Se acabó
Con una pequeñísima Beretta del calibre 22 metida en el bolsillo del vaquero y su ejemplar de Encuentro con el firmamento: Guía de observación estelar en la mano izquierda, Hanson pulsó el timbre para que le abrieran las verjas del complejo. Le abrió Tyree.
—¿Está aquí Felix? —le preguntó Hanson sosteniendo el libro en alto. En la portada los planetas orbitaban alrededor del sol, sus trayectorias aparecían dibujadas en un cielo de color azul oscuro—. Son las estrellas, Tyree —dijo—. A lo mejor está todo escrito en las estrellas, simple y claro, solo que no somos capaces de interpretarlo.
Tyree lo miró a los ojos, luego asintió y señaló un pasillo que conducía al búnker.
—Está hablando con Levon —respondió—, él le abrirá.
Observó cómo Hanson se volvía y echaba a andar por el pasillo. En el cuarto de al lado se oía el buscador de frecuencias sintonizado con la policía, pero el tráfico de la centralita era escaso.
Al llegar al final del pasillo, Hanson llamó con los nudillos en la puerta revestida de acero.
—Hola, Felix —dijo, hablando por el telefonillo que había a un lado.
Felix abrió la puerta y Hanson le disparó tres veces. El ruido que hizo la pistola pareció el de unos petardos pequeños. El cañón casi le tocaba la cara. En el puente de la nariz le aparecieron tres puntos negros, y la frente se salpicó de quemaduras provocadas por la pólvora. Felix cayó muerto y Hanson lo esquivó, penetró en el búnker y cerró la puerta. Levon, que estaba sentado en su sillón reclinable con un libro sobre el regazo que trataba de Costa Rica, levantó la vista hacia él, esperando que le disparase. Elija Costa Rica para su jubilación. Jubilación, viajes y oportunidades de negocio para un nuevo comienzo.
Hanson puso el seguro a la pistola y se sentó en el sofá de cuero. Dejó el libro de astronomía en el suelo. El olor picante de la pólvora flotaba en el aire entre ellos como si fuera humo de tabaco.
—Lo siento, Levon.
Levon cerró el libro y lo depositó en la mesa de la lámpara. Fuera, en el pasillo, alguien aporreaba la puerta y el telefonillo sonaba incesantemente.
—Si la Policía de Oakland no ha averiguado ya que ha sido Felix, lo sabrá dentro de uno o dos días. No es posible irse de rositas después de haber asesinado a un teniente, por muy corrupto que fuera. Felix habría muerto de una forma o de otra —aseguró Hanson—. Pero lamento haberlo hecho yo.
—Voy a decirles que nos dejen en paz un rato —anunció Levon pidiendo permiso con los ojos para levantarse. Hanson asintió y Levon se levantó, fue hasta la puerta y habló por el telefonillo—. Enseguida salimos. Por favor, dejad de golpear la puerta, estamos intentando hablar. —Entonces le preguntó a Hanson—: ¿Qué es lo que quiere?
—Se acabó —respondió Hanson mirando el cadáver de Felix. Su rostro estaba surcado por varios regueros de sangre en forma de telaraña que iban formando un charco en el suelo y le empapaban el paño de la chaqueta.
—Pero ¿qué va a pasar ahora?
—Esto es todo lo que tenía planeado —dijo mirando la pequeña pistola que tenía en la mano. Solo quedaban cuatro balas en la recámara—. No quiero disparar a nadie más, de verdad que no, pero mataré a tantas personas como pueda antes de que ustedes me maten a mí. La policía tardará un par de días en reclutar un equipo táctico o una brigada de operaciones especiales que venga aquí y le prenda fuego a todo esto.
—¿Qué es lo que le gustaría hacer ahora?
—Salir por esa puerta y marcharme para siempre de esta ciudad. Pero no hay razón para que me vaya de aquí a no ser que sepa que usted no va a venir a buscarnos. La policía podría, pero lo dudo. Cualquier cosa que yo diga solo servirá para complicarles más las cosas. Así que quisiera que usted me prometiera que, una vez que me haya marchado, no va a venir a buscarme ni va a enviar a nadie detrás de mí, y tampoco detrás de Weegee ni de su hermana. De lo contrario, adiós. Puedo matarlo perfectamente, abrir esa puerta y acabar con esto.
—No es necesario que mate a nadie más. —Fue a arrodillarse junto al cadáver—. Felix —dijo, como si alguna parte de Felix aún estuviera viva para oírlo—, lo siento mucho, hijo, pero ya sabías que se estaba acabando el tiempo. Has sido inteligente y valiente, y has luchado por lo que eras todo el tiempo que has podido. Ahora duerme, yo me encargo de todo. —Introdujo una mano bajo la camisa de Felix, liberó el relojito de arena de su delicada cadena de oro y se incorporó. Le dio la vuelta y durante un momento observó cómo iba cayendo el polvo de diamantes, agitándose y siseando, hacia la parte inferior. Luego se lo guardó en el bolsillo, fue hasta la puerta y apretó el botón del telefonillo—. Tyree —llamó—, el agente Hanson y yo vamos a salir. Todo está en orden. Él va a marcharse, y después tenemos que hablar. Le he prometido que podía irse, de modo que cuando salgamos no quiero ver ningún arma.
Quitó el cerrojo de la puerta y ambos salieron al pasillo.
—Tyree —dijo—, ten la amabilidad de acompañar al agente Hanson hasta la salida. Después vuelve aquí, por favor. Creo que no tenemos mucho tiempo para hacer planes.
Tyree lo condujo hasta la puerta, la abrió para que pasara y fue con él a pie hasta la salida del complejo.
—Tyree —le dijo Hanson—, gracias por haberme llamado. Lo siento…
—Tenía que ocurrir —atajó Tyree—. Y mejor que haya sido usted en lugar de otra persona. Para Felix ha sido mejor esto que si hubiera ido a la cárcel y lo hubieran asesinado en el patio.
Ya fuera del complejo, ambos se estrecharon la mano.
—Buena suerte, Tyree. Y también para Levon.
Tyree asintió.
—Se lo diré.
Domingo por la mañana. Para Hanson era temprano… o tarde. Iba a hacer un día estupendo, se dijo mientras arrancaba el Travelall y se apartaba traqueteando de la acera, salía de La Villa y enfilaba la calle Este 14. Miró por el espejo retrovisor y vio que podía dar media vuelta en mitad de la calle —si lo hiciera inmediatamente—, regresar a su pasado y detenerse allí donde le apeteciera empezar su vida de nuevo. Pero no sabía qué otra cosa distinta podía hacer, no había tomado nota de lo que había hecho mal la primera vez, así que continuó hacia el este de Oakland, hacia aquellas calles ya tan conocidas que se entrecruzaban unas con otras, hacia un futuro que seguía inventándose a sí mismo.