Gobierno secreto
Felix avanza por el pasillo cojeando, cabreado y amenazante, con un corte en la mandíbula y un ojo hinchado y medio cerrado, lesiones de la paliza que le propinaron en el cementerio unos polis que no sabían quién era ni les importaba. El teniente al que tiene comprado le dijo que simplemente era «el precio que hay que pagar por hacer negocios».
Al fondo oye un buscador de frecuencias sintonizado con la policía que va saltando de un aviso a otro. El televisor está emitiendo a todo volumen La rueda de la fortuna. Por encima de las viviendas sociales sobrevuela un helicóptero.
Cuando aparece Tyree en el pasillo, Felix le hace una seña y ambos entran en el búnker. Felix cierra la pesada puerta, forrada de acero, y se hace un silencio absoluto, sepulcral.
Felix toma asiento en el sofá.
—Sabes… —empieza, pero al momento se levanta otra vez y se queda de pie en esa estancia a prueba de bombas y de balas, sin ventanas, mirando fijamente el discreto punto de luz que hay en el techo. Tyree hace ademán de ir a decir algo, pero Felix lo hace callar levantando una mano y moviendo la cabeza en un gesto negativo: «Ahora no».
Al parecer, está escuchando el silencio que reina en el interior del búnker. Luego se gira muy despacio, con la vista fija en la moldura que hay entre el techo y la pared. En un momento va hasta la estantería, hace una pausa, saca parcialmente un libro, después otro, mira detrás y vuelve a ponerlos donde estaban. Acto seguido, coge un teléfono que descansa sobre el escritorio situado junto a la estantería, se lo lleva al oído y vuelve a dejarlo en la mesa, mirándolo. Lo coge otra vez, sacude el cable y se lo acerca al oído, escucha; luego, con sumo cuidado, vuelve a dejarlo en la mesa y se sienta otra vez en el sofá. La hinchazón del ojo es más grave de lo que parecía en un principio; se le ve el blanco del globo ocular inyectado de sangre cada vez que vuelve la mirada hacia la lámpara de lectura que tiene al lado.
Enciende y apaga la lámpara, mira debajo de la pantalla, toca el cojín de cuero y examina todo el conjunto mientras Tyree se aproxima a él. Vuelve a tocar el cojín, con gesto impaciente, hasta que Tyree se sienta a su lado. Le señala la lámpara al tiempo que le hace un gesto afirmativo con la cabeza, mira a Tyree y desenrosca la bombilla.
—Escucha —susurra al tiempo que vuelve la mirada hacia Tyree y gira la bombilla primero en un sentido y después en el otro, escuchando—. Están…
Se toca el ojo hinchado con la bombilla, traga saliva y recupera el aliento. Acto seguido, levanta la otra mano para indicar la habitación y niega con la cabeza. Están por todas partes.