Libya le cuenta una historia a Weegee
Es media mañana. Libya y Weegee están sentados a la mesa de la cocina. Weegee está pintando una pajarera que Libya le ha ayudado a construir utilizando los planos de un libro que ha sacado de la biblioteca. Libya está hojeando el libro de aves.
—Cuéntame la historia de esos perritos que se fueron a Texas, LeRon y JJ —pidió Weegee mientras aplicaba pintura verde al tejado de la pajarera.
—¿LeRon y JJ? Les dio el alto la policía de tráfico.
—¿Qué ocurrió?
—LeRon iba conduciendo muy deprisa. JJ le dijo que debería aminorar, pero él se creía que ya era un perro pandillero. Le dio a JJ: «Relájate y vivirás más años». Entonces fue cuando les hizo parar la policía de tráfico.
—¡Era un coche robado! ¡Con un coche robado no se puede correr! —exclamó Weegee.
Libya afirmó con la cabeza.
—Pero LeRon no conocía otra cosa que el patio de su casa y lo que veía en la televisión. Casi se hizo pis en el asiento cuando vio a un guardia gigantesco acercarse a la ventanilla del coche, pistola en mano, preparado para disparar a alguien, como siempre, y le dijo: «Haga el favor de apearse del vehículo, caballero».
—Oh, oh —dijo Weegee dejando la brocha.
—LeRon estaba tan asustado que a punto estuvo de saltar por la otra ventanilla y esconderse en un bosquecillo de pinos flacuchos.
—Si hubiera huido, seguro que le habrían pegado un tiro —aseguró Weegee—, y después el guardia habría dicho que lo vio coger una pistola, y colocaría una él mismo, a su lado.
—Pero JJ le gruñó a LeRon, en voz muy baja, para que no dijera nada, y, para calmarlo, le mordió la oreja con tanta rapidez que el guardia ni siquiera lo vio. Luego le dijo al guardia con mucha educación, como si él también estuviera asustado: «Agente, cuánto nos alegramos de verlo». Aquel policía de tráfico lo miró como si se hubiera vuelto loco y le ordenó que pusiera las patas en el salpicadero, donde él pudiera verlas, y JJ obedeció inmediatamente, pero sin dejar de hablar, y dijo: «Agente, mi amigo Spot iba conduciendo deprisa porque estaba asustado». «Pues más le vale bajarse del vehículo, ahora mismo», rugió el policía. «Agente», dijo JJ, «no somos más que dos perros trabajadores, vamos a trabajar todos los días y respetamos la ley. Y también respetamos a los policías. Ahí atrás, en la última área de descanso, estábamos en la zona de mascotas cuando de repente un hombre, no, dos hombres, es que estoy tan asustado que casi no puedo hablar, salieron del cuarto de baño empuñando armas. Cuando nos vieron haciendo nuestras cosas en el área de mascotas, se echaron a reír, y el que llevaba una escopeta le dijo al otro: “Oye, fíjate qué dos perritos tan mariposones”, y rompió a reír malvadamente, a carcajadas, y nos gritó: “Eh, vosotros, perritos de mierda, buscaos otro sitio donde mear”. Los dos tenían tatuajes por todo el cuello y por los brazos, cruces, puñales y calaveras». «Y también un tatuaje en forma de lágrima debajo del ojo», logró articular LeRon, «y la Virgen de Guadalupe en el pecho». Cuando dijo esto, JJ le sacudió una patada. «El de la escopeta tenía una pistola y una funda igualitas a las que lleva usted, agente», dijo. «Ah, se me olvidaba», añadió haciendo como que temblaba, «es que me dieron muchísimo miedo. Antes de vernos, el de la pistola dijo algo en español y el otro respondió: “Vamos a follarnos a unos cuantos polis, ya hemos matado a uno”, y se llevó la mano a la pistola, igual que la que lleva usted, igual que la que lleva la policía para protegernos, y dijo: “De modo que por un par de perros no va a pasar nada”, y desenfundó el arma y añadió: “Más te vale que corras más rápido de lo que corrió el poli”». LeRon se entusiasmó tanto con la historia que había contado JJ que se puso a ladrar —dijo Libya, y Weegee también empezó a reír—. «Así que nos subimos al coche y Spot aceleró todo lo que pudo. Y por eso íbamos tan deprisa, señor agente». «¿Ocurrió en el área de descanso de Red Rock?», gruñó el policía. «Sí, señor», respondió JJ, «y puede que todavía estén allí». De modo que el policía de tráfico volvió corriendo a su coche, atravesó una zanja, rompió el silenciador del tubo de escape y salió disparado en dirección contraria, echando pedorretas, con todo encendido: las luces, la sirena…, directo al área de descanso.
—¡Y JJ se lo había inventado todo! —dijo Weegee.
—Es un perro muy feo, con esos ojos saltones que tiene y esa carita toda arrugada, pero es muy listo —aseguró Libya—. Luego le dijo a LeRon que pusiera rumbo a Nevada, pero sin sobrepasar el límite de velocidad, y poco después estaban ya en Reno jugando a las máquinas tragaperras.