27
Presagios

Descendemos a otro nivel del subsuelo. De nuevo, el eco de nuestros pasos nos acompaña durante el avance por los laberínticos pasillos, lúgubres y desiertos.

Yinn me lleva de la mano, y ese calor y la seguridad y la fuerza que me transmite permite que siga hacia delante, que confíe en que al final todo saldrá bien, sin que ninguno tengamos que pagar por restablecer el equilibrio.

Aparto sin cesar pensamientos oscuros, teñidos de perturbadores presagios, y me reafirmo en un solo convencimiento: él no morirá.

Sam nos guía. Ha llamado a dos de sus acólitos, que cierran la comitiva a nuestra espalda. Bajamos una empinada escalinata y el Ipsissimus saca una tarjeta magnética de su pantalón y la introduce en una ranura junto a un teclado, en una gruesa puerta metálica.

Teclea un código y una luz verde parpadea hasta quedar fija, entonces se oye un chasquido y la puerta se abre.

La estancia donde nos adentramos es claramente un búnker de extrema seguridad.

—A veces la tecnología es amiga del hermetismo —manifiesta Sam con orgullo.

La cámara es amplia y cuadrada, hay varios sillones a los lados y en el centro una urna de cristal, imagino que blindada. Dentro de la misma, sobre un cojín de terciopelo negro, resalta un resplandeciente anillo muy peculiar.

Yinn abre los ojos con asombro y se acerca con lentitud hacia la urna, tirando de mí.

—Si te soy franco, jamás imaginé que ni siquiera pudiera verlo. Pero aquí está y es hermoso.

Miro curiosa el anillo de Salomón. Es de oro y lapislázuli, con un sello frontal cuadrado, que muestra en trazos dorados sobre azul la conocida estrella del rey David, el padre de Salomón.

—Realmente hermoso —convengo, deslizando mi mirada por cada uno de sus ornamentados detalles.

—Ese anillo nos invocó y nos esclavizó. Llevamos buscándolo desde entonces. Destruirlo supone nuestra libertad.

—Hubo otros seres mágicos que protegieron su paradero —aduce Sam, tecleando ahora en la base de la urna.

—Vanut —murmura Yinn—, mi maestro.

Sam alza la vista y asiente circunspecto.

—Y la criatura de fuego que nos lo entregó para su custodia.

Yinn se tensa y observa al hombre con el cejo fruncido.

—¿Qué criatura de fuego? —inquiero intrigada.

—Tenía apariencia humana, como él —explica Sam, señalando a Yinn—, pero cuando nos mostró el anillo, de su piel brotaron lenguas de fuego, su cabello se convirtió en una llama y sus ojos en carbones encendidos.

—Un efret —masculla Yinn, pensativo.

—No volví a verlo después de ese día, hará ya unos veinticinco años, quizá más.

—Por lo visto, entre vosotros quedan más vestigios de los atlantes —observo, fijando la mirada en el pensativo semblante de Yinn.

Se oye un chasquido. Sam pide la ayuda de sus dos hermanos y entre los tres levantan la pesada cápsula de cristal que cubre la reliquia.

La posan en el suelo y luego el Ipsissimus alarga los brazos y toma en sus manos el anillo.

—Toda la cámara está reforzada con acero de primera calidad, hormigón y plata. La construimos tal como nos aconsejó ese efret.

—Todos materiales que inhiben las vibraciones que emite el anillo para nosotros. Para mi mundo, este habitáculo no existe, es invisible e imperceptible —explica Yinn, absorto en el anillo mágico.

A una inclinación de cabeza de Sam, sus adjuntos lo rodean. Uno de ellos, un joven de mirada hierática y cabello dorado, llamado Louis, saca una cadena de plata del bolsillo de su túnica, de la que pende una cajita hueca, asimismo de plata, similar a un guardapelo, y se la entrega.

El Ipsissimus abre la cajita y mete el anillo dentro, después de acariciarlo con reverencia un instante. Luego la cierra, presionando hasta oír un clic metálico y se cuelga la cadena del cuello.

—Dentro de este medallón estará a salvo.

—Esperemos que así sea —contesta Yinn con preocupación—. Malik ha despertado a sus legiones. Están tan desesperados como nosotros.

Sam los conduce a otra sala, esta llena de ordenadores.

—También tenemos numerosas salas de meditación —se defiende, ante la mirada recriminatoria de Yinn.

—No estoy en contra de la tecnología —replica este—, pero no en un templo de oración.

—Es que somos más que un templo de oración, genio, somos guardianes, y por ello necesitamos estar permanentemente alertas de cualquier alarma, por muy leve que sea.

»El quince de abril de este año se manifestó la primera luna de sangre: ha comenzado la Tétrada. —Nos mira con preocupación—. Se espera otra el ocho de octubre y el año que viene, en dos mil quince, otras dos, que cerrarán el círculo; el cuatro de abril y el veintiocho de septiembre.

»Se cumplen los presagios y hemos de estar preparados.

—Como ya he dicho, se cierne sobre vosotros una nueva Edad Oscura —responde Yinn—. Y nada de lo que esté en vuestra mano podrá detenerla, solo vuestro espíritu, vuestra mente. Y estos están tan dispersos que veo difícil que se unan para salvaros.

La mirada de Sam se oscurece. Una vez más, se sienta delante de un ordenador y teclea.

—Están previstas muchas desgracias naturales —dice—. El año que viene se cree que, por segunda vez, el Vesubio entrará en erupción. Habrá además terremotos de magnitudes devastadoras, inundaciones, sequías y hambrunas.

—Esas son la profecías de Michel —comprende Yinn.

—No solo de Nostradamus, sino de muchos otros profetas: Lucas, Joel, Daniel…

Siento un opresión en el estómago.

—¿Qué es una Tétrada? —pregunto.

—Cuatro lunas de sangre, que anuncian el advenimiento del Anticristo —responde Sam.

—¿Malik?

—Es posible —contesta él, grave.

—Y dime, Sam —interviene Yinn—, ¿cómo pensáis evitar tales desastres? ¿Aquí encerrados entre monitores? ¿Avisando a la humanidad para que corra a esconderse?

—No, seleccionando a humanos con conciencia superior, para protegerlos y procurar un nuevo orden mundial. Repoblar tras la devastación con seres evolucionados.

—¿Dejaréis morir a inocentes? —pregunto indignada.

—Como bien dice tu genio, nada podemos hacer contra las catástrofes naturales y la guerra que se cierne sobre Oriente Medio.

—¿Te refieres al conflicto palestino-israelí?

—Los judíos planean construir el tercer templo de Salomón, ante la oposición musulmana. Eso terminará de agravar el conflicto —explica—. Ahí comenzará la Edad Oscura.

Un intenso y gélido escalofrío me sobresalta, siento que la sangre abandona mi rostro y mis extremidades. Tiemblo y tengo náuseas.

Yinn me coge de los hombros y me conduce hasta uno de los sofás. Nos sentamos en él y apoya mi cabeza en su hombro, mientras me acaricia la mejilla.

—No morirá ningún inocente mientras yo pueda evitarlo —susurra contra mi pelo—. Chis… preciosa, todo saldrá bien, tranquilízate.

Frota mi brazo y me pega a su cuerpo. Me arrebujo contra su pecho y dejo que su voz, su poderosa y cálida masa corporal y sus caricias alejen el pavor que me atiere.

Frente a nosotros, los tres hombres, sentados a sendas mesas de despacho, trabajan concienzudamente para rastrear el grimorio en sus ordenadores.

—¿Qué pasa conmigo?

No lo miro, solo espero la respuesta, tan temerosa como impaciente.

Yinn respira hondo con un movimiento lánguido que me balancea con él. Aguardo una contestación que parece no llegar.

—No soy estúpida, Yinn, puede que no entendiera tu conversación con Vanut, pero comprendí vuestros gestos y miradas. Te contó algo sobre mí y ahora acabas de decir que no soy como los demás. —Hago una pausa en la que me obligo a buscar su mirada—. Necesito saber.

Los ojos del genio, una mezcolanza de oro verde y avellana, destellan momentáneamente compungidos, para luego velar su emoción con una máscara pétrea.

—Tu padre escondió la llave en tu interior, te otorgó su magia y te protegió mientras pudo.

—¿Mi… mi padre? Nunca lo conocí, mi madre apenas lo nombraba. —Siento que la cabeza me empieza a dar vueltas, la garganta se me seca y mis latidos se aceleran—. Espera un segundo… ¿su magia? Joder, ¿qué intentas decirme?

Yinn me coge por los hombros y me encara con firmeza.

—¿Qué crees que buscaba tu madre en sus rituales de invocación? ¿Nunca te lo has preguntado?

—Me alejaba de las preguntas. Odiaba verla salir del desván con los ojos enrojecidos, abatida y melancólica, me negaba a buscar explicaciones a su conducta.

—Nunca dejó de buscarlo, pero él ya no estaba.

—¿Soy… maldita sea… soy hija de un… genio?

Me contempla gravemente un instante, sus ojos pasean amables por mi rostro y finalmente asiente.

—Eres una híbrida, eso me dijo Vanut nada más verte. Siempre he sospechado que eres distinta. Emites un aura anaranjada cuando tus emociones despuntan, puedo sentir la fuerza que late en tu interior, la atracción que ejerces, el halo que te rodea. Pero nunca había imaginado realmente lo que eres. —Hace una pausa, su semblante se nubla—. Sam conoció a tu padre, fue el genio que le entregó el anillo. Todo encaja.

Unas insidiosas agujas me traspasan la cabeza, mis pulmones se cierran, robándome el aliento, y mi pulso se desboca.

Me zafo de él y me pongo en pie. Por algún motivo, es furia lo que siento, resentimiento y rencor. Hacia mi madre, hacia el destino, hacia la vida que me ha tocado en suerte.

—Cata, tenías que saberlo. Necesitas ser plenamente consciente de los poderes que se esconden en ti. Ahora más que nunca los vas a necesitar. Acepta tu origen y afronta las consecuencias.

Lo miro, pero no lo veo.

Mi mente evoca decenas de imágenes que se suceden en un carrusel enloquecedor. Mi madre sollozando, abrazada a aquel baúl del desván. Su constante estado de alerta, sus escapadas continuas, su aislamiento del mundo real.

Obcecada, buscaba al hombre que amaba, y en su búsqueda atraía entes o seres malignos que al mismo tiempo nos buscaban a nosotras.

Pero a pesar del peligro, ella continuaba exponiéndose solo por volver a verlo, quizá para pedirle una protección indefinida, una explicación, o tan solo un último abrazo.

Fuera como fuese, eso causó su muerte y casi la mía. Y ahora estoy aquí, víctima de un amor obsesivo y de un origen sobrenatural.

—Necesito pensar, necesito salir de aquí.

—No darás un paso sin mí —replica Yinn.

De repente, el rencor y la acritud dominan mi ánimo. Lo miro con desdén y musito:

—Esa es mi condena.

Él me fulmina con la mirada, su semblante se ensombrece.

—Estaré en el pasillo.

Me doy la vuelta y me dirijo apresurada hacia la puerta metálica.

Salgo al corredor penumbroso y camino, intentando acompasar mi respiración.

Un zumbido me arranca de mi ensimismamiento.

Meto la mano en el bolsillo del vaquero y saco mi móvil. En la pantalla parpadea el nombre de Tessa. Siento ganas de llorar, de abrazarla, de contárselo todo, necesito su humor y su jovialidad.

—Diga.

—¡Amiga, por fin! —Se ríe aliviada—. Llevo tiempo llamándote, pero parece que no tenías cobertura.

—Puede ser, estoy viajando mucho.

—¡Pequeña arpía, ¿dónde coño estás?!

—En Vancouver. Me ha dado por visitar el acuario.

—Jajajajaja… Joder, podías avisar, guapa. Allan y yo estábamos muy preocupados. Y, francamente, después del viajecito, no esperábamos no dar contigo.

—¿Viajecito?

—Estamos en Fort Simpson, bruja. Tu querido y terco prometido insistió en que te hiciéramos una visita. No puede estar más tiempo sin verte y, la verdad, yo también te echo de menos.

De pronto, la perspectiva de verlos, de abrazarlos, me seduce; sin embargo, recuerdo la advertencia de Yinn y me reprendo mentalmente.

—No estoy preparada para volver todavía y creo recordar que dije que estaría fuera unas semanas. Pasan cuatro días y ya venís a buscarme. Increíble.

¿Increíble? Por supuesto que no me lo creo. Todas mis alarmas se disparan.

—Tessa, cielo —continúo—, hemos estado más tiempo sin vernos. ¿A qué viene esa insistencia?

—A que estoy harta de que me llame tu novio de madrugada con lamentos y súplicas. Me va a volver loca.

Resoplo con hastío y me froto la cara.

—Regresad a casa, Tessa. Dile que lo siento, pero que no quiero verlo hasta que… me encuentre con más ánimo.

Un pensamiento se filtra en mi mente. ¿Estoy realmente hablando con Tessa?

—Bueno, ¿y quién es la favorita del jefe, ahora que me he largado? —tanteo.

—Te aseguro que yo no —responde—. Has dejado al señor Lloyd muy tocado, guapa. Puede que sea un capullo, pero es un capullo que paga bien.

¿Es posible que el ser que ha suplantado la voz de Tessa usurpe también sus recuerdos? Maldita sea, suena tan… ella.

—¿Sabes?, justamente estaba recordando el día de la fiesta. Aún no me puedo creer que te dijera esa sarta de sandeces.

—¿Como que tu primo es gay? Jajajajaja. —Hace una breve pausa—. Yo también he pensado mucho en ello. Bueno, qué coño, en él y en cómo actuaba. Mira, Cata, no voy a juzgarte, ¿vale?, pero tengo a Allan en recepción, haciendo pesquisas sobre ti y necesito que seas muy franca conmigo. Estás con él, te has escapado con él, ¿no es así?

—Sí —confirmo, mordiéndome el labio inferior.

—Joder, te odio, ¿lo sabes?

—Lo siento, no pude…

—Cariño, bromeaba, no te odio, pero te envidio tanto que seguro que en este momento te está saliendo una urticaria, jajajajaja. Cuando analicé lo que me dijo mientras lo acosaba dentro de ese coche, caí en la cuenta de cómo te miraba y até cabos. —Suspira mortificada—. Me apena Allan y creo que deberías hablar con él, aunque fuera por teléfono.

Es ella, no cabe duda.

—¡Pásamelo!