar nuestras miradas.
—¿Adónde me llevas? —susurro. Me muero por besarlo de nuevo.
—A tu casa, a darte unos azotes, a dar rienda suelta, por fin, a todos mis deseos, y a grabar en tu cuerpo, en tu corazón y en tu alma todo lo que me haces sentir.
Me quedo sin habla, el corazón amenaza con escapar de mi pecho y volar a las estrellas. Aún no puedo creer que en un suspiro mi vida pase de estar acabada a tener un futuro brillante y maravilloso que me ciega con fogonazos de imágenes en común que arrancan de nuevo lágrimas de mis ojos.
—Yo también tengo cosas que demostrarte —afirmo rotunda.
Él arquea las cejas y sonríe expectante.
—¿Tengo que preocuparme?
Niego con la cabeza, suspiro sonriente contra su cuello y susurro traviesa:
—Voy a matarte de placer y de amor, gigante.
El amplio y fornido pecho de Yinn se sacude con una risa contenida de auténtica felicidad.
—Ya lo haces. Tu aliento en mi cuello está acabando conmigo.
Dobla el último recodo, recorre impaciente el sendero enlosado de acceso a la casa y nos topamos con Tessa y Louis, que se quedan inmóviles ante nosotros, con los ojos desmesuradamente abiertos, los labios separados e incapaces de proferir palabra.
—Funcionó —anuncio, sin poder evitar que una luminosa sonrisa aparezca en mi rostro.
Ambos nos miran como si fuéramos una aparición mariana.
—Pe… pero… ¿có… cómo…? —tartamudea Louis, demudado.
—¡Madre de Dios! —exclama Tessa atónita—. Jooooder. La dichosa Mesa de Salomón tiene más retrasos que el servicio postal.
Yinn suelta una sonora carcajada y me sacude con él.
—Te aseguro que cumplió el deseo al instante —informa. De repente, su rostro adquiere una expresión malhumorada y clava en mí una mirada reprobadora—. Pensaba que te había enseñado a pedir deseos, pelirroja.
—Y lo hice, concreté todo lo que pude —me defiendo.
—Debiste afinar más. Por el amor de Dios, era un deseo, hasta podrías haber aprovechado y haberme quitado los defectos que te hubiera apetecido.
Sonrío y beso sus labios.
—Tú no tienes de eso, bueno, tal vez algunos sí. Eres un poco gruñón, mandón y vanidoso, pero nada que no pueda soportar.
Yinn me fulmina con la mirada, su sonrisa se alarga en un rictus que exige una compensación inmediata.
—¿Crees que es muy sensato resaltar eso cuando estoy a punto de darte unos azotes?
—Jajajajajajaja… Seguramente no, pero en mi defensa diré que ahora mismo me confieso algo enajenada.
—Bueno —masculla Tessa, impaciente—, ¿vas a contar de una maldita vez por qué diablos has tardado una semana en aparecer?
Yinn aparta su mirada de mí para fijarla en ellos, dubitativo. Su ceño se acentúa cuando me mira de nuevo.
—Voy a recordarte lo que pediste… «Solo ansío que se le devuelva la vida y la memoria al momento justo antes de perecer».
—¿Y?
Sus hermosas facciones se tensan.
—Pues que cuando perecí, estaba en el interior de la Cámara de los Tesoros del templo de Salomón, en Jerusalén, y como un mortal más. ¡Y sin linterna! —recalca ofuscado—. Un simple hombre, con una simple camiseta y unos vaqueros, sin dinero en el bolsillo para comer, ni para cobijarme, y mucho menos para comprar pasajes de avión.
Louis y Tessa se miran el uno al otro, se sostienen un instante la mirada y estallan al unísono en una carcajada que los dobla en dos.
Yinn gruñe y yo escondo la cara en su pecho.
—No… jajajaja… no voy a preguntar qué has tenido que hacer para conseguir dinero… jajajajajaja —suelta Louis entre risas.
Tessa lagrimea y se apoya en el hombro de Louis, sacudida por incesantes carcajadas.
—Dios, Cati, jajajajaja —jadea—, te has lucido, jajajajajaja… No pienso mandarte a hacer ningún recado.
—Si me hubieras llamado a cobro revertido, habría corrido a socorrerte y… —Mi voz se apaga cuando caigo en la cuenta de que Yinn no sabe mi número de teléfono.
—Lo pensé, no creas —responde con sorna—, pero en la guía hay más Catalinas de las que imaginas. No sé ni tu apellido, ni tu dirección, he encontrado tu casa exclusivamente por memoria visual y porque la ubiqué en esta zona del lago.
—Oh, Dios, Yinn, jajajajaja… lo siento. Tendremos que ponerle remedio.
Su mirada pícara encierra promesas sugerentes.
—A eso y a otras muchas cosas que me acucian ahora mismo.
Sortea a Tessa y a Louis y avanza con determinación hacia la casa.
Entramos y sube la escalera con ardoroso apremio. Sus ojos me traspasan excitantes.
De una patada, abre la puerta de mi habitación, se acerca en dos zancadas a la cama y me lanza sobre ella.
Cuando ve su retrato, sus ojos se pierden en los detalles y brillan emocionados.
—Ese ya no soy yo.
—No, ahora eres una realidad.
Asiente, la dicha ilumina su rostro.
—Catalina Rivero, encantada.
Le tiendo cortés la mano.
—Jim Murray, el placer es y será todo mío.
—¿Tienes nombre real?
Me guiña un ojo mientras se quita la cazadora de piel marrón.
—Ha sido una semana intensa, créeme.
—¿Cómo de intensa?
Me regala esa maliciosa sonrisa oblicua que me seca la garganta y con movimientos lentos y provocadores, se quita el jersey negro de punto, mostrándome un torso esculpido, fornido e impresionante. Siento una punzada de deseo incontrolable.
—No tan intensa como lo que estoy a punto de hacerte.
Trago saliva, paseo mis ojos por este cuerpo apolíneo, deseando recorrerlo con mis manos.
—Creo que el placer también será mío, Jim.
—Eso ni lo dudes.
Sonríe gatuno y se desabrocha la cremallera de los vaqueros.
Suspiro y me muerdo el labio inferior ansiosa y agitada. Su prominente miembro tensa su ropa interior. Sonrío, es la primera vez que lo veo con bóxers.
Se quita los pantalones con agilidad, los lanza lejos y me observa incitador.
—El resto te lo dejo a ti.
Hinca la rodilla en el colchón y se abalanza sobre mí con una mirada depredadora que corta el aliento. La sangre se alborota en mis venas, crepitando con la virulencia de un incendio devorando un fardo de heno.
Jadeo cuando su boca atrapa la mía, cuando su lengua, exigente y famélica, se impone con urgencia, cuando sus manos me arrancan bruscamente la ropa, desgarrándola con un ímpetu que me eriza la piel.
Desnuda y temblorosa bajo su cuerpo, me estremezco de anhelo. La necesidad de tenerlo dentro de mí me acucia de tal manera que languidezco a cada segundo.
Se apoya en las palmas de las manos y me contempla grave y contenido.
Su melena larga, oscura e indomable, cae sobre su rostro, sus rasgados ojos verdosos con toques de caramelo se entrecierran refulgiendo maliciosos. Su cuadrada y poderosa mandíbula poblada de una barba incipiente se tensa, y sus labios se curvan en una sonrisa peligrosa y lasciva.
Paseo las manos por sus abultados hombros, tersos y acerados, recorro las ondulaciones de sus tensos músculos hasta la base de su nuca, enredo los dedos en su cabello y Yinn deja escapar un gemido hosco. Sonrío y saboreo su expresión feroz y contenida. Mis caricias lo enloquecen, puedo notar que tiembla bajo mis manos.
—Cata… vas a acabar conmigo.
—Eso ni lo dudes —repito sus palabras en voz baja y seductora.
Deslizo los dedos por el contorno de su mentón, repaso su barbilla y asciendo hasta su boca, delineando sus mullidos labios. Los entreabre, apresando la punta de mi dedo. Después, coge mis muñecas, las une por encima de mi cabeza y pega su rostro al mío. Aprisionada bajo su cuerpo, un hormigueo electrizante recorre todas mis terminaciones nerviosas.
—Escúchame bien, pelirroja, hoy no vas a salir de esta cama, hoy no vas a hacer nada más que gemir y suplicar, que retorcerte de placer, que gritar mi nombre y jurarme que seré tu amo por toda la eternidad.
Su aliento dulzón y embriagador acicatea mis labios.
—Sí, gigante, te escucho, pero no son palabras lo que ahora necesito —ronroneo ardiente—. Hazme tuya de una maldita vez.
—Cómo desees, mi ama.
Y el animal que lleva dentro por fin se libera sobre mí, hambriento, voraz e implacable.
Me toma con una urgencia que me enloquece. Me besa con tal desesperación que estremece mi alma, me acaricia con tal pasión que todos mis sentidos se derriten en ríos de lava candente y crepitante. Me ama con tal intensidad que la energía que emana de él podría sacudir el epicentro del planeta y quebrar su núcleo, iluminar la luna y avergonzar al sol y tal vez, solo tal vez, podría compararse con lo que estalla en mi pecho.