Capítulo 52

—Muy bien —afirmó Maggie—. ¡Todos a sus puestos!

La señora Lefkowitz se colocó a la izquierda de la puerta de salida. Lewis se quedó en el centro, y Ella a su lado. Maggie iba de un lado a otro en la sillita motorizada de la señora Lefkowitz, controlándolos.

—¡Carteles! —ordenó. Los tres alzaron sus pancartas hechas a mano. La de la señora Lefkowitz decía: «BIENVENIDA», en rosa. En la de Lewis ponía: «A FLORIDA». La de Ella, que la propia Maggie había supervisado, decía: «ROSE», y Maggie llevaba un cartel con un collage de rosas hecho con fotos que había recortado de las revistas de jardinería de la señora Lefkowitz.

«Acaba de tomar tierra el vuelo cinco uno dos procedente de Filadelfia», anunció la voz del sistema de megafonía. Maggie apretó el freno con tanta fuerza que estuvo a punto de caerse de la sillita.

—Se me ocurre una idea —comentó—. Creo que sería mejor que la esperarais en entrega de equipajes.

—¿Por qué? —quiso saber Ella.

—¿Qué pensaría Rose? —preguntó la señora Lefkowitz.

Maggie enrolló su cartel y habló deprisa:

—Es que… antes de irme… Rose y yo tuvimos una especie de discusión. Y quizá sería mejor si hablara con ella primero. A solas.

—De acuerdo —concedió Ella, que condujo a Lewis y a la señora Lefkowitz hacia el lugar de entrega de equipajes. Maggie inspiró profundamente, recolocó los hombros y levantó el collage mientras escudriñaba a los pasajeros que salían, del avión.

«Vieja dama… vieja dama… Mamá y bebé caminan despacio por el pasillo…», ¿dónde estaba Rose? Maggie bajó el cartel y se frotó las manos contra los shorts. Cuando levantó la vista, Rose salía por la puerta, parecía más alta de lo que Maggie recordaba, y estaba morena, con el pelo suelto que le caía sobre sus hombros y sujeto con dos pasadores esmaltados, que le mantenían la cara despejada. Llevaba una camiseta rosa de manga larga y shorts de color caqui, y mientras atravesaba la sala, Maggie se fijó en que las piernas de su hermana tenían músculos en movimiento.

—¡Hola! —saludó Rose—. ¡Bonito cartel! —exclamó mirando por encima de la cabeza de Maggie—. ¡A ver…! ¿Dónde está esa abuela misteriosa?

A Maggie le dio una punzada. ¿Acaso Rose no quería saber qué tal estaba ella? ¿No le importaba?

—Ella está en entrega de equipaje. Ya te llevo yo la bolsa —se ofreció—. ¿No traes nada más? Estás realmente estupenda. ¿Qué has hecho?

—Montar en bici —explicó Rose. Recorrió el pasillo tan deprisa que Maggie tuvo que ir a paso ligero para seguirla.

—¡Eh, más despacio!

—Quiero ver a la abuela —dijo Rose sin mirar a su hermana.

—Pues no se irá a ninguna parte —aseguró Maggie. Miró hacia abajo para comprobar qué zapatos llevaba Rose, y vio en su mano izquierda algo que brillaba (un anillo de platino con un brillante)—. ¡Dios mío! ¿Eso es un anillo de compromiso?

—Sí —contestó Rose con los ojos clavados aún al frente.

A Maggie le dio un vuelco el corazón. Habían pasado muchas cosas desde que se fue… ¡y ella sin tener ni idea!

—¿Se trata de…?

—Es otro chico —la interrumpió Rose. Llegaron a la terminal de equipajes. Ella, Lewis y la señora Lefkowitz miraron a Maggie fijamente, vacilantes. Lewis alzó su cartel.

—¡Ahí está! —gritó Ella, que corrió hacia sus nietas mientras Lewis y la señora Lefkowitz le iban pisando los talones.

Rose dio un paso adelante y asintió, estudiando detenidamente el rostro de Ella.

—¡Hola! —saludó.

—¡Ha pasado tanto tiempo! ¡Demasiado! —exclamó Ella. Avanzó y Rose, incómoda, se dejó abrazar mientras se quedaba quieta, tiesa—. Bienvenida, cariño. ¡Cuánto me alegro de que estés aquí!

Rose asintió.

—Gracias. Todo esto es un poco raro…

Ella escudriñó a su nieta; mientras tanto, Maggie había retomado su posición al volante de la sillita motorizada de la señora Lefkowitz y conducía en pequeños círculos; parecía un jovencísimo miembro de una sociedad secreta mientras acribillaba a su hermana a preguntas y comentarios:

—¿Con quién te casas? —inquirió—. ¿De dónde has sacado esos pasadores? ¡Me encanta tu pelo! —Se detuvo justo delante de Rose y clavó la vista en sus zapatillas de deporte—. ¡Eh! ¿No son mías? —preguntó.

Rose miró hacia abajo y esbozó una sonrisa.

—Te las dejaste en mi casa —contestó—. Pensé que no las necesitarías. No sabía adónde enviártelas y, además, me van bien.

—¡Vamos! —ordenó Maggie, que se bajó del vehículo y acompañó a su hermana hacia la salida del aeropuerto—. Cuéntame, novedades. ¿Quién es el afortunado en cuestión?

—Se llama Simon Stein —respondió Rose.

Se acercó a su abuela y pegó su cabeza a la de ella, dejando que Maggie, Lewis y la señora Lefkowitz las siguieran mientras trataban de captar fragmentos de su conversación. ¡Qué distinta estaba Rose! No estaba pálida; no parecía una remilgada; no daba la impresión de que alguien le hubiese metido un bicho por el culo y de que tuviese prisa por encontrar el lavabo más cercano para quitárselo. La ropa que llevaba bien podría haberla elegido ella, y sus zancadas eran rápidas, pero relajadas. Rose no parecía más delgada, pero sí más fuerte, como si sus carnes se hubiesen redistribuido y recolocado. Quizá por primera vez en su vida se la veía absolutamente cómoda con su cuerpo, y Maggie se preguntó qué habría producido semejante transformación. ¿Sería Simon Stein? Le sonaba ese nombre. Maggie se estrujó la cabeza y, al fin, evocó una imagen de una noche en Dave and Buster's, una instantánea de un chico de pelo rizado trajeado y con corbata, que intentaba que su hermana se interesase por el equipo de softbol de la empresa.

—¡Oye, Rose! —chilló mientras le daba alcance. Las cabezas de Rose y Ella estaban muy juntas, y hablaban en voz baja. Maggie no tardó en sentir una puñalada de celos. Tragó saliva—. Este chico con el que vas a casarte trabaja en tu bufete, ¿verdad?

—En mi antiguo bufete —contestó Rose.

—¿Cómo? ¿Has cambiado de despacho?

—¡Oh! He cambiado más que eso —repuso Rose, mirando de nuevo al frente y caminando junto a Ella.

Maggie las observó alejarse, se sentía triste y frustrada…; sentía que se lo merecía. Después de lo que le había hecho a Rose, ¿creía realmente que su hermana volvería corriendo, dispuesta a perdonarla y a olvidar? Suspiró, cargó con la maleta de su hermana y empezó a cruzar el vestíbulo.