Agradecimientos


A mi maravillosa madre, Jane Anderson.

A Judith Root, a la que amaré siempre.

A Jerry Schofield, el «catedrático».

A Emily Giglierano, mi editora de Mulholland Books, que me hizo la pregunta del millón

A mi agente, Lukas Ortiz. Hakuna matata.

A Karen Landry, gracias por todo el trabajo extra.

A Dianna Stirpe, la correctora que mejoró mi libro.

A Ken Khatain y Pat Neeser, que me mantuvieron vivo y fuera de la cárcel.

A Dennis McMillan, viejo amigo y editor.

A Chas Hansen, desde el lluvioso Longview.

A James Patterson, por su bondad y su generosidad.

A Eric Vieljeux, editor de Pas de saison pour l’enfer.

Al teniente James Alexander, el «bombardero».

A Kevin y Tina Frostad, que me apoyaron desde el principio.

A Andy Tillman, desde Oregón.

A Thierry Pitel, fiel amigo de París.

A Meridee Mandio, por sus inestimables consejos.

 

A Johnny Jozwiak.

A Corey Perry.

A Chase Hamilton.

Al Mayordomo Dennis Santistevan y su esposa Mariquita.

 

Al sargento mayor Forrest K. Foreman.

A Gustav Hasford.

A Jim Crumley.