Volveré de todas formas


Como Hanson rara vez veía en la calle a un policía que conociera, y mucho menos con el que le apeteciera hablar, cuando recibió el aviso de acudir como refuerzo a Morris, un chaval que había estado con él en la Academia y que le caía bien, se ofreció voluntario. Morris necesitaba que alguien vigilara a su detenido, y Hanson agradeció tener una oportunidad de saludarlo por primera vez desde que se graduaron.

Las casas de aquel barrio eran viejas. Se habían construido antes de que la zona este de Oakland fuera toda negra, pero los propietarios las estaban cuidando bien. De vez en cuando había alguna calle que estaba desmoronándose, quemada, invadida por la basura, territorio de la droga, las armas y las pandillas callejeras, mientras que el bloque de al lado estaba verde y bien mantenido.

Cuando Hanson llegó y se detuvo detrás del coche patrulla de Morris, el sospechoso estaba esposado en el asiento trasero. Morris estaba interrogando a la mujer y a su marido en el césped de la entrada e intentaba al mismo tiempo no quitar ojo al sospechoso. Hanson se quedó de pie detrás del coche, para vigilar al sospechoso y oír lo que decía Morris.

Quien había llamado a la policía era la mujer: su marido estaba reteniendo a punta de pistola al tipo que había intentado violarla.

Ella estaba arriba, en el dormitorio, contó, cuando de repente entró una persona por la puerta y empezó a subir la escalera. Creyó que era su marido, que se había marchado media hora antes a trabajar en la tienda de neumáticos y debía de haber vuelto para coger algo que se le había olvidado. Pero el que apareció en la puerta del dormitorio fue el sospechoso. Le dijo que no gritase, que no le iba a hacer daño. Le dijo que se quitase la ropa. Fue un milagro que su marido llegara a casa en aquel momento.

El marido le dijo a Morris que al llegar al trabajo llamó a casa solo para saludar a su mujer y tal vez animarla un poco, porque llevaba un par de días deprimida, y nadie contestó al teléfono. Aquello lo preocupó mucho, tanto como para volver a casa, y al entrar vio a su mujer bajando la escalera a todo correr, gritando, envuelta en una sábana, y el sospechoso aún estaba intentando abrir la ventana del dormitorio. Lo apuntó con su pistola y lo obligó a tumbarse en el suelo mientras su mujer llamaba a la policía.

El sospechoso no llevaba ni dos semanas fuera de la cárcel, después de haber cumplido casi cuatro años de una condena de seis por posesión y tráfico, agresión a un agente de policía, agresión con agravante, resistencia a la autoridad e intoxicación pública, todo en un solo incidente, la única vez que lo habían detenido, salvo por un par de delitos cuando era menor cometidos un par de años antes. Debió de cabrear mucho a los agentes que lo detuvieron, se dijo Hanson.

Eran una pareja agradable. La mujer era guapa, de veintipocos años, y ahora estaba llorando. El marido era quince años mayor que ella, cabeza rapada, bigote, el típico tío que ha trabajado mucho toda la vida. Estaba furioso con ella porque aquel incidente lo había asustado, y él no era de los que se asustan muy a menudo.

—¿Cómo se te pudo olvidar cerrar la puerta con llave cuando me fui yo? —oyó Hanson que le decía antes de que pasaran al interior de la vivienda para terminar el interrogatorio con Morris; probablemente no era la primera vez que le preguntaba aquello.

—Pensaba que había cerrado con llave —logró articular ella entre sollozos.

—Perdona, nena —dijo el marido.

Hanson se quedó con el detenido, que estaba con la vista al frente, negándose a mirarlo. Era algo mayor que Morris, atractivo, musculado, pelo rizado y un tipo duro tras haber vendido droga en la calle y haber pasado cuatro años en la cárcel.

Hanson contempló la casa, luego se agachó y volvió a mirar al detenido. No le parecía que fuera el típico allanador medio imbécil que entraba en un domicilio desconocido en pleno día y decidía violar a una mujer que no paraba de dar gritos. Había un coche en la entrada para vehículos, de modo que tuvo que sospechar que había alguien en casa. Todas las ventanas y las puertas tenían barrotes de seguridad. Y no había tocado a la mujer. Solo le dijo que se quitase la ropa. Había algo que no cuadraba.

Abrió la portezuela del coche patrulla y le leyó sus derechos, lo cual estaba seguro de que cabrearía a los detectives que llevaban el caso, porque querrían obtener todas las declaraciones voluntarias que pudieran antes de leerle los derechos, pero que se jodieran.

—¿Entiende lo que acabo de leerle?

—Sí —respondió el otro mirando la casa a través de la rejilla de seguridad y del parabrisas.

—¿Hay algo que quiera decirme acerca de lo sucedido?

El sospechoso encorvó la espalda y se echó hacia delante para aliviar la presión de las esposas.

—Deje que les ponga el doble seguro a las esposas —le dijo Hanson— para que no le aprieten. Estoy dispuesto a tomar nota de su versión de los hechos. ¿Qué es lo que ha ocurrido en realidad?

—Lo que ha contado ella.

—¿Usted la conoce? —preguntó Hanson, que terminó con las esposas y volvió a guardarse la llave en el cinturón.

—Da igual —contestó el sospechoso. Luego levantó la vista hacia él y le preguntó—: ¿Qué está haciendo usted aquí?

—Es mi trabajo.

—Ya. —Hanson se sintió invadido por la miasma de sudor y vómito que salía del interior del coche, el mismo hedor que se acumulaba en su uniforme y en su cabello todas las noches.

—Sí que la conozco —dijo el sospechoso volviendo a recostarse contra el asiento—. La conocí hace mucho. Me acordé mucho de ella mientras estuve encerrado. Hace dos días la llamé y ella me dijo que viniera a verla. Acababa de salir de chirona y estaba viviendo con mi madre. No encuentro trabajo, soy un expresidiario, lo tengo jodido. Me subí al autobús y el resto del camino lo hice a pie. Ella me abrió la puerta… Cuando entré en la casa, pensé: «¿Y si esta fuese mi casa? ¿Y si aquí viviese yo, con ella, los dos juntos?». Cerró con llave. La acompañé hasta el dormitorio pensando en eso. Cuando apareció su marido, se puso a chillar. ¿Qué iba a hacer ella, si no?

—Voy a tomar nota de todo esto —le dijo Hanson—. Quedará libre.

—No voy a quedar libre. ¿Tengo pinta de ir a quedar libre? Volveré al trullo de todas formas. ¿Para qué joderle la vida a ella? Su marido la está cuidando bien, mejor de lo que podría cuidarla yo.

—¿Está seguro? Yo podría redactar esto de forma favorable. ¿Por qué volver a la cárcel por un delito que no ha cometido?

El sospechoso bajó la vista al suelo del coche.

—¿Y por qué cree que fui a la cárcel la primera vez? —Levantó la vista—. ¿Usted trabaja aquí? Soy culpable. Escriba eso. —Después añadió—: Me alegro de haber venido a verla. Ha merecido la pena.

A lo mejor estaba mintiendo. A lo mejor la mujer lo había planeado todo después de que llamara él por algún motivo. O a lo mejor no mentía y la mujer no había planeado nada, y simplemente quisieron verse. A lo mejor en otra época habían estado enamorados. Esa idea lo hizo pararse a pensar. Nunca había imaginado que alguien pudiera enamorarse allí. Era toda una revelación. De ser así, su trabajo resultaría casi imposible.

Pasó la noche entera pensando en ello. Nunca lo había estudiado desde ningún punto de vista.

¿Y cuándo había estado enamorado él?